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El bloqueo de Cuba: crimen y fracaso

El doctor Volodimir y míster Zelensky, ‎la cara oculta del presidente ucraniano


El diputado suizo y ex jefe de redacción del diario La Tribune de Genève, Guy ‎Mettan, retrata al saltimbanqui que hoy hace el papel de presidente en Ucrania. Y ‎nos cuenta cómo este payaso se convirtió en aliado de los banderistas y está ‎instaurando una dictadura a la medida de esos admiradores de los nazis.‎

«Héroe de la libertad», «Hero of Our Time», «Der Unbeugsame», «The ‎Unlikely Ukrainian Hero Who Defied Putin and United the World», «Zelensky, l’Ukraine dans le ‎sang» [en español, “Zelenski, Ucrania en la sangre”]. Fascinados por la «sorprendente ‎resiliencia» del comediante milagrosamente convertido en «líder de guerra» y en «salvador de ‎la democracia», los medios y los dirigentes de Occidente ya no saben a qué superlativo recurrir ‎para cantar loas al presidente ucraniano. ‎

Desde hace 3 meses, el jefe del Estado ucraniano aparece diariamente en las primeras planas de ‎periódicos y revistas, al principio de los noticieros de televisión, inaugura por videoconferencia el ‎Festival de Cannes, arenga a los parlamentos, felicita o amonesta a jefes de Estado y/o de ‎gobierno diez veces más poderosos que él con un éxito y un sentido táctico que ningún actor de ‎cine o dirigente político había mostrado nunca antes que él. ‎

‎¿Cómo no quedar subyugado por el encanto de este Mr. Bean ucraniano que, después de haber ‎conquistado al público con muecas y extravagancias –como pasearse desnudo por una tienda o ‎imitar a un pianista haciendo música con su sexo– ha sabido cambiar en una noche sus payasadas ‎y sus juegos de palabras escabrosos por una camiseta verde, barba de una semana y palabras ‎graves para alentar a sus tropas ante la embestida del infame oso ruso?‎

Desde el 24 de febrero, Volodimir Zelenski ha demostrado ser, incuestionablemente, un artista de ‎la política internacional, dotado de un talento excepcional. Quienes habían seguido su carrera de ‎cómico no se sorprendieron porque ya conocían su innato sentido de la improvisación, sus dotes ‎miméticas y su audacia a la hora de representar un papel. La manera como hizo su campaña ‎electoral, derrotando en pocas semanas –entre el 31 de diciembre de 2018 y el 21 de abril ‎de 2019– a adversarios tan difíciles como el ex presidente Porochenko, movilizando su equipo de ‎producción y sus generosos donantes oligarcas, ya era prueba de la magnitud de su talento. Pero ‎todavía le quedaba un as en la manga y está utilizándolo. ‎
TALENTO PARA EL DOBLE JUEGO

Sin embargo, como a menudo sucede, la fachada raramente se parece a lo que hay detrás ‎de ella. La luz de los reflectores suele esconder más de lo que muestra. Y, cuando se comprueba ‎que la realidad es menos positiva, se ve que tanto sus realizaciones como jefe de Estado como ‎su actuación en el papel de defensor de la democracia dejan mucho que desear.‎

Ese talento para el doble juego, Zelenski viene a demostrarlo desde el momento mismo de su ‎elección. Basta recordar que resultó electo con un impactante 73,2% de los votos, habiendo ‎prometido que acabaría con la corrupción, que conduciría a Ucrania por el camino del progreso y ‎de la civilización y, sobre todo, que restauraría la paz con los rusoparlantes del Donbass. ‎

Pero, en cuanto fue electo, Zelenski traicionó todas sus promesas tan descaradamente que su ‎índice de popularidad era un magro 23% en enero de 2022, quedando incluso lejos de sus dos ‎principales adversarios. ‎

Ya en mayo de 2019, para contentar a los oligarcas que lo financiaron, el recién electo Zelenski ‎emprendió un gran programa de privatización de la tierra que abarcó 40 millones de hectáreas de ‎excelentes tierras agrícolas, afirmando que la moratoria sobre la venta de tierras haría perder ‎miles de millones al PIB de Ucrania. ‎

