La generación a la que pertenezco difícilmente puede sustraerse de lo que el 19 de julio de 1979, hace ya 40 años, significó para los nicaragüenses.
Muchos no fuimos espectadores de la revolución sino que fuimos artífices de ella y luchamos armas en manos contra el somocismo porque nos atrajo un sandinismo que ofreció cambiar la matriz política y social de un estado feudal, oligárquico y explotador al que le era muy conveniente mantener en la postergación absoluta a los más necesitados, a los marginados a los que se revelaron y no quisieron seguir viviendo una esclavitud descarada dónde la protesta se pagaba con la muerte o la desaparición.
Aquel proceso político e insurreccional que el 99% de los nicaragüenses hicimos posible terminó en una revolución porque lo sucedido no fue una escaramuza, un apetito de poder, una aventura o cualquier locura, sino una decisión de nación, de país, de dignidad, de sacudirnos el yugo que nos impuso el último marine imperial, el dictador y dinasta Anastasio Somoza Debayle.
¿CUANTOS PARTICIPAMOS, QUIENES ÉRAMOS, PORQUÉ LO HICIMOS?
Éramos un pueblo en armas contra un asesino y su guardia pretoriana; éramos jóvenes organizados en células guerreando desde muchas trincheras y lo hicimos porque éramos los perseguidos, porque estábamos en la mira y porque el sandinismo se había convertido en una referencia epopéyica llena de actores que convertimos en ídolos, que eran paradigmas porque habían recogido la estafeta de leyendas caídas, pero nunca olvidadas, que desde décadas atrás a aquel 19 de julio de 1979, ya nos habían marcado el camino de la liberación.
40 años después algunos de esos ídolos que idealizamos como invencibles cayeron de sus nichos y se partieron en mil pedazos y hoy no solo son los ausentes sino los traidores a los ideales que decían tener, a los principios a los que supuestamente se consagraron, a los paradigmas inmortales de la historia roja y negra de la que ya no son parte porque nadie que se llame sandinista puede mover sus patas e ir al imperio a pedir agresiones contra una patria que sigue luchando como ayer contra el mismo enemigo.
Muchas veces manifestado que no pertenezco al FSLN, pero de la misma forma he dicho que soy parte desde el Movimiento Liberal Constitucionalista Independiente de la Alianza Unida Nicaragua Triunfa y no me genera problema que me lo reclamen algunos sectores que saben que en el pasado fui crítico acérrimo de Daniel Ortega y su organización y no solo de palabras porque también lo hice a través de la boca del fusil cuando en la década de los ochenta los objetivos de la revolución se desviaron por gentes que ahora son enemigos de ella porque dejaron de ser sandinistas.
Yo soy política y doctrinariamente liberal. Augusto C. Sandino fue liberal y en consecuencia tengo suficientes razones para ser sandinista y por eso luché en la insurrección contra Somoza y cuando los errores de la revolución en los ochentas me fueron evidentes me fui al Frente Sur con Edén Pastora, a ser parte del F.R.S, del Frente Revolucionario Sandino, que era parte de la Alianza Revolucionaria Democrática.ARDE y como de aquello que denominábamos la “Guerra de los Espejos” porque entonces nos disparábamos entre sandinistas donde los combatientes de allá y de aquí colgaban en sus cuellos pañoletas roja y negras.
La prensa internacional nos llamaba “Los Contras”, pero no todos nos considerábamos así porque muchos no luchamos contra la revolución en la que otra vez estamos insertos, sino contra las desviaciones políticas y morales de algunos de sus dirigentes que hoy si son degeneradamente contrarrevolucionarios y consecuencia hoy son “ídolos caídos”.
Debo decir que parte de los errores de aquella década de los 80s obedecieron a reacciones provocadas que germinaron rápidamente por la marcada juventud de los líderes revolucionarios de la época y que observados por los viejos zorros de la Casa Blanca pensaron que los “muchachos” serían pan comido y que con la ayuda de la contrarrevolución interna serían fácilmente acobardados. Esos zorros desgraciadamente nos impusieron una guerra y todos de una u otra forma tuvimos responsabilidad en ella, pero no todos hemos sido capaces no solo de reconocerlo sino de pedir perdón por haberlo hecho y es ahí donde entran en juego una porción de “ídolos caídos” que fueron comandantes de la revolución, comandantes guerrilleros, trovadores o intelectuales que hoy ni son ni están.
