La Independencia de Centroamérica del decadente Imperio colonial español es un punto luminoso en la historia colectiva centroamericana.
Un acto incruento protagonizado por los criollos (su intelectualidad y sus grupos económicos, religiosos, políticos y militares) de las provincias unidas, que pronto se convertirían en la élite del poder post colonial en el Istmo.
Una etapa de genocidio, sufrimiento, destrucción del mundo socio-cultural aborigen había llegado a su fin, creando un parteaguas histórico que daba paso a un anhelado nuevo paradigma, con actores locales y un mundo por construir basado en el desarrollo endógeno incluyente y donde la Moralidad, principios humanísticos y la Libertad regirían la vida de todos en el nuevo Estado.
El anterior, básicamente, fue el cuento que los criollos narraron a los pueblos centroamericanos en aquella época y que aun algunos siguen creyendo.
Sólo unos pocos historiadores, con más sentido de pertenencia nacional e independencia intelectual de los grupos del poder político y económico, han escrito que en realidad el proceso independentista de Centroamérica ( Independencia de España, anexión al Imperio mexicano de Agustín de Iturbide, la conformación de las siete-luego seis y por último cinco- Provincias Unidas de Centroamérica y finalmente de la República Federal de Centroamérica y su posterior disolución), arranca con los sangrientos levantamientos de Granada, León, Masaya y Rivas en 1811 y principios de 1812, donde indios, mestizos y criollos son masacrados por el ejército realista, que a su vez será el combustible que dará origen a otras escaramuzas no menos violentas, con cientos de patriotas muertos o confinados en las cárceles centroamericanas o en ergástulas de la Península ibérica.
De los trece firmantes del Acta de la Independencia, ninguno nació en Nicaragua y la nómina de las principales autoridades nombradas para regir la Centroamérica “independiente”, estaba plagada de funcionarios españoles, criollos y uno que otro mestizo rico ligado a la Corona española.
El brigadier Gabino Gainza, por ejemplo, chapetón, es decir español, gobernador del Reino de Guatemala, militar activo del ejercito del Rey, firmante del Acta de Independencia, fue designado como “primer jefe de gobierno político y militar de Centroamérica”, es decir que los criollos y mestizos ricos “independentistas” pusieron a cuidar el queso al ratón, resultando en que pocos meses después este individuo entregó a las siete provincias al Imperio de Iturbide.
Los independentistas asumieron como propia la Constitución española de Cádiz de 1812, que por su letra y espíritu seguía siendo una norma jurídica del Imperio colonial español. Vamos entendiendo?
Los Partidos (regiones administrativas y políticas coloniales) de Nicaragua asumieron de buena gana la declaración de Independencia incruenta firmada en Guatemala, pero los leoneses, muy apegados a la política y administración de la metrópoli colonial, hicieron que en realidad el territorio de lo que hoy conocemos como Nicaragua reconociera plenamente la Independencia de Centroamérica, hasta finales de julio de 1850, con la firma de un tratado de paz entre España y la joven república.
Dos años después de la firma del Acta de Independencia en Guatemala, se inicia el relajo en Nicaragua: Revoluciones y guerras civiles entre León y Granada (que arrastraran a todo el país), conflictos de toda magnitud que llegaran a sumar más de veinticinco, en un periodo que aún no supera los dos siglos.
Es tan insensata y cruel esta “Independencia” que el primer jefe de Estado de Nicaragua, muere fusilado.
La disolución de la Federación centroamericana, dio paso a una “independencia” política y administrativa de la Provincia de Nicaragua, que es la primera en separarse de aquél fallido ensayo de Estado, pero en realidad, por diferentes factores que hasta hoy los historiadores discuten, el país resultante fue más que una tierra de paz y desarrollo, un sangriento e inicuo campo de batalla, donde la principal víctima fue el pueblo pobre del campo y las poblaciones urbanas, los pueblos aborígenes y sus descendientes, los mestizos pobres hijos de la mixtura racial propia de un mundo invadido, que el poderoso clasificó partiendo de la “proporción” de la sangre “mezclada”.
El terrible primer tercio del siglo XIX, llamado merecidamente “El período de la Anarquía” había llegado a Nicaragua.
Miles y miles de muertos en escaramuzas y guerras originadas en las disputas de una élite post- colonial partida en dos, belicosamente animadas por llenar el vacío de poder dejado por los conquistadores españoles.
