Hernán Cortés y otros hechos desconocidos sobre el canal de Panamá

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Después de Siria, este es el papel que Rusia debe asumir

Por Fyodor Lukyanov//
***La era del dominio de las grandes potencias está llegando a su fin: el futuro de Moscú depende del dominio de la diplomacia regional.

En 2015, cuando las fuerzas armadas rusas lanzaron una operación militar en Siria, marcó un punto de inflexión en la era postsoviética. 

El colapso de la URSS había causado un dramático declive en la posición internacional de Rusia. 

Durante dos décadas y media después de 1991, Moscú trabajó para recuperar el estatus, el prestigio y la influencia perdidos en el escenario mundial.

Siria simbolizó la culminación de ese proceso: la primera intervención decisiva de Rusia más allá de su inmediato vecindario postsoviético en uno de los conflictos centrales del mundo.

La nueva Rusia ya había actuado militarmente antes, pero sólo dentro de su antigua esfera soviética. Esto presumiblemente llevó al entonces presidente estadounidense Barack Obama a desestimar al país como una “potencia regional”. 

La intervención en Siria destruyó esa percepción. Al alterar decisivamente el curso de su guerra civil, Moscú demostró su capacidad para influir en las grandes crisis globales más allá de sus fronteras inmediatas.

La caída de Assad y sus implicaciones

La reciente caída del gobierno de Assad, que sobrevivió hace nueve años sólo gracias a la intervención de Rusia, marca otro punto de inflexión significativo. 

Los analistas analizarán las causas de la caída de Assad, pero la pregunta crítica para el Kremlin es qué significa esto para su estrategia geopolítica más amplia.

La participación de Rusia en Oriente Medio no fue sólo simbólica, sino que tuvo resultados prácticos. 

El éxito militar de Moscú debilitó al Estado Islámico (y Estados Unidos actuó en paralelo) y al mismo tiempo aumentó la estatura regional de Rusia. 

Las principales potencias de Oriente Medio (Arabia Saudita, Turquía, Irán e incluso Israel) llegaron a reconocer a Rusia como un agente de poder clave.

 La formación de la OPEP+ se vio facilitada en parte por el nuevo interés de Riad en cooperar con Moscú. Incluso en medio de rivalidades complejas, la influencia de Rusia se volvió innegable.

Esto ocurrió en un contexto de una política estadounidense cada vez más errática en Oriente Medio y de una participación cada vez menor de Europa occidental. 

A medida que el orden global se fracturaba, la participación de Rusia en la configuración de la región reforzó su lugar en la mesa de las potencias globales, o al menos eso parecía.

Dinámica global cambiante

Sin embargo, cuando Rusia alcanzó su apogeo postsoviético, el panorama internacional ya había cambiado. 

El modelo posterior a la Guerra Fría, en el que parecía alcanzable un estatus fijo de gran potencia, se desintegró en un mundo de alianzas cambiantes y asociaciones coyunturales.

El sistema internacional actual está determinado por intereses transaccionales. Cada país prioriza ahora sus preocupaciones nacionales inmediatas, con escasa consideración por alianzas más amplias y de largo plazo. 

Esto ha llevado a una forma de regionalización en la que los países más cercanos a una crisis no sólo tienen el mayor interés en resolverla, sino también las mejores posibilidades de hacerlo.

La menor participación de Rusia en Siria es un ejemplo de este cambio. 

Preocupada por la guerra en Ucrania y apegada a un aliado debilitado como Damasco, Moscú perdió gran parte de su flexibilidad estratégica. 

Desde entonces, actores regionales como Irán, Turquía e Israel han tomado la iniciativa en la remodelación del mapa político de Oriente Medio, en el que las potencias externas han desempeñado papeles fundamentalmente de apoyo.

Lecciones para la futura estrategia de Rusia

El conflicto sirio pone de relieve la creciente importancia de los actores regionales a la hora de determinar los acontecimientos mundiales. La rápida resolución de la guerra civil siria implicó una intervención exterior mucho menor que en las primeras etapas del conflicto. 

