17 de Julio, Día de la Alegría Nacional, en el 43 Aniversario del Triunfo de la Revolución Popular Sandinista.
En memoria de los inmortales.
“La verdad está de nuestra parte y toda la vida trabajaremos por ella ¡esa es toda nuestra culpa!”
“Instrúyanse, porque necesitamos toda nuestra inteligencia.
Conmuévanse, porque necesitamos todo nuestro entusiasmo.
Organícense, porque necesitamos de toda nuestra fuerza.”
Antonio Gramsci (1891 – 1937).
Un proceso revolucionario auténtico es un largo camino en el que cada paso es progreso, el no retroceder y continuar avanzando son una victoria, está plagado de obstáculos, no exento de contradicciones e imperfecciones humanas, es asediado por múltiples agresiones y traiciones para atemorizar, desesperar, confundir, descalificar, descarrilar, fracturar, agotar e impedir el horizonte que se construye desde las premisas del pasado, en la realidad de las circunstancias y la dinámica cambiante de los acontecimientos internos y globales y, principalmente, por la persistencia de avanzar y vencer, superando las adversidades con firmeza, sin permitir fisuras, con cohesión de propósito e inalterable voluntad popular.
En Nicaragua, el 19 de julio de 1979, con el triunfo de la Revolución Popular Sandinista, no sólo se cerró la larga y dolorosa noche de la historia de dependencia externa y sumisión, terror y arbitrariedad, arraigada desigualdad e inhumana exclusión social, predominio oligarca y elitista, sino también se abrió un nuevo e irreversible proceso permanente de transformaciones y esperanzas.
Es cierto, lo señaló Fidel Castro: “La revolución empieza ahora. La revolución no será una tarea fácil.
La revolución será una empresa dura y llena de peligros”.
Fue la ruptura de las cadenas, el desmantelamiento de los instrumentos de sometimiento y un giro radical que abrió las puertas hacia la libertad (¡eso es revolución!) para rescatar la dignidad humana, conquistar la soberanía, construir independencia y marcar el rumbo que, con alegría, sacrificio y buena voluntad, como la Pascua luminosa que iniciaba el Éxodo del pueblo de Dios al salir de la esclavitud por las garras opresoras del faraón, inauguraba el camino de la liberación hacia la “Tierra prometida”, cuando, como dijo Tomás Borge: “El amanecer dejó de ser una tentación” y Engels escribió antes: “una nueva y real verdad surge en el horizonte como el amanecer de la mañana…”.
Hay que vivir el proceso, un presente intenso de lucha, cambios y compromisos, conocer la historia, no para anclarnos en ella sino para no olvidar el pasado y construir un futuro duradero y compartido, desde la profunda esencia evangélica de equidad, solidaridad y opción preferencial por los pobres. Mons. Oscar Romero, mártir y santo de América, dijo en 1977: “Es inconcebible que se diga a alguien ‘cristiano’ y no tome, como Cristo, una opción preferencial por los pobres”.
Se rema contra la corriente en un agitado mar de incomprensiones, manipulaciones y amenazas injerencistas, sanciones, bloqueos y terrorismo económico y mediático que violentan derechos humanos y violan el derecho internacional por parte de quienes pretenden justificar sus actos brutales con mentiras e imponer “su verdad hegemónica” desde la superioridad imperial y colonial excluyente, anacrónica y decadente.
La barca que navega, la caravana que avanza indetenible con las banderas izadas conquistando victorias y superando errores, deben ser sólidas para superar la tempestad, mantener firme el curso, ajustarse con flexible creatividad, pero sin perturbarse por las dificultades, sin permitir el desánimo, superando todos los miedos y amenazas, sin cerrar los ojos, sin descuidar la atención a los vientos ni a las olas turbulentas que implacables arremeten, sin amedrentarse por el “ladrido de los perros que aúllan”.
En el camino, frente a la dificultad, ante los halagos y las prebendas, ante los chantajes y doblegados por el miedo, ante la confusión y aturdidos por la desinformación, unos abandonan y otros siguen, unos se unen y otros huyen, mientras unos se empeñan por el bien común, otros olvidan la esencia del propósito revolucionario y caen en la trampa de la ignominia, la corrupción y el oportunismo, como dijo Sandino: “Por el carácter que toma la lucha, los débiles, los cobardes y los pusilánimes nos abandonan”.
