Dirty Works recupera 'Manifiesto redneck', de Jim Goad, un texto de 1997 que ahora parece clave para entender el electorado que llevó a Trump a la presidencia
No nos hace falta haber intimado nunca con un redneck para saber de qué estamos hablando.
Los conocíamos gracias a las películas y las series, aunque ahora también debido a los abundantes perfiles del electorado que ha aupado a Donald Trump hasta la presidencia de los EEUU: los rednecks son esos blancos ignorantes y cabreados que han votado a un tonto peligroso.
Pero los conocemos también porque, con algunas diferencias, podemos encontrarlos entre nosotros. Aquí no llevan rifles ni ondean la bandera confederada, de acuerdo, pero son la misma "white trash", la misma basura blanca.
Entendámonos. Hablamos de esos vagos hediondos y grasientos, casi siempre borrachos, que pasan el día en los bares entre máquinas tragaperras y copas de coñac, contando chistes guarros y discutiendo sobre marcas de coche.
Sí, hablamos de esos gordos animales violentos y machistas que no necesitan ninguna excusa para matar a golpes a su mujer o violar a sus hijas; esos excrementos humanos de dentadura amarillenta que desparraman el subsidio del Estado en lotería, cerveza o cualquier mierda que puedan pincharse para olvidar aunque sea solo cinco minutos lo mal que les huele el aliento.
Hablamos, ya lo estás viendo, de esos analfabetos racistas, homófobos y filofascistas, siempre envueltos en humo de tabaco y altercados de todo tipo: una caterva de idiotas en chándal que se reproducen como conejos, ajenos a la misma noción de incesto, porque son incapaces de distinguir su estupidez natural de la que resulta de su revoltijo de genes.
Son la escoria de la clase trabajadora, despojos humanos de los que podemos hablar así porque no acarrea ninguna consecuencia.
Ellos lo han escogido, ¿verdad? Tuvieron sus opciones, como todos nosotros. Simplemente optaron por esnifar cola en el colegio y ponerse ciegos de anfetaminas baratas en el instituto.
No es nuestro problema que prefirieran comportarse como cerdos degenerados en lugar de mirar por su futuro: así lo prefirieron. ¿No?
La verdadera demonización de la clase obrera
Jim Goad, el autor de Manifiesto redneck, es uno de estos perros sarnosos y agresivos. Una cucaracha devastada por la cirrosis. Pero no lo decimos nosotros, lo dice él.
"Otro comprimido de efedrina, otro tazón de café homicida. Mi culo chorrea sangre a causa de todas las variedades de speed que absorbo para mantenerme despierto y poder currar. A menudo soy un estropajo tan derrengado que no hago más que mirar mis notas durante horas."
Goad se identifica con esa tribu y nos escribe desde su condición. A nosotros. Es decir: escribe a los liberales de clase media-alta, a los lectores de revistas y suplementos culturales gravemente preocupados por el feminismo, la homofobia y los derechos de la comunidad LGTBIQ+.
A los heraldos del pluralismo, fervorosos demócratas que predicamos el respeto por las otras culturas, por el medio ambiente, por las víctimas de las guerras en el Oriente Medio.
Escribe a todos aquellos paladines de la igualdad, la paz y la fraternidad que más que principios parecemos tener una nube de algodón de azúcar moral.
Queremos muchas cosas y todas son nobles, respetables, magníficas. De hecho, no entendemos muy bien como esos pobres diablos como Goad no nos están dando continuamente las gracias por ser tan justos.
Escribe, en otras palabras, a quienes nos sabemos la vanguardia ética de la humanidad mientras escupimos todo tipo de insultos contra los más débiles; a los que en nombre de la libertad y la igualdad culpamos a las víctimas de la miseria que nosotros directa o indirectamente les estamos causando; a los que defendemos a todas las minorías menos, claro, a esas sanguijuelas que se han ganado a pulso su miseria.
Goad gira contra nosotros los insultos que alegremente despachamos a la basura blanca. Al humillarse, nos humilla. Su toma de consciencia de clase coincide con el descubrimiento de pertenecer a una estirpe mugrienta, a un clan vergonzante e irrisorio:
"Poco a poco aprendí a renegar de mis raíces. Las imágenes de la basura blanca que transmitían los medios comenzaron a resultarme repulsivas. [...] La consciencia de clase se estaba convirtiendo para mi en algo así como una obsesión permanente. [...]
No encajaba ni con yogurines pijos ni con los rockerillos siniestros de pelo teñido, así que opté en su lugar por el inconsciente ademán de la basura blanca, el rockabilly retro. Y sin importar cuánto desodorante me echase, seguía emanando eau de garbage blanc."
¿Por qué podemos hablar libremente de los rednecks con ese desprecio? ¿Por qué nos parece bien reírnos de sus carencias? Es más, ¿por qué la palabra "redneck" no nos indigna solo con escucharla?
El término se refiere a las nucas achicharradas de los trabajadores del campo, que pasaban horas y horas al sol. Es un término peyorativo, destinado a los sureños blancos pobres. Incluso el diccionario Webster (edición de 1986), muy pudiente en lo que se refiere a otros términos, los identifica como ignorantes, racistas y violentos.
