La economía argentina afronta dos posibilidades: una gran crisis antes o después de octubre. El único interrogante es el momento de esa convulsión. Por eso la tasa de riesgo-país sigue por las nubes y el único plan del gobierno es aguantar hasta las elecciones.
Todas las tensiones derivan de la evidente imposibilidad de pagar la deuda. Los medios internacionales subrayan todos los días esa incapacidad. El temor no proviene de un eventual triunfo opositor, sino del simple estallido de la bomba financiera que ha montado el oficialismo.
Esta dramática perspectiva induce a distintos analistas a delinear cuatro escenarios posteriores a octubre: continuidad acentuada del ajuste, retorno al desahogo de la década pasada, padecimiento griego o alivio portugués. Todas las alternativas deberían confrontan con el descalabro de la economía.
Desastres al por mayor
Las cifras de la deuda son aterradoras. Macri elevó los pasivos en un 76% hasta situarlos en un porcentual próximo al total del PBI. En un trienio incrementó esas obligaciones de 157.000 a 278.000 millones de dólares. El grueso de los compromisos está nominado en moneda extranjera y supone desembolsos varias veces superiores a los promedios del pasado. La carga de intereses se ha duplicado frente a ingresos fiscales seriamente reducidos por la recesión. Muchos tenedores han comenzado a vender los títulos previendo su desvalorización.
La economía bordea la cornisa desde el desmoronamiento del plan inicial de paulatina reorganización neoliberal. El fracaso del primer socorro del FMI condujo a ubicar un funcionario de ese organismo, en la estratégica oficina del Banco Central que reporta a Washington.
Se ha dispuesto un sistema de bandas para restringir la venta de dólares frente a cada asomo de corrida. Pretenden limitar la fuga de capitales, que el año pasado dilapidó el auxilio otorgado por el Fondo. El ministro Dujovne mendigó recientemente una flexibilización del manejo de las divisas, pero sólo obtuvo una pequeña dádiva. Esa concesión será irrisoria si los exportadores demoran el ingreso de divisas, para lucrar con una nueva devaluación.
La demanda de dólares es contenida con la aspiración de los pesos circulantes en el mercado y con tasas de interés que duplican la inflación. Ese mecanismo está demoliendo el aparato productivo. La caída del 2,6% del PBI durante el año pasado tiende reproducirse en el 2019.
El gobierno sigue enarbolando la fantasía de la flexibilización laboral para crear empleos, mientras la recesión destruye cotidianamente esos puestos de trabajo. Ya se verifica la peor crisis laboral de los últimos 20 años. El “industricidio” ha situado la producción industrial un 14% por debajo del 2011 y la tasa de desempleo bordea los dos dígitos en las zonas industriales.
El “mejor equipo económico” de las últimas décadas ha generado un inusual escenario de estanflación. Con el consumo contraído, la emisión proscripta y el forzado déficit fiscal cero, la carestía es motorizada por la devaluación y los tarifazos.
El descontrol cambiario realimenta su equivalente inflacionario, afectando como nunca los precios de los alimentos. Mientras Macri anuncia imaginarios alivios, las cifras indican un ascendente piso del 40% anual, que reiteraría el desmadre del 2018.
La hoguera inflacionaria es incentivada por el delirante incremento de las tarifas dolarizadas. Desde octubre del 2015 la electricidad aumentó entre 1.053% y 2.388%, el gas entre 462% y 1.353% y el agua entre 554% y 832%.
La escalada de precios ha generado una terrible extensión de la pobreza. El juicio que Macri pidió de su gestión observando ese indicador es lapidario. La pérdida del salario oscila entre el 15% y el 20% y el recorte de las jubilaciones no tiene precedentes desde el 2002.
Esta regresión social se agravará drásticamente si irrumpe un nuevo tsunami cambiario. Más tormentosa sería la extensión de esa convulsión al sistema bancario, que el gobierno controla otorgando insólitos rendimientos a los financistas. La bomba de las Leliqs -renovada cada siete días a tasas de interés del 70%- ha generado una deuda pública (cuasi fiscal) de cinco puntos del PBI.
