“Dos dioses hay, y son: Ignorancia y Olvido”.
Rubén Darío (Ay, triste del que un día…).
Las fundaciones en 1524 de “Santiago de los Caballeros de León” (conocida como León) a orilla del lago Xolotlán y del volcán Momotombo –capital y sede episcopal-, y de “Santiago de Granada” –o “Santiago de los Caballeros de Granada” (conocida como Granada), a orilla de las isletas y del lago Cocibolca -Mar Dulce-, en las faldas del volcán Mombacho, en jurisdicción de las comunidades de Imabite y Xalteva respectivamente, con el entorno de centenares de pueblos originarios, por el capitán de conquista Francisco Hernández de Córdoba (Córdoba, ¿1475? – León, 1526), jefe de la expedición que incursionó en territorios de soberanía indígena –República de los indios-, bajo orden del gobernador y capitán general de Castilla de Oro (1514-1526) radicado en Panamá, y después gobernador de Nicaragua (1528-1531), el anciano Pedro Arias de Ávila (Pedrarias Dávila: Segovia 1440 – León, 1531), casi un año después de enfrentar la resistencia que encontraron y obligar, según el Requerimiento (1513- 1542), a someterse a los asustados y rebeldes pobladores bajo amenaza de castigo divino, por autoridad del desconocido monarca, desarticulando sus estructuras sociales, políticas, económicas y familiares, exterminando a sus habitantes y arrasando centros ceremoniales y dioses, manipulando y utilizando a unos pueblos contra otros para confrontarlos y someterlos, ocurre, desde la brutal y dolorosa verdad histórica, como un lamentable acto de violencia genocida que institucionaliza la sumisión de los pueblos ante quienes se atribuyeron el ilícito y arbitrario derecho de conquista y posesión.
Fue como el niño nacido de una atroz violación, y que, aunque la existencia del inocente y su madre continuarán superando el trauma de origen, no podemos obviar que fue engendrado en un acto condenable e indeseable.
Doce generaciones atrás la ascendencia de las generaciones presentes, quienes vivieron a inicio del siglo XVI, fueron forzadas y quedaron embarazadas por violación de alguno de la hueste conquistadora.
No hubo un hecho idílico en la fundación de las ciudades, fue consecuencia de la despiadada incursión militar, de la imposición forzosa y unilateral que desconoció la soberanía de las comunidades existentes.
Después que el contingente invasor encabezado por Gil González penetrara al territorio que hoy es Nicaragua, inició la resistencia indígena (abril de 1523) en la que, a pesar de la confusión y el terror por la inesperada y agresiva incursión extranjera, fue ejemplar la posición asumida por Nicarao y Diriangén reconocidos por el Estado de Nicaragua como “Héroes indígenas de nuestras luchas antiimperialistas” (Ley No. 1149, abril 2023).
El 12 de septiembre de 1502 el navegante Cristóbal Colón divisó, a partir del Cabo Gracias a Dios, el territorio nicaragüense, recorrió la Costa Caribe, bordeó las islas del maíz y continuó hacia el sur.
En esa ocasión no tuvo contacto con los pobladores ni inició la Conquista. La primera aproximación fue en 1519 con Juan de Castañeda y Hernán Ponce de León, desde el Golfo de Nicoya, en donde conocieron de la existencia de esos territorios.
Después ocurrió la incursión de González y la tercera con Córdoba en 1524 venciendo la resistencia y enclavando ciudades: “Granada y León son, al final de cuentas, la forma real en que se hace presente en Nicaragua la obra histórica de su primer conquistador”.
El éxito económico de la expedición de González motivó la siguiente. Pedrarias, por la expectativa de riqueza, fue el principal accionista de la empresa (contrato: 22 septiembre 1523) en la que Hernández era el jefe de la expedición y socio de la compañía, aunque sin los beneficios como capitán de Conquista (Meléndez, pp. 47-48).
El capitán de Conquista dirige el proceso militar y político al irrumpir en un territorio que es reclamado por el conquistador para y en nombre del Rey y de Dios, y así extender el imperio español y difundir la religión cristiana, obtiene para sí y la corona, cuantiosas ganancias, la población es forzada a asumir la evangelización y son sometidos para servir a los encomenderos.
Una de las tres o cuatro naves de la expedición que arribó al golfo de Nicoya se llamaba “Santiago”.
A ambas ciudades las nombraron “Santiago” por evocación al recién eliminado dominio musulmán en la península ibérica. “Santiago” representa en el imaginario de los aventureros el vínculo de la guerra de Conquista de América como continuidad de la Reconquista de España contra los infieles (caída del reino nazarí, Granada, 1492).
