La reciente decisión de la Casa Blanca de acelerar el despliegue de un grupo de portaaviones de batalla y otros recursos militares al Golfo Pérsico llevó a muchos en Washington y otros lados a asumir que los Estados Unidos se está preparando para una guerra con Irán.
Como en vísperas de la invasión a Irak en 2003, funcionarios han citado datos sospechos de inteligencia para justificar complicados preparativos de guerra.
El 13 de mayo, el secretario de Defensa interino Patrick Shanahan incluso presentó a altos funcionarios de la Casa Blanca los planes para enviar al menos unas 120 mil tropas a Medio Oriente por un posible futuro combate con Irán y sus abanderados.
Posteriores reportes indicaron que el Pentágono estaría haciendo planes de enviar más soldados que eso.
Los halcones en la Casa Blanca, dirigidos por el asesor de Seguridad Nacional John Bolton, ven una guerra que pretende eliminar el liderazgo clerical de Irán como una potencial victoria para Washington.
Muchos altos funcionarios en el ejército estadounidense, sin embargo, ven la cuestión de manera muy diferente: como, potencialmente, un gran paso atrás exactamente hacia el tipo de guerra en el terreno poco sofisticada con la que infructuosamente se han enredado a lo largo del Gran Oriente Medio y el norte de África por años, y que prefieren dejar de hacer.
Lo aseguro: si el presidente Trump ordenara al ejército estadounidense atacar Irán, así lo haría y, si ocurriera, no puede haber dudas del definitivo resultado negativo para Irán. Su apolillada maquinaria militar simplemente no está a la par del norteamericano.
Casi 18 años después de que la guerra contra el terrorismo de Washington fue lanzada, sin embargo, no puede hbaer duda de que cualquier asalto estadounidense sobre Irán suscitaría más caos en la región, desplazaría a más personas, crearía más refugiados y dejaría muchos civiles muertos, más ciudades e infraestructuras arruinadas, y más almas solitarias preparadas para unirse al próximo grupo terrorista que apareciera.
Conllevaría seguramente a otro escenario enlodado de conflictos para los soldados estadounidenses Piénsalo: Irak y Afganistán, exactamente el tipo de escenarios sin victorias del que muchos de los altos oficiales del Pentágono ahora buscan huir.
Pero no atribuyas tales sentimientos sólo a la reticencia de empantanarse en otro lodazal de la guerra contra el terrorismo.
En estos días, el Pentágono también está obsesionado cada vez más con preparaciones para otro tipo de guerra en otra locación totalmente diferente: un conflicto de alta intensidad con China, posiblemente en el Mar del Sur de China.
Luego de años esforzándose contra guerrillas y yijadistas a lo largo del Gran Medio Oriente, el ejército estadounidense se entusiasma cada vez más en la preparación para combatir a sus "pares" China y Rusia, países competidores que plantean lo que ellos llaman un desafío "multidimensional" con los Estados Unidos.
Esta nueva perspectiva sólo es respaldada por una creencia de que las guerras interminables contra el terrorismo de Estados Unidos han agotado severamente a su ejército, algo obvio para los dos líderes chino y ruso que se han aprovechado de la extendida preocupación de Washington por el contraterrorismo para modernizar sus fuerzas y equiparlos con armamento avanzado.
Para que los Estados Unidos permanezca como un poder fundamental -como lo piensa el Pentágono- debe volver la cara al contraterrorismo y enfocarse en vez en el desarrollo de los recursos para derrotar decisivamente a sus poderosos rivales.
Esta perspectiva se hizo tan clara como el cristal por el entonces secretario de Defensa Jim Mattis en testimonio ante el Comité de Servicios Armados del Senado en abril de 2018.
"El impacto negativo en la presteza militar resultante de los más largos y continuos periodos de combate en la historia de la nación ha creado un ejército sobrecargado y de escaos recursos", insistió. Añadió que nuestros rivales utilizaron esos mismos años para invertir en capacidades militares destinadas a erosionar significativamente la ventaja de Estados Unidos en tecnología avanzada. China, aseguró a los senadores, está "modernizando sus fuerzas militares convencionales a un grado que desafiará la superioridad militar estadounidese".
En respuesta, los Estados Unidos no tienen sino una opción: reorientar sus propias fuerzas por la competencia entre grandes potencias.
"La estrategia de competencia a largo plazo -no el terrorismo- es ahora el foco primario de la seguridad nacional estadounidense".