En la estela de los programas de «descomunización» y «desrusificación» iniciados después del ‎golpe de Estado proestadounidense de febrero de 2014, Zelenski emprendió una vasta operación ‎de privatización de los bienes del Estado, de austeridad presupuestaria, de abrogación de leyes ‎sobre el trabajo y de desmantelamiento de los sindicatos, lo cual molestó a la mayoría de ‎los ucranianos, que no habían comprendido lo que el candidato Zelenski consideraba ‎‎«progreso», «occidentalización» y «normalización» de la economía ucraniana. En un país que ‎en 2020 registraba un ingreso por habitante de 3 726 dólares frente a los 10 126 dólares del ‎adversario ruso –y teniendo en cuenta que en 1991 el ingreso medio en Ucrania era superior al de Rusia– la ‎comparación no es precisamente favorable. Es por ende comprensible que los ucranianos ‎no aplaudieran esa enésima reforma neoliberal. ‎

En cuanta a la «marcha hacia la civilización», esta tomó la forma de otro decreto que –el 19 de ‎mayo de 2021– garantiza el predominio de la lengua ucraniana y prohíbe el idioma ruso en todas ‎las esferas de la vida pública, administraciones, escuelas y comercios, para gran satisfacción de los ‎nacionalistas y estupefacción de los rusoparlantes del sudeste del país. ‎
UN PATROCINADOR EN FUGA

En el frente de la corrupción, el balance no es mejor. En 2015, el diario británico The Guardian ‎estimaba que Ucrania era el país más corrupto de toda Europa. En 2021, Transparency ‎International, una ONG occidental con sede en Berlín, clasificaba a Ucrania en el lugar 122 del ‎ranking mundial de la corrupción –la odiada Rusia estaba en el lugar 136. Nada brillante para un ‎país que dice ser un ejemplo de virtud frente a los bárbaros rusos. 

En Ucrania, la corrupción está ‎en todas partes, en los ministerios, las administraciones, las empresas públicas, el parlamento, la ‎policía y hasta en la Alta Corte de Justicia Anticorrupción, ¡según el Kyiv Post! Los diarios ‎observan que en Ucrania no es raro ver a los jueces en Porsche. ‎

El principal patrocinador de Zelenski, el oligarca Ihor Kolomoiski, residente en Ginebra donde ‎posee lujosas oficinas con vista al lago, está lejos de ser el menos importante de los personajes ‎que se benefician con la corrupción reinante en Ucrania. El 5 de marzo de 2021, [el secretario ‎de Estado estadounidense] Antony Blinken –quien seguramente no podía hacer otra cosa– ‎anunció que el Departamento de Estado de Estados Unidos había bloqueado los fondos de ‎Kolomoiski y le prohibía pisar suelo estadounidense debido a «una implicación en un significativo ‎acto de corrupción». 

Lo cierto es que se acusaba a Kolomoiski de haber malversado ‎‎5 500 millones de dólares del banco público Privatbank. Pero casualmente el buen Ihor es el ‎principal accionista de la empresa petrolera Burisma… que daba empleo a Hunter Biden, hijo del ‎hoy presidente de Estados Unidos Joe Biden. Hunter Biden cobraba en Burisma la “módica” suma ‎de 50 000 dólares mensuales y hoy está sometido a investigación por el fiscal del Estado ‎estadounidense de Delaware. Sabia precaución: la medida del Departamento de Estado impide ‎que Kolomoiski, hoy convertido en persona no grata en Israel y al parecer refugiado en Georgia, ‎pueda entrar en Estados Unidos para comparecer como testigo ante la justicia. ‎

Este mismo Kolomoiski, individuo decididamente inevitable en esta Ucrania que marcha hacia ‎‎«el progreso», es quien financió toda la carrera de Zelenski como actor y además está implicado ‎en el escándalo de los Pandora Papers, revelado en la prensa en 2021. En los Pandora Papers ‎nos enteramos de que desde 2012 la televisora ucraniana 1+1, propiedad del sulfuroso oligarca ‎Kolomoiski, entregó a su vedette Zelenski no menos de 40 millones de dólares y de que –poco ‎antes de ser electo presidente y con ayuda de sus más cercanos colaboradores, los dos hermanos ‎Shefir, uno de los cuales es el autor de los guiones de Zelenski mientras que el otro es el jefe de la ‎inteligencia ucraniana (SBU), y del productor y propietario de Kvartal 95, la empresa de ‎producción de esos personajes– Zelenski transfirió prudentemente sumas considerables a varias ‎cuentas offshore abiertas a nombre de su esposa mientras adquiría 3 apartamentos ‎no declarados en Londres que le costaron 7,5 millones de dólares. ‎

