En esta nota se analiza el estado del mundo, a través de tres libros: «El comercio oscuro: cómo una nueva economía ilícita amenaza nuestro futuro», » Oscuridad intencionada: el poder escondido en los mercados de capital mundiales» y «La nueva edad de las tinieblas: la tecnología y el fin del futuro». Luego de leerla, es posible que coincidan con el autor en que «somos una especie muy retorcida y que quizá deberíamos rendirnos ante el calentamiento global y esperar que lo que salga del océano de aquí a varios millones de años tenga unos valores morales mejores que los nuestros».
Hace tiempo que estoy convencida de ello, de alguna manera tenemos que resetearnos y empezar de cero. M.Mestre
El lado (más) oscuro del capitalismo
El poder de las mafias, la desregulación financiera y los abusos en internet son ejemplos de cómo un sistema salvaje amenaza nuestro futuro
GEORGE SCIALABBA (THE BAFFLER) / CTXT
Traducción Álvaro San José.
El equipo político de demolición que nos gobierna está desgarrando el tejido de nuestra economía y sociedad desde fuera. Estos nuevos depredadores, de los que se habla en tres recientes libros, están consumiendo el mundo desde dentro.
El libro que más abre los ojos (hasta casi hacerlos salir de las órbitas) es Dark Commerce. How a New Illicit Economy Is Threatening Our Future [El comercio oscuro: cómo una nueva economía ilícita amenaza nuestro futuro], de Louise Shelley, una profesora de la Universidad George Mason y sin duda la decana de los estudios ilícitos, si tal disciplina existe. Y si no, claramente debería existir. A los lectores que todavía no conozcan uno de los libros clásicos sobre este tema, como por ejemplo McMafia de Misha Glenny o Ilícito de Moisés Naím (N.de la E: de estos dos últimos libros hay traducción al castellano) o cualquiera de los anteriores libros de Shelley, podría resultarles sorprendente enterarse de lo profunda y extensa que es la ilegalidad económica contemporánea.
Las cantidades de las que hablamos son desorbitadas
– El ingreso anual que se calcula que generan todos los tipos de delincuencia transnacional oscila entre 1,6 y 2,2 billones de dólares, más o menos el 7% del comercio mundial, según la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y la Delincuencia.
– El ingreso anual que se calcula que genera la venta de drogas ilegales: 320 mil millones de dólares.
– Las ventas anuales de productos falsificados o pirateados (por ejemplo, ventas online de fármacos ‘rebajados’): 461 mil millones de dólares.
– La tala y exportación ilegal de madera: entre 30 mil y 100 mil millones de dólares.
– El comercio ilegal de pescado, especies silvestres, minerales y residuos: entre 91 mil y 258 mil millones de dólares.
– Fármacos desviados y de baja calidad: 75 mil millones de dólares.
– Minería ilegal: entre 12 mil y 48 mil millones de dólares.
– Contrabando de tabaco: entre 8.700 y 11.800 millones de dólares.
Estas son las fuentes de ingresos más lucrativas, pero algunas otras actividades ilegales no son menos peligrosas o despreciables.
La venta de armas de pequeño calibre y ligeras (1.700 – 3.500 millones de dólares) generan beneficios para grupos como Los Zetas, ISIS, Al-Nusra y Al-Shabaab, que son tanto clientes como proveedores de este vasto mercado. Los componentes de las armas de destrucción masiva se venden en la dark web, una red informática inmensa y secreta a la que solo se puede acceder mediante un software especial que otorga anonimato.
Los países menos desarrollados o asolados por los conflictos también sufren el saqueo de antigüedades por la bonita suma de unos 1.500 millones de dólares cada año.
Y luego está el tráfico de personas, que existe en diferentes formatos.
Está el tráfico de órganos, por un valor aproximado de 1.000 millones al año.
