El diputado suizo y ex jefe de redacción del diario La Tribune de Genève, Guy Mettan, retrata al saltimbanqui que hoy hace el papel de presidente en Ucrania. Y nos cuenta cómo este payaso se convirtió en aliado de los banderistas y está instaurando una dictadura a la medida de esos admiradores de los nazis.
«Héroe de la libertad», «Hero of Our Time», «Der Unbeugsame», «The Unlikely Ukrainian Hero Who Defied Putin and United the World», «Zelensky, l’Ukraine dans le sang» [en español, “Zelenski, Ucrania en la sangre”]. Fascinados por la «sorprendente resiliencia» del comediante milagrosamente convertido en «líder de guerra» y en «salvador de la democracia», los medios y los dirigentes de Occidente ya no saben a qué superlativo recurrir para cantar loas al presidente ucraniano.
Desde hace 3 meses, el jefe del Estado ucraniano aparece diariamente en las primeras planas de periódicos y revistas, al principio de los noticieros de televisión, inaugura por videoconferencia el Festival de Cannes, arenga a los parlamentos, felicita o amonesta a jefes de Estado y/o de gobierno diez veces más poderosos que él con un éxito y un sentido táctico que ningún actor de cine o dirigente político había mostrado nunca antes que él.
¿Cómo no quedar subyugado por el encanto de este Mr. Bean ucraniano que, después de haber conquistado al público con muecas y extravagancias –como pasearse desnudo por una tienda o imitar a un pianista haciendo música con su sexo– ha sabido cambiar en una noche sus payasadas y sus juegos de palabras escabrosos por una camiseta verde, barba de una semana y palabras graves para alentar a sus tropas ante la embestida del infame oso ruso?
Desde el 24 de febrero, Volodimir Zelenski ha demostrado ser, incuestionablemente, un artista de la política internacional, dotado de un talento excepcional. Quienes habían seguido su carrera de cómico no se sorprendieron porque ya conocían su innato sentido de la improvisación, sus dotes miméticas y su audacia a la hora de representar un papel. La manera como hizo su campaña electoral, derrotando en pocas semanas –entre el 31 de diciembre de 2018 y el 21 de abril de 2019– a adversarios tan difíciles como el ex presidente Porochenko, movilizando su equipo de producción y sus generosos donantes oligarcas, ya era prueba de la magnitud de su talento. Pero todavía le quedaba un as en la manga y está utilizándolo.
TALENTO PARA EL DOBLE JUEGO
Sin embargo, como a menudo sucede, la fachada raramente se parece a lo que hay detrás de ella. La luz de los reflectores suele esconder más de lo que muestra. Y, cuando se comprueba que la realidad es menos positiva, se ve que tanto sus realizaciones como jefe de Estado como su actuación en el papel de defensor de la democracia dejan mucho que desear.
Ese talento para el doble juego, Zelenski viene a demostrarlo desde el momento mismo de su elección. Basta recordar que resultó electo con un impactante 73,2% de los votos, habiendo prometido que acabaría con la corrupción, que conduciría a Ucrania por el camino del progreso y de la civilización y, sobre todo, que restauraría la paz con los rusoparlantes del Donbass.
Pero, en cuanto fue electo, Zelenski traicionó todas sus promesas tan descaradamente que su índice de popularidad era un magro 23% en enero de 2022, quedando incluso lejos de sus dos principales adversarios.
Ya en mayo de 2019, para contentar a los oligarcas que lo financiaron, el recién electo Zelenski emprendió un gran programa de privatización de la tierra que abarcó 40 millones de hectáreas de excelentes tierras agrícolas, afirmando que la moratoria sobre la venta de tierras haría perder miles de millones al PIB de Ucrania.