Cada una de estas estampas negras de la historia política y contemporánea de Nicaragua, que fueron parte de las decisiones tomadas en la década de los 80s, se la pasan diciendo que todo mal que padece el país es culpa de Daniel Ortega, que pidió perdón por sus errores y a partir de ellos en el 2007 comenzó a construir desde lo que denomina la segunda etapa de la revolución, una Nicaragua que hasta el 18 de abril pasado era próspera, estable, segura, en permanente crecimiento y saludada y felicitada por todo el mundo hasta que los “ídolos caídos”aparecieron vestidos de mercenarios para imponer toda antítesis a la revolución solo para llenarnos de odio, de muerte, de espanto, de luto, asesinato, tortura y resentimiento a cambio de unos dólares más que reciben o que recogen como los indigentes que son.
Jamás escuche a Sergio Ramírez Mercado, poderoso vicepresidente de la república en la década de los 80s pedir perdón por lo que él ordenaba y ejecutaba en aquellos tiempos donde era prácticamente el responsable administrativo de todo el manejo presupuestario del estado y es quien pretende que nunca decidió nada.
Jamás escuche al inmodesto de Henry Ruiz, marxista talvez porque nació en marzo, pedir perdón por la economía que desbarató desde su feudo como flamante “Comandante de la Revolución” en el Ministerio de Planificación donde lo único que se planificaba era cómo a las fuentes generadoras de desarrollo.
Jamás escuché a la Dora María Téllez, pedir perdón por la más desastrosa administración de salubridad pública de todos los tiempos en Nicaragua donde la hoy flamante cabecilla del MRS consideraba que era más cura la amputación de un brazo o una pierna antes que el yeso para cualquier fisura ósea.
Jamás escuché al tristemente célebre de Luis Carrión, también flamante “Comandante de la Revolución” pedir perdón por el despótico trato que ordenaba dar a los prisioneros de la zona franca de quienes escuché relatos tristes y dolorosos de cómo este detractor de lo que él mismo fue parte ahora pretende sustraerse para lavarse las manos como igual lo hacen todos esos despreciables miembros del club anaranjado que resienten él porqué el legítimo sandinismo los rechaza.
Jamás escuché a la Gioconda Belli agradecer al trampolín que le representó la revolución para insertarse en un mundo intelectual que puede reconocer en ella una pluma atractiva pero que contrasta con la visión política corrompida que tiene de sus orígenes ideológicos y que hoy la ubica en la acera de los regala patria, que podrán aspirar a llamarse cualquier cosa, pero nunca como una sandinista.
Jamás escuché a Víctor Hugo Tinoco pedir perdón por esa rara transición de antiimperialista a imperialista porque viniendo desde su poltrón como ex vicecanciller de la revolución de los 80s hoy se babea ante aquellos a los que visita para pedir agresiones contra Nicaragua que sobradas razones tiene para detestarlo y darle la espalda por lo que es, un traidor.
Jamás escuché a Carlos y Luis Enrique Mejía Godoy, los grandes trovadores de la revolución de los 80s, pedir perdón a Nicaragua por el salto al vacío que dieron, por el suicidio que decidieron, porque siendo los que produjeron y cantaron aquello de que los hijos de Sandino ni se venden ni se rinden y que el gringo es el enemigo de la humanidad, hoy andan como pordioseros de estado en estado de la Unión Americana, cantando para gente que los detestaba y que me imagino que ahora goza lanzarles en cara algunos chelines para que coman lo que puedan.
Hay otros que en calidad de sardinas quedan en las aguas podridas en las que nadan y ahí quedaran porque más allá de la precisa consigna de que no pudieron ni podrán, la gran realidad es que la revolución que Daniel Ortega, decidió diseñar y construir de propia mano, sin tener que oír las voces malévolas que nos confrontaron, es la que la inmensa mayoría de los nicaragüenses hacemos propia porque es una revolución de hospitales, de escuelas, de carreteras, de electrificación, de agua para todo el territorio, de entretenimiento para las familias, de deportes, de proyectos sociales, de voluntad para reconstruirnos, de madurez para responder a la violencia con sabiduría, a la ofensa con tolerancia, al odio con paz y a la muerte con esperanza.
Esa es la revolución 40 años después de 1979.
https://www.redvolucion.net/2019/07/17/detalles-del-momento-idolos-caidos/