*****La ofensiva rusa sobre la región de Járkov, en Ucrania, y el avance de las tropas rusas, sumado a la aprobación, por el Congreso de EEUU, de los 61.000 millones de dólares para el régimen ucraniano, han generado los comentarios y declaraciones más disímiles, desde los que anuncian la inminente victoria rusa hasta los que pregonan la victoria final del régimen de Kiev.
Hay una -comprensible- euforia atlantista, que ha llevado a afirmar que, cuando esos 61.000 millones se conviertan en armamento y municiones, la tortilla dará vuelta y las tropas ucranianas derrotarán a las rusas.
Poca atención ha recibido el hecho de que, hasta la fecha, la OTAN ha entregado 400.000 millones de dólares a Ucrania, con los resultados a la vista. Hay quienes jamás aprenden.
De las últimas derrotas del ejército ucraniano se culpa al retraso en la aprobación de esos ansiados 61.000 millones de dólares, sin que los gobiernos accidentales hagan cuentas y piensen que, si con los 400.000 millones ya entregados, no se logró nada, ¿qué lograrán 61.000 millones que, además, tardarán meses en llegar al campo de batalla?
Perdidos en sus propios deseos, el gallinero europeo sigue empeñado en una demoledora derrota de Rusia, olvidando que a una potencia nuclear no se la puede derrotar y que las únicas opciones son la victoria rusa, la diplomacia o la guerra total.
Presas y presos en su delirio belicista, también han olvidado el fracaso rampante del armamento entregado a Kiev.
Primero fueron los Javelin, que destruirían en masa los blindados rusos; siguió la artillería de largo alcance, que daría cuenta de la retaguardia; siguieron los supuestamente invencibles sistemas de misiles Patriot, para terminar con los tanques Leopard alemanes y los M1 Abrams de EEUU.
Ya sabemos la suerte que corrieron.
Las jabalinas daban en el blanco y no hacían mella; los misiles rusos y la contrabatería siguen dando cuenta de la artillería occidental; el sistema Patriot fue reventado por un misil hipersónico Kinzhal y de los tanques, qué decirles, ahí los tienen en Moscú, en exhibición, pues no aguantaron ni la arrancada.
En Rusia hacen el chiste sobre las declaraciones de los líderes occidentales, de que esos tanques llegarían a Moscú. Efectivamente, llegaron, dicen, pero como trofeos del ejército ruso.
Desde el principio de los tiempos, las guerras las ganan quienes tienen más población, más recursos económicos y materiales y mayor desarrollo industrial, conjunta y combinadamente, que se diría en términos militares.
No se preocupen en buscar, que no encontrarán ejemplos en contrario, aunque no haya regla sin excepciones.
La norma histórica es que Goliat vence a David, como EEUU vencería a México; China vapulearía a Japón (también a EEUU, no se hagan ilusiones los creyentes en Superman) e Irán arrasaría a Israel enfrentados a dúo, no con EEUU en medio.
Michael Gfoeller y David H. Rundell, en su artículo Time Is Running Out for a Negotiated Settlement in Ukraine, publicado el 3 de mayo de 2023, en The American Conservative, lo expresaron claramente:
“Las victorias en la Primera Guerra Mundial, la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Civil estadounidense no fueron determinadas por qué ejército tenía los generales más capaces y los soldados más valientes.
Esas guerras fueron ganadas por el lado con la población más grande y la base industrial más fuerte”.
Es otra forma de decir que deben distinguirse realidades de deseos; delirios de grandeza de los crudos hechos.
Japón no habría ganado nunca la guerra a EEUU, con o sin bomba atómica.
Era una simple cuestión de magnitudes. Japón tenía 378.000 kilómetros cuadrados por 9 millones EEUU; la población japonesa era de 73 millones de habitantes por 132 millones EEUU; Japón carecía de recursos minerales y energéticos, mientras EEUU nadaba en ellos.
Japón, además, a causa de su necesidad imperiosa de materias primas y alimentos, combatía en un arco de 7.000 kilómetros de largo, de Australia a Corea, lo que le obligó a dispersar su esfuerzo militar en un frente imposible de sostener.
Con todo, su agujero negro y fatal fue China, país de 9 millones de kilómetros cuadrados y 400 millones de habitantes.
El 50% del esfuerzo militar japonés estaba concentrado en China y otro 25% en sus alargadísimos frentes de guerra.
Japón sólo pudo dedicar el 25% de su potencial militar a EEUU, que, en cambio, destinó el 90% de sus recursos a la guerra con Japón.
Aun así, EEUU sólo aceptó abrir un segundo frente en Europa, en junio de 1944, después de dar por hecho su victoria sobre Japón (dato a analizar, pues, en la IIGM, EEUU no quiso dispersar su esfuerzo bélico, concentrándolo casi todo en Japón.
