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Problemas del socialismo cubano


He trabajado mucho el tema y los problemas del socialismo en Cuba desde que era muy joven, en una gama de asuntos, formas y propósitos, e incluso he publicado varios libros acerca del socialismo cubano. Por eso no me parece atinado intentar una selección de esos resultados de trabajo y sintetizarla en el breve tiempo con que contamos.

Prefiero entonces plantear lo que creo de mayor importancia y relieve en esta coyuntura de fines de abril de 2016, y utilizar algunos breves fragmentos de textos míos recientes integrados al discurso de esta exposición.

Para ser, consolidarse y satisfacer las necesidades y los anhelos que la desataron, la revolución que triunfó en 1959 tuvo que optar por ser socialista de liberación nacional.

Al bautizarla, Fidel, su conductor máximo, la calificó de socialista, democrática, de los humildes, por los humildes y para los humildes. Esa no era una frase oratoria, sino una definición. Tampoco lo hizo dentro de una reunión política, sino en la calle, ante una multitud de personas armadas y decididas a combatir hasta morir o vencer a los lacayos de la burguesía de Cuba y sus amos imperialistas, como hicieron horas después. Desde el origen estuvo muy claro de qué tipo de socialismo se trataba, y se puede afirmar con orgullo que en Cuba ese es el significado de la palabra socialismo.

Las cubanas y los cubanos, la sociedad y su poder revolucionario emprendieron desde 1959 colosales cambios de sí mismos, sus relaciones sociales y sus instituciones. La acumulación y el entrelazamiento de viejos y nuevos problemas e insuficiencias condicionaron desde el inicio la creación de una nueva sociedad. Fidel, el Che y otros dirigentes, y un número cada vez mayor de revolucionarios pensaron las batallas y las situaciones que vivían. Entre cientos de expresiones de Fidel acerca del socialismo escojo una, del 3 de septiembre de 1970, que ilustra su acierto, su lucidez extrema y su capacidad de guiar:

“Nosotros llegaríamos muy lejos si con el trabajo de masa ganamos esta batalla. Nosotros llegaríamos muy lejos si introducimos hasta su grado máximo la democratización del proceso. No puede haber ningún Estado más democrático que el socialista, no puede; ni debe haberlo. 

Es más: si el Estado socialista no es democrático, fracasa (…) sin las masas, el socialismo pierde la batalla: se burocratiza, tiene que usar métodos capitalistas, tiene que retroceder en la ideología. Así que no puede haber sociedad más democrática que la socialista, sencillamente porque sin las masas el socialismo no puede triunfar.”[1]

Quisiera destacar una dimensión que a mi juicio ha sido siempre y todavía es principal: la humana. Millones de individuos han puesto sus vidas en la balanza del socialismo cubano y le han entregado lo mejor de sus actos, sus sentimientos y sus pensamientos.

 Ellos son hijos, creadores y partícipes de una cultura socialista. Hoy muchos quizás no le llamen socialista, porque no está de moda en estos días, pero estoy seguro de que cada vez que sea necesario tendrán suficiente determinación personal para defender e impulsar el socialismo cubano.

El predominio del llamado socialismo real en Cuba entre 1971 y1985 fue solamente parcial. Pero constituyó una amarga aceptación de los límites de una Revolución que había sido la más avanzada del mundo, y llevó a un recorte fuerte de los ideales y del proyecto, al mismo tiempo que a la implantación de características y prácticas muy negativas en nombre del socialismo. 

Sin embargo, Cuba siguió siendo socialista-comunista en campos esenciales internos y en el internacionalismo, ese rasgo primordial que también es distintivo del socialismo cubano, y que tanto nos ha desarrollado y salvado de mezquindades y retrocesos. 

El resultado de aquella etapa fue muy híbrido y contradictorio, pero muy fuerte en cuanto al socialismo. 

La persistencia de rasgos de “socialismo real” en Cuba de los años noventa en adelante, hasta hoy, que es tan perjudicial como obstinada, resulta en la práctica un hecho ajeno u opuesto a las dos opciones que ha enfrentado y enfrenta el país:

cambios para profundizar un socialismo verdadero, creciente y atractivo; o un retorno paulatino al capitalismo.

En los últimos veinticinco años, la acumulación cultural de la Revolución ha sido un baluarte fundamental del socialismo cubano y sigue teniendo un peso enorme en la actualidad.

Cuba está entrando en una etapa de dilemas y alternativas diferentes, entre los que sobresalen los que existen entre el socialismo y el capitalismo, teatro de una lucha cultural abierta en la que se pondrá en juego nuestro futuro. El gran dilema planteado es desarrollar el socialismo o volver al capitalismo.

No servirá aferrarse meramente a lo que existe, habrá que desarrollar el socialismo. Tampoco debemos creer que el capitalismo será un futuro inevitable, que hasta podría traer progresos consigo: sería regresar al capitalismo.

No se está librando una pugna cultural entre el neoliberalismo y la economía estatal: es entre un socialismo que tendrá que transformarse y ser cada vez más socialista, o perecerá, y un capitalismo que ha apostado a acumular cada vez más fuerza social, ir conquistando con sus ilusiones a la sociedad y que se vayan acostumbrando los cubanos a sus hechos, sus relaciones y su conciencia social.

