Conversando en su casa, protegida por la inmensa sombra del macizo del Musún, a mi suegro don Pedro Rodríguez le gustaba contarme historias extraordinarias y fidedignas que de alguna manera impactaron su vida y la historia misma de todo nuestro país.
Por ejemplo, aquella en que tuvo casualmente que ayudar con sus mulas a salir del lodo a un grupo de jóvenes armados y temerosos en 1967, varados con su inútil avión cerca de la rivera del río Olama.
Muchachos, en su mayoría de la oligarquía conservadora, embarcados –inútilmente- en otra aventura contra la dictadura somocista.
También me contó la historia de una pequeña tropa de guerrilleros que una noche de marzo de 1975 irrumpieron en el pequeño pueblo de Rio Blanco, tomándose el cuartel de la guardia, reuniendo a los pobladores y hablándoles del Frente Sandinista y de los objetivos de su lucha.
Mi difunto suegro me dijo que esos muchachos (dirigidos por “un hombre barbudo, blanco y gato”) aunque se miraban “malmatados” por el hambre y el vivir a la intemperie, se notaban decididos y convencidos de su lucha.
Luego se marcharon, no sin antes llevarse todas las botas de hule, capotes, granos y conservas de la tiendita de su primo Renato Rodríguez. “En realidad no se llevaron nada de gratis”, me aclaró, “porque el primo era secreto colaborador de la guerrilla”.
“Al día siguiente bajaron los helicópteros y cómo ciento cincuenta ´rangers´ de la guardia, bien armados, se tomaron el cerro y el coronel Gonzalo Everts ordenó empezar la matancina”.
Esa vivencia preservada por la buena memoria de don Pedro y los habitantes mayores de Rio Blanco, corresponde a la última operación importante (dirigida por los Comandantes Edgard “la gata” Munguía y Filemón Rivera) de la guerrilla de la Brigada “Pablo Úbeda”, antes de que la dirigencia nacional del FSLN ordenara un periodo fatal de inacción en la montaña.
Desde su inicio en 1969 (luego de la jornada heroica y trágica de Pancasan) la BPU se erigió como un faro de luz de esperanzas para el pueblo y la juventud revolucionaria nicaragüense.
Sin embargo, mantener activa esta guerrilla resultaba en un sacrificio supremo para el puñado de guerrilleros que sufrían, combatían y morían en condiciones inimaginables, que llevaban hasta el límite su resistencia, fuerzas, disciplina y su moral revolucionaria.
Tres pequeños destacamentos de menos de veinticinco combatientes en total, aferrados al apoyo de sus pequeñas redes de colaboradores campesinos, desparramados en una enorme geografía que abarcaba las montañas de Zinica, Iyas, Waslala, Rio Blanco, Kuskawas, Guabule, Pancasán,…
Operando en dos Cordilleras y en tres de los Departamentos más agrestes del país y en una de las selvas más inhóspitas del mundo en esos tiempos.
Algo formidable por las distancias, las dificultades, la mala alimentación, el aislamiento, casi desarmado y escasamente abastecido. Y sobre todo, rodeados de un enemigo superior militarmente hablando.
La GN mantenía dominio territorial, más que por su propia presencia y número (según el historiador y coronel Barboza, el personal de la guardia nunca tuvo fue más de ocho mil soldados y oficiales, incluyendo personal administrativo y de inteligencia), gracias a un eficiente sistema de espionaje, gerenciado desde los cuarteles departamentales, que emplantillaba a civiles como “capitanes de cañadas”, que a su vez dirigían -cada uno- a un grupo de “jueces de mesta” y soplones eventuales que por dinero, ideología o terror denunciaban la presencia guerrillera, aún en los lugares más recónditos.
Esta presión feroz sobre la actividad guerrillera (que la D.N. del FSLN quiso aligerar- como dice el Comandante Omar Cabezas- con la creación en la zona de Cantagallo y después en Kilambé y el Cuá, de otra formación guerrillera llamada “Bonifacio Montoya”), dio como resultado que hombres y mujeres valiosísimos y experimentados, verdaderos líderes y puntales de la guerrilla y toda el Frente Sandinista fueron cayendo: Jacinto Hernández, Rene Tejada, Carlos Agüero, Edgard “la gata” Munguía, Filemón Rivera, Claudia Chamorro,…
Y la más dolorosa: La del Jefe de la Revolución, Comandante Carlos Fonseca. Muertes sucedidas con mayor frecuencia en choques y emboscadas de la GN entre 1975 y 1976.