El tráfico de refugiados y de trabajadores forzosos o en condiciones de servidumbre produjo entre 4.700 y 5.700 millones de euros en Europa solo en 2015.
Se trafica con mujeres tanto para la prostitución como para el matrimonio forzoso. Shelley no aporta un cálculo numérico para cuantificar el tráfico de mujeres, pero sí señala que la Organización Mundial del Trabajo calcula que 25 millones de personas sufren una u otra forma de trabajo forzoso.
Las cifras de facturación no son las únicas estadísticas sorprendentes de El comercio oscuro. La internet oscura, escribe Shelley, es “quinientas veces más grande que la internet superficial”. Pues ahí no se queda la cosa.Cuatro de cada cinco visitas a la internet oscura “fueron hacia destinos online con material pedófilo”. Si la internet oscura es quinientas veces más grande que la internet en superficie y si un 80% de los visitantes buscan pornografía infantil, ¿qué nos dice eso sobre la humanidad? Pues parece decirnos que somos una especie muy retorcida y que quizá deberíamos rendirnos ante el calentamiento global y esperar que lo que salga del océano de aquí a varios millones de años tenga unos valores morales mejores que los nuestros.
El mundo no basta
Shelley es una experta en el comercio internacional de cuernos de rinoceronte, al que consagra un capítulo de su libro. Hace un siglo había un millón de rinocerontes negros en África, pero hoy en día quedan solo 5.000 (una disminución del 99,5 %). La extinción es probable, y esta es una calamidad que no se puede achacar al calentamiento global. Los millonarios chinos y vietnamitas constituyen el grueso de la demanda; valoran los cuernos de rinoceronte como símbolo de posición social, por sus supuestos efectos medicinales y, cada vez más, a medida que se avecina la extinción, como inversión. Una oferta reducida ha hecho que el precio ascienda hasta los 60.000 dólares el kilo. Por lo general, los clientes efectúan un pedido a los grupos criminales organizados de Asia, y estos contactan a sus homólogos en el sur de África. Se contrata a personas desempleadas, se las equipa y se las envía para que maten a los animales y les corten los cuernos. Luego, los cuernos se trasladan a Asia con la colaboración de aduanas, transportes, policías y agentes de seguridad, corruptos todos ellos, y en algunos casos, marchantes de arte y casas de subastas. Hacen falta muchas manos para acabar con una especie.
Echaremos de menos al rinoceronte, al menos durante un tiempo (somos una especie bastante desconsiderada y pronto tendremos otras preocupaciones existenciales). En cualquier caso, por muy valiosos que sean, ninguna especie puede competir en valor -ya sea biológico o económico- con las selvas tropicales del mundo, que estabilizan el clima del planeta y contienen una gran parte de la biodiversidad. Una de las selvas tropicales más ricas de la tierra (“puede que el ecosistema más rico del mundo”, según Shelley) solía estar en Sarawak (Malasia). Desde 1981 en adelante, el jefe del gobierno taló y vendió cuatro quintas partes del mismo, y se metió 15.000 millones de dólares en su bolsillo, en el de su familia y en el de sus compinches. Contó con la ayuda de un crédito de 800 millones de dólares de Goldman Sachs y con la de numerosas instituciones financieras adicionales, que no tuvieron problema en ayudarle a esconder las ganancias. (Igual que muchos otros delincuentes millonarios, también él se metió en el negocio inmobiliario. Compró un edificio en el centro de Seattle, en el que más tarde el FBI ubicó su cuartel general del noroeste de EE.UU. y del que rechazó mudarse cuando se le comunicó a quién pertenecía; otro fantástico ejemplo más de la destreza investigativa de la Oficina y de su integridad a prueba de bombas).
