Todos los terrorismos de la clase dominante son aterradores, pero quizá el peor sea el terrorismo político, porque por un lado es selectivo y por el otro indiscriminado, ya que dichas acciones de terror, esas olas de violencia masacraban a familias enteras, entre ancianos, mujeres y niños.
Luciano Castro Barillas
Escritor y analista político
La derecha resulta ahora ser la contestataria y la rebelde. Se han apropiado de las viejas tradiciones de la izquierda que, sin rumbo, asume la pasividad conservadora de la derecha.
La izquierda o el progresismo como suelen llamarlo algunas personas, entraron en una crisis de postulados, tradiciones y principios.
Las prácticas del terror siempre fueron iniciativa de los grupos conservadores, para ya en eclosión revolucionaria, también los revolucionarios hicieron uso del terror revolucionario, un método de lucha para hacer insufrible la vida de los sectores poseedores que tuvieron por siempre el monopolio o prerrogativa en el uso y tenencia de las armas.
Ello provocó una equiparación de las fuerzas en disputa y cuando los resultados de la lucha revolucionaria, para el caso de Guatemala, se decantaron a favor del conservadurismo social y político, el terror del Estado asumió varias modalidades, curiosas variantes; siempre en perjuicio del pueblo humilde y de manera selectiva contra aquellos que la doctrina de la seguridad nacional percibía como los enemigos internos.
Se dio, entre otras expresiones de terror, el terrorismo económico, el terrorismo jurídico, o sea instrumentos legales de brutal coerción contra los pobres y los luchadores sociales como los defensores de los derechos humanos, el terrorismo de género, caracterizado por el descuartizamiento de mujeres, el terrorismo homofóbico y el terrorismo xenófobo, principalmente contra hermanos salvadoreños y salvadoreñas.
Todos los terrorismos de la clase dominante son aterradores, pero quizá el peor sea el terrorismo político, porque por un lado es selectivo y por el otro indiscriminado, ya que dichas acciones de terror, esas olas de violencia masacraban a familias enteras, entre ancianos, mujeres y niños.
La ejecución extrajudicial de los opositores políticos, en la línea del espectro político que va desde la socialdemocracia hasta la extrema izquierda dio por resultado un desastre social que afrontamos en la mediocridad de nuestra época: se destruyó a todos los representantes del marxismo cultural, es decir, a todos aquellos representantes de las artes y de la ciencia progresista que han constituido, desde siempre, la cuna de las ideas avanzadas y las ideas de la emancipación, que obvia decir, las ideas sobre el impulso y nutrición intelectual de los movimientos de liberación nacional.
Cuando la lucha de clases está en ese nivel alto de confrontación es cuando ocurren los crímenes más atroces, delirantes, psicóticos. ¿Qué busca el poder tradicional con estas acciones?
Antes, durante el conflicto armado interno, disuadir de cualquier simpatía con las fuerzas revolucionarias.
Hoy, no habiendo enemigo interno de índole marxista, el terror del Estado se impulsa para crear condiciones favorables como el Estado de Sitio y sus restricciones, entre ellas las aéreas, para dejar corredores libres del control de las fuerzas policiales y militares, en flagrante complicidad, para que aterricen en las pistas clandestinas en Petén y en el suroccidente de Guatemala (San Marcos y Retalhuleu), cuanta avioneta cargada de cocaína esté en condiciones de volar al territorio guatemalteco. Hay una escalada criminal, claro, pero creada por intereses muy particulares.
Entretanto, el pueblo de Guatemala, clama por la pena de muerte, se fortalecen las propuestas partidarias que creen en eso de la ejecución administrativa y, luego de que las naves aterricen y cumplido el cometido, todo vuelve a una aparente normalidad. Esas mañas ya son conocidas y a pocos les toman el pelo.