Yo reaccioné ante las injusticias desde niña
Mi padre fue exiliado del régimen del Dictador hondureño Tiburcio Carías Andino. Vino a Nicaragua y trabajó como administrador de una propiedad de un terrateniente allá en Nueva Segovia. A mi mamá le tocaba darles de comer a toditos los trabajadores, y a ella no le pagaban pero ni 5 centavos. Lo que le daba el patrón para cocinarles fue frijoles picados y arroz quebrado.
Cuando niña yo veía la miseria de los trabajadores de ese señor. Recuerdo una vez cuando tenía 4 o 5 años vi a un campesino retorcerse de dolor en el suelo. Mi mamá a como pudo comenzó a darle remedios caseros. Al día siguiente se fue buscando su casa que quedaba en otro departamento, pero dicen que murió en el camino. Ahora analizo que lo que él tenía tal vez era una apendicitis.
Ya cuando llegué a la ciudad de Ocotal a estudiar la primaria me fui dando cuenta del comportamiento de la Guardia Nacional. Fui testigo de muchos atropellos. Una vez miré unos guardias maltratar a un ancianito y cuando una mujer embarazada quiso protestar le dijeron que le iban a sacar su niño a culatazos.
También supe de los asesinatos de unos chavalos que habían metido preso por robo. Los fusilaron. Tal vez tendrían los chavalos unos 16, 17 años.
Todas esas situaciones, la miseria, la discriminación, el atropello, esas situaciones crean conciencia en los ciudadanos que son sensibles. Yo fui muy sensible ante esas situaciones y reaccioné.
En el año 74, cuando ya estoy trabajando como maestra en una escuela pública, un vecino me preguntó que si yo querría participar en el Frente Sandinista. No la pensé dos veces. Dije inmediatamente que sí. A partir de ese entonces mi casa se vuelve casa de seguridad para la guerrilla. También me encargué de reclutar más colaboradores para el Frente.
Por mi casa pasaron todos los comandantes guerrilleros de la zona; Bayardo Arce, Pedro Aráuz, Carlos Manuel Morales, Omar Cabezas, Mónica Baltodano y un montón de personas más. Yo cuidaba a toda esa gente que andaba en la clandestinidad.
Fui torturada psicológicamente en la cárcel
A mí me llevaron sobre todo porque querían sacarme información sobre un sobrino mío que se había ido a la clandestinidad. Ese sobrino, que se llama Carlos Manuel Antúnez, era portador de una clave entre Ocotal y Estelí. Ese clave era entre él y Juan Alberto Blandón. Era algo muy especial que no podía caer en manos de la Guardia.
En ese tiempo ya tenía mis dos hijos mayores, Yelba María que tenía 11 años y Antonio Efrén que tenía 3. Era madre soltera. Ya estaban traumatizados. Mi niño de tres años solo se mantenía en la puerta vigilando la calle para ver si venía la Guardia a llevarme otra vez. Sufrían mucho. Cuando a mí me llevaban presa mis hijos quedaban solos, a cuidado de una vecina.
Seguí viviendo en Ocotal y colaborando con el FSLN todos esos años. Mi situación después del 75 era muy difícil porque me habían corrido del trabajo por sospechar que era colaboradora. Me corrieron sin prestaciones y sin nada.
Yelba se fue a la guerrilla con 14 años
En el 78 nace mi tercer hijo, una niña, Gema Paola se llama. Cuando tiene tres meses la bebé, mi hija mayor, Yelba María, se me fue a la guerrilla. Tenía 14 años. Se me desapareció la misma noche del bautismo de mi hija menor. Nunca la volví a ver. La mató la Guardia en mayo del 79 en un combate en Nueva Guinea.
En los días antes que ella se va, un informante de la Guardia me le echó un carro en retroceso y casi me la mató. Ése fue un tipo cruel. Se llamaba Pedro Gutiérrez. Siempre fue “oreja” de la Guardia. Seguía a todo mundo, no dormía por estar vigilando a la gente. Era un hombre con instintos criminales, por eso le servía a la Guardia.