En el presente ocurre lo contrario: EEUU tiene disperso su ejército en 800 bases militares, con medio planeta convertido en un colosal y disparatado frente de guerra).
El otro hecho esencial es el humano, tecnificado y experimentado, no en masa.
La masa, en las guerras, es carne de cañón, que es lo que está pasando en Ucrania.
Mientras no existan ejércitos de ‘terminators’, las guerras las seguirán realizando personas humanas (las hay jurídicas, pero esas no combaten) y serán esas personas las que deban manejar las máquinas, todas.
En un análisis sobre el conflicto ucraniano (Reinforcing Failure in Ukraine), el coronel ® Douglas MacGregor, ex asesor del gobierno Trump, recoge estos antecedentes históricos, que vale citar íntegramente, por su claridad:
“Los líderes militares y civiles estadounidenses rutinariamente ignoran el registro histórico y sus lecciones. Lo más importante es que ignoraron la importancia del capital humano uniformado que frecuentemente constituye el margen de victoria en la guerra.
“De los millones de soldados alemanes que marcharon hacia Rusia [en 1941], aproximadamente entre 450.000 y 500.000 fueron asignados a la fuerza blindada móvil de Alemania, el poder ofensivo que rápidamente aplastó a sus oponentes polacos, británicos, holandeses, belgas y franceses.
Estos soldados eran los mejores de los mejores y contaban con la mayor parte del equipamiento moderno.
“Fueron necesarios cuatro años, de 1939 a 1943, para desgastar este elemento central hasta el punto en que las ofensivas alemanas a gran escala ya no fueran posibles.
El dato fundamental que hay que recordar es que, hasta octubre [de 1943], 55.000 oficiales alemanes habían muerto en combate. Estos oficiales alemanes se encontraban entre los mejores y más experimentados oficiales del ejército.
Realizaron las brillantes maniobras que llevaron a la mal equipada Wehrmacht a las puertas de Moscú en una guerra en tres frentes: Europa occidental, el Mediterráneo y Europa oriental.
Lo dirigieron durante las ofensivas que culminaron en las batallas de Kursk y El Alamein.
“Un problema similar aquejaba a la Luftwaffe. La industria alemana podía proporcionar aviones de combate modernos, pero la Luftwaffe no podía reemplazar las pérdidas de sus mejores pilotos, como tampoco el ejército alemán podía reemplazar a sus mejores oficiales.
“Mientras tanto, el almirante Isoroku Yamamoto entendió mejor que nadie la importancia del capital humano en uniforme. Yamamoto no sólo quería atacar y aniquilar la flota estadounidense en Pearl Harbor, sino que también quería apoderarse de las islas hawaianas, declarando: "Para derrotar a la Marina estadounidense debemos matar a sus oficiales".
Yamamoto comprendió cuánto tiempo llevaba entrenar y preparar a los oficiales de la Armada. En última instancia, el ataque de Japón a Pearl Harbor permitió a las fuerzas estadounidenses acabar con lo mejor que tenían las fuerzas armadas imperiales japonesas en el aire y en el mar.”
Más claro es difícil decirlo. Y si lo dice un ex alto militar gringo que, además, fue asesor del derechista presidente Trump -no un asesor personal del presidente Vladimir Putin-, mucho mejor. No podrá la batería desinformativa del gallinero decir que es manipulación perversa de los archi-perversos rusos, capaces de cualquier cosa.
Desde el inicio de la operación especial rusa, Ucrania ha perdido tres ejércitos.
El primero fue el heredado de las FFAA soviéticas, destruido en los primeros seis meses de la operación.
El segundo fue el creado por la OTAN, de las decenas de miles de soldados entrenados en bases atlantistas dentro y fuera de Ucrania.
El tercero y, sin duda, el más preparado, fue el lanzado en la propagandizada contraofensiva del pasado verano europeo.
En total, el régimen ucraniano ha perdido medio millón de soldados en cifras redondas, como demuestran los interminables nuevos cementerios, creados para enterrar tan aterradora cifra de muertos.
Una enorme cantidad de oficiales cualificados forman parte de ese medio millón de bajas, siendo la pérdida más relevante sufrida por Ucrania durante esta guerra.
Esa oficialidad fue entrenada durante más de un año y con mimo por la OTAN, que puso todas sus esperanzas en el éxito de la contraofensiva ucraniana.
La carencia cada vez mayor de oficiales competentes ayuda a comprender tanto los fracasos militares del ejército ucraniano, como su elevado número de bajas.
Vamos ahora a la realidad demográfica ucraniana.
Según el Instituto de Demografía y Calidad de Vida de Ucrania -entidad oficial-, la población del país (dentro de las fronteras de 1991) y a finales de 2023, había descendido de 42 a 35 millones de habitantes en dos años.
