VATICANO: El más siniestro puntal imperialista

VATICANO: El más siniestro puntal imperialista

San José y La Habana, el acusado devino fiscal


Cuando el 17 de marzo de 1960 el presidente yanqui Dwight D. Eisenhower aprobó el Programa de acción encubierta contra el régimen de Castro, no solo le daba vía libre a la CIA para desencadenar el terrorismo en campos y ciudades cubanas (incluida la invasión de contrarrevolucionarios entrenados por esa agencia), sino que permitía a otras instituciones de su Gobierno desarrollar otros tipos de agresiones, como la guerra económica que culminara en el actual bloqueo y las leyes extraterritoriales.

Con el propósito de llevar a cabo, además, el aislamiento diplomático de la Isla, Washington aprovechó la convocatoria a la VII Reunión de Consulta de Cancilleres de la Organización de Estados Americanos (OEA), inaugurada el 22 de agosto de 1960 en la ciudad de San José, capital de la República de Costa Rica. 

El gobierno de Perú había solicitado la realización de este cónclave ante la posibilidad –según expresara– de que “ajenas tutelas espirituales” pudieran convertir a Cuba “en satélite” de potencias foráneas.

Cuba acude a San José no como reo sino como fiscal

El canciller Raúl Roa, quien encabezaba la delegación de nuestro país a ese foro, rápidamente alertó a los asistentes que la Isla no había acudido “como reo sino como fiscal. Está aquí para lanzar a viva voz, sin remilgos ni miedos, su yo acuso implacable contra la más rica, poderosa y agresiva potencia imperialista del mundo que en vano ha pretendido intimidarlo, rendirlo o comprarlo”.

 Y enseguida contraatacó al presentar un proyecto condenatorio a todo tipo de agresiones armadas e injerencias en las naciones del continente.

Ante las presiones del vecino norteño, los ministros presentes se vieron obligados a desaprobarlo, con las honrosas excepciones de México y Brasil. El representante chileno trató, mediante la verbosidad, de justificar su voto cuando calificó de académicas y filosóficas las denuncias sobre los preparativos de la CIA para derrocar por la violencia al Gobierno Revolucionario. 

Roa le replicó que para el pueblo cubano, “la agresión económica y militar de los Estados Unidos no es una cuestión platónica ni académica, sino un hecho real que sufre, ha sufrido y viene sufriendo desde hace muchos años”.

Como la titulada Declaración de San José, redactada casi totalmente por la delegación yanqui –en una comisión en la que a la Isla se le negó participación–, tenía todas las probabilidades de ser aprobada por amplia mayoría, el canciller cubano, quien ya había protestado por tal arbitrariedad, afirmó: 

“Constituye, para decirlo con elegancia, una falta de simetría en la consideración de los problemas”.
Roa: Me voy con mi pueblo y con mi pueblo se van también los pueblos de nuestra América

Convencido de que en ese escenario las denuncias ante la inminente agresión armada estadounidense nunca encontrarían “eco, resonancia ni acogida alguna”, en la sesión del 28 de agosto Roa pidió la palabra: “La delegación de Cuba, a la que me honro presidir, ha decidido marcharse […] Me voy con mi pueblo y con mi pueblo se van también los pueblos de nuestra América”. 

Y junto con el ministro cubano abandonó la sala toda la representación de la Isla. Uno de sus miembros, la doctora Ada Kourí, les gritó a los pasmados delegados de los otros países: “Esta es una demostración de virilidad ante una reunión de castrados”. Oscar Pino Santos rememoraría años después: “Afuera había una multitud que gritaba: Cuba sí, yanquis, no. Y nos pusimos a cantar el Himno Nacional”.

Al salir del local, al titular del Ministerio de Relaciones Exteriores lo asediaron periodistas de varias latitudes. Uno de ellos le preguntó que cuándo había recibido la orden de Fidel de abandonar la reunión. El jefe de la diplomacia cubana le respondió que no existió orden alguna, había sido una decisión personal, únicamente consultada con quienes lo acompañaban.

El Canciller de la Dignidad

Según testimonio de Eddy Martín, quien reportaba para Radio Rebelde, tras enviar a La Habana por vía telefónica una breve información sobre lo sucedido, los compatriotas se dirigieron a un restaurante. “Nos sentamos a comer y le dicen a Roa que un periodista insiste en pasar. 

‘Ningún periodista’, responde Roa. Pero cuando le explican que es el costarricense Mario Ramírez, muy amigo de Cuba, camaia su expresión y lo manda a buscar”.

El colega entró con todos los equipos y trasmisores de la época, por lo que el salón devino cabina de control remoto. Sacó un micrófono y como introducción de la entrevista, expresó: “Estamos en la Casa Italia con el Canciller de la Dignidad que acaba de retirarse de la reunión de la OEA. Canciller, diga algunas palabras para el pueblo de Costa Rica”. De este modo el reportero tico bautizó a Roa con el apelativo por el que después siempre le denominarían.

Primera Declaración de La Habana

En respuesta a la Declaración de San José, la cual dejaba implícita una amenaza de sanciones futuras a la Isla, al llamado de Fidel el pueblo cubano se constituyó en Asamblea General Nacional y en la Plaza de la Revolución, aprobó la Primera Declaración de La Habana. Esta proclamó el derecho de los pueblos a hacer la Revolución y suprimir la explotación del hombre por el hombre y la de los países subdesarrollados por el capital financiero imperialista.


Condenación enérgica al intervencionismo abierto ejercido por el imperialismo yanqui en este hemisferio, en el documento se reafirmaba el latinoamericanismo martiano, al expresar su fe en los hermanos del continente y la decisión de trabajar con ellos por un destino común donde prevaleciera la solidaridad.


Y ratificaba “ante América Latina y ante el mundo, como un compromiso histórico, su dilema irrenunciable: ¡Patria o Muerte!”.
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Fuentes consultadas: Los libros El Canciller, de Manuel González Bello; La guerra encubierta, de Tomás Diez Acosta; y El rostro oculto de la CIA. Antesala de Playa Girón, de Manuel Hevia y Andrés Zaldívar.

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