Ese castillo de naipes podría derrumbarse por un impago del gobierno o por la fuga masiva de los especuladores, si el miedo vence a la codicia. Ya se comenta un plan de canje compulsivo de los bonos para socorrer a los banqueros, a costa de los ahorristas. En ese tembladeral todas las fichas del gobierno están colocadas en llegar a los comicios y conseguir una inesperada revalidación de su mandato.
El ajuste recargado
Con todos los indicadores económico-sociales en contra, el oficialismo supone que puede lograr la reelección, repitiendo la victoria conseguida por Menem en 1995. Pero no ha motorizado la mínima reactivación que se requiere para repetir ese antecedente.
Además, a mitad de los 90 la recesión apenas comenzaba, al cabo de cuatro años de crecimiento, en el contexto de estabilidad generado por la Convertibilidad. En la actualidad no existe el “voto cuota”, que indujo a millones de consumidores endeudados en dólares a priorizar la continuidad del modelo. Cambiemos sólo ha generado incontables decepciones desde el primer día.
Es cierto que el FMI sigue apostando por el gobierno, pero con más prevenciones, menores fondos y apertura del juego a la oposición. Argentina se perfila como una gran pesadilla para el propio directorio del Fondo. Ya se ha convertido en el primer deudor del organismo por encima de Grecia y Ucrania. Nadie sabe cómo devolverá los 50.000 millones de dólares otorgados y persiste la crítica de los directores europeos al socorro argentino que forzó la delegación estadounidense.
Dentro del país numerosos sectores de las clases dominantes se distancian del gobierno, intuyendo que el viento sopla hacia otra dirección. Los grandes grupos han perdido subsidios (Techint), acumulan pérdidas (Arcor, Molinos) y afrontan el recorte de sus patrimonios (Constantini). También la emblemática Mesa de Enlace de los agro-sojeros confiesa su disgusto con el presidente. Incluso los banqueros que engrosan sus caudales temen el desplome del sistema financiero.
En estos escenarios el electorado suele penalizar al oficialismo. Esa norma se verificó en seis de las siete elecciones presidenciales registradas desde 1989. Las reiteradas crisis argentinas -que se inician en el terreno cambiario y desembocan en grandes recesiones- suelen deglutir al primer mandatario.
El triunfo de Cambiemos en octubre constituiría una llamativa excepción, que sólo podría consumarse por impotencia o complicidad de la oposición. Todos saben que la próxima gestión será muy turbulenta. Si las imprevisibles circunstancias de los próximos meses derivan en la reelección, Macri que comandará un salvaje ajuste sobre el ajuste.
El oficialismo intentaría nuevamente imponer el pospuesto reordenamiento neoliberal. No hay palabras para describir el tormento que descargaría ese modelo sobre el pueblo: flexibilización laboral, vaciamiento del sistema previsional, pulverización de las jubilaciones y demolición del salario. Los compromisos con el FMI se cumplirán a rajatablas y la inexorable renegociación de la deuda incluirá drásticos compromisos de entrega, con Vaca Muerta a la cabeza del remate. Salta a la vista cuán prioritario es evitar que Macri pueda lograr ese segundo mandato.
Pero la derecha es también consciente de la fragilidad de un proyecto, que naufragó abruptamente en su primera versión. Recuerda, además, las grandes debacles que acompañan a esas reestructuraciones (1982, 1989, 2001). Su plan frente a esa eventual catástrofe sería alguna modalidad de dolarización general.
Ese programa incluirá un mega-ajuste fiscal, que duplicaría la exclusión social padecida por un tercio de la población. Todas las vertientes derechistas -que sostienen a Macri en la coyuntura- preparan un atroz rediseño de la economía.
¿Retorno al 2002-2006?
Un segundo escenario más promisorio es imaginado por los analistas que aspiran a recrear el desahogo de la década pasada. Los voceros de Lavagna y de Cristina afirman que ambos dirigentes podrán encabezar esa resurrección, luego de haber lidiado con situaciones económicas adversas.