Estamos ante un claro enfrentamiento cultural, que no ha conllevado hasta ahora confrontaciones políticas. Amplios sectores de la población están conscientes de esto o lo perciben bastante, y reaccionan en consecuencia. Pero otros sectores no están conscientes y se sitúan a partir de aspectos del problema, o de incidentes y comentarios.

Una cuestión principal es si el contenido de la época cubana que se está desplegando en estos últimos años será o no será finalmente posrevolucionario. En las posrevoluciones se retrocede, sin remedio, mucho más de lo que los juiciosos involucrados habían considerado necesario al inicio. Los abandonos, las concesiones, las divisiones y la ruptura de los pactos con las mayorías preludian una nueva época en la que se organiza y se afinca una nueva dominación, aunque ella se ve obligada a reconocer una parte de las conquistas de la época anterior.

Las revoluciones, por el contrario, combinan iniciativas audaces y saltos hacia adelante con salidas laterales, paciencia y abnegación con heroísmos sin par, astucias tácticas con ofensivas incontenibles que desatan las cualidades y las capacidades de la gente común y crean nuevas realidades y nuevos proyectos. Son el imperio de la voluntad consciente que se vuelve acción y derrota las estructuras que encarcelan a los seres humanos y los saberes establecidos. Y cuando logran tener el tamaño de un pueblo son invencibles.[2]

La política cubana tiene que avanzar mucho. La política no existe en general, ni la cultura tampoco. Si un pueblo hace una revolución anticapitalista y entra en la época de transición socialista, la política y la cultura –como la economía y todo lo demás– adquieren nuevas especificidades y nuevos órdenes de relaciones radicalmente diferentes a los que hasta entonces habían tenido, que deben ser vividos, pensados y organizados. Al mismo tiempo, debe adelantarse sin descanso en el conocimiento profundo de esas realidades nuevas. Las razones de tantos requisitos son obvias. El capitalismo sigue existiendo, y no de modo inerte, sino atacando siempre, de manera aguda o crónica, pero también y sobre todo ingresando, retornando, reviviendo, empapando, contagiando las instituciones y las actitudes individuales y de grupos de la sociedad que quiere ser nueva y socialista.

El mal mayor está en la reproducción en el seno de la sociedad en transición socialista de las relaciones, las instituciones, las ideas y los sentimientos que rigen la dominación capitalista.

Y esa reproducción no depende tanto de conspiraciones y acciones de origen externo –por más reales y peligrosas que ellas sean, y lo son– como de la inmensa, formidable acumulación cultural de signo favorable a las dominaciones de unas personas sobre otras, antigua y renovada, que caracteriza a las sociedades. Una verdadera batalla cultural se libra entre ambos complejos de maneras de vivir.

En la batalla entre esas dos maneras de vivir, la del capitalismo ha estado recibiendo muchos refuerzos en la época reciente. Tiene, además, la sabiduría –a escala social no es necesario saber para ser sabio– de no pretender el poder político: su campo de batalla principal está en la vida cotidiana, las relaciones sociales, el aumento y la expansión de los negocios privados y sus constelaciones de relaciones económicas y sociales, las ideas y los sentimientos que se consumen.

No podemos permitir que avance un proceso de desarme ideológico que dejaría al país inerme. Es necesario rescatar o utilizar bien los instrumentos de la cultura de liberación.

Es la falta de cultura política suficiente la que impide que le saquemos más provecho a la vida que hemos construido entre todos, a la sociedad que despierta tanta admiración a millones de personas en el mundo y que sustenta tantas simpatías y manifestaciones de solidaridad que recibimos. La liberación humana necesita una militancia de la cultura, que brinde espacios y sea capaz de reunir la diversidad de las subjetividades, habilidades y propensiones humanas, el planeamiento de las tareas revolucionarias, el afán de belleza, goces y felicidad, la expansión de la influencia y del control de la gente común sobre todos los ámbitos de la vida pública, la creatividad y la originalidad para enfrentar las escaseces y dificultades, que son tan graves que serían insalvables si no se ponen en marcha nuevos medios de desplegar la superioridad de las personas.

El avance real del socialismo en Cuba dependerá en gran medida del afianzamiento y la expansión de una cultura anticapitalista y creadora a la vez de satisfacciones y educación. Por eso es tan necesario darnos plena cuenta de la hora tremenda que vivimos, de los deberes de cada cual y del bienestar que pudiéramos sacar del ejercicio de pensar y de la creatividad.

