En su infancia conoció las crueles torturas que sufrió su padre
La guardia le desprendió las uñas con astillas de ocote.
Su mejor regalo y herencia, el libro de poemas de Edwin Castro.
David Gutiérrez López
Cierra sus ojos y revive aquella escena inolvidable, clavada para siempre en lo más profundo de su mente y espíritu. Cumplía cinco años en ese agosto de 1959, cuando de la mano de su mamá visitó a su papá Edwin Castro Rodríguez, quien se encontraba preso en la cárcel de La Aviación, en Managua.
Edwin, estaba acusado de conspiración y de haber participado en el plan para ajusticiar al dictador Anastasio Somoza García, ejecutado por el poeta Rigoberto López Pérez, de varios disparos de un revolver Smith and Wesson, calibre 38, en la Casa del Obrero de León, la noche del 21 de septiembre de 1956, cuando la niña Ruth apenas tenía un año de edad.
Su mamá Ruth, originaria de Honduras, aleccionó a la pequeña cumpleañera que al lugar donde llegaría a ver al padre que guardaba prisión junto a sus compañeros de lucha Ausberto Narváez y Cornelio Silva, no habría regalos, pero la gran sorpresa y que todavía a sus 66 años le causa una profunda emoción recordarlo, fue cuando el padre prisionero sacó un delicado envoltorio en papel kraft con unas deliciosas leches de burra, elaboradas por el conocido Capi Prio, de León.
Se le endulzó la vida, en aquel sitio donde predominaba la tristeza, la tortura, el garrotazo, el insulto y la patada de los guardias hacia los prisioneros. La niña, con mirada vivaz se fijó en las manos de su padre y se sorprendió guardando la discreción y el silencio infantil al ver que su progenitor no tenía uñas.
La falta de uñas en las manos de su padre quedó orbitando en la precoz chavala, quien al regresar a la casa le interrogó seriamente a su mamá: – ¿Por qué mi papá no tenía uñas? Doña Ruth intentó desviar la atención de su hija respecto a lo que había visto y le respondió con evasivas, como queriendo que olvidara aquella extraña situación quien, a su tierna edad, ella no entendía.
Ruth, Edwin y Consuelo, Castro Rivera.
Salir a la calle, después de una visita a la cárcel La Aviación, para los familiares de los presos de la dictadura de Somoza, se convertía en un grave peligro. Eran asediados, golpeados e insultados por turbas dirigidas por una mujer al servicio del somocismo llamada Nicolasa Sevilla, quien en una ocasión ordenó golpear a doña Ruth, pese a que se encontraba embarazada del actual diputado sandinista Edwin Castro.
Fue el tiempo el que se encargó de develar aquel misterio que atormentaba a Ruth. Cuando cumplió 15 años, volvió a preguntar lo mismo que cuando tenía cinco años. – ¿Por qué mi papá no tenía uñas?
Esta vez, la madre fue firme y muy contundente al relatarle la verdad. A Edwin, el prisionero de la dictadura más odiado por los hijos del dictador y por los serviles de la Guardia Nacional (G.N) le habían arrancado las uñas en dolorosas jornadas de tortura, que consistían en introducirle una astilla de árbol de ocote para levantárselas y posteriormente desprenderlas con una tenaza, además de los constantes golpes y choques eléctricos, aplicados en el cuerpo que le provocaban inmensos e insoportables dolores que lo atormentaban día y noche.
Fueron cuatro años de prisión y perpetuas torturas en la cárcel de La Aviación, donde actualmente funciona la Policía Nacional Ajax Delgado, sobre la carretera norte. El suplicio de Edwin y los dos compañeros Ausberto y Cornelio sólo terminó el día que la dictadura asesinó a los tres en los propios patios de la prisión aplicando una conocida “ley fuga” que consistía en darle muerte al prisionero simulando que intentaba escapar.
El 18 de mayo de 1960, (aniversario 65 del nacimiento del General Augusto C. Sandino) Edwin, Ausberto y Cornelio fueron asesinados por balas disparadas por los soldados de esa penitenciaría argumentando intento de escape. Nunca se supo si la dictadura lo planificó y ejecutó como para enviar un mensaje macabro a sus opositores, en el propio día de cumpleaños de Sandino.