No contentos con destruir el medio ambiente, los criminales están saboteando los esfuerzos por salvarlo. La Comisión Europea tiene una política de “fijación previa de límites máximos” con respecto a los créditos de emisión de carbono, que las empresas con bajas emisiones de carbono pueden vender a las empresas contaminadoras.[1] Los hackers irrumpieron en el registro de carbono de la CE para robar créditos, y luego los vendieron por valor de 6.500 millones de dólares, además de obtener rebajas del IVA por algo que ni siquiera habían pagado. Más aún, “Interpol cree que el mercado de créditos de emisión de carbono valorado en 176.000 millones de dólares es vulnerable a otros tipos de intrusión criminal, como por ejemplo el fraude de valores, la manipulación de precios entre empresas vinculadas y la venta de créditos de carbono inexistentes”.
Todo lo relacionado con la internet oscura da escalofríos. Aunque haya actividades legítimas que sucedan allí (si es que se desarrolla alguna), parece ser principalmente un supermercado de narcóticos, pornografía infantil, tráfico de personas, armas y programas maliciosos.
La legendaria web oscura Silk Road [La ruta de la seda] procesa 600.000 mensajes al mes, lo que se traduce en un número desconocido de pedidos, y en sus dos años de funcionamiento facilitó la venta de 1.200 millones de dólares en drogas, armas y programas maliciosos, que se pagaron utilizando bitcoins. En particular, los programas maliciosos son un mercado en crecimiento.
Cada año, se roba medio millón de registros y hace cinco años la increíble cantidad de uno de cada diez estadounidenses de más de 16 años había sido víctima del robo de identidad. Antes de ser desmantelada en 2016, se calculaba que la red de cibercrimen Avalanche estaba detrás de programas maliciosos que infectaban a medio millón de ordenadores cada día.
Las instituciones financieras desempeñan un papel muy importante en el comercio oscuro. Todo ese dinero sucio tiene que ser blanqueado y muchos bancos participan de la diversión; cuatro grandes bancos (Citibank, HSBC, Wachovia y Deutsche Bank) recibieron cuantiosas multas por este motivo. Western Union es una importante correa de transmisión del dinero de la droga entre México y Estados Unidos y de ganancias del tráfico sexual entre Europa Occidental y Europa del Este. Una investigación sobre 55 países en desarrollo descubrió que los flujos financieros ilícitos equivalían a casi un 4% de todo su PIB combinado en 2011.
Los bienes raíces son un medio muy conocido: un estudio realizado en seis localidades de Estados Unidos concluyó que la gente que había estado bajo el escrutinio de la policía había tramitado, de manera directa o indirecta, un 30% de las compras inmobiliarias. El lavado de dinero mediante “operaciones comerciales” es habitual: mercancías (coches, lavadoras, etc.) se compran con dinero negro y se envían a otro país, allí se venden y los beneficios que se obtienen ya son dinero limpio.
El cambio de divisas también tiene lugar en la internet oscura, y de las criptomonedas se dice a veces que son el futuro del lavado de dinero. Los libertarios que idearon las criptomonedas querían librarse de los gobiernos. Ahora parece que su mayor logro terminará siendo liberar a los criminales de los gobiernos.
De todos modos, seguro que se está llevando a cabo una campaña de seguridad pública inmensa y coordinada en nuestro nombre, ¿no? ¿Qué tal está yendo? Pésimamente. “Ninguna de las categorías criminales ha dado muestras de un marcado descenso” en la economía oscura mundial, reconoce Shelley (aparte del comercio ilegal de clorofluorocarbonos). En parte, esto se debe a que hay mucho personal de seguridad pública que está en nómina o que ha sido intimidado, pero también a que la lucha contra la delincuencia requiere una gran cantidad de recursos y la fuente principal de ingresos para los gobiernos son los impuestos.
En la actualidad, los ricos evaden el pago de impuestos a escala épica: los infractores corporativos estadounidenses tienen por sí solos 2,1 billones de dólares alojados en paraísos fiscales. Los millonarios de otros países son, sin duda, igual de reacios a pagar impuestos.