¿Cuántos graves pecados cometieron en nombre de Dios? ¡Ay Dios mío! ¿dónde estabas cuando el terrible tiempo de la Conquista?
El Dios castigador, vengativo, violento y ambicioso, no fue el Dios de Amor y misericordia que acompaña y habita en ésta nación y en el Continente de la esperanza, desde la opción preferencial por los pobres, la solidaridad y el bien común.
Fray Bartolomé de las Casas (Sevilla, ¿1484? – Madrid, 1566), pasó por Nicaragua en varias ocasiones, en la Brevísima Relación de la Destrucción de las Indias (1552): “la venida de ellos y cómo en sus tierras violentamente entraron, cómo les tomaban las mujeres y los hijos después de robarles cuanto oro y bienes de sus padres heredaron y con sus propios trabajos allegaban”…
“Habrá hoy en toda la provincia de Nicaragua obra de cuatro o cinco mil personas, las cuales matan cada día con los servicios y opresiones cotidianos y personales, siendo –como se dijo- una de las más pobladas del mundo”.
El comerciante viajero Girolamo Benzoni (Milán, 1519 – España, 1570) en Historia del Nuevo Mundo (1565): de los principales caciques, don Gonzalo, de setenta años, cuenta: ¿Qué cosa es cristiana en los cristianos? Piden el maíz, la miel, el algodón, la manta, la india para hacer un hijo; piden oro y plata. Los cristianos no quieren trabajar, son mentirosos, jugadores, perversos, blasfemos.
Cuando van a la iglesia a oír misa murmuran entre sí, se hieren entre sí” … “reunidos en consejo decidimos luchar y morir todos combatiendo valerosamente, antes de ser sojuzgados por ellos” …
“Nosotros ya no éramos dueños de nuestras esposas, ni de nuestros hijos, ni de ninguna de las cosas que antes poseíamos; a tal punto llegaron las cosas que muchos de nosotros mataban a sus hijos, otros iban a colgarse, otros se dejaban morir de hambre”.
Según Patrick Werner, a inicio de 1522 “había alrededor de 700,000 indios viviendo en el oeste de Nicaragua, el grupo más grande era Chorotega, con más de 300 mil, que estaban distribuidos desde el Golfo de Nicoya hasta Choluteca”, posiblemente Managua, que significa en Mangue, la lengua de los Chorotegas, “lugar del gran Mangue”, fue el pueblo Chorotega más grande, con unos ocho barrios, después, por la densidad poblacional siguen: Masaya, Nenderí, Nandaime, Sutiaba.
Al fundar las ciudades fue truncada la historia, se pretendió borrar el pasado y determinar, a partir de entonces, el presente y futuro.
Se desconoció la legitimidad precedente y estableciendo cuál sería la nueva, cómo debía ser recordada y contada la historia, quiénes los jefes y héroes, cuáles los símbolos y parámetros de pensamiento y acción, los paradigmas fueron diseñados a la medida de los conquistadores.
No todo es celebración, veamos el otro rostro del acontecimiento, el de los vencidos. Debe verse el profundo drama histórico que se preserva en la memoria y la conciencia colectiva consciente o inconsciente.
Sin desconocer lo ocurrido, hay que visibilizar la naturaleza del origen expresada en los actos fundacionales (no se conocen las actas fundacionales) de 1524 en la Nicaragua de Nicaraocalli, Diriangén, Tipitapa, Nequecheri, …, que marcó la dependencia colonial durante tres siglos y heredó el sistema de exclusión que desencadenó la rebeldía, la resistencia y la revolución popular.
El acto fundacional ancló en territorio indígena dos asentamientos del invasor español al cual servirán desde la periferia los indios sometidos tras la “pacificación” del territorio a sangre y fuego.
Desde allí, en el transcurso del tiempo, se forzó el mestizaje, se promovió una cultura subalterna por el sentido de superioridad de los conquistadores, somos consecuencia de esos traumáticos procesos sociales, políticos, económicos, culturales y biológicos.
La Conquista es un episodio de dominación sobre un territorio explorado, que entraña el sometimiento del grupo poblador primitivo por el grupo conquistador.
Pretende asumir a la vez soberanía, por cuanto “el dominador incorpora el territorio al estado del que se ha partido por la realización de la empresa”. “Descubrimiento” es hallazgo, conquistar “implica permanencia del grupo conquistador dentro del territorio sometido”.
Establecieron León y Granada en sitios despoblados cercanos a asentamientos indígenas para aprovechar la mano de obra y establecer un esquema social a partir del núcleo español al que los habitantes de las inmediaciones debían servir y atender sus demandas.