En un rústico ataúd, el cuerpo de Edwin Castro, fue mandado a tirar por la guardia somocista hasta León, en la acera de la casa familiar, (donde funciona actualmente el CUUN) una vivienda de 10 puertas, patio y tres traspatios, por donde escapaban los estudiantes en las manifestaciones que eran reprimidas con bombas lacrimógenas. Ruth recuerda que para ver a su papá inerte se empinó y se colgó del ataúd.
En medio de la zozobra y los llantos de la familia, ella y sus hermanos fueron enviados a casa de una vecina quien se encargó de cuidarles y evitar que los niños vieran y sufrieran ese doloroso y trágico momento.
Durante las manifestaciones estudiantiles, cuando los guardias lanzaban bombas lacrimógenas e irrumpían con sus fusiles dentro de la casa de los Castro en persecución de los muchachos, la nana Ramona, que también fue nana de su padre, se encerraba con ella en un pequeño baño, espantadas, rezando y esperando terminaran aquellos terribles momentos de angustia, gritos, patadas, golpes de culata y disparos. Esa situación creó en la muchacha un efecto claustrofóbico que todavía no supera.
Edwin Castro Rodríguez, al momento de su asesinato era un joven que cifraba los 30 años de edad, ya era padre de Consuelo, Ruth y Edwin, quién apenas tenía tres años.
La rebeldía juvenil y la persecución de la seguridad
“Mamá Chelo” le decía Ruth a su abuela materna doña Consuelo Rivera, de origen costarricense, quien celosamente guardaba en una caja fuerte escritos originales de poemas de Edwin, algunos de ellos surgidos en la cárcel como el emblemático: ¿y Si no regresara? y “Mañana, hijo mío todo será distinto”, documentos que fueron saliendo de la cárcel, algunos escritos en las envolturas del papel de las cajetillas de cigarrillos, otros en papel chino, que el propio Castro fue armando pacientemente hasta formar un libro.
Al cumplir sus 15 años, Ruth le pidió a su “Mamá Chelo” le diera esos documentos como regalo de cumpleaños, en esa ocasión, la abuela se negó, argumentándole que no tenía la edad suficiente para asimilar esos escritos, pero luego de tantos ruegos, accedió, con la condición de que su nieta los transcribiera en una antigua máquina Remington, en los tiempos que las computadoras eran parte de una lejana ilusión.
Tres meses tardó la chavala rubia, entonces de larga cabellera , transcribiendo aquellos poemas que para ella han representado el mejor regalo de toda su vida, herencia escrita de su padre, donde revela la incertidumbre de no regresar nunca a convivir con su esposa e hijos, como efectivamente ocurrió.
Cuando el libro estuvo recopilado, Ruth contactó a su guía espiritual del colegio La Asunción, el jesuita Fernando Cardenal y le confió una copia con la solicitud que se la llevara a su hermano, el también sacerdote y poeta de la orden Trapense Ernesto Cardenal, quién de forma arrogante y grosera, mandó a decirle que “esos escritos no tenían valor literario, que el único valor era un recuerdo familiar”. Ese día, la chelita lloró de rabia e impotencia ante la indolencia del sacerdote que en paz descansa.
Ruth, a sus 66 años de edad, se define como una mujer que desde niña fue “muy libre, sin libertinaje”.
El tiempo transcurrió y la rebeldía natural de Ruth afloró cuando estudiaba el tercer año de secundaria en el Colegio La Asunción, donde dirigió la toma del colegio junto a una docena de compañeras e incluso de una monja española, Madre Paloma, quien las apoyó, pagando el costo de su osadía con que la expulsaran del país.
Las protestas estaban orientadas a exigir la libertad de los prisioneros sandinistas con largas condenas. Ruth también participaba en manifestaciones callejeras, las que en muchas ocasiones la obligaban a correr ante la persecución, las balas, y los culatazos de los guardias somocistas.
Buscaban ascensos con capturas y violaciones a mujeres
Edwin Castro, custodiado por guardias somocistas, en el Jicaral, León, sitio donde se entrenó el poeta Rigoberto López Pérez, durante la reconstrucción de los hechos.