A diferencia de la palabra "nigger", la podemos usar libremente. Y no solo esto. Como dice Goad, ¿qué pasaría si empezáramos a decir de los "negratas" que son una pandilla de simplones sin dignidad, ignorantes prehistóricos de mentes atrofiadas?
De hecho, en el repaso que propone del uso del término "nigger" en los medios de comunicación, siempre aparece citado y para destacar que se trata de una expresión horrible y censurable. En cambio, con "redneck":
"un redneck imbécil gordo y desaseado"
"un redneck oleaginoso"
"un redneck maníaco, reotorcido y lleno de desprecio"
"un redneck traga-cervezas"
La crítica de Goad, publicada en 1997, anticipa el estudio de Owen Jones sobre la estigmatización de los "chavs" (de los canis y las chonis) y va incluso más allá. Mientras que Jones se limitaba a señalar cierta reticencia de la izquierda hacia la clase obrera real, Goad está describiendo un linchamiento sistemático que es usado, al mismo tiempo, como justificación para la exclusión social de los linchadores.
"La incesante repulsión de los medios por la basura blanca puede ser, de manera consciente o no, un mecanismo a través del cual los blancos ricos convierten a los más pobres en chivos expiatorios. Se trata de una cómoda y efectiva estrategia".
Sinestesia ideológica (o cómo blanquear que las oportunidades se crean socialmente)
Para entender el mecanismo que nos permite despreciar sin remordimiento alguno al escalafón más bajo de la clase obrera -y esto no solo vale para los rednecks norteamericanos-, podemos hablar de "sinestesia ideológica": asociamos la piel blanca y paliducha con la opresión y la clase dirigente.
Se trata de una idea simple. La opulencia es blanca, como la libertad y las oportunidades. De modo que si esos cochinos se regodean en el fango de la pobreza, nos decimos, algo habrán hecho.
Manifiesto redneck nos permite entender cómo esta confusión es posible, dado que Goad se dedica a desmontar sistemáticamente el discurso según el cual lo que distingue a los rednecks de los burgueses que viven en zonas residenciales es que los primeros, cuando tuvieron su oportunidad, la cagaron.
Goad insiste: no todos salieron como galgos de sangre azul saltando de una misma línea de salida, en igualdad de condiciones. De hecho, dedica gran parte del libro a realizar un ejercicio de revisionismo histórico para demostrar lo equivocados que estamos.
"La historia escrita, como la postura del misionero, es una acción ejecutada desde arriba mirando hacia abajo. La mayoría de los textos históricos llevan el inequívoco acento de la gente que habla con una cucharilla de plata en la boca. [...]
Me he visto arrojado al papel de arqueólogo cultural: un excavador de basura. Vengo resentido y con un mazo en la mano, preparado para reventar unas cuantas rótulas ideológicas. Estoy aquí para follaros con el puño de los hechos."
Para hacerlo, Goad se nos lleva de paseo hasta el imperio romano.
Quiere desentrañar los orígenes europeos de la basura blanca, de modo que irá haciendo desfilar la historia de opresión de los blancos ricos sobre los blancos pobres a lo largo del feudalismo y el nacimiento de la modernidad, parando especial atención al colonialismo y la cuestión de la esclavitud.
Básicamente, se dedica a demostrar que el tráfico de esclavos blancos pobres fue incesante y la llamada "servidumbre por contrato" tan cruenta como cualquier otro tipo de esclavitud (además de mucho más extendida): la mayoría de blancos que terminaron en América no fueron allí en busca de libertad y una tierra de oportunidades, sino que fueron encadenados.
Que el color de su piel coincida con la de aquellos que se dedicaron a explotar, violar, mutilar y humillar, apropiándose del territorio, no significa que hayan corrido su misma suerte.
Las oportunidades se crean socialmente, no son una prerrogativa de los individuos. No basta con asociar el libre arbitrio con el color de la piel: los rednecks son el resultado de una historia de explotación, exclusión y estigmatización igualmente importante a la que sufrieron los afroamericanos y, afirma Goad, además, por ser blancos, deben cargar con la culpa y los pecados de los ricachones.
Con todo, lo realmente cruel no es solo que los reprobemos por su desgracia, sino que nos burlemos por lo desgraciados que son.
Su sufrimiento nos es literalmente invisible: los hemos deshumanizado hasta el punto de pensar que su decrepitud es elegida, que gozan de su decadencia. Escudándonos en una injustificable atribución de responsabilidad, nos permitimos humillarlos en los periódicos, en la televisión, en las películas.
Manifiesto redneck es, por lo tanto, una revuelta. Es la miseria hedionda esputándonos en la cara: nuestra propia miseria.
"Arriba, arriba, poderoso parque de caravanas. Las colinas reviven con el sonido de los mosquetes.
Un hedor se alza de Norteamérica como estiércol de caballo humeante que flota a través de los maizales. ¿Lo hueles, amigo mío?
Un aullido rebelde resuena desde las colinas hasta las verdosas cañadas. ¿Lo oyes, amigo mío?
Llegará el día que la mierda se levante. La basura solo ha empezado a contraatacar.
La niebla se disipa. El sol arde a través de las nubes. Las nucas crepitan lentamente hasta volverse rojas".
El final de Manifiesto redneck no solamente era amenazador, también era profético.
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