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Nicaragua: La fundación del FSLN: fieles a la causa de Sandino


El 23 de julio de 1961, hace 59 años, el Coronel Santos López, Carlos Fonseca Amador, Silvio Mayorga, Faustino Ruiz, Jorge Navarro, Francisco Buitrago, José Benito Escobar, Tomás Borge, Germán Pomares Ordóñez y Rigoberto Cruz “Pablo Úbeda” fundaron el Frente Sandinista de Liberación Nacional, FSLN.

La fundación del FSLN marca un antes y un después en la historia de la lucha antisomocista, porque “significó la alternativa popular opuesta a la alternativa burguesa reformista en la lucha contra el somocismo” (Comandante Tomás Borge).

Este “puñado de hombres revolucionarios” que fundaron el FSLN son considerados la vanguardia histórica de nuestra organización. “Al referirnos a la creación de la vanguardia debemos subrayar el rescate que Carlos Fonseca hizo de Sandino y de sus ideas revolucionarias. Carlos vio en Sandino y sus ideas no un símbolo etéreo, no un símbolo abstracto, sino la guía para la comprensión de la realidad nicaragüense y su transformación revolucionaria» (Comandante Tomás Borge). 

Es importante recordar que el coronel Santos López fue el eslabón entre el General Sandino y Carlos Fonseca. Así como es importante destacar que el Comandante Carlos Fonseca Amador se dio a la tarea de conocer a profundidad el pensamiento vivo del General Sandino, es decir, que el FSLN nació con un sustento ideológico adecuado a la cultura política nicaragüense, además en búsqueda del bienestar de todos.

En saludo al 59 aniversario de la fundación del FSLN, se presenta hoy, una reseña escrita por el Comandante Tomás Borge Martínez, quien reconstruye los antecedentes históricos que nos permiten comprender cómo surgió y se conformó el Frente Sandinista de Liberación Nacional.

Sandino ayer, hoy y siempre 

Quienes mataron a Sandino creyeron haber matado a la Revolución y creyeron haber matado hasta la posibilidad de la Revolución. Esta especie de superstición, parecida al fetichismo, de la cual todo mundo ha sido en alguna forma víctima, no es ajena a la dimensión con que se pretende situar a los individuos más allá de la historia o convertirlos en arquitectos exclusivos de la historia.

La otra cara de esta moneda grecorromana y un tanto escolástica es negar a ultranza el papel de los individuos en la historia. Sin embargo, la historia, –que no es un simple ruido, como afirmaba Montesquieu– se da bajo determinadas condiciones y está regida por leyes que actúan con independencia de la voluntad individual. Se equivocaron, por lo tanto, una vez más en este caso concreto, quienes pretendieron reducir al polvo de la amnesia a quien se convirtió en algo más que el arquetipo del pueblo nicaragüense. Las condiciones materiales que habían permitido a Sandino santificarse para señalar el camino de las luchas del pueblo siguieron vigentes después de su muerte con la dominación política y económica de los Estados Unidos; siguió vigente el egoísmo cotidiano de las clases explotadoras locales y desde luego la existencia de un instrumento de coerción: el ejército, que se puso el seudónimo de nacional. Por eso los disparos que mataron a Sandino no fueron un final sino el prólogo de un nuevo principio, de un salto que arranca con vocación de persistencia, al fundarse el Frente Sandinista de Liberación Nacional.

La capacidad objetiva de la Guardia Nacional, instrumento de la dominación yanqui, fue el seguro de vida de la sobreexplotación contra el pueblo nicaragüense.

El dominio de este órgano brutal de represión y la muerte de Sandino convierten el período que va de 1934 a 1956 en un oscuro y triste paréntesis que se expresa en la práctica, como ya hemos dicho en otras oportunidades, aunque tal vez con otras palabras, en un descenso del movimiento revolucionario. El pueblo siguió luchando con terquedad, débil, desnutrido en lo orgánico y en lo ideológico. ¿Qué hacía falta en aquel momento? Hacía falta, sin duda, una dirección revolucionaria. Fue en toda esa época, la oposición burguesa la que suscribió la lucha contra el somocismo en un largo período de compraventa de la que siempre salió beneficiado el astuto y cruel padrino de la dinastía Somoza.