Hubo separación residencial y social de españoles e indígenas, es dualidad, contradicción y conflicto esencial de “dos repúblicas”, la de los conquistadores y los indígenas que con el tiempo llevó al mestizaje. León nació a la par de Imabite o Nagrando (al trasladarse al nuevo sitio en 1610, fue contiguo a Sutiaba) y Granada al lado de Jalteva.
Sobre León, Juan López de Velasco relata: “habrá en ella como ciento cincuenta vecinos españoles, encomenderos los cientos y los demás pobladores y tratantes; en su comarca hay más de cien pueblos y repartimientos de indios y en ellos como cinco mil quinientos tributarios”.
Algunos pueblos son: Sutiaba con 160 indios tributarios, Mistega con 125, Cindega con 100, Gualtebeo con 100, Pozoltega con 70, Comayna con 200, Telica con 100. Sobre Granada: “en su comarca hay como cien repartimientos o pueblos de indios, en que debe hacer como seis mil quinientos o siete mil tributarios, es de la gobernación y obispado de Nicaragua”.
Entre los pueblos indios se encuentran: Catarina con 100 indios tributarios, Mayales con 300, Managua con 100, Nicaragua con 100, Caguagalpa y otros con 300, Ometepe con 144, Nindirí con 300 y Monimbó con 250.
En la ciudad se asentaron los conquistadores, era centro para irradiar poder y confirmar dominio en territorio ocupado, refugio seguro para “mantener su sistema ofensivo-defensivo”, permanecer y controlar a las poblaciones.
Es área de influencia, reducto militar y fortaleza, iglesia-instrumento de sometimiento, centro de comercio y núcleo de poder-gobierno de los conquistadores.
La Conquista la autocalificaron como “guerra justa” (Meléndez, pp. 81-82). Se benefician del repartimiento-encomienda, crean un sistema de servicio con los pobladores originarios, instauran la esclavitud para fines de comercio, construcción y labores agrícolas.
La ciudad surge después de la pacificación, afirma y da permanencia a la empresa de conquista y colonización, fueron “cabezas de playa de invasión” para consolidar el proceso de someter los nuevos territorios.
León y Granada son consecuencia de la agresión española que desconoció a los pueblos originarios, obvió costumbres, tradiciones, prácticas religiosos, sociales y políticos de los legítimos propietarios, impuso una manera de pensar, creer y ser, desmanteló el andamiaje organizativo y derrumbó los parámetros de su existencia.
La fundación de ambas, al igual que las otras durante ese proceso en el Nuevo Mundo, tienen similares circunstancias.
El establecer ciudades consolida el ciclo de dominio hispánico en Nicaragua. No fueron actos amigables ni de cooperación, sino acciones violentas de ocupación, expropiación y apropiación, botín para enriquecerse, necesidad imperial de expansión.
Al instalarse se expresa la voluntad de dominación, se ancla el poder colonial para controlar pueblos y territorios ocupados.
Estas ciudades de Nicaragua han perfilado la historia, han tenido derecho a existir y seguir existiendo a pesar de la agresión original de la que somos consecuencia, de la erupción del Momotombo (1610), del incendio filibustero (1856) y de la ocupación militar, han sido escenarios de rebeldía, resistencia, lucha política y social, popular, antiimperialista y revolucionaria, por el rescate de la dignidad, la independencia, la soberanía y la autodeterminación, que han contribuido en la construcción de la nación y la nacionalidad nicaragüense, fueron engendradas como consecuencia de una dramática violación que atropelló la dignidad individual y colectiva de los pueblos, fue abuso inhumano que obedeció, no a las aspiraciones de los auténticos poseedores, sino a propósitos de enriquecimiento y dominio monárquico-imperial que, con ambiciosos, conflictivos e inescrupulosos “caballeros de Conquista”, arrasó lo que encontró al paso y ancló para los nuevos habitantes, las urbes convenientes como núcleos de poder político, militar y económico.
Después del exterminio, el mayor genocidio –delito de lesa humanidad– en 500 años, los indígenas que resistieron la esclavitud y las enfermedades fueron sometidos para ser servidores de extraños señores, sus mujeres y niños sufrieron abusos o se plegaron al extranjero, las comunidades fueron obligadas a asumir otra doctrina, a obedecer a autoridades impuestas y a entregar su trabajo y tierra a los “amos” invasores, agentes de agresión, gérmenes de oligarquía y exclusión.
Principales fuentes bibliográficas
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https://franciscobautista.com/2023/09/06/conmemorar-sin-olvido-leon-y-granada/