Un período extremadamente cruel para las clases populares, que sirvieron de carne de cañón en conflictos que terminaban en la firma de un arreglo con vino sobre el gran comedor de una casona señorial de Granada o León y que nunca consideraban reparaciones para los soldados (jornaleros e indígenas descalzos, que iban al combate con una lanza o un machete entre sus manos) heridos que debían regresar a sus faenas a las haciendas o para las familiar de los miles de muertos anónimos e insepultos que pasaban a abonar la tierra o alimentar a los animales carroñeros.
Las dos grandes ciudades fundacionales (cuya existencia y necesidad de prevalencia de una sobre la otra es una de las principales fuentes de nuestra desgracia histórica) con sus grandes templos, escuelas, universidades, centros de esparcimiento, servicios y recursos (incluyendo a sus ciudadanos pobres), estaban al servicio exclusivo ciudades de los criollos, mestizos poderosos y de los extranjeros, que animados por la falta de leyes y la riqueza fácil, empezaban a llegar a Nicaragua.
Salud, educación, posición social, rango, acceso a la política eran privativas (salvo en contadas circunstancias) de los altos estamentos sociales. Los españoles ya no estaban, pero los que quedaron resultaron aun peor, pues como decía mi mama, la peor cuña es la del mismo palo.
La Independencia de España fue “un acto hermoso”, que requirió los más encendidos discursos libertarios de “nuestros” máximos letrados de la época.
Sus grandes patillas, sus monóculos en marcos de plata, los altos cuellos de sus levitas y fraques y los puños bordados de sus camisas de lino les daban fuerza y elegancia a su presencia en los salones de los grandes cabildos y afuera, sobre las calles empedradas el pueblo los vitoreaba, asustando a los últimos burócratas castellanos. Un acto tan hermoso como formalista, que no cambio en nada la situación de los estamentos de la base de la pirámide social del país.
Independencia
La Constitución impuesta por los legitimistas en 1854, aunque nos transformó de un plumazo en “Republica”, impuso el primer “presidente” (con más poderes que un dictador) y creó el Poder legislativo (con senadores, que para ser “electos” debían de ser grandes hacendados), no detuvo el período de la anarquía y así llego la siguiente guerra pues, como es natural, los líderes del partido opositor, también querían tener su propio presidente de la República.
La guerra se empantanó y en vez de declarar empate o firmar, como de costumbre, un nuevo pacto, el líder contrario contrató a una banda de mercenarios gringos y europeos, les ofreció buena paga, una finca de 130 manzanas para cada contratado al final del conflicto y por supuesto rangos militares inmediatos. Se inauguraba otra constante de la política tradicional nicaragüense vigente hasta el día de hoy:
Invitar al extranjero para resolver nuestras propias diferencias, para pagarle por derramar la sangre de los verdaderos patriotas y regalar a pedazos nuestro territorio nacional. A mediados de Junio de 1855, un oscuro personaje arribaba al Realejo con 57 torvos “perros de guerra”. William Walker y sus filibusteros habían sido inducidos a la fuerza a la historia de Nicaragua. El resto ya todos lo conocen.
De porte más indígena que mestizo, el coronel José Dolores Estrada Vado, nacido en humilde cuna en el polvoso pueblo granadino de Nandaime, recibió la orden “de cuidar una ruta posible de abastecimiento de las fuerzas filibusteras”, aunque otros dicen –con algo de sorna- que sus jefes lo mandaron a perseguir a una banda de cuatreros. Un llano inmenso cubierto de matorrales y potreros pedregosos y casi en el medio, una casona de cuatro corredores y sus corrales llamada “hacienda de San Jacinto”, sería el escenario de una batalla en dos tiempos.
La escasa importancia estratégica de este lugar olvidado en medio de la nada, se la daba el abra para bestias y carretas que viniendo de Tipitapa, proseguía hacia Chontales y el septentrión. Su única importancia táctica era el cerro que daba nombre a la propiedad y que servía de otero de los vigías de la pequeña y aburrida tropa que se cubría bajo de la escasa sombra de los chapernos y cornizuelos del sol de septiembre.
Todo cambiaría el día cinco del mes. Una exploración filibustera se acercó en busca de ganado y ahí se trabó el primero de dos combates, que sin quererlo definirían por siempre a toda una nación y a sus ciudadanos.
