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El próximo 7 de noviembre, fecha que está a la vuelta de la esquina, para la inmensa mayoría de los nicaragüenses, es motivo de una tremenda avidez porque deseamos que llegue para por fin tener lo que tanto esperábamos, pero también ciertos que hay pequeños grupos, que conscientes de lo que son, de lo que jamás representarán y de la condición en la que se encuentran, no quieren que ese mismo día llegue, aunque tres años atrás, envalentonados por la mentira que construyeron gritaban y golpeaban la mesa para que se alterara el sagrado orden constitucional y se adelantaran las elecciones, imponiéndose así una grave amenaza para la estabilidad del país bajo cualquier signo de gobierno a posteriori de aquellos tristes y lamentables eventos que indudablemente nos golpearon, nos hicieron heridas que ya cerraron sí, pero nos dejaron cicatrices y cada vez que las vemos nos traen a la mente horrores que con el voto nos aseguraremos que jamás vuelvan a repetirse.


Este fin de semana conversaba con apreciados amigos, con los que generalmente compartimos visiones y análisis sobre la situación del país, de esos temas que se desprenden del proceso electoral que ya está en marcha y yo les decía que el próximo 7 de noviembre lo esperamos desesperadamente porque será nuestro gran momento, será nuestra gran victoria, no la del Frente Sandinista sobre otro porque eso no está en duda, hay demasiadas razones y muy poderosas para certificarlo, sino que hablo de una victoria diferente porque esta será contra el odio, la infamia, la traición, y toda esa cochinada que representa el lado oscuro del anti nicaraguanismo.

Han pasado un poco más de tres años que las miserias humanas, obedientes servilmente a su financiero, trató de ejecutar un visible golpe de estado y aunque tenemos una contabilidad clara de los costos políticos, económicos y morales que todo aquellos representó, la verdad es que la pretensión continuó bajo la bendición de algún sector de la iglesia católica y la respuesta que al terrorismo dimos fue aguantar, tolerar, ignorar y llenarnos de una paciencia solo comparable a la de Job.

Entre nicaragüenses no podemos desconocer que somos de mecha corta. Somos un pueblo rebelde, lo fuimos desde la conquista y lo seguimos siendo próximos a celebrar en septiembre el bicentenario de nuestra independencia y ese carácter nos ha sido indomable y por eso siempre tuvimos reacciones que generaron cualquier modalidad de conductas para responder a las diferentes etapas políticas escritas en nuestra historia.

El Daniel Ortega que retomó la presidencia en 2007 y el Frente Sandinista de Liberación Nacional que lidera absolutamente en esta segunda etapa de la revolución es algo diametralmente distinto a lo que conocíamos en la primera. 

Yo recuerdo en alguna ocasión haber escuchado decir al ahora ex procurador de Justicia Hernán Estrada, que, si aquí Daniel Ortega llamaba a responder a sus enemigos, solo bastaba una seña para que aquí no quedara piedra sobre piedra.

Los que en aquel momento estábamos al otro lado de la acera hicimos un escándalo de marca mayor por aquella frase y peor cuando en su oportunidad el Tomás Borge Martínez dijo que había aconsejado a Daniel Ortega hacer lo que se tuviera que hacer pero que aquí tenía que haber Frente Sandinista hoy, mañana y siempre y aquello, repito, para los que nos encontrábamos al otro lado de la acera, fue una descarga de profundidad tremenda.

Muchas veces por razones emotivas escuchamos planteamientos contra los que reaccionamos, pero es a la vuelta del tiempo que, por la madurez política que se alcanza y que te termina de ubicar en el lado correcto de la historia, es cuando se comprende que hay una gran diferencia entre oír y escuchar.

¿Alguien puede dudar del liderazgo de Daniel Ortega, conociendo la historia del FSLN, contra qué ha luchado, contra quien ha luchado, cómo ha luchado, porqué ha luchado, que ha perdido en el largo trayecto de su lucha, qué errores ha sido capas de reconocer y cuantos aciertos tiene encima como para que alguien crea que hace tres años ese mismo Daniel Ortega no haya sido capaz de desmontar, con una sola señal al pueblo sandinista, y acabar en un dos por tres con toda aquella barbarie detrás de aquellos tranques de la muerte?

No nos enredemos, nadie se engañe, esa miseria humana que revirtió significativamente el proceso de reconciliación que desde el 2007 al 2018 se venía afianzando y que a pesar de todo insistimos en retomarlo, pudo ser sometida a la nada y deseos no faltaron porque lo cierto es que no hay palabras para describir la vuelta de calcetín que en aquellos momentos le quisimos dar al terrorismo, pero aquel Daniel Ortega, claro de su poder prefirió dar el ejemplo y ser el primer ofendido en poner siete mil veces setenta la mejilla y después puso la otra y después le dijo a los suyos, al pueblo sandinista, que hicieran lo mismo, y entonces todos aquellos que esperaban la seña para cobrar el ojo por ojo y el diente por diente se quedaron con las ganas para disfrutar hoy de esta Nicaragua que está en pie y que nunca volverá a verse en la fotografía aquella del piedra sobre piedra.

Aquí es donde encaja la recomendación de Tomas Borge Martínez a Daniel Ortega cuando le dijo; “Hagamos lo que tengamos que hacer para conservar el poder, pero aquí habrá frente sandinista hoy, mañana y siempre”.