En una ocasión, observó que un hombre vestido de civil con apariencia de guardia la perseguía, corrió hasta su casa y al entrar y cerrar la puerta, quedó sin aliento, apenas podía respirar, su mamá la tomó del largo cabello y la hizo confesar que unos miembros de la G.N la perseguían. Doña Ruth encolerizada averiguó el teléfono del jefe de la seguridad en esa ciudad, Bayardo Jirón, a quien reclamó por el hostigamiento a su hija, a lo que el oficial descaradamente respondió: “¿Qué querés que haga?, el agente sabe que si la captura y la viola se va a ganar un ascenso”.
Ruth siempre estaba participando con el movimiento cristiano en las diversas actividades que se organizaban en contra de la dictadura somocista.
Cuando se bachilleró, la situación de asedio y peligro la llevó a viajar a Costa Rica a estudiar Bellas Artes, en la Universidad Nacional, se decidió por esa especialidad, porque en ese tiempo no había la carrera de arquitectura que ella había elegido.
En 1976, en este vecino país, la contactó Carlos Coronel y Herty Lewites, quienes la iniciaron de manera activa en la organización de la Tendencia Insurreccional (TI) del FSLN, que comenzaba a organizarse.
En el Frente Sur, conoció y guarda muy agradables recuerdos del padre guerrillero Gaspar García Laviana, Iván Montenegro, también de “Enrique”, seudónimo del comandante Daniel Ortega. Con el padre Miguel D’Escoto logró establecer fuertes lazos de afinidad y cariño.
Se considera una mujer de naturaleza pacífica y no violenta, estuvo trabajando en la atención a los medios de comunicación que demandaban noticias de las acciones del FSLN en contra de la dictadura.
Recuerda una anécdota surgida después del asalto al Palacio Nacional por el comando Rigoberto López Pérez, dirigido por el comandante Cero, Edén Pastora, el 22 de agosto de 1978. El FSLN necesitaban un dinero urgente para comprar y enviar unas armas y avituallamiento, para ello se trazó un plan de afectar a dos personas, un nica y un tico, a quienes les recuperarían dinero en efectivo.
Ella se ofreció como mediadora y pacifista para evitar un hecho violento.
Le concedieron un plazo de 24 horas para realizar el operativo. Buscó, habló y convenció a las personas que habían designado, consiguió la plata y asunto terminado, todo se resolvió de manera pacífica y se ganaron dos buenos colaboradores.
Se responsabilizaba de las publicaciones
De acuerdo a las leyes de Costa Rica, los campos pagados y publicaciones políticas nacionales o extranjeras emitidas en medios escritos requieren la firma y cédula de un responsable nacional o residente de ese país.
A Ruth le encomendaron responsabilizarse de firmar todos los comunicados del Grupo de los 12, constituido por empresarios, intelectuales y religiosos que abogaban por encontrar una solución a la crisis política, económica y social que se vivía en los años 70, en el enfrentamiento contra la dictadura de Somoza.
De la Cancillería a diplomática
Con el triunfo de la Revolución Popular Sandinista, el 19 de julio de 1979, Ruth, al igual que miles de nicaragüenses retornaron a Nicaragua a trabajar en la reconstrucción del país, el cual, después del saqueo de Somoza y sus allegados, había quedado en bancarrota. Ciudades destruidas por los bombardeos e incendios, familias separadas y desaparecidas.
En el recién creado Ministerio de Relaciones Exteriores a la cabeza del padre Miguel D’Escoto, ella asumió la dirección del Departamento de Centroamérica, donde gradualmente fue aprendiendo el arte de la diplomacia, principalmente con los vecinos del área.
Meses después, estando casada con el militante sandinista Orlando Castillo (q.e.p.d), fueron designados a representar a Nicaragua ante el gobierno y la corte de España. Orlando como embajador y Ruth en el cargo de ministra consejera. En esos días, Nicaragua procuraba ser conocida por todos, hombres y mujeres. A ellos les correspondía atender invitaciones para asistir a recepciones y reuniones hasta cuatro veces en un día.
Cuatro años después, a su regreso a Nicaragua fue ubicada en el Departamento de Agitación y Propaganda (DAP), orientado al exterior. Para dirigir ese departamento, contaba con un amplio equipo de analistas e investigadores que recopilaban información derivada de encuestas y de la observación en diversos puntos del país, datos que, al ser procesados y estudiados, revelaban las opiniones y el sentir de la población sobre determinados temas, relacionados a la guerra de agresión que se vivía en ese momento, financiada por el gobierno norteamericano en la década de los 80.