Este gusto del «servidor del pueblo» -así se llaman la serie de televisión que lo dio a conocer y ‎su partido político– por el confort no proletario se ve confirmado por una foto que apareció ‎brevemente en las redes sociales, antes de ser rápidamente eliminada por los fact-checkers ‎anticomplotistas. Aquella foto mostraba a Zelenski disfrutando en un palace tropical a varias ‎decenas de miles de dólares la noche, cuando supuestamente estaba pasando sus vacaciones de ‎invierno en una modesta estación de ski de los Cárpatos. ‎

Ese arte de la optimización fiscal y los asiduos encuentros con oligarcas no precisamente ‎recomendables no parecen ser muestra de un compromiso incondicional del presidente Zelenski ‎en contra de la corrupción. Como tampoco lo es el hecho de haber tratado de liquidar al ‎presidente del Tribunal Constitucional Oleksandr Tupytskyi, quien evidentemente se había ‎convertido en un estorbo para él, y haber nombrado primer ministro, luego del escándalo que ‎forzó la salida de su predecesor Oleksyi Hontcharuk, de un tal Denys Chmynal, un desconocido cuyo mérito era dirigir una de las fábricas del hombre más rico ‎del país, Rinat Ajmetov, dueño del famoso complejo siderúrgico Azovstal –último refugio de los ‎heroicos combatientes de la libertad del regimiento Azov.


No está de más recordar que los elementos del regimiento Azov suelen llevar en el pecho, la ‎espalda, el cuello y los brazos tatuajes como el Wolfsangel, emblema de la división SS ‎‎Das Reich, frases de Hitler y cruces gamadas, como pudo comprobarse en los innumerables ‎videos de esos elementos grabados cuando se rindieron en Azovstal. ‎
REHÉN DEL REGIMIENTO AZOV

El acercamiento del amable Volodimir a los representantes más virulentos de la extrema derecha ‎nacionalista ucraniana no es la menor de la peculiaridades del Dr. Zelenski. La prensa occidental ‎negó con vehemencia esa complicidad afirmando que las sospechas en ese sentido eran ‎simplemente escandalosas debido a los orígenes judíos del presidente ucraniano, súbitamente ‎sacados a relucir. ¿Cómo podría un presidente judío simpatizar con neonazis, presentados ‎por demás como una ínfima minoría de marginados en Ucrania? Esa prensa no puede aceptar ‎algo que demuestre que la operación militar de Putin es realmente una «desnazificación». ‎

Pero los hechos, como siempre, son testarudos y están lejos de ser banales. ‎

Es cierto que, a título personal, Zelenski nunca ha sido cercano a la ideología neonazi ni a la ‎extremas derecha nacionalista ucraniana. Sus orígenes judíos –aunque remotos y ‎nunca mencionados antes de febrero de 2022– excluyen, claro está, que él mismo sea un ‎antisemita. Pero su acercamiento a esos elementos no es una cuestión de afinidad sino algo ‎vinculado a la más simple «razón de Estado» y el resultado de una sutil mezcla de pragmatismo y ‎de instinto básico de supervivencia política e incluso física. ‎

Hay que remontarse hasta octubre de 2019 para comprender la naturaleza de las relaciones entre ‎Zelenski y la extrema derecha. Y hay que entender que esas formaciones de extrema derecha –‎aunque sólo son un 2% del electorado– representan cerca de un millón de individuos muy ‎motivados y bien organizados repartidos en numerosas agrupaciones y movimientos, como el ‎regimiento Azov, cofundado y financiado desde 2014 por el inevitable… Kolomoiski. Pero el ‎regimiento Azov es sólo la más conocida de esas entidades, también están las agrupaciones Aidar, ‎Dnipro, Safari, Svoboda, Pravy Sektor, C14 y Cuerpo Nacional. ‎

El grupo C14 –cuyo nombre es una referencia a la cantidad de palabras de la frase del neonazi ‎estadounidense David Lane («We must secure the existence of our people and a future for white ‎children») [en español, “Tenemos que securizar la existencia de nuestro pueblo y un futuro para ‎los niños blancos”]– es de los menos conocidos en el extranjero pero está entre los más temidos ‎en Ucrania debido a su violencia racista. Todos esos grupos están en mayor o menor escala ‎incorporados al ejército y a la Guardia Nacional ucraniana, por iniciativa de su promotor, el ‎ex ministro del Interior Arsen Avakov, que controló totalmente el aparato de seguridad ucraniano ‎entre 2014 y 2021. Esos son los que Zelenski denomina como «veteranos» desde el otoño ‎de 2019.‎