Para el subdirector de dicho Instituto, Oleksandr Hladun, tales cifras coinciden con los datos de NNUU, dados por el ACNUR, que computa 6,5 millones de refugiados ucranianos, de los cuales 1,2 millones están Rusia.
Tomando en cuenta que los datos se cuentan a partir de las fronteras que 1991, que ya no existen, a los 35 millones computados se le deben restar dos millones en Crimea; seis millones del Donbás; un millón de Jerson y 1,7 millones de Zaporiyia.
Total, unos 10 millones de habitantes, lo que dejaría la población real de Ucrania en 25 millones de habitantes.
Rusia da una cifra de 19-20 millones, por cuanto el número de ucranianos en Rusia se cifra en seis millones y Rusia da por hecho que el número de refugiados es mayor.
Haga quien haga las cuentas, la población de Ucrania es, en el mejor de los casos, la mitad de la que poseía la República Socialista Soviética de Ucrania: 51 millones de habitantes.
Agreguemos otros datos.
Los diez millones de migrantes y refugiados ucranianos son, masivamente, personas jóvenes, menores de cuarenta años.
Una vasta mayoría de ellos no piensa regresar (un fenómeno común al hecho migratorio), lo que implica que Ucrania está a un paso del colapso demográfico, pues ha perdido, desde 1991, a casi una generación entera de jóvenes, que era la población de reemplazo de la que hoy ronda los 50-60 años.
Peor si cabe. Las autoridades rumanas informaron, hace pocos días, que unos 11.000 hombres ucranianos habían cruzado la frontera irregularmente desde el inicio de la escalada (agosto de 2023), con 19 fallecidos, la mayoría ahogados en el río Tisza y los demás muertos por congelación en zonas montañosas.
Según la agencia nacional de noticias de Ucrania, 'Ukrinform', desde la instauración de la ley marcial, las autoridades han desmantelado 450 grupos dedicados a la salida clandestina de personas del país.
Más ilustrativo es el dato de esta agencia, de que unas 120 personas son detenidas en la frontera cada día, la mayoría porque no pueden probar el motivo de viaje.
Eso quiere decir que, cada cien días, 12.000 ucranianos en edad militar son detenidos al querer abandonar Ucrania clandestinamente.
La ‘desaparición’ de jóvenes en Ucrania es tan grave que, hace pocos días, una joven ucraniana, residente en un país europeo, declaró (y no lo tomen a chiste) que no regresaba a Ucrania porque no había jóvenes con los que se pudiera salir.
Otras muchas dieron ‘like’ al comentario, que dice más de la realidad del país que cualquier reportaje de un medio de información mercenario.
Puestos a contar cosas, no pueden omitirse los comentarios del general polaco Waldemar Skrzypczak en una entrevista a la revista Fronda:
“Tienen escasez de soldados entrenados.
Se trata de errores políticos causados, en primer lugar, por la renuencia de Kiev a tomar una decisión sobre la movilización.
El segundo es el robo de dinero.
Sí, Zelensky prometió luchar contra la corrupción y la fuga de fondos, pero hace poco al respecto; incluso dicen que personas de su círculo íntimo se dedican al robo.
Como resultado, el ejército ucraniano no tiene nada con qué luchar.
Hay un robo al propio ejército, a los propios soldados. Vi un vídeo sobre lo que comen los soldados ucranianos en las trincheras. Seré sincero, no se lo daría a mi perro”. Ése, un amigo.
Otro más.
Daniel-Dylan Boehmer escribió en la revista alemana Die Welt, a principios de mayo de 2024, lo siguiente: “Ucrania se está quedando sin personal militar. La caída de la moral también se debe al mediocre apoyo de Alemania. Muchos jóvenes ucranianos se preguntan por qué deberían morir en un conflicto armado que no pueden ganar. […] Sólo en la frontera con Rumania, y sólo en los últimos meses, las autoridades ucranianas han detenido a más de seis mil compatriotas que intentaron evitar el servicio militar obligatorio abandonando secretamente el país”.
Esto escriben los amigos del régimen ucraniano en público. Para temblar lo que dirán en privado.
Tal es la situación real del régimen que, dice la OTAN, va a derrotar a Rusia, país con 160 millones de habitantes, 17 millones de kilómetros cuadrados, poseedor de recursos naturales infinitos y con el más productivo complejo militar-industrial del mundo.
Ucrania, que no tiene población, ni industria, ni energía, ni…
No creemos necesario hacer glosas. En marzo de 2022 escribimos que la decisión de la OTAN de ir a la guerra contra Rusia era el mayor error estratégico del Accidente colectivo.
Un error del que se arrepentirían décadas.
O, para decirlo con palabras de José Fouché, ministro de policía de Napoleón, después de que Bonaparte condenara a muerte al inocente duque de Enghien, ir a la guerra contra Rusia “Ha sido peor que un crimen; ha sido un error”.