Los conservadores, que siempre se muestran débiles a la hora de perseguir los delitos graves, aunque hagan mucho ruido a la hora de condenar los delitos menores, obviamente no van a darse cuenta de que las fuerzas de seguridad pública no tienen el dinero que necesitan para atrapar a los peces gordos, ni tampoco suscriben las otras propuestas de Shelley: “un Plan Marshall moderno… para garantizar que todo el mundo tiene oportunidades laborales legítimas en sus países de origen”, lo que serviría para disminuir el número de desesperados del que los criminales emprendedores habitualmente reclutan a sus soldados de a pie; y un mejor acceso a la asistencia sanitaria para frenar la demanda de fármacos ilegales de aquellos que no pueden permitirse los productos de las grandes empresas farmacéuticas.
Dios nos libre de interferir de tal modo con el libre mercado.
Los sospechosos habituales
A pesar de su letalidad, casi todos los tipos de crimen económico conllevan al menos un intercambio de algún tipo y son por tanto fáciles de entender. Lo que pasa en Wall Street en la actualidad es una cosa completamente diferente. A lo largo de las dos últimas décadas, de acuerdo con el economista de Oxford Walter Mattli, los mercados de capital mundiales se han vuelto oscuros. Eso es malo hasta para aquellos de nosotros que tenemos poco o ningún capital.
En su libro Darkness by Design: The Hidden Power in Global Capital Markets [Oscuridad intencionada: el poder escondido en los mercados de capital mundiales], Mattli consigue la difícil tarea de hacer que hasta los que no son ricos echen de menos la antigua bolsa de Nueva York. Durante dos siglos, la bolsa de Nueva York fue la mejor opción de la ciudad y después del país.
La estructura era bastante democrática: las empresas bursátiles eran relativamente pequeñas y tenían igualdad de votos en el órgano directivo de la bolsa. Tener una reputación íntegra era indispensable para una firma comercial pública y, además de eso, los antiguos miembros de la burguesía parecían contar con un abundante y caduco espíritu cívico. (Intenten imaginarse a los tiburones y comadrejas actuales con esa cualidad). Por eso invertían las ganancias de la Bolsa en una buena gestión pública, en recopilar datos y en monitorear las transacciones. El fraude era raro, por lo general se detectaba y se castigaba con severidad. En consecuencia, la bolsa cumplía su cometido con creces: recaudar capital para las nuevas empresas y disciplinar o recompensar a las empresas existentes.
En la década de 1960, la revolución informática comenzó a llegar a Wall Street. Primero se automatizaron las tareas administrativas y luego las operaciones bursátiles en sí. Los ordenadores, servidores, software y personal informático que hacían falta eran caros, y esto otorgaba una ventaja a los principales actores: los bancos de inversión y las corredurías bursátiles. Estas últimas iniciaron una fase de fusiones y adquisiciones compulsivas que dejaron al sector bursátil y a la Bolsa en manos de un reducido número de empresas gigantescas.
Estas empresas (Goldman Sachs, Citigroup, Morgan Stanley, UBS y otras) ya no dependían de la Bolsa para poner en contacto a compradores con vendedores, ni para proporcionar liquidez (una serie de fondos acumulados que permitían procesar los pedidos de manera fluida). El único obstáculo que había para las actividades más rentables (los mercados internos u “oscuros”, las operaciones bursátiles en grandes bloques y las operaciones bursátiles de alta velocidad) era la supervisión que llevaba a cabo la Bolsa de Nueva York.
Por eso hicieron lo que siempre han hecho los amos del universo de Wall Street: cabildearon con éxito para que el gobierno tomara medidas en favor de sus intereses comerciales y lo presentaron como si fuera una obediencia inevitable a los imperativos de eficacia, progreso y modernización. En 2005, la Comisión de Valores y Bolsa (SEC por sus siglas en inglés) promulgó una serie de normas para reestructurar radicalmente la Bolsa de Nueva York según los términos que exigían las grandes empresas. Al año siguiente la antigua Bolsa de Nueva York pasó en la práctica a mejor vida.