Desde el punto de vista estrictamente militar, los combates del 5 y del 14 de septiembre de 1856 en la hacienda San Jacinto, no tienen gran relevancia dentro la llamada “Guerra Nacional” contra los filibusteros del yanqui William Walker.
Una escaramuza y un combate que según el parte oficial duró cuatro horas ( aunque el investigador norteamericano Pat Werner sostiene, en un estudio arqueológico, técnico e histórico, que sólo duro diez minutos) entre 65 o 300 invasores (los historiadores tampoco se ponen de acuerdo en el número exacto), 160 soldados y oficiales mestizos y 60 indios matagalpas y que-nuevamente - según el parte oficial de la batalla (transcrito por el Coronel Francisco Barbosa en su libro “Historia militar de Nicaragua”) arrojó los siguientes resultados:
En el combate del cinco, el enemigo atacó con cuarenta hombres, teniendo seis bajas efectivas, capturándoseles 14 rifles, cuatro espadas y 15 bestias antes de correr por sus vidas.
El combate principal del 14 de septiembre de 1856 , inicio a las cinco de la mañana duro cuatro horas. Fue relativamente corto pero contundente, con reiteradas cargas y retiradas por ambos bandos. La ventaja numérica de los nicaragüenses fue neutralizada por el mayor volumen de fuego de los rifles y revólveres modernos de los atacantes.
Sin embargo, las fortificaciones naturales, los pétreos corrales, las gruesas paredes de adobe y piedra confinada en madera, el arrojo y la pericia táctica de los mandos de los atrincherados (sobre todo el temple y la paciencia del entonces coronel Estrada) decidieron a su favor el combate.
El enemigo dejó en el campo y en su huida veintisiete muertos, incluyendo la importantísima baja del segundo al mando del ejército de dos mil hombres de los filibusteros en el país, Byron Cole, quien suscribió el contrato inicial con los jefes conservadores para luego vendérselo a Walker para la llegada de la falange filibustera a Nicaragua, fue la baja más importante y publicitada de ese jornada hoy histórica.
Se capturaron como botín de guerra, 20 bestias, 32 rifles sharp y parque.
Uno de los enemigos murió a causa de una pedrada en la frente y otros por heridas de flechas. Pese a esto, la batalla en la pedregosa y solitaria hacienda al pie del cerro San Jacinto no cambió en la fundamental el curso de la guerra.
Los nuestros tuvieron en ambos combates de la batalla, once muertos y ocho heridos. Uno murió de un paro cardíaco mientras daba persecución a los filibusteros.
Desde el doce de septiembre la guerra se había transformado de civil, en nacional, anti-filibustera. Los mismos partidos que trajeron a los mercenarios extranjeros, asustados por un aventurero inteligente y ambicioso, autonombrado “presidente de Nicaragua”, quien con sus victorias militares iba galvanizando a su favor a importantes sectores del gobierno y la política norteamericana, con un programa de acciones anexionistas y neo-esclavistas y cada vez sumando más hombres y recursos a su campaña.
Importantes ejércitos se conformaron en Guatemala, El Salvador y Honduras. Costa Rica también entro en la guerra en contra de Walker. La guerra se transformaba entonces en una guerra centroamericana.
Sin embargo, cada gobierno aliado, tenía su propia agenda.
La elite gubernamental tica pronto entendió la ventana de oportunidades que para su país, abría su participación en la guerra. Otra vez Nicaragua atravesaba tiempos fatales y otra anexión de un pedazo mayor que el de Guanacaste se vislumbraba entre el humo de los cañones. Los ticos se aliaron con empresarios yanquis del transporte fluvial para asegurarles jugosas concesiones, reservándose para ellos, el Rio San Juan, parte del lago del Cocibolca y Rivas.
Un bien armado ejército tico de 1200 hombres ocuparon San Juan del Norte (para entonces uno de los principales puertos de Centroamérica en el Mar Caribe), todo el curso del Rio San Juan con sus dos fortalezas, los barcos a vapor de la Compañía del Río y gran parte de Rivas. El historiador Adolfo Díaz Lacayo apunta que inclusive, un grupo de notables oligarcas pro-ticos de Granada y Masaya, abiertamente solicitaron al presidente tico Juan Rafael Mora la anexión de esos territorios nicaragüenses a Costa Rica.