Pero los galardones de una gestión pasada no aseguran resultados futuros. Basta recordar que Cavallo volvió con los lauros de la Convertibilidad, para precipitar la gran hecatombe que sucedió al corralito. En lugar de especular con los atributos de un salvador, convendría evaluar las condiciones de la coyuntura actual.
Este contexto difiere del imperante en los primeros años de nuevo milenio. La cesación de pagos generó un quinquenio de alivio, signado por la suspensión de las erogaciones externas. Ese impago no fue programado, pero facilitó el desahogo de la exhausta economía nacional. En la actualidad, todos los exponentes del Peronismo Federal y del Kirchnerismo se oponen a repetir la enemistad con los bancos, que generó esa experiencia.
La acelerada recuperación del 2002 se asentó, además, en la desvalorización de capitales y salarios que provocó la mega-devaluación. Ese “trabajo sucio” coronado por Duhalde abrió el camino para el gran rebote que heredó el kirchnerismo. Aunque el actual ajuste de Macri repite esa destrucción de ingresos populares, la cirugía en curso recién comienza y requiere sacrificios muy superiores al pasado.
El repunte económico gestionado por Kirchner y Lavagna, estuvo también facilitado por un superciclo internacional de las materias primas, que situó el precio de la soja en un nivel sin precedentes. En la actualidad, la cotización de los productos primarios ha retomado su promedio tradicional.
En ese favorable contexto se implementó un canje de la deuda, que convalidó la desvalorización mercantil del pasivo. La negociación de una quita semejante no figura en la agenda actual de ningún economista del justicialismo. Todos los proyectos en danza apuntan a extender los plazos de pago y reducir el costo del crédito. Se espera saldar los compromisos mediante la simple recuperación del crecimiento económico.
Pero esa expectativa choca con el volumen de la hipoteca. Entre el 2020 y el 2026 las exigencias de pago involucran el 65% del total adeudado. En los primeros cuatro años hay que devolver el dinero concedido por el FMI, sin ningún acceso previsible al mercado financiero.
Los líderes del Peronismo Federal y del Kirchnerismo intentarían renegociar la deuda que administra el FMI, en un marco muy distinto a la década pasada. En ese momento, el Fondo sólo actuaba como acreedor adicional de un amplio espectro de tenedores de títulos argentinos. Por su rol estratégico nunca dejó de cobrar los pagos suspendidos al resto y fue premiado con la cancelación total de sus créditos, cuando la economía logró cierto desahogo.
Pero en la actualidad es el gran protagonista de cualquier tratativa. El mega-préstamo concedido el año pasado ha convertido al FMI en un acreedor hiper-dominante. Será el insoslayable intermediario de cualquier conversación con otros bonistas externos.
Conviene finalmente registrar que Argentina se ha transformado en el eslabón débil de las economías intermedias, afectadas por la eventualidad de un gran temblor (Turquía, Sudáfrica). Por esa razón, la renegociación de su deuda será observada con gran atención por todos los financistas. Ya no impera la contemporización (o relativa indiferencia internacional) que prevaleció en el 2003-2006. También se ha extinguido el furor por los BRICS y los mercados emergentes. En este marco, lo ocurrido en la periferia europea brinda pistas para evaluar el destino de la Argentina.
El suplicio de Grecia
En el 2015 el gobierno izquierdista de Syrza intentó negociar el ajuste que exigían los acreedores y convocó a un exitoso referéndum para rechazar ese chantaje. Pero en vez de cumplir con el mandato popular el presidente Tsipras se rindió frente a los banqueros. Esa capitulación condujo a una gran desmoralización política y a la sucesión de recortes que padece la población.
Grecia ha quedado sometida a un interminable calvario para garantizar el rescate de los bancos afectados por su deuda. La economía sufrió agudas recesiones que profundizaron la caída iniciada en 2008. Esa parálisis productiva demolió el 30% del PBI y generalizó un dramático retroceso social. La tasa de desempleo promedia el 24% y alcanza al 40% de la juventud. Un tercio de los habitantes abandonó el país, generando un desequilibrio demográfico que impactará sobre los recursos previsionales.
