El mes de octubre está llamado a ser el momento en el cual se re-defina la correlación de fuerzas en América Latina, con altas probabilidades de poner freno a la derechización existente y abrir paso a nuevos gobiernos progresistas con una agenda nacionalista y social apegada a la verdadera lucha por defender y restablecer derechos humanos, combatir la pobreza y marcar distancia de la política exterior estadounidense desde el respeto a la libre determinación de los pueblos como principio inamovible en las relaciones internacionales.
Ante esta coyuntura que parece favorecer a la izquierda regional, el gobierno de Estados Unidos y sus aliados se mantiene activo en el diseño de planes y estrategias para boicotear una verdad a gritos, utilizando métodos comunes de la “guerra no convencional” y los manuales de la “lucha no violenta”, como vía para desestabilizar países, desacreditar a líderes progresistas y promover de esta forma estallidos sociales en contextos complejos que permitan justificar denuncias e intervenciones internacionales, desconocer procesos democráticos, cuestionar resultados e incluso llegar a montar ilegítimos e ilegales gobiernos paralelos en todo el esquema de la “criollización de los Golpes Suaves”.
Bajo este esquema hemos observado la guerra desatada contra Venezuela, la judicialización contra Dilma Rousseff y Luis Inacio Lula Da Silva, la campaña para impedir la elección de la fórmula Fernández-Fernández en Argentina, el montaje contra la figura de Rafael Correa en Ecuador y todo el movimiento correista, el Golpe de Estado en marcha contra Evo Morales en Bolivia que pasa por el anuncio anticipado de un desconocimiento de los resultados electorales, entre otras acciones contra Cuba en el marco de la guerra económica y las recetas fallidas aislacionistas.
En este contexto también vivimos el intento de Golpe de Estado en Nicaragua de abril 2018, superado por el pueblo y gobierno sandinista cual visto al calor de los acontecimientos regionales y la convulsión actual nos deja una lectura clara y es que Estados Unidos y sus aliados harán lo posible e imposible para evitar que el FSLN resulte ganador en un siguiente ciclo electoral en 2021, sobre lo cual comparto algunas reflexiones al respecto.
En las últimas semanas hemos observado un intenso cabildeo de líderes opositores nicaragüenses en Washington DC donde han sido recibidos por representantes del Congreso y del Senado, delegados de la Casa Blanca, representantes de la Comisión Especial de la OEA, agencias de cooperación, centros de pensamiento, la Arquidiócesis Católica de Washington y grupos de la diáspora nicaragüense.
En la agenda pública del grupo se destacaron la participación en varias reuniones con diferentes figuras del Establishment norteamericano como el Embajador Michael Kozack, funcionario del Hemisferio Occidental del Departamento de Estado, representantes del senador estadounidense Marco Rubio, Albio Sires y líderes bipartidistas como Eliot Engel (D-NY), presidente del Comité de Asuntos Exteriores de la Cámara, Michael McCaul (R-TX), miembro de rango del Comité de Asuntos Exteriores y Francis Rooney (R-FL), miembro de rango del Subcomité del Hemisferio Occidental.
En la agenda menos visible cabe destacar que la gira se realizó después de un intenso trabajo solapado que ha venido desarrollando la Embajada de Estados Unidos en Nicaragua, para establecer un consenso entre los diferentes segmentos de la oposición local, tomando en cuenta la enquistada fragmentación y falta de legitimidad de sus principales líderes y el fracaso de la receta que estaban implementando hasta el momento.
No es un secreto para Estados Unidos que la estrategia de la derecha nicaragüense está estancada totalmente, con pocos avances en la concreción de la Gran Unidad Nacional Azul y Blanco prometida, derrotada su demanda principal de adelanto elecciones, cerrada cualquier posibilidad de diálogo con el gobierno por los propios errores reiterados de la Alianza Cívica, con fondos reducidos para impulsar nuevas acciones que superen el risorio número de 5 personas participando en un piquete exprés por el desfalco y malversación constante que realizan estos mismos líderes del dinero proveniente de la USAID y otras agencias aliadas.
Pero qué está haciendo Estados Unidos al respecto. Si bien reconozco la afirmación del ex embajador Bosco Matamoros al referir que “los que fueron a Washington parecían equipo de basquetbol cuando Nicaragua necesita representantes opositores creíbles con mensajes confiables”, en un análisis más profundo resulta significativa la composición del grupo y la estrategia posterior que han asumido en territorio nicaragüense.
Se observa un balance de figuras con representación de sectores juveniles, movimiento campesino anti canal, grupos feministas, sector privado nicaragüense, movimientos políticos extremistas como el MRS y la propia UNAB, todos gravitando en el entorno del controversial Félix Maradiaga.
Ante una comitiva de esta magnitud, donde Estados Unidos ha logrado ir reuniendo voces disímiles y contradictorias de la oposición nicaragüense, queda claro que hay una intencionalidad de ir reordenando internamente el movimiento, activar estructuras locales, implementar nuevas tácticas en el afán de promover la tan anhelada transición en la tierra de Sandino y avanzar en la definición del partido y la figura visible que correrá en la próxima campaña.