¿Por qué debería importarnos esto? ¿Acaso no se trata de un ejemplo de gánsteres capitalistas tendiéndose una emboscada los unos a los otros? ¿De depredadores sucumbiendo ante superdepredarores? Sí y no. La Bolsa de Nueva York no está compuesta por activistas sociales humanitarios, eso es cierto; pero la mayoría de la actividad que tenía lugar allí estaba de alguna forma relacionada con el mundo real de la producción. Gracias a las extraordinarias velocidades que propiciaron los retransmisores de microondas (que en algunos casos alcanzan la velocidad de la luz) el volumen de operaciones bursátiles se ha multiplicado por mil y en su mayor parte son operaciones de arbitraje.
Las operaciones de arbitraje (transacciones trepidantes que aprovechan fluctuaciones minúsculas o temporales en el precio de las acciones) son socialmente inútiles.
La defensa convencional de esta práctica sostiene que el arbitraje promueve una determinación eficaz del precio. Mentira y, además, las mismas grandes empresas que dicen que es verdad están también obstaculizando una herramienta verdaderamente útil para determinar el precio: el inversor informado.
A menudo, los individuos o gerentes de fondos de pensiones y fondos comunes de inversión investigan en profundidad a las empresas y toman así sus decisiones de inversión.
Los operadores de alta velocidad tienen acceso preferencial a información bursátil y cuando se enteran de órdenes institucionales de gran volumen pueden adelantarse (eso se llama “anticiparse a la orden”, que es la versión moderna de la ilegalizada práctica de “inversión ventajista”) y comprar o vender antes de que se emita la orden, lo que cambia el precio y les hace ganar (si esa es la palabra correcta) un pequeño beneficio. Cuando se realiza millones de veces, no sólo roba mucho dinero de los fondos de pensiones y comunes (vamos, de ti y de mí), sino que también desincentiva la investigación en profundidad sobre las empresas, que es lo que de verdad mantiene la precisión en los precios de las acciones.
La fragmentación de las bolsas ha propiciado un cambio radical en el equilibrio de poder entre las grandes empresas y las bolsas que son, en teoría, las responsables de fijar las reglas según las cuales operan las primeras. En realidad, ahora las bolsas dependen completamente de las empresas, que han conseguido tantas concesiones y privilegios especiales que ya no existe ninguna pretensión de igualdad en el tratamiento que se da a los grandes y a los pequeños inversores.
La oscuridad intencionada contiene numerosos ejemplos de ese tratamiento especial: suministro preferencial de datos, ‘colocar’ los servidores de clientes importantes en el parqué de operaciones, quote stuffing [una estrategia con la que se ralentiza intencionadamente el sistema inundandolo de un gran número de órdenes y cancelaciones en cuestión de microsegundos, spoofing [la introducción una orden de compra o venta que no se pretende llevar a cabo para incitar a otros participantes a invertir] y cientos de Clases Especiales de Órdenes (SOTs por sus siglas en inglés), algunas de las cuales están diseñadas por las grandes empresas y todas ellas son, básicamente, fraudes.
No llegué a entender completamente todas las descripciones que hace Mattli sobre cómo funciona este nuevo modelo de operaciones bursátiles, así que me consoló leer que “un regulador jubilado con un reconocido historial de 15 años al mando de dos importantes organizaciones de regulación financiera me confesó hace poco que ya no entendía cómo funcionaban en realidad estos complejos mercados de capital”.
La consecuencia última de la fragmentación son las “plataformas oscuras” (mercados privados que no ofrecen información previa a la negociación sobre precios ni volúmenes de las órdenes). Estas plataformas, cuya intención original era prevenir la inversión ventajista, han sido diseñadas, en cambio, para facilitarla, mediante la connivencia entre sus administradores y los operadores de alta frecuencia que participan en ellas.