Después que se fue con la guerrilla, Yelba pasó varios meses allá en Honduras, en un campamento de entrenamiento guerrillero. No la pude ir a ver cuando estaba allí porque no tenía quien me cuidara a mi niña más chiquita. Es que la niña nació con problemas del intestino y durante su primer año de vida le practicaron cuatro cirugías.
Entonces Yelba está allá en un campamento de guerrilleros, pero son denunciados y a toditos los llevan presos los guardias de Honduras. En la cárcel me la torturó un guardia, un coronel. Me la pateó hasta el cansancio porque él la enamoraba, quería poseerla, y ella lo rechazó, le dio una palmada en la cara. Entonces me la pateó, la torturó terriblemente.
Después hubo un acuerdo de amnistía donde el gobierno de Honduras aceptó liberar a todos esos prisioneros y mandarlos a Panamá. De Panamá ella vino para Costa Rica donde se incorporó al Frente Sur. En el combate donde ella murió fueron 2,500 guardias persiguiendo a 150 guerrilleros.
Exiliada en Honduras
A mí me dieron la noticia de su muerte en el exilio. Porque más o menos el mismo día que matan a Yelba María a mí me llega una orden del FSLN de que me vaya inmediatamente para Honduras porque la Guardia tiene planes de asesinarme dentro de tres días.
Y era cierto. A los dos días de haberme ido llegó la Guardia y rafaguearon mi casa. Pero yo ya me había ido con mis dos criaturas. Pasamos la frontera con Honduras por un punto ciego y nos hospedamos en un hotel en Danlí esperando que nos vinieran a recoger unos colaboradores de allá.
Pasamos tres días ahí sin dinero, sin comida, sin nada, esperando hasta que por fin llegaron los colaboradores. No podía salir porque la Guardia de Honduras, que se mantenían en constante contacto con la Guardia de Nicaragua, ya sabía que estaba yo por ahí. No tenía qué darles a mis niños. Ni medicina tenía para darle a mi niña. Y la herida de la última cirugía todavía no se le había sanado bien. Imagínese mi situación.
Después nos trasladamos a una casa de seguridad en Tegucigalpa donde yo era la responsable de la casa en cuanto a darles de comer, lavar la ropa, cuidar heridos. Y ahí es donde me cuentan de la muerte de mi hija Yelba. Eso es un golpe que no cualquiera lo resiste. Pasé con una psicosis terrible.
Alegre por el triunfo, triste por mi hija
A los dos meses ya triunfa la revolución y nos mandan a traer a todos. Nosotros estamos cruzando la frontera a Nicaragua a la una de la madrugada del 22 de julio. Se imagina lo que yo sentía al escuchar esa canción que decía “la tumba del guerrillero, ¿dónde, dónde, dónde está? Su madre está preguntando nadie le responderá.” Muerta en llanto venía. Alegre por el triunfo pero triste por mi hija.
Dos meses después el papá de Iván Montenegro, un comandante guerrillero de Managua que cayó en el mismo combate con Yelba María, me contactó y me dijo que sabía donde la Guardia había enterrado a mi hija. Nos fuimos con él a Nueva Guinea y los desenterramos a seis incluyendo a Iván y Yelba. También desenterramos a Oscar Benavides, un comandante guerrillero de Estelí, y a un niño de 12 años.
Yo pensaba que solo iba a encontrar los huesos, pero mi hija estaba entera. Viera qué grande que se me había hecho.
Yelba fue una de miles de jóvenes que hicieron el último sacrifico por la revolución. Por eso yo quiero la causa Sandinista más que mi propia vida. Ahí está invertida la sangre de tantos jóvenes. Jóvenes que creyeron en nosotros, y creyeron en un mundo mejor.
¡Patria libre o morir!
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