La pandemia del Covid-19 o coronavirus, entre otras muchas cosas, está reabriendo, como efecto colateral, el debate bicentenario entre capitalismo y socialismo.
En China, país gobernado, como todos saben, por el Partido Comunista, una vez comprobado el brote epidémico, el gobierno tomó todas las medidas necesarias para detenerlo de raíz, sin plantearse, para nada, los efectos económicos de aquellas medidas draconianas, que dejaron aisladas a 60 millones de personas, que debieron recluirse en sus casas.
En diez días, para asombro del mundo, se construyó un hospital y decenas de empresas recibieron órdenes de dejar de producir lo que producían, para dedicar sus recursos a fabricar productos sanitarios.
Fue así que pasó de producir 20 millones de mascarillas diarias a producir 116 millones al día.
Incluso el fabricante del J-20, el cazabombardero estrella de China, el Chengdu Aircraft Industry Group, fue puesto a la tarea, lo mismo que un fabricante de iPhones.
A la vuelta de poco más de dos meses, el éxito de las medidas llevó a cerrar 16 hospitales temporales y las infecciones bajaron a menos de diez casos diarios.
El 13 de marzo pasado, China envió un avión con nueve expertos y 30 toneladas de material sanitario a Italia, mientras, el 14 de marzo, otro avión aterrizaba en Lieja, Bélgica, con un cargamento de material sanitario destinado a Italia y España.
El gobierno chino ha anunciado que más aviones llegarán. Ayuda china lleva semanas llegando a Irán, Iraq y Corea del Norte. El reverso de la moneda son los países ricos: ninguno de ellos está ayudando a nadie.
En EEUU, Trump ha ordenado liberar 50.000 millones de dólares para hacer frente a la pandemia, que irán a manos del sector privado.
En ningún momento Trump se ha planteado ayudar a otros países, ni siquiera del vecindario próximo. En España se declaró el estado de alarma, pero se ha dejado en el aire la adopción de medidas económicas de ayuda a los trabajadores.
En Chile, donde no privatizaron a la gente porque no era necesario, las clínicas privadas estaban haciendo caja con los test, obligando al gobierno a intervenir.
En EEUU, unas 50 millones de personas carecen de seguro médico, de forma que Trump tendrá que optar entre dejarlos en el desamparo o modificar el modelo de salud, extendiéndolo a ellos.
Es decir, socializar, aunque sea mínimamente, el sistema de salud, para darles cobertura.
De la República Popular China a EEUU, pasando por Europa, la lucha contra la pandemia está recayendo sobre el Estado, que, alguien dirá, es lo lógico y natural; pero no es así.
En 1981, el binomio Ronald Reagan/Margaret Tatcher lanzó la mayor ofensiva de la historia contemporánea contra el papel del Estado en la economía y la sociedad.
“El Estado es el problema” proclamó Reagan. De esa guisa, los Estados fueron desmantelados, sobre todo en Latinoamérica, y casi todo privatizado. No escaparon ni la salud ni la educación, que pasaron masivamente a manos privadas.
Si aquella doctrina se hubiera impuesto, la pandemia del coronavirus hubiera encontrado a los países desguarnecidos y a los pobres condenados a su suerte.
Frente a esta pandemia, China, aún sufriendo sus embates, envió ayuda a otros países y, en estos días, a Europa, mientras en Europa y EEUU, no obstante sus niveles de riqueza, no se plantean ayudar a nadie, ni siquiera a sus propios pobres. Contrario a lo que afirmó Reagan, el Estado no es, no ha sido nunca, el problema.
El Estado es la solución, como está poniendo en evidencia la pandemia del covid-19. Si la humanidad quiere tener futuro, deberá entender que ese futuro tendrá que ser socialista, o no habrá futuro.
Augusto Zamora Rodríguez