En la estela de los programas de «descomunización» y «desrusificación» iniciados después del golpe de Estado proestadounidense de febrero de 2014, Zelenski emprendió una vasta operación de privatización de los bienes del Estado, de austeridad presupuestaria, de abrogación de leyes sobre el trabajo y de desmantelamiento de los sindicatos, lo cual molestó a la mayoría de los ucranianos, que no habían comprendido lo que el candidato Zelenski consideraba «progreso», «occidentalización» y «normalización» de la economía ucraniana. En un país que en 2020 registraba un ingreso por habitante de 3 726 dólares frente a los 10 126 dólares del adversario ruso –y teniendo en cuenta que en 1991 el ingreso medio en Ucrania era superior al de Rusia– la comparación no es precisamente favorable. Es por ende comprensible que los ucranianos no aplaudieran esa enésima reforma neoliberal.
En cuanta a la «marcha hacia la civilización», esta tomó la forma de otro decreto que –el 19 de mayo de 2021– garantiza el predominio de la lengua ucraniana y prohíbe el idioma ruso en todas las esferas de la vida pública, administraciones, escuelas y comercios, para gran satisfacción de los nacionalistas y estupefacción de los rusoparlantes del sudeste del país.
UN PATROCINADOR EN FUGA
En el frente de la corrupción, el balance no es mejor. En 2015, el diario británico The Guardian estimaba que Ucrania era el país más corrupto de toda Europa. En 2021, Transparency International, una ONG occidental con sede en Berlín, clasificaba a Ucrania en el lugar 122 del ranking mundial de la corrupción –la odiada Rusia estaba en el lugar 136. Nada brillante para un país que dice ser un ejemplo de virtud frente a los bárbaros rusos.
En Ucrania, la corrupción está en todas partes, en los ministerios, las administraciones, las empresas públicas, el parlamento, la policía y hasta en la Alta Corte de Justicia Anticorrupción, ¡según el Kyiv Post! Los diarios observan que en Ucrania no es raro ver a los jueces en Porsche.
El principal patrocinador de Zelenski, el oligarca Ihor Kolomoiski, residente en Ginebra donde posee lujosas oficinas con vista al lago, está lejos de ser el menos importante de los personajes que se benefician con la corrupción reinante en Ucrania. El 5 de marzo de 2021, [el secretario de Estado estadounidense] Antony Blinken –quien seguramente no podía hacer otra cosa– anunció que el Departamento de Estado de Estados Unidos había bloqueado los fondos de Kolomoiski y le prohibía pisar suelo estadounidense debido a «una implicación en un significativo acto de corrupción».
Lo cierto es que se acusaba a Kolomoiski de haber malversado 5 500 millones de dólares del banco público Privatbank. Pero casualmente el buen Ihor es el principal accionista de la empresa petrolera Burisma… que daba empleo a Hunter Biden, hijo del hoy presidente de Estados Unidos Joe Biden. Hunter Biden cobraba en Burisma la “módica” suma de 50 000 dólares mensuales y hoy está sometido a investigación por el fiscal del Estado estadounidense de Delaware. Sabia precaución: la medida del Departamento de Estado impide que Kolomoiski, hoy convertido en persona no grata en Israel y al parecer refugiado en Georgia, pueda entrar en Estados Unidos para comparecer como testigo ante la justicia.
Este mismo Kolomoiski, individuo decididamente inevitable en esta Ucrania que marcha hacia «el progreso», es quien financió toda la carrera de Zelenski como actor y además está implicado en el escándalo de los Pandora Papers, revelado en la prensa en 2021. En los Pandora Papers nos enteramos de que desde 2012 la televisora ucraniana 1+1, propiedad del sulfuroso oligarca Kolomoiski, entregó a su vedette Zelenski no menos de 40 millones de dólares y de que –poco antes de ser electo presidente y con ayuda de sus más cercanos colaboradores, los dos hermanos Shefir, uno de los cuales es el autor de los guiones de Zelenski mientras que el otro es el jefe de la inteligencia ucraniana (SBU), y del productor y propietario de Kvartal 95, la empresa de producción de esos personajes– Zelenski transfirió prudentemente sumas considerables a varias cuentas offshore abiertas a nombre de su esposa mientras adquiría 3 apartamentos no declarados en Londres que le costaron 7,5 millones de dólares.