Las condiciones objetivas –y ya nosotros y ustedes, nos hemos familiarizado con este tipo de conceptos– eran visibles y dramáticas: hambre, miseria, desnutrición, analfabetismo, inseguridad social, una cultura ridícula, dulzona e importada como los chiclets Adams. Las condiciones subjetivas, organización y conciencia eran invisibles por ser en aquel momento virtualmente inexistentes.

Esta contradicción entre condiciones objetivas y subjetivas dio como resultado algo que marchó abriéndose paso como la luz en un túnel hasta que el pueblo descubrió que sin una vanguardia no era posible derrotar a la dictadura somocista.

El desarrollo capitalista del campo

Con el cultivo del algodón a partir de la década del 50 se inician las tolvaneras y el complemento de toxinas importadas a la pobre y criolla alimentación de nuestros trabajadores agrícolas y se concreta históricamente el desarrollo del capitalismo en Nicaragua bajo la estrecha vía de la agricultura mono–exportadora, cuya estructura productiva está ligada a la demanda del mercado mundial capitalista. El algodón impuso el sello o le dio el carácter de agroexportadora a la economía nicaragüense y fue un síntoma importante en el proceso de desarrollo de las relaciones de producción capitalista en la agricultura; se acumularon excedentes que se aplicaron a la ampliación del área algodonera; a la construcción de algunas viviendas de mal gusto como pueden ustedes observar en León y otras ciudades de Nicaragua, a las visitas periódicas de estos algodoneros al museo del Louvre y a la formación de una parte del sistema financiero privado.

Esto incidió en la consolidación del Estado y en el desarrollo de algunas actividades industriales y comerciales relacionadas especialmente con el deslumbrante e inestable mercado del algodón. El resultado necesario, que no fue posible contabilizar igual que las pacas del algodón en el Banco de América, fue una mayor polarización dentro de una realidad histórica que por regla general se quiere negar en los púlpitos y en las tertulias de la burguesía. Una polarización entre las clases explotadas y los explotadores, situándose en nuestro país en un extremo a la burguesía agroexportadora y los grupos comerciantes industriales y en el otro a los trabajadores agrícolas. Es así que se rotura el proceso de proletarización que se inició a fines del siglo XIX con el cultivo del café y que conllevó a una mayor concentración de las tierras y finalmente el desarrollo tecnológico de la producción algodonera, lo que a través del gobierno somocista y sus leyes trae como consecuencia la agudización de la lucha de clases entre explotadores y explotados.

La crisis económica 1956–63 

La crisis económica del 56, iniciada desde luego en los mercados capitalistas, somete a la economía nicaragüense a las fluctuaciones cíclicas de la demanda externa, (descenso en el precio del café y del algodón y disminución de los volúmenes de exportación). La crisis del modelo agroexpotador golpea las tasas de ganancias y acrecienta el malestar popular. Sin embargo, el proletariado agrícola y semi–proletariado, nacidos junto con las motas del algodón, así como el incipiente proletariado urbano, no son capaces todavía de responder colectivamente a la represión y a la miseria. Eso explica por qué no hay una organización política con lucidez estratégica para rebasar el estancamiento, el mutismo y la inanición.

Dentro del marco de estas condiciones es que se produce el ajusticiamiento de Somoza García, el viejo, por Rigoberto López Pérez, quien el 21 de Septiembre de 1956 marcó el principio del fin de la dictadura, de acuerdo con la voluntad expresa del héroe, lúcidamente explicada, por cierto, por Carlos Fonseca y complementada esta explicación, por José Benito Escobar. Después de Rigoberto, 20 movimientos armados se suceden a lo largo de la crisis rompiendo este paréntesis fatal.

