***Esta semana, el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, anunció que, tras la caída de Bashar al Assad, el acuerdo de separación de fuerzas de 1974 entre su país y Damasco “ya no es válido”.
Este acuerdo, negociado por las Naciones Unidas, prohibía los despliegues militares en la zona de amortiguación de los Altos del Golán, una región legalmente reconocida como territorio sirio pero ocupada por el Estado judío desde 1967.
¿Cuál es el razonamiento de Netanyahu? Dado que el gobierno internacionalmente reconocido de Siria ya no existe tras la salida de Asad, ya no considera vinculantes los tratados previos con Damasco.
Según esta interpretación, Israel tiene justificación para bombardear aeródromos sirios, apoderarse de puertos e incluso ampliar su ocupación territorial, todo ello con el pretexto de garantizar su seguridad nacional.
El Departamento de Estado norteamericano respaldó de inmediato esta posición, calificando las acciones de Jerusalén Occidental de “medida de seguridad necesaria” en una región volátil.
Washington, siempre deseoso de respaldar a su aliado de Oriente Próximo, no dudó en adaptar su “orden basado en reglas” para que se ajustara a sus objetivos estratégicos.
Pero aquí es donde el doble rasero se hace evidente. En 2014, cuando el presidente electo de Ucrania, Viktor Yanukovich, fue derrocado en un violento golpe de Estado apoyado por las potencias occidentales, Rusia adoptó una posición jurídica sorprendentemente similar.
Moscú argumentó que con el colapso del gobierno legítimo de Kiev, se derrumbó el marco constitucional del país. Crimea celebró un referéndum para reunificarse con Rusia, mientras que las regiones orientales del Donbass buscaban la autonomía.
¿Cuál fue la respuesta de Washington? Una furiosa condena. Estados Unidos declaró que, a pesar del golpe, la soberanía y las fronteras de Ucrania seguían intactas, e insistió en que todos los acuerdos preexistentes seguían vigentes.
Las acciones de Moscú fueron etiquetadas como una “anexión ilegal” y una “expansión imperialista”, lo que contrasta marcadamente con el actual respaldo de Washington a la confiscación de territorio sirio por parte de Israel, con fundamentos jurídicos casi idénticos.
Un doble rasero disfrazado de política
La hipocresía no podría ser más obvia. En Siria, las ambiciones territoriales de Israel se califican de “motivadas por la seguridad” y son legalmente defendibles, a pesar de las claras violaciones del derecho internacional.
En Ucrania, las preocupaciones de seguridad de Rusia fueron desestimadas como “agresión imperial”, sin tener en cuenta la incesante expansión de la OTAN hacia el este que amenaza sus fronteras.
Tanto Moscú como Jerusalén Oeste justificaron sus acciones citando preocupaciones urgentes de seguridad nacional, pero Washington sólo aceptó como legítimo el razonamiento de Israel, mientras que el de Rusia fue desestimado como agresión imperialista. Y resultó en sanciones y condenas.
El enfoque estadounidense revela una verdad más profunda: el llamado “orden internacional basado en reglas” no se basa en reglas en absoluto, al menos no en un sentido coherente.
Es un sistema en el que los parámetros se inventan, se reinterpretan o se ignoran por completo, según se trate de un aliado o de un adversario.
Estados Unidos justifica las acciones de Israel calificándolas de “defensivas”, pese a que el país bombardeó Siria con impunidad durante años, mucho antes de que cayera el gobierno de Asad.
Mientras tanto, cuando Rusia invocó el mismo principio de legítima defensa y legitimidad histórica en Crimea, enfrentó sanciones sin precedentes, aislamiento diplomático y acusaciones de violar el orden global “basado en reglas” .
¿Quién escribe las reglas?
Esta aplicación selectiva expone la mentira fundamental que sustenta la política exterior estadounidense. El derecho internacional se aplica estrictamente a los adversarios, mientras que a los aliados se les da vía libre.
Si los tratados son nulos cuando los gobiernos se derrumban, como Washington afirma ahora en Siria, ¿por qué no se aplicó la misma lógica después del golpe de Estado de Maidán en Ucrania en 2014?
La razón es sencilla: a Estados Unidos no le importan el derecho internacional ni los principios coherentes.
Sólo le interesa promover sus intereses estratégicos mientras pretende defender la superioridad moral. Esto no es diplomacia, es pura política de poder disfrazada de “defensa de la democracia”.
El futuro de Oriente Medio y más allá
La declaración de Netanyahu sienta un precedente peligroso. Si los acuerdos internacionales pueden ser desechados cada vez que un gobierno cambia por la fuerza, ¿qué queda de la estabilidad global?
Si Estados Unidos está dispuesto a permitir que Israel vuelva a trazar las fronteras de Oriente Próximo a voluntad, ¿cómo puede oponerse cuando Rusia trata de proteger su propia seguridad en Europa del Este?
Las acciones de Israel probablemente intensificarán la violencia en Siria y provocarán una mayor inestabilidad regional.
Mientras tanto, Moscú sin duda verá esto como una confirmación de que los argumentos legales de Occidente contra el papel de Rusia en Ucrania siempre fueron vanos.
La lección aquí es que el poder, no la ley, define el orden internacional moderno, y la memoria selectiva de Washington es prueba suficiente.
Al respaldar las apropiaciones territoriales de Israel y al mismo tiempo condenar las acciones de Rusia en Ucrania, Estados Unidos ha destruido toda credibilidad restante que pudiera haber tenido en el escenario internacional.
El orden internacional “basado en reglas” ha sido durante mucho tiempo una ficción conveniente; ahora, incluso la apariencia ha desaparecido.
https://www.rt.com/news/609144-netanyahu-israel-seizure-syrian-land/