Y aunque esta abominación no se materializó, al disiparse el humo de la pólvora de la Guerra Nacional, nuestros “aliados” ticos se quedaron con 10,140 kilómetros cuadrados del territorio nicaragüense.
Numerosas tropas al mando de generales guatemaltecos y hondureños ya operaban en nuestro territorio, inclusive acuartelados en Managua y desarrollando acciones combativas en el norte, occidente y oriente de nuestro país.
La patria estaba en peligro y la oligarquía nicaragüense no estaba en capacidad de controlar el curso de los acontecimientos. Las tropas unidas de los ejércitos liberales y conservadores, comandadas por generales y una oficialía pertenecientes a poderosas familias, descendientes de la primera generación de criollos de las dos grandes ciudades fundacionales de Nicaragua, operaban en mancuerda (muchas veces subalternamente) con los mandos extranjeros.
En ese contexto, los combates junto al cerro San Jacinto en el llano de Ostacal, comandadas por un coronel eficiente y probado (aunque casi desconocido y “plebeyo”) y su tropa desarrapada y mal armada de soldados humildes e indígenas, se convierten en la gloriosa BATALLA DE SAN JACINTO.
¿Por qué?
Los mandos del ejército comprendieron la importancia de la unidad nacional y que hasta un vilipendiado y subestimado “indio” flechero puede aportar muchísimo al triunfo de su patria.
Que podían vencer al enemigo aún sin ayuda de ejércitos de los países vecinos y que contaba con jefes de voz y mando inigualables en la batalla, aunque estos no tuvieran apellidos de alcurnia, ni altos estudios militares en academias extranjeras, pero “conectaban” más fácilmente con los soldados de su misma clase social.
El gobierno se consolidó dentro del territorio nacional y con la victoria en San Jacinto, pudo aprovecharse del desencanto en el extranjero para con la “grandeza” del proyecto filibustero en Centroamérica, consiguiendo más apoyo financiero y reconocimiento político.
Y lo más importante: Por fin toda la clase gobernante pareció entender la importancia de un arreglo duradero entre nicaragüenses, para organizar un Estado nacional y salir del nefasto “periodo de la anarquía”.
La Batalla de San Jacinto (en mayúsculas) transformó para siempre la mentalidad de las personas que habitaban este territorio convirtiéndolo por primera vez en “pueblo nicaragüense”, transfiriéndole amor por la tierra umbilical que es el antecedente directo del concepto de Soberanía.
Dejamos ser súbditos de una corona o peones de hacienda de oligarcas, dejamos de ver hacia arriba, de considerarnos parte de una encomienda, empezamos a entender y vivir el Patriotismo y sentirnos parte de una entidad cultural, sociológica, territorial y política llamada Nicaragua.
Expulsados de nuestra patria los filibusteros al año siguiente y concluida la guerra, las élites del poder se dieron una tregua, finalizaron la anarquía e iniciaron un período sin guerras importantes y de ciertos avances sociales de los “treinta años conservadores”.
Aunque este periodo, lejos de lo idílico, progresista y de justicia social que los historiadores conservadores nos han querido vender, no mejoró en mucho la triste situación del pueblo nicaragüense, sin embargo, durante una generación, dio un respiro al país y contuvo los ríos de sangre que fluían desde la llegada de los invasores españoles a nuestras tierras. Parecía que habían aprendido la lección.
El ascendido General de división José Dolores Estada y sus héroes del llano de Ostacal, pronto cayeron en el olvido (inclusive el mismo General, pocos años después, exiliado y acusado falsamente de traición tuvo que sobrevivir en Costa Rica, trabajando en cualquier cosa y regresó -“perdonado”- a morir en los arrabales de Managua con una pensión mísera) y la Batalla más gloriosa de nuestra historia patria, sólo sería recordada una vez al año, con una marcha estudiantil con tabores y el infaltable discurso floreado y hueco de los gobernantes de turno.
La oligarquía es incapaz de cumplir sus promesas a la patria, pues antes que todo están sus intereses de clase, así que pronto volvió a sus andadas, iniciando conflictos fratricidas donde “el pellejo” lo arriesga el pueblo. E Irredentos, también volvieron a llamar a ejércitos extranjeros para que se ocuparan de sus guerras y evitaran que las masas populares y los líderes patriotas tomaran las riendas de un país oprimido y saqueado.