Este gusto del «servidor del pueblo» -así se llaman la serie de televisión que lo dio a conocer y su partido político– por el confort no proletario se ve confirmado por una foto que apareció brevemente en las redes sociales, antes de ser rápidamente eliminada por los fact-checkers anticomplotistas. Aquella foto mostraba a Zelenski disfrutando en un palace tropical a varias decenas de miles de dólares la noche, cuando supuestamente estaba pasando sus vacaciones de invierno en una modesta estación de ski de los Cárpatos.
Ese arte de la optimización fiscal y los asiduos encuentros con oligarcas no precisamente recomendables no parecen ser muestra de un compromiso incondicional del presidente Zelenski en contra de la corrupción. Como tampoco lo es el hecho de haber tratado de liquidar al presidente del Tribunal Constitucional Oleksandr Tupytskyi, quien evidentemente se había convertido en un estorbo para él, y haber nombrado primer ministro, luego del escándalo que forzó la salida de su predecesor Oleksyi Hontcharuk, de un tal Denys Chmynal, un desconocido cuyo mérito era dirigir una de las fábricas del hombre más rico del país, Rinat Ajmetov, dueño del famoso complejo siderúrgico Azovstal –último refugio de los heroicos combatientes de la libertad del regimiento Azov.
No está de más recordar que los elementos del regimiento Azov suelen llevar en el pecho, la espalda, el cuello y los brazos tatuajes como el Wolfsangel, emblema de la división SS Das Reich, frases de Hitler y cruces gamadas, como pudo comprobarse en los innumerables videos de esos elementos grabados cuando se rindieron en Azovstal.
REHÉN DEL REGIMIENTO AZOV
El acercamiento del amable Volodimir a los representantes más virulentos de la extrema derecha nacionalista ucraniana no es la menor de la peculiaridades del Dr. Zelenski. La prensa occidental negó con vehemencia esa complicidad afirmando que las sospechas en ese sentido eran simplemente escandalosas debido a los orígenes judíos del presidente ucraniano, súbitamente sacados a relucir. ¿Cómo podría un presidente judío simpatizar con neonazis, presentados por demás como una ínfima minoría de marginados en Ucrania? Esa prensa no puede aceptar algo que demuestre que la operación militar de Putin es realmente una «desnazificación».
Pero los hechos, como siempre, son testarudos y están lejos de ser banales.
Es cierto que, a título personal, Zelenski nunca ha sido cercano a la ideología neonazi ni a la extremas derecha nacionalista ucraniana. Sus orígenes judíos –aunque remotos y nunca mencionados antes de febrero de 2022– excluyen, claro está, que él mismo sea un antisemita. Pero su acercamiento a esos elementos no es una cuestión de afinidad sino algo vinculado a la más simple «razón de Estado» y el resultado de una sutil mezcla de pragmatismo y de instinto básico de supervivencia política e incluso física.
Hay que remontarse hasta octubre de 2019 para comprender la naturaleza de las relaciones entre Zelenski y la extrema derecha. Y hay que entender que esas formaciones de extrema derecha –aunque sólo son un 2% del electorado– representan cerca de un millón de individuos muy motivados y bien organizados repartidos en numerosas agrupaciones y movimientos, como el regimiento Azov, cofundado y financiado desde 2014 por el inevitable… Kolomoiski. Pero el regimiento Azov es sólo la más conocida de esas entidades, también están las agrupaciones Aidar, Dnipro, Safari, Svoboda, Pravy Sektor, C14 y Cuerpo Nacional.
El grupo C14 –cuyo nombre es una referencia a la cantidad de palabras de la frase del neonazi estadounidense David Lane («We must secure the existence of our people and a future for white children») [en español, “Tenemos que securizar la existencia de nuestro pueblo y un futuro para los niños blancos”]– es de los menos conocidos en el extranjero pero está entre los más temidos en Ucrania debido a su violencia racista. Todos esos grupos están en mayor o menor escala incorporados al ejército y a la Guardia Nacional ucraniana, por iniciativa de su promotor, el ex ministro del Interior Arsen Avakov, que controló totalmente el aparato de seguridad ucraniano entre 2014 y 2021. Esos son los que Zelenski denomina como «veteranos» desde el otoño de 2019.