El concepto de socialismo es conservado por muchos revolucionarios activos, pero a escala de la sociedad desde hace tiempo se ha batido en retirada. Fidel y Raúl lo mantienen siempre, de manera expresa. Algunos documentos oficiales también lo hacen. Pero en la propaganda y en los rituales la palabra socialismo fue desapareciendo, y hoy es solo una mención rara. Por otra parte, para diferentes sectores de la población el socialismo persiste como una noción, fuerte o no, con atributos que también son diferentes. Por ejemplo, como palabra que sintetiza las grandes conquistas que obtuvo nuestro pueblo y la nación cubana, o como la etapa de bienestar material de los años setenta-ochenta. Es necesario precisar qué significa hoy el socialismo para la población. Habría que ayudar a esa tarea con investigaciones bien planteadas y bien ejecutadas, que vayan más allá de la encuesta y la recopilación de datos, y sobre todo con intercambios y discusiones serias.

Hoy resulta imprescindible librar combates culturales e ideológicos concretados, orientar y conducir a las mayorías con acciones y mensajes atractivos y con firmeza revolucionaria, incitar a participar y debatir, y brindar realmente las condiciones para que eso suceda efectivamente, presentar y divulgar sin descanso los datos necesarios, los problemas candentes, las opciones existentes, las discrepancias, las posiciones políticas e ideológicas, nuestras ideas y los logros de la Revolución, sin miedo a polemizar entre revolucionarios.

En suma, hacer realmente mucho trabajo político e ideológico, que incluya formas nuevas o que han parecido impensables.

El socialismo cubano tiene una profunda necesidad de apelar al patriotismo popular de justicia social, hilo conductor de la hazaña maravillosa protagonizada por este pueblo en el último siglo y medio, y no servirán de nada los rituales vacíos y los lenguajes pequeños de un patriotismo formal y simplón, reiterador de lugares comunes siempre iguales, que oculta la historia social y las voces y las vidas de los de abajo, omite lo que le parece inconveniente y esconde las contradicciones y los conflictos que existieron en el seno de los movimientos revolucionarios.

Estamos en medio de una gran pelea de símbolos. Los enemigos pretenden borrar toda la grandeza cubana y reducir al país a la nostalgia de “los buenos tiempos”, antes de que imperaran la chusma y los castristas. La estrategia actual de Estados Unidos contra Cuba nos deparará un buen número de recursos “suaves” e “inteligentes”, modernos “cazabobos” de la guerra del siglo XXI. Desbaratar confusiones y desinflar esperanzas pueriles es una de las tareas necesarias.

La ofensiva de paz norteamericana contra Cuba se inscribe también dentro de una estrategia general bien diseñada y bien ejecutada con ayuda de una democratización del mercado cultural controlada por el sistema, que tiene como uno de sus fines la expansión acelerada y triunfal del papel de los símbolos y los valores homogeneizadores y universalizantes que rigen las vidas, los sentimientos y las conciencias de las mayorías en los países dominados por el capitalismo. En el caso cubano esa transformación es imposible sin someterse a Estados Unidos.

Este es el enemigo que está tocando a nuestra puerta, duro y con aire triunfalista. Está decidido a recuperar el dominio que tuvo sobre Cuba mediante la victoria en una guerra cultural.

No podemos separar las respuestas a la política imperialista de las acciones dirigidas a defender y profundizar nuestro socialismo: en realidad, estas últimas serán lo decisivo.

La sociedad pasa al centro del combate político, y ella necesita que entre todos hagamos política social, y hagamos política.

Un requisito básico será la activación de muchos medios organizados que no están siendo eficaces ni atractivos, y la creación de nuevos espacios y mecanismos para fomentar la actuación y la creatividad populares.

Ganar la batalla de la participación de los que están dispuestos y reconquistar a la mayoría de los que no lo están. Son innumerables los asuntos, los retos, las necesidades, los campos en los que podrían ejercitar su participación quienes sientan que deben hacerlo.

Necesitamos rescatar en términos ideales y materiales las relaciones y la manera de vivir socialistas; mayor socialización dentro del ámbito y la gestión estatales; un impulso cierto a la municipalización y otras formas de descentralización que beneficien a empeños de colectivos y comunidades, al país y al socialismo, y no al individualismo y el afán de lucro.

Se está produciendo un aumento de la politización en sectores de la población, que estimula el nivel inmenso de conciencia política que posee el pueblo cubano.

Emergen sectores no pequeños de jóvenes que rechazan el capitalismo.

Ha crecido bastante la expresión pública de críticas y criterios diferentes hechos por cubanos socialistas y dirigidos a fortalecer el socialismo. El pueblo cubano ha ejercido la justicia social, la libertad, la solidaridad y el pensar con su propia cabeza, y se ha acostumbrado a hacerlo.

Tenemos conciencia política del momento histórico en que vivimos y lo que se juega en él. Es hora de expresar esa conciencia en las prácticas que Cuba necesita.

Notas:

[1] Fidel Castro Ruz: Discurso en la Plenaria Provincial de la CTC, Teatro de la CTC, 3 de septiembre de 1970. Departamento de Versiones Taquigráficas del Gobierno Revolucionario.

[2] He reproducido este párrafo de “Días históricos, épocas históricas”, de agosto de 2015, porque considero que sigue siendo muy procedente el problema que plantea de manera muy sintética. El texto completo en Fernando Martínez Heredia, A la mitad del camino, Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 2015, pp. 296–300.



https://rebelion.org/problemas-del-socialismo-cubano-2/

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