**** Emmanuel Macron, el polémico presidente francés que expira, dijo la semana pasada que 'no descarta una intervención directa de las tropas de la OTAN para impedir la victoria de Rusia en Ucrania'.
Fuertes e inusuales palabras que rompen el tabú atlántico de la intervención directa contra Moscú pero que el propio Macron, pocos días después, dijo que habían sido "razonadas y ponderadas".
Cabe preguntarse si el inquilino del Elíseo (que hace un año dijo que "no humillaba a Rusia") hablaba a título personal o si, más probablemente, recibió instrucciones de hacerlo para tantear qué respuesta llegaría de Moscú y qué consenso obtendría entre sus aliados europeos; al fin y al cabo, Macron está al final de su carrera política, por lo que no tiene por qué preocuparse de las consecuencias políticas.
Al parecer, sus palabras no fueron compartidas por otros miembros europeos de la Alianza Atlántica, que se distanciaron de Macron.
¿Está, pues, aislado el presidente francés?
Ni mucho menos. Estados Unidos había comentado sus palabras diciendo que "no hay planes preparados para esta eventualidad", pero esto sonaba más a asentimiento que a desacuerdo con el inquilino del Elíseo, que en realidad hablaba de una eventualidad inminente, no inmediata.
Para despejar dudas llegó el secretario de Estado de Defensa, Lloyd Austin, que fue aún más directo: "Si Ucrania es derrotada, le tocará a la OTAN entrar en combate".
En este punto, los europeos guardaron silencio.
La reacción rusa no se hizo esperar. Moscú dijo que "no le sorprendía" lo que había dicho el presidente francés; sabe perfectamente que la OTAN lleva ya dos años operando en Ucrania con su personal militar disfrazado de mercenarios.
Algunos países, en particular la propia Francia, pero también Canadá, Australia e Inglaterra, han sufrido grandes pérdidas de su personal militar.
Todo el mundo sabe que operaciones como el bombardeo del puente de Crimea, la explosión del gasoducto Nord Stream, los ataques a barcos rusos en el Mar Negro y a países rusos cerca de la frontera con Ucrania fueron obra de comandos de la OTAN, y desde luego no de Kiev.
Confirmando esto, Moscú ha revelado diálogos interceptados entre altos generales del ejército alemán discutiendo acciones militares en Crimea y quejándose de la negativa de Sholtz a suministrar misiles Taurus de largo alcance a Kiev.
Putin, al aconsejar a EE.UU. y a la UE contra nuevas aventuras, recordando cómo ya en tres fases diferentes de la historia sus invencibles ejércitos han sido destruidos en territorio ruso, advirtió a los europeos que las capacidades militares de Moscú están ahora en su punto más desarrollado y que cada país de la OTAN se convertiría en un objetivo convencional y nuclear.
Un escenario de pesadilla, porque si para Occidente Ucrania es un asunto geoestratégico de riesgo, para Rusia una Ucrania con misiles de la OTAN es un gravísimo asunto de seguridad nacional, sobre el que, como sabemos, el Kremlin no bromea.
Si se produjera una entrada formal de la OTAN del lado de Kiev, la Tercera Guerra Mundial pasaría de hipótesis dramática a trágica realidad.
Apoyando a Macron estaba Von der Leyen, quien, en tono histérico y ampuloso, lanzó la carrera armamentística europea, calificándola de prioritaria, llegando a comparar la emergencia Covid 19 con la militar.
Después de haber impedido una sola iniciativa diplomática europea en dos años, la UE ayuda a Biden construyendo un clima de alarma generalizada sobre un posible conflicto abierto en el continente europeo con palabras que deberían enmarcarse en el clima general de llamada a las armas que la OTAN está fomentando con una campaña obsesiva y falsa sobre las amenazas rusas a Europa.