Sólo meses después de su elección, el flamante presidente Zelenski viaja al Donbass para tratar de concretar su promesa electoral de poner en aplicación los acuerdos de Minsk, firmados por su predecesor. Las fuerzas de extrema derecha, que bombardean las ciudades de Donetsk y Lugansk desde 2014 –causando al menos 10 000 muertes–, lo reciben con la mayor frialdad porque desconfían de ese presidente “pacifista”.
Esos elementos hacen campaña contra la paz bajo el eslogan «No a la capitulación». En un video de aquella visita se ve a un Zelenski totalmente pálido implorarles: «Soy el presidente de este país. Tengo 41 años. No soy un perdedor. Vengo ante ustedes a decirles que retiren las armas.». Ese video aparece en las redes sociales y Zelenski se convierte inmediatamente en blanco de una campaña de odio. Así terminan las iniciativas de paz de Zelenski y sus intentos de poner en aplicación los acuerdos de Minsk.
Poco después de aquel incidente, se logra una pequeña retirada de las fuerzas extremistas. Pero más tarde estas reinician los bombardeos.
CRUZADA NACIONALISTA
El problema no es sólo que Zelenski haya cedido al chantaje de esos elementos sino que además se unió a ellos en la cruzada nacionalista que habían iniciado. Después de la misión fracasada que acabo de describir, en noviembre de 2019 Zelenski recibió a varios cabecillas de la extrema derecha, como Yehven Taras –el jefe del C14–, mientras que su primer ministro se exhibía junto a Andryi Medvedko, un neonazi sospechoso de asesinato. También apoya al futbolista Zolzulya en contra de los aficionados españoles que acusan a este de ser un nazi por su proclamado respaldo a Stepan Bandera, el líder nacionalista que colaboró con la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial (y con la CIA después de la guerra) y que participó en el genocidio contra los judíos.
La colaboración con los radicales nacionalistas está bien consolidada.
En noviembre del año pasado (2021), Zelenski nombró al ultranacionalista de Pravy Sektor (Sector Derecho) Dimitro Yarosh como consejero especial del jefe del ejército ucraniano y, desde febrero de 2022, como jefe del Ejército de Voluntarios que hace reinar el terror en la retaguardia. Simultáneamente, Zelenski nombra a Oleksander Poklad, más conocido como «El estrangulador» debido a su afición por la tortura, en el cargo de jefe del contraespionaje del SBU.
En diciembre, 2 meses antes de la guerra, otro jefe de Pravy Sektor, el comandante Dimitro Kotsuybaylo, es recompensado con el título de «Héroe de Ucrania». Y una semana después, Zelenski sustituye al gobernador de la región de Odesa poniendo en su lugar a Maksym Marchenko, comandante del regimiento ultranacionalista Aidar, junto al cual desfiló el “filósofo” francés Bernard-Henri Levy.
¿Voluntad de apaciguar a la extrema derecha otorgándole cargos? ¿Coincidencia en una especie de patriotismo ultra? ¿Simple convergencia de intereses entre una derecha neoliberal atlantista y prooccidental y una extrema derecha nacionalista que sueña con arrasar Rusia y «liderear las razas blancas del mundo en una cruzada final contra los Untermenschen guiados por los semitas», como dijo el ex diputado Andryi Biletsky, jefe del Cuerpo Nacional? No se sabe… y ningún periodista se ha atrevido a preguntárselo a Zelenski.
De lo que sí no hay duda es del rumbo cada vez más autoritario, incluso criminal, del régimen ucraniano. Tanto que sus adoradores tendrían que pensarlo dos veces antes de proponer a su ídolo para el premio Nobel de la Paz ya que, mientras que los medios se empeñan en mirar para otro lado, los responsables locales y nacionales que quieren evitar una escalada del conflicto son acusados de ser agentes de Rusia o de complicidad con el enemigo y están sufriendo una verdadera campaña de intimidación, secuestros y ejecuciones.