Si bien al principio potencias extranjeras como Rusia y Estados Unidos desempeñaron papeles importantes, los acontecimientos más recientes fueron impulsados ​​principalmente por actores locales.
El presidente ruso, Vladimir Putin, entrega la medalla de la Estrella de Oro al Héroe de Rusia, mayor Sergei Selivanov, en el Kremlin de Moscú, el 9 de diciembre de 2024. © Sputnik / Alexander Kazakov

La incapacidad de Rusia para mantener su influencia anterior pone de relieve una lección fundamental: en el cambiante orden mundial actual, es casi imposible obtener ganancias a largo plazo sólo mediante el éxito militar. 

La agilidad y la capacidad de recalibrar rápidamente son esenciales. Estados Unidos aprendió esto a las duras penas en las décadas de 2000 y 2010. Rusia enfrenta ahora un dilema similar.

Con recursos limitados y prioridades contrapuestas, Rusia debe repensar su estrategia en Oriente Medio.

 Si resulta inevitable una retirada de la base clave de Tartus, Moscú debe asegurarse de que se realice sin contratiempos, aprovechando sus vínculos establecidos con todos los actores regionales, desde Israel y Turquía hasta los estados del Golfo e incluso los nuevos gobernantes de Siria.

Un retorno a la realpolitik

El colapso del Estado sirio es, sin duda, un revés para Moscú, que utilizó su presencia militar allí para expandir su influencia por Oriente Medio y África. 

Sin embargo, a diferencia de Irán, Rusia conserva la opción de ajustar sus compromisos y reposicionarse estratégicamente. Ésa es la ventaja de ser un participante externo. 

El Kremlin puede abandonar la región, pero Teherán no.

El próximo paso de Moscú debería consistir en recalibrar sus relaciones en Oriente Medio, manteniendo al mismo tiempo su reputación de actor independiente y pragmático. 

Estados Unidos puede intentar expulsar a Rusia de la región por completo, pero la propia renuencia de Washington a entablar un diálogo directo le da a Moscú margen de maniobra.

Concéntrese en Ucrania, no en el prestigio

Lo más importante es que la búsqueda simbólica de restablecer el estatus de gran potencia de Rusia (una de las principales motivaciones de la operación siria de 2015) ya ha quedado obsoleta. 

La única prioridad que importa es concluir el conflicto de Ucrania en términos favorables. 

A diferencia de Siria, donde Rusia puede retirarse si es necesario, Ucrania representa un desafío existencial. Es una guerra que Moscú no puede permitirse perder.

Ésta es la distinción fundamental: en Oriente Medio, el Kremlin tiene margen para replegarse y reagruparse. En Ucrania, no hay tal opción. El conflicto allí es central para la seguridad a largo plazo de Rusia y su posición global.

Conclusión: El poder regional bajo la lupa

Cuando Obama descartó a Rusia como “potencia regional” hace casi una década, el término fue un desaire, pero en el fracturado mundo de hoy, ser una potencia regional capaz es tal vez la única forma sostenible de influencia. 

La era de las potencias globales indiscutidas está llegando a su fin. Los países que pueden afirmar su dominio en sus vecindarios inmediatos, al tiempo que gestionan con moderación sus ambiciones globales, están en una posición mucho mejor para sobrevivir y prosperar.

Rusia debe ahora consolidar su papel como potencia regional dominante y, al mismo tiempo, mantener su presencia en áreas estratégicamente críticas como Oriente Medio, pero sólo cuando ello favorezca sus intereses nacionales fundamentales. 

En un mundo cada vez más definido por compromisos pragmáticos y limitados, la capacidad de dar un paso atrás, recalibrar y reanudar el compromiso importará más que los gestos simbólicos de estatus de gran potencia. 

En ese sentido, la evaluación de Obama parece hoy menos un insulto y más una hoja de ruta para la supervivencia en un mundo turbulento.

https://www.rt.com/news/609164-fyodor-lukyanov-after-syria-this/

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