Mattli ofrece sus recomendaciones utilizando el enérgico tono cargado de sentido común del profesor de Oxford: ¡Hágase la luz sobre los inversores! O, de forma más prosaica, hágase que el Congreso y la Comisión de Valores y Bolsa realicen sus trabajos. Desafortunadamente, como reconoce en ocasiones, ninguno de ellos quieren hacer su trabajo. El lobby bancario está muy organizado y (sobra decirlo) bien financiado; Mattli cita a un observador de Wall Street de la década de 1970: “Los bancos… ya tienen más poder que el Congreso”.
A estas alturas, la contienda ya ni existe. Y la SEC está en un lado de la puerta giratoria, en cuyo otro extremo se encuentran los grandes bancos y las corredurías bursátiles (en las que, según se dice, alguien con la actitud correcta puede ganar muchísimo dinero). Lo mismo vale rezar para que llueva en el Sáhara que para que se haga la luz sobre Wall Street.
Directo al video
Tras una larga lista de terrores desconocidos, casi supone un alivio regresar a otros con los que estamos más familiarizados: los problemas y dilemas de nuestro futuro digital. Hoy en día, el presente digital ya da bastante miedo, como deja patente James Bridle en New Dark Age: Technology and the End of the Future [La nueva edad de las tinieblas: la tecnología y el fin del futuro].
El gran logro de La nueva edad de las tinieblas es un capítulo, más inquietante que nada de lo que haya leído nunca, sobre la programación infantil de YouTube. Un inmenso archipiélago de vídeos, algunos elaborados por humanos y otros por bots informáticos, compiten por el número de visitas de los niños, lo que significa, en primer lugar, que hay que atraer la atención de los algoritmos de recomendación de YouTube.
A menos que tenga la suerte de que una masa crítica de niños lo encuentre y lo recomiende, la forma más segura de atraer la atención de YouTube es incluir en el título de tu vídeo el nombre de un vídeo que ya sea popular.
¿Por qué? ¿Para qué sirve esta producción incesante de basura profunda e irremediablemente inútil? Ingresos por publicidad, obviamente. Los vídeos vienen siempre precedidos, seguidos o interrumpidos por un anuncio destinado al segmento demográfico de niños entre uno y seis años.La comisión por el anuncio se comparte entre el realizador del vídeo y el propietario de YouTube, que es Google.Es un gran negocio: los realizadores más populares de la plataforma han ganado decenas de millones de dólares. Solo Dios -y puede que Hacienda- sabrá cuáles son las ganancias reales de Google.
Incluso, algunos de ellos son verdaderamente tóxicos. Los personajes tienen características y formas extrañas e incomprensibles; y no pocas veces, coprofagia, sadismo, violaciones y violencia: es imposible que estas cosas no surjan en las decenas de millones de vídeos que existen, muchos de los cuales han sido realizados en las mismas condiciones que predominan en los talleres- miseria o por programas de ordenador. “No se trata de la intención”, concluye Bridle, “sino de un tipo de violencia intrínseca a la combinación de sistemas digitales e incentivos capitalistas”. Claramente, también se trata en parte de la intención: eso es lo que pasa cuando haces que los niños sean un centro de beneficios.
La iniciativa, parece poderse afirmar, reside en los malvados. La cantidad y calidad de energía e invención que se destina a las infames actividades que se describen en estos tres libros podrían con facilidad acabar con la pobreza, la desigualdad, los conflictos internacionales y la crisis climática. Seguro que los infractores piensan que es más divertido dirigir el mundo que hacer contrabando de cuernos de rinoceronte o implantar programas maliciosos, ¿no? Entonces, si no puedes combatirlos, haz que se unan a ti; puede que así consigas al menos despertar su imaginación.
George Scialabba es editor colaborador en The Baffler y el autor de los libros For the Republic y What Are Intellectuals Good For?
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