¿A que se debió esta matanza de cuadros, inclusive miembros de la D.N. del FSLN?
Lo más fácil es atribuir la casi total aniquilación de la histórica guerrilla de la BPU y sus heroicos guerrilleros, a la superioridad militar de la GN y su trabajo de inteligencia profunda y terror expandido y en la acertada aplicación de las tácticas anti-insurgentes aprendidas en las escuelas del ejército norteamericano y la CIA.
Pero no, la causa más importante y definitiva fue la división del Frente Sandinista en tendencias, los enfrentamientos por asuntos tácticos (no ideológicos ni de principios) entre los principales dirigentes del sandinismo de la época.
Y aunque tales divergencias no son atribuibles a razones de ambiciones personales, sino (como lo demostró el tiempo) a la preocupación, a la desesperación de los líderes de cada una de esas tendencias por acercar el triunfo en el tiempo, esto desgraciadamente llevó a la desorganización, a la dispersión, dónde el trabajo y la vida de los compañeros de la montaña (y también de la clandestinidad urbana) sufrieron un impacto directo.
Estas discusiones y desencuentros le dieron ventajas al enemigo, logrando infiltrar y enfrentar en condiciones de debilidad organizativa, mal equipamiento y poca unidad de acción al Frente Sandinista.
La pugna entre hermanos fue aprovechada por el enemigo, logrando asesinar a decenas de combatientes sandinistas y casi aniquilar la dirección colegiada de la organización.
El Comandante Carlos Fonseca entrega su vida precisamente en el empeño de reconstruir la unidad del Frente.
Desde 1973, a través de sus representantes personales, lleva adelante reuniones donde la unidad es el tema principal.
En Nandaime, Granada, Jinotepe, León, Managua, en las montañas de Nicaragua, en La Habana, México, Costa Rica, Honduras y Europa se realizan importantísimas reuniones de cuadros altos y medios con ese único fin.
Y cuando el Comandante Carlos no ve resultados tangibles (“nos están matando uno a uno” dijo al Cte. Francisco Rivera), regresa a Nicaragua sin importarle su edad, su condición de salud y su seguridad. Recorre varias ciudades antes de internarse en la montaña.
Empecinado en la unidad monolítica de la Organización revolucionaria que el fundó, creía que la conversación con “el jefe de la montaña”, el Comandante Henry Ruiz (que inexplicablemente y a pesar de habérsele sugerido por los Cte. Carlos Agüero y Francisco Rivera, no se acercó a buscar al Cdte. Carlos que avanzaba penosamente por las montañas de Waslala, rodeado de guardias y soplones) en la zona del rio Iyas, ayudaría enormemente a recomponer las cosas.
El combate, desigual, bajo la lluvia y en la oscuridad fue rápido y letal. El Comándante Carlos Fonseca, Jefe de la Revolución Sandinista, había muerto, prácticamente solo.
Tres días antes, relativamente cerca de ahí, en el Plátano, Zinica (tal vez bajo el mismo temporal), otros dos guerrilleros sandinistas caían combatiendo contra las patrullas de la GN: Leonardo Real Espinales y mi hermano, Jorge Matus Téllez.
Jorge Matus Téllez |
De esta historia heroica y triste, podemos sacar tres grandes lecciones:
1.- El enemigo es poderoso, está por todos lados, siempre atento y no perdona nuestras debilidades.
2.- Hagamos lo que hagamos por la gente, aunque sea esto luchar para que ellos obtengan una mejor forma de vivir, siempre habrá traidores, dispuestos a entregarnos o torpedear nuestro trabajo bienhechor.
3.- Si nos desunimos, nos distanciamos y peleamos entre nosotros, le regalamos oportunidades a nuestros enemigos y tal vez consigan aniquilarnos.
Edelberto Matus.
¡GLORIA ETERNA A NUESTROS HEROES Y MARTIRES!
¡ VIVA LA UNIDAD DEL FRENTE SANDINISTA¡