Este punto de vista fue, de hecho, consagrado en la Estrategia de Defensa Nacional de los Estados Unidos de Norteamérica, el proyecto general que rige todos los aspectos de planificación militar. Su propuesta de 750 mil millones de dólares para el año fiscal 2020, develado el 12 de marzo, estaría totalmente alineado con este enfoque.
"Las operaciones y capacidades respaldadas por este presupuesto posicionarían fuertemente al ejército estadounidense en la competencia entre grandes potencias para las próximas décadas", dijo el secretario interino de Defebsa Shanahan en su momento.
De hecho, en esa propuesta presupuestaria, el Pentágono hizo agudas distinciones entre los tipos de guerras que deberían dejar a un lado y aquellos en donde ve futuro.
"Frenar o derrotar la agresión de los grandes potencias es un desafío fundamentalmente diferente a los conflictos regionales involucrando estados forajidos y organizaciones extremistas violentas que encaramos durante los últimos 25 años", subrayó.
"El prespuesto para el año fiscal 2020 es un gran escalón para enfrentarse a este desafío", financiando las capacidades de fuerza que Norteamérica necesita "para competir, frenar y ganar en cualquier potencial pelea de calidad superior en el futuro".
CEÑIRSE AL COMBATE DE "ALTA CALIDAD"
Si tal guerra de alta intensidad estuviera por desatarse, como los líderes del Pentágono sugieren, tomaría lugar simultáneamente en todos los dominios del combate -aire, mar, tierra, espacio y ciberespacio- y presentaría la utilización extendida de tecnologías emergentes, como la Inteligencia Artificial (IA), la robótica y la guerra cibernética.
Prepararse para tales combates multidimensionales, el presupuesto de 2020 incluye 58 mil millones de dólares para aeronaves avanzados, 35 mil millones para nuevos buques de guerra -la mayor solicitud de construcción naval en más de 20 años-, junto con 14 mil millones para sistemas espaciales, 10 mil millones para ciberguerra, 4.6 mil millones para IA y sistemas autónomos, y 2.6 mil millones para armas hipersónicas. Puedes asumir con confianza, además, que cada uno de esos montos incrementarán con los años por venir.
Planificando para ese futuro, los oficiales del Pentágono visualizan choques que erupcionan primero en las periferias de China y/o Rusia, para sólo luego extenderse hacia la amplitud de sus zonas centrales (pero no, por supuesto, a los de Norteamérica).
Mientras esos países ya poseen robustas capacidades defensivas, cualquier conflicto envolvería rápidamente y sin lugar a dudas el uso de la vanguardia de las fuerzas aérea y naval para romper sus sistemas defensivos; lo que significa la adquisición y despliegue de aeronaves sigilisos de avanzada, armas autónomas, misiles crucero hipersónicos y otros armamentos sofisticados. En el habla del Pentágono, estos son los llamados sistemas anti-acceso y defensa perimetral (A2/AD, sus siglas en inglés).
Como procede según esta ruta, el Departamento de Defensa ya considera futuros escenarios de guerra. Un choque con fuerzas rusas en la región báltica de la antigua Unión Soviética es, por ejemplo, considerado una clara posibilidad.
Así los Estados Unidos y sus aliados de la OTAN han brindado sus fuerzas en esa precisa región y buscado armamento apropiado para ataques sobre las defensas rusas a lo largo de la frontera oeste de ese país.
Aun así, el principal foco del Pentágono es la ascendente China, el poder que se cree plantea la más grande amenaza de los intereses estratégicos a largo plazo de Norteamérica.
"El desarrollo históricamente sin precedentes de China ha habilitado el crecimiento impresionante de su ejército, que pronto podría desafiar a los Estados Unidos en casi todos los dominios", testificó como de costumbre en marzo de 2018 el almirante Harry Harris Jr., comandante del Comando Pacífico (USPACOM) y ahora embajador estadounidense de Corea del Sur.
"La modernización militar en curso de China es el elemento clave de su estrategia confesa para suplantar a los Estados Unidos como el socio securitario de preferencia para los países del Indo-Pacífico".
Como dejó claro Harris, cualquier conflicto con China probablemente irrumpiría en las aguas fuera de la costa oriental e involucraría una intensa ofensiva estadoundiense para destruir las capacidades A2/AD de China, que se traduciría en la indefensión del vasto interior del país.
El sucesor de Harris, almirante Philip Davidson, como el comandante de lo que ahora se conoce como el Comando Indo-Pacífico, o USINDOPACOM (sus siglas en inglés), describió tal escenario de esta forma en testimonio ante el Congreso en febrero de 2019: "Nuestros adversarios están desplegando sistemas A2/AD, aeronaves avanzados, buques, capacidades espaciales y ciberespaciales, que amenazan la habilidad estadounidense de proyectar su poder e influencia en la región".