Sólo meses después de su elección, el flamante presidente Zelenski viaja al Donbass para tratar de ‎concretar su promesa electoral de poner en aplicación los acuerdos de Minsk, firmados por su ‎predecesor. Las fuerzas de extrema derecha, que bombardean las ciudades de Donetsk y Lugansk ‎desde 2014 –causando al menos 10 000 muertes–, lo reciben con la mayor frialdad porque ‎desconfían de ese presidente “pacifista”. 

Esos elementos hacen campaña contra la paz bajo el ‎eslogan «No a la capitulación». En un video de aquella visita se ve a un Zelenski totalmente ‎pálido implorarles: «Soy el presidente de este país. Tengo 41 años. No soy un perdedor. Vengo ‎ante ustedes a decirles que retiren las armas.». Ese video aparece en las redes sociales y Zelenski ‎se convierte inmediatamente en blanco de una campaña de odio. Así terminan las iniciativas de ‎paz de Zelenski y sus intentos de poner en aplicación los acuerdos de Minsk. ‎

Poco después de aquel incidente, se logra una pequeña retirada de las fuerzas extremistas. Pero ‎más tarde estas reinician los bombardeos. ‎
CRUZADA NACIONALISTA

‎El problema no es sólo que Zelenski haya cedido al chantaje de esos elementos sino que además ‎se unió a ellos en la cruzada nacionalista que habían iniciado. Después de la misión fracasada que ‎acabo de describir, en noviembre de 2019 Zelenski recibió a varios cabecillas de la extrema ‎derecha, como Yehven Taras –el jefe del C14–, mientras que su primer ministro se exhibía junto ‎a Andryi Medvedko, un neonazi sospechoso de asesinato. También apoya al futbolista Zolzulya ‎en contra de los aficionados españoles que acusan a este de ser un nazi por su proclamado ‎respaldo a Stepan Bandera, el líder nacionalista que colaboró con la Alemania nazi durante la ‎Segunda Guerra Mundial (y con la CIA después de la guerra) y que participó en el genocidio ‎contra los judíos. ‎

La colaboración con los radicales nacionalistas está bien consolidada. 

En noviembre del año ‎pasado (2021), Zelenski nombró al ultranacionalista de Pravy Sektor (Sector Derecho) Dimitro ‎Yarosh como consejero especial del jefe del ejército ucraniano y, desde febrero de 2022, como jefe del ‎Ejército de Voluntarios que hace reinar el terror en la retaguardia. Simultáneamente, Zelenski ‎nombra a Oleksander Poklad, más conocido como «El estrangulador» debido a su afición por la ‎tortura, en el cargo de jefe del contraespionaje del SBU.

 En diciembre, 2 meses antes de la ‎guerra, otro jefe de Pravy Sektor, el comandante Dimitro Kotsuybaylo, es recompensado con el ‎título de «Héroe de Ucrania». Y una semana después, Zelenski sustituye al gobernador de la ‎región de Odesa poniendo en su lugar a Maksym Marchenko, comandante del regimiento ‎ultranacionalista Aidar, junto al cual desfiló el “filósofo” francés Bernard-Henri Levy.‎

‎¿Voluntad de apaciguar a la extrema derecha otorgándole cargos? ¿Coincidencia en una especie ‎de patriotismo ultra? ¿Simple convergencia de intereses entre una derecha neoliberal atlantista y ‎prooccidental y una extrema derecha nacionalista que sueña con arrasar Rusia y «liderear las ‎razas blancas del mundo en una cruzada final contra los Untermenschen guiados por los ‎semitas», como dijo el ex diputado Andryi Biletsky, jefe del Cuerpo Nacional? No se sabe… y ‎ningún periodista se ha atrevido a preguntárselo a Zelenski. ‎

De lo que sí no hay duda es del rumbo cada vez más autoritario, incluso criminal, del régimen ‎ucraniano. Tanto que sus adoradores tendrían que pensarlo dos veces antes de proponer a su ‎ídolo para el premio Nobel de la Paz ya que, mientras que los medios se empeñan en mirar para ‎otro lado, los responsables locales y nacionales que quieren evitar una escalada del conflicto son ‎acusados de ser agentes de Rusia o de complicidad con el enemigo y están sufriendo una ‎verdadera campaña de intimidación, secuestros y ejecuciones.‎