A partir de los años 60 se comienza a impulsar el proyecto de integración económica centroamericana. Dicho proyecto se inscribe, con una sonrisa más amplia que los recursos comprometidos, con la estrategia desarrollista cuyo intento de frenar el auge insurreccional fue infinitamente menos eficaz que los errores derivados de las concepciones mecánicas de los revolucionarios de América Latina entusiasmados y deslumbrados por la victoria de la Revolución Cubana.

La Alianza para el Progreso correspondía a un nuevo período expansionista de la inversión extranjera norteamericana. Esta se dirigía ahora principalmente al sector industrial ya que la concepción original del Mercado Común Centroamericano procedía de la CEPAL y su concepción desarrollista de cómo superar el subdesarrollo. Los planes iniciales concibieron un desarrollo industrial equilibrado. Este proyecto abstracto fue rápidamente distorsionado por las condiciones que impuso el financiamiento. El Mercado Común no era más que el marco político institucional que permitía el traslado y reubicación del capital local y extranjero en el sector industrial como un intento de solidificar las bases de acumulación de ese sector.

Intento distorsionado porque dentro de la estrategia integracionista no se contemplaba la Reforma Agraria y la redistribución del ingreso como una pre–condición del desarrollo industrial.

Entorno para crear la vanguardia

La acción de Rigoberto, tal como se ha repetido muchas veces, no fue un acto terrorista, pero no podemos resignarnos a decir eso nada más, hay que decir también que obedecía a las condiciones del subdesarrollo y atraso económico y cultural bajo las cuales se tiende a individualizar los conflictos sociales. A una expresión individualizada tan dramática como la de Somoza correspondía en aquel momento una respuesta de ese mismo carácter, esto explica también el por qué una dictadura personal militar era el instrumento adecuado para garantizar la dominación extranjera y oligárquica.

La acción de Rigoberto puso de manifiesto que el dictador no era físicamente invulnerable y ello constituyó el primer paso para que la conciencia del pueblo llegara a captar las fuerzas sociales que se esconden detrás del poder aparentemente personal.

La acción de Rigoberto, génesis de acciones populares y movimientos armados, fue la primera parte del novenario con que respondió nuestro pueblo al alegre y canibalesco liderazgo de la oposición burguesa, el reinicio del movimiento popular y los primeros movimientos que se dan alrededor del enorme sepulcro de Sandino antes de su resurrección.

La Revolución cubana, como lo observa Carlos Fonseca influyó en Nicaragua aún antes de su culminación victoriosa. Como lo señaláramos en el librito «Carlos, el amanecer ya no es una tentación»: “La victoria de la lucha armada de Cuba más que una alegría es el descorrer de innumerables cortinas, fogonazos que alumbran más allá de los dogmas ingenuos y aburridos del momento. La Revolución cubana fue ciertamente, un escalofrío de terror para las clases dominantes de América Latina y un violento atropello a las de repente tristes reliquias con las que habíamos iniciado nuestros altares.

Fidel fue para nosotros la resurrección de Sandino, la respuesta a nuestras reservas, la justificación de los sueños, de las herejías de unas horas atrás”. Pero las acciones represivas de la dictadura sólo eran la expresión a nivel político de uno de los rostros de la contradicción. Las clases populares buscaron, entre gritos recién estrenados, su expresión política en Juventud Patriótica, huelgas magisteriales, huelgas obreras, manifestaciones estudiantiles, tomas de tierras, creación de sindicatos y confederaciones obreras y campesinas y poco después en esa especie de preámbulo que se llamó Nueva Nicaragua.

En esta agitación popular se incluyeron sectores que nunca se habían manifestado abiertamente en contra del régimen somocista. La agitación puso de relieve la incapacidad congénita de la burguesía nicaragüense o más exactamente la ausencia de una burguesía nacional con capacidad para asumir la dirección del movimiento anti-somocista. Los movimientos armados cubrieron de sangre y reiteración la geografía nicaragüense aunque no lograron incorporar en aquel momento a todo el pueblo a la lucha armada. Tratamos de explicarlo por la diversidad de la composición social, ideologías y programas políticos de los grupos guerrilleros. Hasta ese momento no había una teoría que permitiera determinar las fuerzas en conflicto jerarquizándolas estratégica y tácticamente.