Luis Hidalgo, un experimentado mecánico de aviación, explicaba cómo la pequeña fisura del fuselaje de un avión o en el desajuste de los remaches puede, si vuela, por la presión y el viento, destruirlo y derribarlo a tierra.
También la reventadura, en apariencia ligera, del vidrio delantero del carro cuya insignificancia se extiende por todo el espacio hasta fracturar el cristal, volviéndolo un riesgo que se fragmentará por la velocidad; o la gotera en el techo que terminará inutilizando el cielo raso y expandiendo las filtraciones; la rendija entre las láminas de zinc por donde se filtra la lluvia en tiempos torrenciales por alguna tormenta tropical; o la diminuta rendija en la casa por donde se escabulle el ratón o la cucaracha para hacer nido, alimentarse y contaminar; o la minúscula apertura en el empaque de los alimentos por donde se filtra el aire y cualquier alimaña para descomponer y degradar… Cuando una rendija o fisura se abre, todo será cuestión de tiempo y a veces de circunstancias, entrará el intruso invasor y, el Caballo de Troya, desde dentro, se pondrá en evidencia para fragmentar y destruir.
Cuando en Nicaragua, cuatro decenas de personas se prestan a la violencia y la manipulación como instrumentos desestabilizadores e injerencistas de agencias extranjeras, cuando unas pocas decenas de organizaciones son utilizadas desvirtuando su propia constitución como mecanismos para financiar, socavar y sembrar zozobra; cuando algunos, desde la investidura de empresarios, religiosos, diplomáticos y plataformas de la desinformación envenenan y difunden odio y miedo, incitan al terror y riegan cizaña, alterando su naturaleza legítima y cívica, entonces, el estado y la sociedad, están obligados a actuar con prontitud y firmeza en defensa de la revolución popular a la que amenazan fracturar y derribar para impedir que continúe el camino de prosperidad social y de paz.
No se puede permitir la impunidad cuando se atenta contra el bien mayor que beneficia e interesa a la inmensa mayoría, se requiere actuar con celeridad e inteligencia, pero también con generosidad, capacidad de tolerancia y de diálogo, sin crear vulnerabilidades ni caer, aunque con buena intención, en la ingenuidad que el agresor aprovecha para destruir sin contemplaciones.
Es indispensable evitar las fisuras, cerrar las rendijas, sellar las grietas, impedir las fracturas, fortalecer la cohesión revolucionaria que sustentan los principios y la visión del propósito fundamental, hacer invulnerable el fuselaje, impenetrable el techo, sólida y compacta la marcha para que continúe avanzando hacia nuevas victorias.
Es preciso superar las amenazas y anticiparse al riesgo con los instrumentos jurídicos e institucionales del estado de derecho (que no es “estado de derecha”), con la movilización y organización popular, con la educación y la divulgación de la verdad, con la puesta en evidencia de las mentiras que proliferan y alimentan la desinformación para manipular las conciencias; evitar a los oportunistas de ayer, de hoy y de siempre, a los que se evidencian y quienes se esconden en las apariencias, a los que piden ser comprados y se ofrecen al mejor postor, a los que abren la puerta al invasor y permiten que se asiente la desconfianza y el resentimiento, a los que son contaminados por el poder y la riqueza, a quienes buscan provecho personal y sacrifican el bienestar general, a los que son capaces de anclar su tienda bajo cualquier árbol y en cualquier terreno sin importar los principios, sin soportarse en valores como el patriotismo, la fidelidad, el servicio y la solidaridad; a los que tiran la piedra y esconden la mano, a los que se tapan la cara y evaden las responsabilidades, a los que critican sin hacer nada, descalifican todo y se empantanan en “encontrar el pelo en la sopa”, a las “aves de mal agüero” y en quienes prevalece la mala voluntad, a los que pierden de vista lo esencial y no ven el bosque, a quienes la adulación degrada la conciencia y quienes se ufanan de aplausos superficiales, protagonismo egoísta y pasajero…
Estamos obligados, desde el poder, desde la palabra y la acción, desde la voz de Sandino que dijo: “¡aquí no se rinde nadie¡”, a impedir fisuras, a superar las rendijas frente a la despiadada agresión imperial y colonial que sin escrúpulos se filtra si nos descuidamos, (como dicen los refranes: “camarón que se duerme, se lo lleva la corriente” y “el que parpadea pierde”) para truncar el camino de una revolución heroica y triunfante que continúa activa, evolucionando y expandiendo su ejemplo de dignidad y cambio desde un modelo propio, comunitario, solidario, cristiano y socialista.