Cruzó de la RDA a la RFA en la cajuela de un carro
Trabajando en el DAP en 1985, fue invitada por las autoridades de la entonces República Democrática Alemana (RDA) para visitar el país e intercambiar experiencias y conocimientos sobre el manejo de la propaganda. Un funcionario del Comité Central del Partido Socialista Unificado de Alemania, le solicitó a Ruth, un análisis y recomendaciones para manejar la contrapropaganda de la República Federal Alemana, dividida por el famoso y extinto muro de Berlín.
Con mucha disposición les dijo que para ello necesitaba viajar al otro lado del muro para conocer la vida de los jóvenes alemanes. La respuesta de los funcionarios fue “imposible”, no se podía viajar. Pero la nicaragüense, aventada y decidida llamó al entonces embajador de Nicaragua en la RFA, Rodrigo Cardenal, le expuso su idea y le solicitó que la llevara al otro lado de incógnita, oculta en la cajuela del automóvil diplomático, que no pasaba revisión, a fin de conocer de primera mano, las tiendas, las discotecas, las tabernas donde servían cervezas y perniles, los cines y el tipo de películas todas occidentales.
Cuando retornó a la RDA, las autoridades ya estaban informadas del cruce clandestino de la muchacha sandinista, le recriminaron por la acción, pero escucharon y entendieron la explicación de que, si querían un análisis cierto y verdadero, tenía que ver y vivir la realidad de la otra parte, para darles su punto de vista.
Unos meses antes de la realización de las elecciones de 1990, que favoreció a la alianza opositora UNO, Ruth recibió una sanción partidaria por haber enviado un informe que revelaba que si se mantenía el Servicio Militar Patriótico (SMP) (reclutamiento por dos años de jóvenes para fortalecer con nuevos combatientes los frentes de guerra asediados por la contrarrevolución) las elecciones serían desfavorables para el FSLN.
La designaron a la Brigada Omar Torrijos, como responsable política de la misma, a una zona de guerra constante en Kuskawás, Matagalpa, donde en ese tiempo tenían que entrar de noche caminando 18 kilómetros hasta el pequeño caserío para evitar ser emboscadas por la contra. Una vez cada 15 días entraba un camión del Ejército Popular Sandinista (EPS) a dejarles alimentos, correspondencia y avituallamiento.
Como sanción le impusieron tres meses, pero ella, en su rebeldía natural, se quedó seis meses, allí, junto a sus compañeros, utilizando madera de la zona construyó una pequeña enfermería en la que se atendía a heridos o enfermos, una escuela y hasta un parque rústico se construyó para los chavalos de la comunidad de Kuskawás.
Un día de diciembre de 1987, cuando regresaban de Waslala (37.1 kilómetros de Kuskawás) en un camión IFA trasportando una madera para la construcción de la escuela, sorpresivamente fueron atacados a balazos por una agrupación contrarrevolucionaria. “Yo fuí la primera que estaba tirándome del camión, en un instinto de supervivencia”, rememora Ruth, quién junto a sus compañeros, portando su fusil AK disparaba balazos respondiendo a sus agresores, sin sufrir bajas ni heridos de su parte.
El personaje
Ruth Castro Rivera, nació en León, Nicaragua el 29 de agosto de 1955.
Hija del poeta héroe y mártir Edwin Castro y de Ruth Rivera. Es la segunda de tres hermanos, Consuelo, Ruth y Edwin.
Madre de dos hijos, el mayor Otto, procreado con el comandante Cero, Edén Pastora, el segundo, Ricardo, procreado con Orlando Castillo. Estuvo casada 18 años con el magistrado de la Corte Suprema de Justicia Francisco Rosales Argüello. Es abuela de seis nietos.
Es Graduada en Bellas Artes; por la universidad de Costa Rica.
Actualmente trabaja desde su Unidad de Victoria Electoral (UVE) Oscar Perezcassar, en apoyo a comunidades pobres de Managua.
http://www.visionsandinista.net/2022/01/19/ruth-castro-rivera-la-hija-del-enemigo-de-somoza/