Sin embargo, de la Batalla de San Jacinto, sus héroes y de su legado nació el sentimiento de la verdadera Independencia de Nicaragua. Independencia y Soberanía que más tarde serian defendidas hasta la muerte por el General Sandino y su Ejercito Defensor de la Soberanía Nacional de Nicaragua, por muchos combatientes antisomosista y por supuesto, por el Frente Sandinista de Liberación Nacional.
Ciento cincuenta y ocho años después de la firma del Acta de la Independencia de Centroamérica del Imperio colonial español y ciento veintitrés años después de la victoria de los soldados del pueblo, comandada por el coronel José Dolores Estrada, el pueblo nicaragüense habría de lograr lo más parecido a una verdadera Independencia republicana.
Nicaragua inicia un camino de independencia política del Imperio yanqui y enrumba su desarrollo social por un camino difícil pero necesario, para que el pueblo nicaragüense se erija como constructor de su propio destino.
La guerra contrarrevolucionaria, la derrota electoral y más de tres lustros de gobiernos neoliberales, no pudieron desaparecer las principales conquistas de la Revolución sandinista de la década de los ochenta. El pueblo volvería al poder en el 2006, dando continuidad a cambios radicales en lo jurídico, económico y político.
Centrando sus esfuerzos en el empoderamiento de las clases populares, la paz y el desarrollo económico a través de políticas, planes, programas y acciones de gobierno que cada día mejoran la calidad de vida, la infraestructura, los servicios, el acceso a educación y salud de calidad y de forma gratuita, teniendo siempre en el centro de su accionar y objetivos al ser humano.
La independencia verdadera de Nicaragua es un proceso largo y sostenido cuyos protagonistas son los ciudadanos, el pueblo como sujeto de cambio, que sin lugar a dudas tiene como antecedentes las luchas por la libertad y la soberanía del pueblo nicaragüense, las batallas y sacrificios de sus mejores hijos contra el invasor extranjero y los vendepatrias locales.
Independencia que realmente inicia su ciclo virtuoso con el triunfo rotundo del pueblo, vanguardizado por el Frente Sandinista de Liberación Nacional un 19 de julio de 1979.
¿Por qué el triunfo de la RPS es para Nicaragua el inicio de una verdadera Independencia?
-Porque es un movimiento social socio-político disruptivo que marca un antes y un después en la relación de dominación que ejercía una nueva metrópoli (los Estados Unidos) y trastoca profundamente la estructura de dependencia y sumisión política, ideológica en alguna manera, económica del Imperialismo yanqui.
-Porque tiene una participación masiva, consciente, sostenida y sobre todo preponderante del pueblo nicaragüense, ajeno a aquella reunión de “adelantados” que fue la firma del Acta de independencia del 15 de septiembre de 1821.
-Porque realmente es un esfuerzo de cambio revolucionario, radical y no cosmético de la superestructura política que de manera objetiva y consecuente va influyendo en cambios profundos de la estructura sociopolítica y económica de la república de Nicaragua.
-Porque tales cambios aseguran el verdadero despegue hacia la consolidación del régimen republicano y con el tiempo, su paso (con la voluntad y acción del pueblo y su Partido vanguardia, el FSLN) a otras formas de organización política y empoderamiento social que al final conduzcan al Socialismo en nuestra patria.
Porque sin esperar que esto ocurra, el gobierno revolucionario del Frente Sandinista, por medio de planes y acciones gubernamentales y políticas de Estado, asegura bienestar a todo el pueblo nicaragüense, especialmente a sus segmentos más vulnerables.
Porque el FSLN propugna por un cambio cualitativo en la Educación formal, política e ideológica de los ciudadanos que asegure el no retorno al alineamiento y sumisión a la subcultura egoísta del consumismo, egocentrismo propias del liberalismo burgués y el neoliberalismo contemporáneo, sentando las bases para la construcción de un Hombre nuevo, de un ciudadano empoderado, proactivo, leal a su pueblo y a su nación, trabajador, inserto en la modernidad responsable preocupado por el Entorno y la Naturaleza, la Solidaridad, el Internacionalismo proletario y sobre todo, el Bien común.
El primer paso está dado, sigamos andando.
GLORIA ETERNA A LOS HÉROES DE LA PATRIA
Edelberto Matus