Para vencer tales capacidades, adhirió, los Estados Unidos deben desarrollar y hacer uso de la variedad de sistemas de ataque para "ataques de largo alcance" junto con "sistemas misilísticos de defensa avanzada capaces de detectar, rastrear y entablar amenazas aéreas, de crucero, balísticas e hipersónicas desde cualquier acimut".
Si lees a través de los testimonios de ambos comandantes, pronto captarás una cosa: que el ejército estadounidense -o al menos la Armada y la Fuerza Aérea- están enfocados en un futuro paisaje de guerra en la que fuerzas norteamericanas no están centrados en el terrorismo o en Medio Oriente, sino en emplear su armamento más sofisticado para subyugar a las fuerzas modernizadas de China (o Rusia) en un relativamente breve espasmo de violencia, que duraría sólo días o semanas.
Estas serían guerras en las que el dominio de la tecnología, no la contrainsurgencia o la construcción nacional, sería -al menos eso creen los altos oficiales del ejército- el factor decisivo a probar.
EL CAMPO DE BATALLA PREDILECTO DEL PENTÁGONO
Tales escenarios del Pentágono esencialmente asumen que un conflicto con China iniciaría en las aguas del Mar del Sur de China o en el Mar Oriental de China, cerca de Japón y Taiwán.
Los estrategas estadounidenses han considerado estas dos áreas marítimas como "la primera línea de defensa" de Norteamérica en el Pacífico, desde que el almirante George Dewey derrotó a la flota española en 1898 y los Estados Unidos tomaron las Filipinas.
Hoy, el USINDOPACOM permanece como la fuerza más poderosa en la región con grandes bases en Japón, Okinawa y Corea del Sur.
China, sin embargo, ha trabajado visiblemente en erosionar el dominio regional norteamericano de alguna manera modernizando su marina e instalando a través de sus líneas costeras misiles balísticos de pequeño y mediano alcance, presumiblemente apuntando a esas bases estadounidenses.
Por lejos su más obvia amenaza a la dominación estadounidense en la región, sin importar cómo, ha sido su ocupación y militarización de las pequeñas islas del Mar del Sur de China, una concurrida vía marítima delimitada por China y Vietnam por un lado, Indonesia y Filipinas por el otro.
En años recientes, los chinos han utilizado arena dragada desde el fondo del océano para expandir algunos de esos islotes, instalando así instalaciones militares en ellos, incluyendo pistas de aterrizaje, sistemas de radar y equipos de comunicación.
En 2015, el presidente chino Xi Jinping prometió al presidente Obama que su país no tomaría tal acción, pero imágenes satelitales claramente muestran que esto se ha hecho.
Aunque no se han forticado mucho, esos islotes proveen a Pekín de una plataforma desde la cual frustrar potencialmente los esfuerzos estadounidenses para proyectar su poder en la región.
"Estas bases parecen ser de avanzada militar, construidos por el ejército, acuartelado por fuerzas militares, y diseñados para proyectar el poder militar chino y sus capacidades a lo largo y ancho del disputado Mar del Sur de China que la República Popular se adjudica", testificó en 2018 el almirante Harris.
"China ha construido una inmensa infraestructura específica -y solamente- para respaldar las avanzadas capacidades militares que se pueden desplegar a las bases en poco tiempo".
Para ser claros, funcionarios estadounidenses nunca han declarado que los chinos deben desalojar esos islotes o ni siquiera sacar sus instalaciones militares de allí. Sin embargo, desde hace un tiempo, ellos están siendo obvios con su descontento por el crecimiento del Mar del Sur de China.
En mayo de 2018, por ejemplo, el secretario de Defensa Mattis desinvitó a la armada china de los ejercicios bienales "Anillo del Pacífico", la maniobra multinacional más grande del mundo, diciendo que "hay consecuencias" por haber fallado la promesa de Xi a Obama en 2015. "Esta es relativamente la más pequeña consecuencia", adhirió. "Creo habrá consecuencias mucho mayores en el futuro".
De lo que serían esas consecuencias, Mattis nunca dijo. Pero no hay duda de que el ejército estadounidense ha considerado cuidadosamente un posible choque en esas aguas y tiene planes de contigencia en vez de atacar y destruir todas las instalaciones chinas ahí.