«¡Un traidor menos en Ucrania! ¡Apareció muerto y fue juzgado por el tribunal del pueblo!» De esta manera, el consejero del ministro del Interior, Anton Gerashenko, anunció en su cuenta de Telegram la muerte de Volodimir Strok, alcalde y ex diputado de la pequeña ciudad de Kremnina. Acusado de haber colaborado con los rusos, Strok fue secuestrado, torturado y finalmente asesinado. El 7 de marzo, fue asesinado el alcalde de Gostomel por haber querido negociar un corredor humanitario con los militares rusos. El 24 de marzo, el alcalde de Kupyansk pidió a Zelenski que liberara a su hija, secuestrada por los esbirros del SBU. Al mismo tiempo, uno de los negociadores ucranianos apareció muerto después de haber sido acusado de traición por los medios nacionalistas. Hasta el día de hoy, no menos de 11 alcaldes están reportados como desaparecidos, incluso en regiones donde no han llegado los rusos.
PARTIDOS DE OPOSICIÓN PROHIBIDOS
Pero la represión no se detiene ahí. También está golpeando a los medios críticos –todos han sido cerrados– y los partidos de oposición –todos han sido disueltos.
En febrero de 2021, Zelenski cerró 3 televisoras de oposición (NewsOne, Zik y Ucrania 112) etiquetadas como prorrusas y supuestamente pertenecientes al oligarca Viktor Medvedchuk. Pero el Departamento de Estado saludó esa violación de la libertad de prensa declarando que Estados Unidos apoya los esfuerzos ucranianos por contrarrestar la influencia maligna de Rusia…
En enero de 2022, un mes antes de la guerra, le llegó el turno al canal Nash, que fue cerrado.
Y desde el inicio de la guerra, el régimen de Kiev ha emprendido una cacería de periodistas, blogueros y comentaristas de izquierda. A principios de abril, 2 televisoras de derecha –Channel 5 y Pryamiy– también fueron afectadas. Un decreto presidencial obliga ahora todos los medios audiovisuales a transmitir una sola opinión, por supuesto progubernamental… Recientemente, la cacería de brujas alcanzó al bloguero crítico más popular de Ucrania, Anatoliy Shariy, considerado el Navalni ucraniano, quien fue arrestado por las autoridades españolas el 4 de marzo a pedido de la policía política ucraniana. Son ataques contra la prensa cuando menos equivalentes a los del autócrata Putin, pero de los que nunca hemos oído hablar en los medios occidentales.
La purga ha sido todavía más severa para los partidos políticos y ha diezmado a los principales opositores de Zelenski. En la primavera de 2021, fue saqueado el domicilio de Medvedchuk, el más importante de esos opositores y señalado como cercano a Putin, y el propio Medvedchuk fue puesto bajo prisión domiciliaria. El 12 de abril, ese diputado oligarca fue internado a la fuerza en un lugar que se mantiene en secreto, se podía ver que le habían administrado drogas y fue privado de visitas, antes de ser exhibido en televisión y ser objeto de una proposición ucraniana de intercambio por los elementos atrapados en Azovstal, lo cual es una violación flagrante de las convenciones de Ginebra. Amenazados, los abogados de Medvedchuk tuvieron que renunciar a defenderlo y ahora su defensa está en manos de un letrado cercano a los servicios de Kiev.
En diciembre pasado, el ex presidente Petro Porochenko –quien estaba subiendo en los sondeos de opinión– también fue acusado de traición. El 20 de diciembre, a las 15 horas y 7 minutos, podía leerse en el sitio web oficial del SBU que Porochenko era sospechoso de haber cometido crímenes de traición y apoyo a actividades terroristas. A pesar de ser un reconocido antirruso, el ex presidente Porochenko se veía acusado de «haber hecho a Ucrania energéticamente dependiente de Rusia y de los líderes de las seudo repúblicas bajo control ruso».