Muchos por supuesto oímos otra cosa ateniéndonos a la fogosidad sandinista, a la respuesta contundente de otros tiempos, pero hacer lo que se tuviera que hacer, era en realidad decidir u optar por respuestas que no estuvieran en los cálculos de nadie, que no fueran parte de lo posible o marcaran señal en el radar político de los más connotados “cerebros” del imperio o de sus lacayos y entonces aquello que al comienzo percibíamos como una debilidad, que estábamos indefensos, que mientras nos perseguían, torturaban, asesinaban y secuestraban la policía estaba acuartelada y que todo era un caos, era en realidad “hacer lo que se tuviera que hacer”.

Por aquellos tiempos hubo mucha confusión, la manipulación de circunstancias, las noticias falsas, el complot mediático externo e interno, la configuración escénica de una insurrección donde los comandantes eran algunos obispos de la iglesia católica, los tranques, las muertes reales como consecuencia de los enfrentamientos, entre quienes cazaban sandinistas y sandinistas que se defendían y el silencio del Presidente Daniel Ortega ante todo lo que sucedía era algo de locura porque pensábamos que nos estaban haciendo de todo y nosotros no estábamos haciendo nada.

Daniel Ortega hizo lo que tuvo que hacer para preservar el poder y garantizar así la existencia de un Frente Sandinista hoy, mañana y siempre en la medida que siga profundizando la super revolución que emprendió desde el 2007, que quiso ser derribada en el 2018, pero que se encuentra en el 2021 lista para que el 7 de noviembre consume su venganza cívica.

El Daniel Ortega de hoy es otro, los que siguen siendo los mismos son los que continúan suspirando por tumbárselo y debo reconocer que la sabiduría con la que se enfrentó el fallido golpe de estado, que es otra derrota que acumula el imperio en su fatal relación con Nicaragua, fue el mejor manejo que se dio a esta crisis. Otra opción hubiese sido fatal e irreversible para el futuro de este país porque desde la demolición y los escombros estaríamos aun matándonos en una tierra ocupada por quienes promovieron la barbarie, para por fin, adueñarse de una vez de la Nicaragua antimperialista que les aborrece.

Es cierto, de aquellos tristes episodios del 2018 ha pasado algún tiempo y menos mal con sabiduría, tolerancia y madurez recuperado a nuestro país de las garras de sus asesinos, pero no significa que hayamos olvidado, eso es imposible. 

Por eso decía que con avidez esperamos el 7 de noviembre porque siempre estamos viendo sobre la piel las cicatrices de aquellas heridas que tanto dolor nos causaron. Siempre estamos recordando como trastocaron tan infamemente nuestra dignidad, como nos arrebataron paz, como lanzaron a los miedos sobre nuestros hogares, como pretendieron apagarnos el sol y negarnos la luz de la libertad y quisieron imponernos que la muerte era más que la vida, que el odio era más grande que el amor, que el caos era mejor que la estabilidad, que la economía, la educación, la salud, el empleo, nunca serían más importantes que la salida de aquel “dictador”, que les permitió todo hasta que llegó el momento, después de que los asesinos quedaron evidenciados como lo delincuentes y vende patria que eran, que el Presidente en uso de sus facultades dio la orden de levantar formalmente los tranques, que en su gran mayoría se disolvieron solos o por negociaciones que siempre existieron.

Es imposible olvidar todos esos horrores y por eso nos encontramos en el camino de consumar nuestra tan esperada y deseada venganza. El comienzo del fin para esta miseria humana que representa el oposicionismo ya lo comenzamos a andar con el proceso que nos conduce al 7 de noviembre.

Ese día, ese 7 de noviembre, no vamos a perdonar, vamos a ser implacables, vamos a pasar facturas, a través del voto, vamos a disfrutar con satisfacción, sonrientes, sin decir mayor cosa, pero con un espíritu liberado por realizar que ciudadana y cívicamente tenemos en nuestro dedo, el arma letal que ahora sí no dejará piedra sobre piedra y que en ese momento estaremos haciendo lo que tenemos que hacer, para que al día siguiente el silencio de los ejecutados electoralmente hablando nos diga que llegó el momento de ver el cadáver putrefacto del oposicionismo llevado a patadas al cementerio en un ataúd redondo.

Quiero decir que eso de llevar el cadáver putrefacto del oposicionismo en un ataúd redondo a patadas al cementerio no es metafórico, lo digo simplemente porque el país merece tener una oposición de verdad, seria, responsable, que fundamentalmente sepa distinguir entre el interés personal y político y el interés de la patria lo que por supuesto es conveniente para cualquier gobierno del signo que sea porque es cuando los verdaderos consensos se logran y se alcanzan para ejecutar un verdadero proyecto de nación.
Vean ustedes toda esta tragedia por la que pasa esta cosa que prefiero identificar como oposicionismo. Ahí no hay nada que rescatar, todo está podrido, todo hiede. 

Pareciera fácil describir la bacteria que se los harta -QUE ESTÁMAGO EL DE ESA BACTERIA-, pero no, es difícil entenderlos, saber dónde está la cola o la cabeza de ese cuerpo tuqueado, amorfo y monstruosamente feo.

La mejor conveniencia para el país es acabar, por la vía cívica por supuesto, a través del voto, con esa cosa oposicionista. Nicaragua demanda urgentemente una nueva clase política, disidente si se quiere del sandinismo, pero que no tenga nada que ver con la ignorancia y la estupidez de estos lacayos del imperio que suspiran por el poder para robarse, como lo hicieron antes, el erario nacional y que se llenan la boca hablando de transparencia y corrupción.

Por supuesto que seguiremos hablando de estos temas y seguiremos desenmascarando la inmoralidad de individuos que como estos se equivocaron en nacer aquí, porque la verdad, bebieron hacerlo en el infierno.

Por: Moisés Absalón Pastora.

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