En términos tácticos, se trata, por un lado, de asustar a Moscú y, por otro, de presionar al Congreso estadounidense, que se resiste a votar el nuevo paquete de ayuda a Ucrania: la mayoría republicana está en contra de invertir más recursos en la guerra de Kiev.
Las propias palabras de Trump sobre la Alianza Atlántica y la amenaza de abandono de la "insolvente" Europa a sí misma han hecho temblar a los aparatos políticos y militares de los 27, dada la incapacidad financiera, la imposibilidad militar y las dificultades políticas que surgirían si la UE prescindiera de la contribución estadounidense a Europa.
Más aún ahora que la ruptura con Moscú expone a Bruselas a una fase de incertidumbre político-estratégica y fragilidad operativa debido a los almacenes de guerra medio vacíos.
La disparatada estrategia occidental, que llega a planear un conflicto OTAN-Rusia, es el resultado de otra bazofia ideológica disfrazada de análisis por sus expertos
Dos años después se demuestra que la idea de aplastar a Rusia con sanciones y armas no era una gran idea. Moscú sabía cuál sería la reacción occidental ante la Operación Militar Especial, que privaría a Estados Unidos de su estación de espionaje, militar y financiera en el corazón de Europa, verdadera punta de lanza de la agresión contra Rusia.
Ahora se intenta trasladar la confrontación con Rusia al terreno militar, pensando que se puede repetir lo que ocurrió a principios de los años ochenta con Reagan, que puso de rodillas a la economía soviética bajo el peso de las inversiones militares que se vio obligada a realizar.
Se trata de otro error, porque la Rusia de hoy es muy diferente tanto financiera como política y militarmente, y la cautela propia de la URSS -comprometida con una política global de coexistencia pacífica- no puede ser reproducida hoy por un Kremlin que, ante las amenazas contra Rusia, no vacila en nombre de la razón política.
El de la OTAN es el último y peligroso error de una larga serie.
Decían que Moscú había calculado mal con los ucranianos, pero en realidad Occidente había calculado mal con los ucranianos, que con las sanciones creyeron en una retirada rusa que se iría económicamente a pique y que eso facilitaría aún más la entrada de Kiev en la OTAN.
En cambio, Moscú se había preparado a tiempo y sin el conocimiento ni de Washington ni de Bruselas, a pesar de los célebres servicios de inteligencia occidentales, literalmente cogidos por sorpresa por los inmediatos entendimientos políticos y comerciales que Putin había tejido con todo el Sur global.
El cierre del mercado europeo a las exportaciones rusas sólo ha causado perjuicios a Europa, y el intento de tensar la economía rusa de vicio, como demuestran los datos sobre la economía rusa, ha sido más un estímulo al crecimiento que un motivo de crisis.
En el frente militar, en cambio, la fuerza de Moscú se ha confirmado -como en Siria- y ella sola frente a 31 países de la OTAN está ganando en el campo de batalla ucraniano, a pesar de que ha librado y dirigido una guerra centrada en objetivos militares y no en el exterminio de la población civil como las occidentales en Afganistán, Irak, Yemen, Siria o Gaza.
La palabra paz ha sido expurgada del vocabulario de la actual clase dominante occidental (la peor de la historia) que arriesga el fin de la humanidad para continuar con su permanente robo de los recursos de todo el planeta, necesarios para mantener su fracasado modelo.
En EEUU se estudia la opción de una guerra nuclear táctica en suelo europeo, y no desde hoy. En ciertos círculos se preferiría a reconocer la derrota de Ucrania y la victoria de Rusia, lo que obligaría a EEUU y sus anexos a reconocer un fracaso estratégico.
Por eso harán todo lo posible para que no ocurra. Porque definiría a Ucrania como el lugar del declive definitivo de Occidente, el fin de la potencia capaz de determinar los acontecimientos mundiales, imponer su fuerza y controlar los mercados y los recursos, decretando el fin del imperio más poderoso, extenso y criminal de la historia.
por Fabrizio Casari