El 3 de marzo pasado les tocó a los activistas de la Izquierda Lizvizia ser objeto de una intervención del SBU y decenas de ellos quedaron detenidos.
Actualmente, 11 partidos ucranianos de izquierda ya han sido prohibidos por decreto: el Partido por la Vida, Oposición de Izquierda, el Partido Socialista Progresista de Ucrania, el Partido Socialista de Ucrania, la Unión de Fuerzas de Izquierda, el partido Socialistas, el Partido Sharyi, la formación Los Nuestros, el Bloque de Oposición y el Bloque Volodimir Saldo.
Otros activistas, blogueros y defensores de los derechos humanos están siendo arrestados y torturados en Ucrania. Entre ellos están el periodista Yan Taksyur, la activista Elena Brezhnaya, el luchador de MMA Maxim Ryndovskiy y la abogada Elena Viacheslavova, cuyo padre murió incinerado en el pogromo del 2 de mayo de 2014, perpetrado en la Casa de los Sindicatos de Odesa.
Para completar la lista hay que mencionar todavía a los hombres y mujeres que los nacionalistas han desnudado y flagelado públicamente en las calle de Kiev, a los prisioneros rusos golpeados, a los que los nacionalistas les daban un balazo en una pierna antes de ejecutarlos, el soldado al que le perforaron un ojo antes de matarlo. Habría que mencionar también a los miembros de la Legión Georgiana que ejecutaron a prisioneros rusos en una localidad cerca de Kiev mientras que su jefe se jactaba de que nunca hacía prisioneros.
En el canal de televisión Ucrania 24, fue nada más y nada menos que el jefe médico del ejército ucraniano quien dijo haber dado la orden «de castrar a todos los rusos porque son subhumanos peores que las cucarachas».
Para terminar, Ucrania está recurriendo masivamente a la tecnología de reconocimiento facial de la firma Clearview para identificar a los muertos rusos y divulgar sus fotos en las redes sociales rusas ridiculizándolos.
UN ACTOR DIGNO DEL OSCAR
Pudiéramos seguir citando ejemplos, así de numerosos son los testimonios y los videos sobre las atrocidades perpetradas por las tropas del defensor de la democracia y de los derechos humanos que dirige los destinos de Ucrania.
Pero sería fastidioso y contraproducente ante una opinión pública convencida de que esos comportamientos bárbaros son sólo cosa de los rusos.
Por eso es que ninguna ONG da muestras de alarma, el Consejo de Europa guarda silencio, la Corte Penal Internacional (CPI) no investiga y las organizaciones de defensa de la libertad de prensa se mantienen mudas. Parece que no oyeron bien lo que les dijo el amable Volodimir durante una visita a Bucha, a principios de abril:
«Si encontramos una sólida civilizada… ustedes conocen a nuestra gente, encontrarán una salida no civilizada.»
El problema de Ucrania es que su presidente, le guste o no, ha cedido su poder a los extremistas en el plano interno y a los militares de la OTAN en el plano externo para abandonarse él al placer de verse adulado por las multitudes del mundo entero. ¿No fue él mismo quien declaró a un periodista francés, el 5 de marzo, sólo 10 días después de la invasión rusa?:
«Hoy mi vida es bella. Creo que soy deseado. Yo siento que es ese el sentido más importante de mi vida: ser deseado. Sentir que uno no está trivialmente respirando, caminando y comiendo algo. ¡Uno está vivo!»
Ya se ha dicho. Zelenski es un gran actor. Como su predecesor en la interpretación del Dr. Jeckyll y Mr. Hyde, en 1932 [1], Zelenski se merece el Oscar al Mejor Papel Masculino de la década.
Pero cuando tenga que enfrentar la tarea de reconstruir su país, devastado por una guerra que él pudo haber evitado en 2019, el regreso a la realidad será seguramente difícil.
[1] Se refiere al actor estadounidense Fredric March (1897-1975). Nota de Red Voltaire.
https://www.voltairenet.org/article217443.html