Las jubilaciones sufrieron 14 recortes y la mitad de las familias afronta alguna imposibilidad de pago de sus créditos. En un sistema sanitario desmantelado la tasa de mortalidad infantil registra un llamativo incremento.
El gobierno ha implementado la reforma laboral y jubilatoria demandada por los acreedores. Sus agentes buscan apropiarse de la flota comercial y de los puertos, que aún conservan nacionalidad helena.
La monumental transferencia de recursos a los bancos extranjeros se consuma a través de distintos mecanismos impositivos. Mientras se cumple a rajatablas el cronograma de superávit fiscal primario, la generalización del IVA empobrece a la población.
Los gerentes de la Comisión Europea que manejan la economía, ni siquiera han respetado la promesa de aliviar los pagos. La vieja insinuación de conectar esas erogaciones con la tasa de crecimiento ha sido desechada. La promesa de reestructurar el pasivo pasó al olvido. Mientras el achicamiento de la economía agranda la hipoteca, periódicamente reaparece alguna hipócrita sugerencia de reconsiderar el futuro de la deuda. Pero con pasivos equivalentes al 188% del PBI, ninguno de esos anuncios tiene credibilidad.
Para los inspectores del FMI el desangre de Grecia constituye un gran “éxito”, verificado en el retorno del país al mercado financiero. Ya celebran las primeras operaciones de un refinanciamiento, que reconcilia a los especuladores con el negocio heleno.
Semejanzas y peligros
El escenario griego retrata una tercera perspectiva para la Argentina. Por las semejanzas de origen y volumen del endeudamiento, las comparaciones entre ambos países han sido muy frecuentes en las últimas décadas. La similitud actual se verifica en el sometimiento de ambos pasivos a la discrecionalidad de un acreedor dominante. Mientras el 80% de la deuda helena está concentrada en estados u organismos europeos, el FMI es el mandamás de la negociación con Argentina.
El superávit fiscal impuesto en los cuatro memorándums suscriptos por Grecia será la principal exigencia que soportará Argentina. Las mismas contra-reformas laborales y jubilatorias de Grecia serán remitidas al Parlamento nacional.
Conviene recordar las ingenuas expectativas de Tsipras en el europeísmo benevolente de los acreedores, frente a tantos elogios criollos a la “nueva sensibilidad del FMI”. Nadie ha podido presentar algún ejemplo de esa condescendencia. Incluso las recientes migajas que concedieron en el país al manejo del gasto social han quedado pulverizadas por la aceleración de la inflación.
Argentina cuenta con muchos instrumentos para evitar el padecimiento griego. Está ubicada en una franja internacional de economías más gravitantes, mantiene una moneda propia y preserva una estructura industrial significativa. Aunque carece del gran recurso del turismo para un rápido ingreso de dólares, cuenta con significativas exportaciones primarias. Está exenta de bases de la OTAN y alejada de los centros del conflicto geopolítico internacional. Pero la utilización de esas ventajas presupone la confrontación y no el sometimiento al FMI.
La tragedia de Grecia es un llamado de atención frente a la nueva disposición del kirchnerismo a acordar con el Fondo. Las denuncias que enarbolaron en las manifestaciones del 25 de mayo y 9 de julio del año pasado han sido archivadas.
El cónclave de Kicillof con los emisarios del Fondo no fue un mensaje aislado. Sus justificaciones protocolares (“nos reunimos con todos”) fueron seguidas de edulcoradas descripciones de ese organismo. Se lo exime de toda responsabilidad en el ajuste, suponiendo que actúa como un simple auxiliador de los desarreglos provocados por Macri. Con esa interpretación se olvida su papel de artífice y beneficiario del saqueo.