‎«¡Un traidor menos en Ucrania! ¡Apareció muerto y fue juzgado por el tribunal del pueblo!» De ‎esta manera, el consejero del ministro del Interior, Anton Gerashenko, anunció en su cuenta de ‎Telegram la muerte de Volodimir Strok, alcalde y ex diputado de la pequeña ciudad de Kremnina. ‎Acusado de haber colaborado con los rusos, Strok fue secuestrado, torturado y finalmente ‎asesinado. El 7 de marzo, fue asesinado el alcalde de Gostomel por haber querido negociar un ‎corredor humanitario con los militares rusos. El 24 de marzo, el alcalde de Kupyansk pidió a ‎Zelenski que liberara a su hija, secuestrada por los esbirros del SBU. Al mismo tiempo, uno de los ‎negociadores ucranianos apareció muerto después de haber sido acusado de traición por los ‎medios nacionalistas. Hasta el día de hoy, no menos de 11 alcaldes están reportados como ‎desaparecidos, incluso en regiones donde no han llegado los rusos. ‎
PARTIDOS DE OPOSICIÓN PROHIBIDOS

‎Pero la represión no se detiene ahí. También está golpeando a los medios críticos –todos han sido ‎cerrados– y los partidos de oposición –todos han sido disueltos. ‎

En febrero de 2021, Zelenski cerró 3 televisoras de oposición (NewsOne, Zik y Ucrania 112) ‎etiquetadas como prorrusas y supuestamente pertenecientes al oligarca Viktor Medvedchuk. Pero ‎el Departamento de Estado saludó esa violación de la libertad de prensa declarando que ‎Estados Unidos apoya los esfuerzos ucranianos por contrarrestar la influencia maligna de Rusia… ‎

En enero de 2022, un mes antes de la guerra, le llegó el turno al canal Nash, que fue cerrado. ‎

Y desde el inicio de la guerra, el régimen de Kiev ha emprendido una cacería de periodistas, ‎blogueros y comentaristas de izquierda. A principios de abril, 2 televisoras de derecha –‎Channel 5 y Pryamiy– también fueron afectadas. Un decreto presidencial obliga ahora todos los ‎medios audiovisuales a transmitir una sola opinión, por supuesto progubernamental… ‎Recientemente, la cacería de brujas alcanzó al bloguero crítico más popular de Ucrania, Anatoliy ‎Shariy, considerado el Navalni ucraniano, quien fue arrestado por las autoridades españolas el 4 ‎de marzo a pedido de la policía política ucraniana. Son ataques contra la prensa cuando menos ‎equivalentes a los del autócrata Putin, pero de los que nunca hemos oído hablar en los medios ‎occidentales. ‎

La purga ha sido todavía más severa para los partidos políticos y ha diezmado a los principales ‎opositores de Zelenski. En la primavera de 2021, fue saqueado el domicilio de Medvedchuk, el ‎más importante de esos opositores y señalado como cercano a Putin, y el propio Medvedchuk ‎fue puesto bajo prisión domiciliaria. El 12 de abril, ese diputado oligarca fue internado a la fuerza ‎en un lugar que se mantiene en secreto, se podía ver que le habían administrado drogas y fue ‎privado de visitas, antes de ser exhibido en televisión y ser objeto de una proposición ucraniana de ‎intercambio por los elementos atrapados en Azovstal, lo cual es una violación flagrante de las ‎convenciones de Ginebra. Amenazados, los abogados de Medvedchuk tuvieron que renunciar a ‎defenderlo y ahora su defensa está en manos de un letrado cercano a los servicios de Kiev. ‎

En diciembre pasado, el ex presidente Petro Porochenko –quien estaba subiendo en los sondeos ‎de opinión– también ‎fue acusado de traición. El 20 de diciembre, a las 15 horas y 7 minutos, podía leerse ‎en el sitio web oficial del SBU que Porochenko era sospechoso de haber cometido crímenes de ‎traición y apoyo a actividades terroristas. A pesar de ser un reconocido antirruso, el ‎ex presidente Porochenko se veía acusado de «haber hecho a Ucrania energéticamente ‎dependiente de Rusia y de los líderes de las seudo repúblicas bajo control ruso». ‎

