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La hegemonía cambió de bando: Cuando la izquierda pierde las palabras

#Nicaragua, Golpistas de "izquierda" y derecha unidos, financiados por la USAID (2018)

Gramsci está de moda en la ultraderecha y nadie parece escandalizarse

Ese es el síntoma más alarmante de nuestro tiempo. Mientras las izquierdas se entretienen debatiendo el color de las pancartas, los Bannon, Trump, Milei y Abascal han entendido lo esencial: el poder no empieza en las urnas, sino en las palabras.

Lo explica Slavoj Žižek con su estilo de bisturí sucio: “Hoy la derecha ha aprendido a usar las consignas de la izquierda para su propio proyecto reaccionario”.

 Ya no necesitan vestirse de cruzados ni de empresarios con corbata. Ahora se disfrazan de revolucionarios, de antisistema, de pueblo indignado. 

Pero debajo del disfraz siguen queriendo lo mismo: desmantelar derechos, blindar privilegios y eternizar el miedo como forma de gobierno.

El caso es de manual: Vox se presenta como la voz de los olvidados, pero vota contra limitar los precios del alquiler y contra subir el salario mínimo.

Trump se erige como campeón de la clase obrera, pero bajó impuestos a los multimillonarios y destrozó los sindicatos. 

Milei dice luchar contra la “casta” mientras privatiza lo público a manos de especuladores de élite. No están en contra del poder, solo quieren otro sitio en la mesa.

El robo del lenguaje es su táctica maestra. 

Hablan de libertad mientras construyen estados policiales. 

Usan el término “justicia social” para justificar deportaciones. 

Hablan de “familia” para aniquilar derechos LGTBI. 

Y gritan “feminismo” solo cuando pueden usarlo como garrote contra migrantes o musulmanes. 

La palabra se convierte en cáscara: sin contenido, sin memoria, sin historia. Solo un sonido útil.

CUANDO LA IZQUIERDA PIERDE LAS PALABRAS

Lo más trágico no es que la ultraderecha robe el lenguaje. 

Es que la izquierda ha renunciado a defenderlo. Las palabras “revolución”, “democracia”, “comunidad” o “justicia” han sido dejadas a la intemperie. 

Y donde hay vacío, alguien lo llena. A menudo, el enemigo.

Žižek lo dice claro: “la izquierda está fascinada con las formas y ha olvidado la sustancia”. No basta con corregir adjetivos ni matizar eslóganes.

 Hay que volver a disputar el relato con claridad, con crudeza, con sentido histórico. 

Porque si no lo hacemos, serán ellos quienes definan lo que significa “libertad” o “pueblo”. Y lo harán para robárnoslo.

En El cielo en desorden, Žižek retrata un mundo donde el capitalismo muta en tecnofeudalismo y los populismos autoritarios se hacen pasar por alternativas. 

El resultado es un “fascismo blando” que no necesita represión directa porque ya ha ganado la batalla del sentido común. La gente no vota contra sus intereses porque sea ignorante.

 Lo hace porque le han enseñado a nombrar la injusticia con palabras que no la combaten, sino que la perpetúan.

La ultraderecha no ha inventado nada. Solo ha entendido que ganar el poder cultural es más eficaz que ganar elecciones. 

Una vez que la palabra “patria” te pertenece, todo lo demás es administración. 

Y mientras tanto, las izquierdas continúan escribiendo manifiestos para convencerse a sí mismas de que siguen teniendo razón, aunque ya no tengan público.

Si permitimos que quienes detestan la igualdad hablen en nombre del pueblo, ya hemos perdido. No por las urnas, sino por las palabras. Y entonces el silencio no será una metáfora: será nuestra tumba.

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