La aceptación kirchnerista del FMI recuerda la actitud asumida por Dilma en Brasil. Implementó un curso neoliberal que desmoralizó a la población y facilitó el golpe institucional pre-Bolsonaro. La conducta de Lenin Moreno en Ecuador es otro precedente. Lideró un proyecto regresivo al interior del proceso progresista y ahora emula la sumisión macrista al FMI.
La excepción portuguesa
Todos los analistas observan a otra economía de la periferia europea, que ha logrado un desahogo contrapuesto a la asfixia helena. Portugal soportó inicialmente un gran incremento de la deuda pública, que saltó del 68 % (2007) al 111% (2011) del PBI. La Troikaimpuso su típico ajuste de reducción del gasto social, disminución de los sueldos estatales y extensión de la jornada de trabajo. No faltaron las privatizaciones, el aumento del IVA, las reformas laborales y el agobiante superávit fiscal.
Pero en el 2015 los líderes derechistas que consumaron esa degradación perdieron el gobierno y el Partido Socialista volvió a encabezar la administración. Ese retorno incluyó una inédita alianza parlamentaria con dos formaciones de izquierda (PC y Bloco), que sostienen al presidente contra sus rivales conservadores.
En ese infrecuente escenario político comenzó un desahogo económico, a partir de un crecimiento que mejoró los salarios y expandió el consumo. Se limitaron los impuestos regresivos y las privatizaciones fueron detenidas. El correlato financiero del repunte fue la recalificación internacional de la deuda. También se cancelaron los pasivos con el FMI para refinanciarlos a menores costos con prestamistas privados.
La economía portuguesa transita por el típico de rebote que sucede a los fuertes ajustes. La mayor pujanza de esta reacción cíclica se explica por el gran flujo de turistas, que se alejó de las turbulentas costas africanas. Los negocios inmobiliarios recobraron fuerza por las ventajas que ofrecen los precios portugueses en el universo del euro. Las bajas tasas de interés imperantes en el Viejo Continente alimentan esa afluencia de divisas.
El respiro del país también deriva de la postura contemplativa que asumió la Troika. Después de la virulenta sanción impuesta a Grecia, primó la decisión de actuar con mayor consideración. En el primer caso prevaleció la penalización a una población movilizada que desafió a los mandantes de Europa. La conciliación con Portugal fue un gesto compensatorio, en el nuevo escenario de crisis continental generado por el Brexit. La Troika aflojó su presión frente a un conocido Partido Socialista portugués. No afrontó el temor suscitado por la llegada de Syriza al espectro político griego.
En el caso lusitano ha influido significativamente la acción de la izquierda en la contención del ajuste. Los sectores radicales mantienen un compromiso inestable con el gobierno, que gestiona una deuda equivalente al 125% del PBI. Esa administración acepta el superávit fiscal y una atadura al euro, que multiplica el déficit comercial y debilita la producción local.
Para revertir ese sometimiento la izquierda exige el replanteo de la deuda y la recuperación de la soberanía monetaria. Pero esas tensiones no anulan el trienio de alivio que ha vivido el país. ¿Podría Argentina conseguir un desahogo semejante?
La improbable extensión
Los economistas del kirchnerismo consideran que el modelo portugués podría implementarse, mediante un drástico giro en la política económica. Ese viraje consumaría el cuarto escenario en debate. Pero la experiencia indica que la voluntad de copia constituye apenas un ingrediente de esa extensión. La reproducción del rumbo lusitano requeriría, además, la misma contemporización por parte de los acreedores.
La experiencia indica cuán peligroso es apostar todas las fichas a esa condescendencia. Tsipras personificó esa postura al augurar una actitud amigable de la Troika. En el caso argentino, no existe ninguna certeza sobre el eventual comportamiento del FMI en un contexto Pos-Macri. Pero conviene registrar que hasta ahora, el organismo ha mantenido su tradicional dureza en todas las negociaciones internacionales de la deuda.
La virulencia frente a Grecia en el 2012 fue complementada con el drástico programa de recortes impuesto a Ucrania en el 2015. El sabotaje contra Venezuela -que implementa la casta financiera internacional por exigencia de Trump- puede ser considerado como otro indicador de la misma fiereza.