Los buques de guerra norteamericanos regularmente navegan de forma provocadora dentro de unas cuantas millas de esas islas militarizadas, a lo que dieron término: "libertad de operaciones navieras", o FRONOPS (sus siglas en inglés), mientras fuerzas aéreas y navales periódicamente conducen ejercicios militares a gran escala en la región. Tales actividades son, por supuesto, monitoreadas de muy cerca por los chinos.
A veces, intentan impedir operaciones FRONOPS, muchas de ellas casi colisionaron.
En mayo de 2018, el almirante Davidson causó consternación en el Pentágono declarando: "China ahora es capaz de controlar el Mar del Sur de China en todos los escenarios de guerra con los Estados Unidos": un comentario que presumiblemente tuvo la intención de ser un llamado de advertencia, pero también sugiriendo la clase de conflictos que los estrategas estadounidenses anticipan en el naciente futuro.
LA GUERRA DE LA ARMADA CONTRA LA GUERRA DE BOLTON
La Armada de los Estados Unidos envía un destructor armado de misiles cerca de una de las islas ocupadas por los chinos hace apenas unas pocas semanas. Es lo que el alto comando estadounidense gusta en llamar "mostrando la bandera" o demostrando la resolución de Norteamérica por permanecer como poder dominante en esa región tan distante (mientras que si los chinos hicieran algo similar fuera de la Costa Oeste sería considerado el escándalo del siglo y una provocación sin comparaciones). Cada vez que pasa, las autoridades chinas desaconsejan a esos buques o ellos mismos mandan a sus vasallos para sombrear y hostigarlos.
El 6 de mayo, por ejemplo, la Armada estadounidense envió dos de sus destructores de misiles teledirigidos, el USS Preble y el USS Chung Hoon, a una misión FRONOPS cerca de una de esas islas, provocando una feroz queja de los funcionarios chinos.
Este mortal juego de la gallina podría, claro, durar años sin disparar algún tiro o erupcionar una crisis mayor. Las probabilidades de evitar tal incidente están decayendo, especialmente si las tensiones entre Estados Unidos y China, en la era de Trump, en otras materias -incluyendo el comercio, la tecnología, y los derechos humanos- continúan creciendo.
Los líderes militares norteamericanos han hecho estrategias de manera clara sobre la posibilidad de un conflicto estallando en esta área por algún tiempo y, si la observación del almirante Davidson es algún indicativo, respondería a tal posibilidad con mucho más entusiasmo que la mayoría de ellos ante una posible guerra con Irán.
Sí, ven a Irán como una amenaza en Medio Oriente y no hay duda de que quieren ver el fin del régimen clerical de ese país. Sí, a algunos comandantes de la Armada les gusta el general Kenneth McKenzie, jefe de Comando Central de los Estados Unidos, quien aún muestra cierto regocijo en el estilo John Bolton por un conflicto semejante.
Pero Irán hoy -debilitado por los años de aislamiento y sanciones comerciales- no significa una amenaza inmanejable al meollo de los intereses estratégicos de Norteamérica y, gracias en parte a la negociación del acuerdo nuclear de la Administración Obama, no posee armas nucleares.
Aún así, ¿puede haber alguna duda de que una guerra con Irán se tornaría en un lioso pantano, como Irak luego de la invasión de 2003, con alzamientos guerrilleros, incremento del terrorismo y caos siempre en expansión a lo largo de la región -exactamente el tipo de "guerras eternas" como muchos en el ejército estadounidense (a diferencia de John Bolton) prefieren dejar atrás.
Cómo todo se desarrollará todo esto es imposible de predecir, pero si los Estados Unidos no van a la guerra con Irán, la renuencia del Pentágono jugaría un rol significativo en esa decisión. Esto no quiere decir, sin embargo, que los norteamericanos hayan descartado un inmenso derramamiento de sangre en el futuro.
La próxima patrulla naval estadounidense en el Mar del Sur de China, o el siguiente, podría provocar la chispa de una gran explosión de otro tipo totalmente diferente contra un adversario mucho más poderoso -y con armas nucleares- . ¿Qué podría ir mal?
Michael T. Klare es un colaborador regular de TomDispatch, también profesor emérito de paz y estudios de seguridad mundial en el College Hampshire y profesor invitado senior en el Arms Control Association. Autor de libros sobre la política militar y de seguridad nacional de los Estados Unidos.
Este artículo fue publicado originalmente en inglés el 2 de junio de 2019 en Tom Dispatch, la traducción para Misión Verdad fue realizada por Ernesto Cazal.
http://misionverdad.com/traducciones/pugna-en-el-pentagono-la-guerra-de-la-marina-contra-la-guerra-de-bolton