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****Desde las sombras del juego político, el gobierno venezolano ha denunciado repetidamente el sistemático saqueo de sus recursos, una tragedia que azota al país desde hace más de una década.
Los montos no son menores: más de 32 mil millones de dólares han desaparecido como consecuencia de las maniobras enredadas y turbias de la banda conocida como Los Coyotes.
Este grupo, al que se vincula directamente a figuras como Juan Guaidó, Carlos Vecchio, Leopoldo López, Julio Borges, Antonio Ledezma y María Corina Machado, es un ejemplo claro de cómo los intereses foráneos y las ambiciones políticas pueden devorar a una nación.
Ante las solicitudes del gobierno venezolano para extraditar a estos traidores, la situación parece imposiblemente irónica. La razón de este aparente absurdo radica en la influencia inquebrantable de Marco Rubio, actual secretario de Estado en la administración de Donald Trump.
Desde 2019, Rubio ha sido el protector y promotor indispensable de Guaidó, quien, bajo el manto del cargo de presidente interino, ha llevado a cabo un latrocinio escandaloso, mientras que Estados Unidos lo aplaude y lo sostiene.
Esta complicidad política ha cimentado aún más la percepción de Venezuela como el enemigo público número uno, un discurso que Rubio recicla para mantener viva su narrativa bélica.
A medida que la narrativa oficial se construye en Washington, se hace eco un silencio cómplice frente al escándalo de la Usaid (Agencia para el Desarrollo Internacional de Estados Unidos), que ha sido responsable de transferir más de dos mil 800 millones de dólares al sector radical de la oposición venezolana.
Estos fondos, lejos de ser utilizados para el bienestar del pueblo, se han convertido en herramientas de sedición, en un intento descarado por desestabilizar al gobierno legítimo de Nicolás Maduro.
La manipulación de ayudas humanitarias se convierte en una estratagema letal, donde la política de intervención se disfraza de bondad altruista.
No es un secreto que Rubio ha jugado con fuego. Tras una reunión crucial con Trump en enero de 2019, su voz se elevó para declarar a Maduro como ilegítimo, mientras ponía por delante el papel de Guaidó como un salvador nacional.
Este tipo de maniobras no son aisladas; forman parte de un patrón de desestabilización que busca dividir a América Latina, promoviendo un belicismo enraizado que resuena en la retórica de la extrema derecha. Edmundo González, otro títere creado por María Corina Machado, es solo un nuevo intento de repetir esta farsa.
Las acciones de Rubio han oscurecido el panorama político en Venezuela, creando un ambiente cargado de tensión.
A través de maniobras políticas, intentos de desacreditar a gobiernos legítimos y la promoción de falsedades, ha cultivado un terreno fértil para la violencia y la polarización.
Su amistad con figuras controversiales, como Lilian Tintori, esposa de Leopoldo López, es un recordatorio de cómo las conexiones personales pueden influir en decisiones geopolíticas peligrosas.
Rubio, catalogado como Coyote mayor por sus detractores, ha desarrollado una estrategia que parece funcionar como un reloj suizo. Una de las tácticas más insidiosas fue la creación del mito de que Leopoldo López había sido trasladado a un hospital militar “sin signos vitales”. Esta acción repugnante estaba destinada a implantar miedo y caos en la sociedad venezolana, como si se tratara de un juego macabro de ajedrez.
La esposa de López, acudiendo a la atención pública, amplificó la teoría del complot, mientras que numerosas almas ingenuas se tragaron la historia completa. Todo esto, bajo el auspicio de un Departamento del Tesoro obediente, que propició sanciones atroces contra Venezuela ahogando -aún más- al pueblo en una crisis humanitaria.
El espectáculo que Rubio, orquesta desde Washington mueve los hilos desde la distancia, burlándose del sufrimiento del pueblo.
Es evidente que el papel de Marco Rubio, en la desestabilización de Venezuela es profundo y multifacético. Con cada movimiento, socava aún más la soberanía de la República Bolivariana, utilizando estrategias engañosas y maquinaciones políticas.
Durante su tiempo como senador, su apoyo a la Usaid significó una facilitación de los fondos destinados a la oposición, dinero que ha sido desviado para sostener campañas violentas y agresiones contra la institucionalidad democrática.
La situación actual es un testimonio de las mayores infamias que la política puede conjurar. En su afán por obtener éxito político y reconocimiento, Rubio ha dejado un rastro de destrucción que afecta la vida de millones de personas.
El futuro de Venezuela no puede seguir siendo sometido a los caprichos de un político cuya lealtad reside en intereses extranjeros y agendas destructivas.
En este turbio escenario, el pueblo venezolano debe estar atento a los juegos de poder que operan tras bambalinas, y aprender a desenmascarar a quienes se presentan como salvadores, pero en el fondo son auténticos depredadores de la democracia y la dignidad.
En conclusión, la situación en Venezuela y el papel de Marco Rubio en ella, es un claro reflejo de cómo la política internacional puede transformarse en un juego peligroso donde los derechos humanos y la dignidad de los pueblos son sacrificados en el altar del poder.
La banda de Los Coyotes, bajo la protección de Rubio como el hermano mayor, es el auspicio de un sistema corrupto y manipulador, es el símbolo de un conflicto en el que nadie parece ser el verdadero vencedor, excepto aquellos que se benefician del caos y la división.
Al final, es el pueblo venezolano quien paga el precio más alto en esta vorágine de traiciones y ambiciones desmedidas.
(Tomado de Correo del Alba)
http://www.cubadebate.cu/especiales/2025/02/15/marco-rubio-el-coyote-mayor/