El 3 de marzo pasado les tocó a los activistas de la Izquierda Lizvizia ser objeto de una intervención ‎del SBU y decenas de ellos quedaron detenidos. ‎

Actualmente, 11 partidos ucranianos de izquierda ya han sido prohibidos por decreto: el Partido ‎por la Vida, Oposición de Izquierda, el Partido Socialista Progresista de Ucrania, el Partido ‎Socialista de Ucrania, la Unión de Fuerzas de Izquierda, el partido Socialistas, el Partido Sharyi, la ‎formación Los Nuestros, el Bloque de Oposición y el Bloque Volodimir Saldo. ‎

Otros activistas, blogueros y defensores de los derechos humanos están siendo arrestados y ‎torturados en Ucrania. Entre ellos están el periodista Yan Taksyur, la activista Elena Brezhnaya, el ‎luchador de MMA Maxim Ryndovskiy y la abogada Elena Viacheslavova, cuyo padre murió ‎incinerado en el pogromo del 2 de mayo de 2014, perpetrado en la Casa de los Sindicatos de ‎Odesa. ‎

Para completar la lista hay que mencionar todavía a los hombres y mujeres que los nacionalistas ‎han desnudado y flagelado públicamente en las calle de Kiev, a los prisioneros rusos golpeados, a los que los nacionalistas les daban un balazo en una pierna antes de ejecutarlos, el soldado ‎al que le perforaron un ojo antes de matarlo. Habría que mencionar también a los miembros de ‎la Legión Georgiana que ejecutaron a prisioneros rusos en una localidad cerca de Kiev mientras ‎que su jefe se jactaba de que nunca hacía prisioneros. ‎

En el canal de televisión Ucrania 24, fue nada más y nada menos que el jefe médico del ejército ‎ucraniano quien dijo haber dado la orden «de castrar a todos los rusos porque son subhumanos ‎peores que las cucarachas». ‎

Para terminar, Ucrania está recurriendo masivamente a la tecnología de reconocimiento facial de ‎la firma Clearview para identificar a los muertos rusos y divulgar sus fotos en las redes sociales ‎rusas ridiculizándolos. ‎
UN ACTOR DIGNO DEL OSCAR

Pudiéramos seguir citando ejemplos, así de numerosos son los testimonios y los videos sobre las ‎atrocidades perpetradas por las tropas del defensor de la democracia y de los derechos humanos ‎que dirige los destinos de Ucrania. 

Pero sería fastidioso y contraproducente ante una opinión ‎pública convencida de que esos comportamientos bárbaros son sólo cosa de los rusos. ‎

Por eso es que ninguna ONG da muestras de alarma, el Consejo de Europa guarda silencio, la ‎Corte Penal Internacional (CPI) no investiga y las organizaciones de defensa de la libertad ‎de prensa se mantienen mudas. Parece que no oyeron bien lo que les dijo el amable Volodimir ‎durante una visita a Bucha, a principios de abril: ‎
«Si encontramos una sólida civilizada… ustedes conocen a nuestra gente, encontrarán ‎una salida no civilizada.»‎

El problema de Ucrania es que su presidente, le guste o no, ha cedido su poder a los extremistas ‎en el plano interno y a los militares de la OTAN en el plano externo para abandonarse él al placer ‎de verse adulado por las multitudes del mundo entero. ¿No fue él mismo quien declaró a un ‎periodista francés, el 5 de marzo, sólo 10 días después de la invasión rusa?: ‎
«Hoy mi vida es bella. Creo que soy deseado. Yo siento que es ese el sentido más ‎importante de mi vida: ser deseado. Sentir que uno no está trivialmente respirando, ‎caminando y comiendo algo. ¡Uno está vivo!»‎

Ya se ha dicho. Zelenski es un gran actor. Como su predecesor en la interpretación del Dr. Jeckyll ‎y Mr. Hyde, en 1932 [1], Zelenski se merece el Oscar al Mejor Papel Masculino de la década. ‎

Pero cuando tenga que enfrentar la tarea de reconstruir su país, devastado por una guerra que ‎él pudo haber evitado en 2019, el regreso a la realidad será seguramente difícil. ‎

[1] Se refiere al actor estadounidense Fredric March (1897-1975). Nota de ‎‎Red Voltaire.

https://www.voltairenet.org/article217443.html

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