Todas las acciones espontáneas con que las masas iluminaron esta fase inicial de ascenso revolucionario, nos sirvieron para detectar el potencial revolucionario del pueblo nicaragüense y se puso de relieve la carencia de una dirección y de una organización revolucionaria. Sin una vanguardia el potencial revolucionario no podía convertirse en un poderoso puño popular capaz de derribar a la dictadura somocista. De todo ello se dedujo el requerimiento de esa vanguardia que pudiese dar forma organizativa a la transpiración, cólera e intuición del pueblo. En esta fase de ascenso existían –repito– condiciones económicas para la creación de la vanguardia revolucionaria. Sobre la base de estas condiciones objetivas también se habían venido forjando algunas condiciones subjetivas a las que faltaba una ideología o una teoría que las ordenara o le diera coherencia, y por lo tanto, capacidad de aglutinamiento.

Fundación del FSLN 

En Julio del 61 surge el Frente Sandinista de Liberación Nacional. Este acontecimiento histórico significó la alternativa popular opuesta a la alternativa burguesa reformista en la lucha contra el somocismo. No podemos hablar de una vanguardia sin una teoría de vanguardia. Al referirnos a la creación de la vanguardia debemos subrayar el rescate que Carlos Fonseca hizo de Sandino y de sus ideas revolucionarias. Carlos vio en Sandino y sus ideas no un símbolo etéreo, no un símbolo abstracto, sino la guía para la comprensión de la realidad nicaragüense y su transformación revolucionaria.

Podríamos decir que el pensamiento de Sandino se resume en dos grandes ideas rescatadas por Carlos Fonseca:

• Sólo los obreros y campesinos son capaces de luchar hasta el fin contra el imperialismo y sus representantes políticos locales. Con esto la intuición de Sandino captó ante todo el carácter clasista del movimiento revolucionario, la lucha de clases como motor de la historia. Además de señalar a los obreros y a los campesinos como los sujetos fundamentales de esta lucha, captó la forma popular que necesariamente debía de adoptar el movimiento revolucionario en Nicaragua.

• En las condiciones económicas, sociales y políticas de Nicaragua la lucha armada era la única vía que podía conducir hacia la transformación revolucionaria de la sociedad. Dicho desde ahora, esto parece una afirmación demasiado obvia, pero en aquel momento cuando las contradicciones conceptuales estaban jugando su papel, era muy importante rescatar esta idea esencial de Sandino: “La libertad no se conquista con flores sino a balazos”, dijo el General y esto se convirtió para nosotros en un hermoso lugar común, en un axioma para la formación de un ejército popular, inicialmente guerrillero, para la conquista de la liberación nacional y con la base de granito, suficiente desde el punto de vista de la conciencia, para la defensa de la soberanía nacional.

En estas dos grandes ideas se resume la estrategia que nos condujo a la victoria: la combinación de la lucha guerrillera con el movimiento de masas, a través de una dialéctica en la cual los guerrilleros se convirtieron en pueblo y el pueblo en ejército. 

Estas ideas eran ineludibles, de raíces enterradas en Nicaragua, conjugadas con la teoría revolucionaria con que se sintetizan las experiencias de todas las revoluciones. Y fue la aplicación de esta concepción, sin dogmatismos y creadoramente la que condujo a que un puñado de hombres revolucionarios fundara el Frente Sandinista de Liberación Nacional en 1961. 

El surgimiento del Frente Sandinista confirmó la veracidad de las palabras de Sandino cuando afirmó: “Nosotros iremos hacia el sol de la libertad o hacia la muerte, y si morimos no importa, nuestra causa seguirá viviendo, otros nos seguirán”.

 La causa de Sandino efectivamente había seguido viviendo y el Frente Sandinista no hacía más que asumirla bajo condiciones materiales distintas y bajo la guía de una teoría revolucionaria. La causa de Sandino desafió peligros, traiciones, convirtió a los vacilantes en estatuas de sal. La causa de Sandino sigue y seguirá viviendo.

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