Portugal ha sido la excepción a esa norma de agresiones contra los países periféricos. La repetición del alivio lusitano en Argentina es muy improbable. El desahogo llegó en ese país tras varios años de un ajuste, que recién comienza en el Cono Sur. Además, el país no tenía concertado el estricto acuerdo de emergencia que ha firmado Macri con el FMI. Saldó las cuentas con el Fondo, sin recuperar la autonomía que logró Argentina en la década pasada. Portugal continúa sometido al euro y a las restricciones presupuestarias que monitorea Bruselas.
Como el FMI otorgó enormes préstamos al peligroso deudor argentino, es muy probable que Lagarde busque su propia supervivencia con duras exigencias de cobro. A diferencia de la Troika, el Fondo no debe lidiar en Sudamérica con el impacto causado en Europa por el ahogo impuesto a Grecia.
Estas diferencias no anticipan igualmente una trayectoria predeterminada. Lo más realista es constatar los dos cursos que afronta Argentina. Habrá un severo conflicto con el FMI, si se decide replantear la deuda y prevalecerá una indescriptible degradación, si se acepta el pago del tributo. Esta disyuntiva se perfila en el horizonte, más allá de la aparición de una primavera portuguesa.
Conviene señalar que ni siquiera la alejada eventualidad lusitana resolvería el gravísimo endeudamiento legado por Cambiemos. Sólo pospondría un desenlace a favor de los banqueros o la mayoría popular. Las indefiniciones refuerzan a los financistas y desguarnecen a los trabajadores.
Los economistas del progresismo suelen exaltar el modelo portugués silenciado lo ocurrido en Grecia. Algunos omiten la variedad de circunstancias que determinó los dos resultados y otros extraen conclusiones conservadoras. Sugieren que la diferencia entre ambos desemboques obedeció a la moderación del primer curso y a la radicalidad del segundo. Si ese razonamiento predomina en Argentina, el FMI ganará la partida a costa del sufrimiento popular.
Nuestro país acumula un gran acervo de experiencias en la batalla contra el FMI. Esa conciencia popular se encuentra actualmente adormecida por la expectativa de lograr una renegociación favorable de la deuda. Pero resulta indispensable recordar que no habrá recuperación consistente de los ingresos populares, sin desconocer el pacto con el Fondo. Ese camino permitiría evitar los despidos, la pulverización del salario y la contracción del nivel de actividad
La suspensión de pagos es imprescindible para frenar la hemorragia de divisas y cortar el festival especulativo. Conduciría a transferir el costo de la crisis a sus causantes. Esas definiciones no implicarían el corte de todas las tratativas. Sólo contribuirían a crear el cuadro requerido para impedir los atropellos al ingreso popular. Quiénes convocan a “negociar sin condicionalidades” deberían registrar que ese posicionamiento exige desconocer los compromisos que sepultan la producción.
La lucha que se avecina exige publicitar la verdad de la deuda concertada por el macrismo. La auditoría del pasivo es imprescindible para clarificar quiénes se enriquecieron con la emisión de Lebcas, Leliqs y bonos a 100 años. Hay importantes experiencias de estas investigaciones en Ecuador y Grecia. El reencuentro con nuestra propia tradición de resistencia al FMI es la llave maestra para encarar la batalla de los próximos meses.
Resumen
Todos los indicadores de la economía confirman un dramático escenario con cuatro posibles desenlaces. La improbable continuidad del oficialismo implicaría un ajuste recargado y la eventual dolarización frente a una gran debacle. El desahogo de la década pasada choca con el protagonismo acreedor del FMI, la adversidad comercial y la desvalorización irresuelta. El calvario de Grecia anticipa los padecimientos que afrontará el país, en una renegociación de la deuda amoldada al FMI. Las expectativas en un alivio portugués tienden a diluir la batalla contra los financistas.
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Claudio Katz
Economista, investigador del CONICET, profesor de la UBA, miembro del EDI. Su página web es: www.lahaine.org/katz
https://www.alainet.org/es/articulo/199181