La revolución social es democracia popular que permita prosperidad integral a todos y todas, en particular a los más vulnerables, rompe con los vergonzosos desequilibrios económicos, sociales y culturales que fomentan la desigualdad y la exclusión, proporciona una vida en dignidad con acceso a: educación, salud, seguridad social, trabajo, servicios básicos, seguridad, diversión y desde la propia identidad individual y colectiva, reconociendo su origen, tradiciones y creencias, cultiva la convivencia, el respeto mutuo y la solidaridad (sin solidaridad no hay revolución) como condiciones para la búsqueda de la felicidad porque un mundo mejor siempre es posible.
No se confundan, no nos dejemos atormentar por “cantos de sirena”, la izquierda latinoamericana no puede desubicarse ante la descomunal campaña de agresión, es una verdad que la esencia de la revolución prevalece.
Cuando el imperialismo y sus tentáculos locales financian e instruyen para minar un proceso revolucionario, cuando utilizan organismos y voces disonantes para repetir su discurso, lo que hay es agresión e injerencia para desmontar los cambios político-sociales legítimos que estamos obligados a defender con firmeza.
¿Quién ha promovido los golpes de estado e invasiones en América Latina?
Recordemos algunos: Guatemala (1954), República Dominicana (1963), Chile (1973), Honduras (2009), Bolivia (2019), … No han sido los gobiernos que son dóciles instrumentos de dependencia los blancos de la agresión norteamericana, si no que las intervenciones, acciones desestabilizadoras y golpes de nuevo y viejo tipo han sido contra gobiernos de izquierda democráticamente electos que desde su dignidad soberana emprendían cambios políticos, sociales y económicos para romper la exclusión elitista y por el bien común de sus pueblos.
Mientras un proceso político revolucionario cuente con apoyo popular, porque, como dijo Sandino “mientras Nicaragua tenga hijos que la amen, Nicaragua será libre”, un liderazgo político cohesionado y unido al propósito esencial e imperecedero que inspiró la victoria de julio de 1979 será imposible vencerlo.
Solo cuando se fragmenta por dentro, cuando se fractura y desmoviliza la organización popular, cuando las instituciones de defensa y seguridad se entregan al invasor extranjero, es entonces cuando una revolución verdadera, democrática y popular puede ser truncada.
Allí está Cuba, invulnerable, sólida, ejemplar, heroica y siempre solidaria, después de más de seis décadas de agresión e inhumano bloqueo, sobreponiéndose a las adversidades, venciendo todos los ataques arbitrarios.
Aquí está la República Bolivariana de Venezuela heredera de Bolívar, con el socialismo del siglo XXI, descalificada por el terrorismo mediático y la diplomacia del “Gran Garrote”, víctima de robo descarado y acciones caricaturescas por la desesperada injerencia que fracasa al pretender romper la tenacidad venezolana que, desde Chávez, sigue imperturbable, superando con persistente creatividad popular y entereza revolucionaria al descarado agresor de todos los tiempos.
Aquí estamos, desde el centro de América, en la Centroamérica de la resistencia indígena contra el invasor de Tecùn Umán, Lempira, Atlácatl, Diriangèn y Nicarao, de la lucha por la independencia y la unión de Tomás Ruiz y Morazán, de la defensa contra los filibusteros con Rafaela Herrera, Andrés Castro, José Dolores Estrada y Juan Santamaría, de la independencia cultural de Darío, Gómez Carrillo, Turcios, Monterroso, Montufar, Cardoza y Aragón, Asturias, Leonel Rugama y Roque Dalton, de la conquista de la soberanía de Àrbenz y Torrijos, de la opción preferencial por los pobres de Oscar Romero, Odorico d`Andrea y Miguel d`Escoto, de la lucha antiimperialista de Farabundo Martí y Augusto C. Sandino, aquí Nicaragua siempre:
¡Aquí Nicaragua libre!
¡Viva la Revolución Popular Sandinista!
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