Lo que resulta más llamativo es la apuesta y confianza que al parecer Estados Unidos ha depositado en Félix Maradiaga como posible esquema para promover el “cambio” al estilo salvadoreño, personificado en Nayib Bukele, el fallido rol de Juan Guaidó en Venezuela, o el formato de Oscar Ortiz en Bolivia.
El regreso de Félix Maradiaga el pasado 16 de septiembre, anunciado anticipadamente a través de las redes sociales tiene un propósito más allá del show mediático. Su llegada al país no fue casual, ni espontánea como quiere vender, tampoco es un acto de heroicidad, sobre todo si lo recordamos huyendo en 2018 en un intento desesperado por evadir acusaciones que le imputaba el gobierno sandinista, para regresar bajo la sombra de la amnistía que tanto cuestionó.
Maradiaga es un producto de la formación que ofrece Estados Unidos a prospectos regionales a través de su red de becas de “intercambio académico”. Tiene toda una trayectoria cum laude en centros como Harvard y Yale, entre otros destacados de la vida política norteamericana.
Esta formación le permitió a Maradiaga ser codirector fundador del Instituto de Liderazgo de la Sociedad Civil y desde esta plataforma formar a 2000 jóvenes nicaragüenses en “una nueva cultura para hacer protestas ciudadanas basadas en la no violencia” entre 2007 y 2013.
Se vende como ideólogo de teorías extravagantes como “los extremos ideológicos son fallidos, hay dictaduras de izquierda y de derecha y las nuevas generaciones deben construir una ruta distinta a través de la Resistencia Cívica No-Violenta”.
Bajo este prisma fue uno de los impulsores del Movimiento Ocupa Inss en Nicaragua en 2007 que tenía propósitos similares al estallido de la crisis política en abril de 2018, pero también resultó fallido.
Respaldado por la Alianza Para Centroamérica, la Fundación Friedrich Naumann, el Wilson Center, la National Endowment for Democracy (NED), Open Society, el NDI, la USAID y un rosario mayor de ONG y agencias norteamericanas en su larga trayectoria, Maradiaga preside hoy la Fundación para la Libertad de Nicaragua y es miembro del Consejo Político de la Unidad Nacional Azul y Blanco (UNAB), en algo que parece ser más una indicación de la Embajada de Estados Unidos en Managua que una decisión propia de la UNAB por las profundas contradicciones históricas que han existido con Maradiaga a partir de su egocentrismo y autosuficiencia en la vida política del país.
En su edición de 2015 Forbes lo declaró una de las 25 personas más influyentes de Centroamérica como paso para formar un nuevo liderazgo, en la misma ruta seguida con el salvadoreño Nayib Bukele y Juan Guaidó en Venezuela. En septiembre de 2018, Estados Unidos le cedió su puesto en el Consejo de Seguridad de la ONU para abordar la crisis en Nicaragua y demandar sanciones contra “el gobierno de Daniel Ortega”. Desde entonces Maradiaga ha desarrollado un intenso trabajo de lobby a nivel internacional, basificado en Washington DC con viajes por Centroamérica y Europa, que ratifican Estados Unidos lo ha venido preparando para intentar suplir la falta de liderazgo que tiene hoy la oposición nicaragüense.
La pregunta clave que al parecer no se ha hecho Estados Unidos es si la población nicaragüense que votará en el 2021 llegará a identificarse con Maradiaga cuando en el país de Sandino, donde todos se conocen, su historia de vida es más bien rechazada. Durante todo el año en curso los sondeos de opinión de diferentes consultoras locales y regionales no le otorgan ni el 2% de respaldo popular, mientras que en las redes sociales circula un amplio número de mensajes repudiando su regreso y accionar en el país.
Este rol de Maradiaga y la derecha nicaragüense made in USA también tiene que superar un obstáculo mayor y es el actual proceso de investigación que realiza el Congreso norteamericano contra el presidente Donald Trump, como paso previo en el proceso de Impeachment, lo cual parece acaparar toda la atención del vecino del norte y silenciar a los ultraderechistas disfrazados de políticos como Marco Rubio y sus aliados en el intento desesperado derrocar a la “troika” Venezuela, Cuba y Nicaragua.
Desde Nicaragua no nos dejamos engañar y pueden llegar con cuanto diseño disque novedoso se les ocurra que el pueblo de Sandino, Carlos Fonseca, Tomás Borge, Daniel Ortega está alerta y presto a defender su proyecto social. Reiteramos alto y claro para que no se confunda aquí #NoPudieronNiPodrán.
https://nicaraguarebelde.wordpress.com/2019/10/18/nuevos-pasos-de-estados-unidos-para-la-transicion-en-nicaragua-apuntan-a-felix-maradiaga/