Al desconocer o anular a su antojo la soberanía de Venezuela, Estados Unidos, está actuando como el único poder, el poder supremo (excepcional), el que se atribuye para sí solo, el derecho a decidir el destino de todo un pueblo, y no solamente del pueblo venezolano, sino también del resto de países que conforman el bloque sudamericano, quienes de hecho, como el caso del llamado Grupo de Lima, han aceptado esa condición de total sumisión al hegemón del norte.
Lo que sucede actualmente en Venezuela, trae a la memoria acontecimientos como los acaecidos en Guatemala, Chile, Panamá, Grenada y Nicaragua durante la segunda mitad del siglo pasado, cuando Estados Unidos, en su enfrentamiento con la Unión Soviética durante la Guerra Fría, de manera flagrante desconocía procesos democráticos soberanos, violaba impunemente el derecho internacional y la soberanía de esos pueblos, e imponía por la fuerza regímenes asesinos, corruptos y entreguistas liderados por siniestros personajes, como el caso Castillo Armas en Guatemala y Pinochet en Chile.
Más recientemente, en pleno siglo 21, y cuando ya no existe la URSS, pero China y Rusia han surgido como los grandes rivales que desafían sus pretensiones hegemónicas globales, hemos visto como los EE.UU han procedido de igual manera en países como Iraq, Libia y Siria, cuya soberanía ha sido reducida a escombros, muerte, caos y ocupación indefinida.
En el actual momento en que se agudiza el enfrentamiento que Estados Unidos mantiene con sus principales rivales geopolíticos, China y Rusia, que se interponen como obstáculos a la realización del ambicioso sueño de la hegemonía permanente, tal como lo imagina la intelligentsia imperialista, Estados Unidos, está siendo constantemente superado económica, tecnológica y militarmente por ambos contendientes. Estados Unidos ya no es capaz, a pesar de sus bravuconadas, amenazas y sanciones de todo tipo de obligar a sus rivales a que se adhieran a sus dictados.
Es precisamente en este contexto de la pérdida de su hegemonía y de la retirada o expulsión que se avizora de aquellas zonas de vital importancia estratégica (Siria y Afganistán por el momento) que los EE.UU deciden poner toda su atención en su esfera natural de influencia, es decir, su patio trasero latinoamericano (incluida Canadá al norte) sobre cuyo bloque de países reafirmará su total dominio, no permitiendo la presencia de ningún otro poder imperialista ( Doctrina Monroe), como podrían ser el caso de Rusia y China, ambas calificadas de poderes revisionistas que amenazan sus intereses y seguridad nacional.
A este respecto, los teóricos de la escuela realista de la política exterior estadounidense manifiestan que “el realismo dictamina que los Estados Unidos no solo debe procurar mantenerse como el Estado más poderoso del planeta, sino que también debe mantener su hegemonía en el hemisferio occidental y asegurarse de que ninguna otra potencia domine su región del planeta, de esta manera convirtiéndose en un rival”.
Al desconocer o anular a su antojo la soberanía de Venezuela, Estados Unidos, está actuando como el único poder, el poder supremo (excepcional), el que se atribuye para sí solo, el derecho a decidir el destino de todo un pueblo, y no solamente del pueblo venezolano, sino también del resto de países que conforman el bloque sudamericano, quienes de hecho, como el caso del llamado Grupo de Lima, han aceptado esa condición de total sumisión al hegemón del norte.
Ahora, la cuestión que urge, es saber cuánto tiempo pasará antes de que la situación desemboque en el escenario que se han planteado en Washington los artífices del macabro plan para la caída del gobierno de Nicolás Maduro y el posterior desmantelamiento del Estado Venezolano.
Después de desconocer o anular la legalidad de la presidencia de Maduro y nombrar a un sustituto como el legítimo presidente de Venezuela, Estados Unidos procede a implementar el bloqueo económico, confiscando activos venezolanos y de la estatal petrolera PDVSA en territorio estadounidense, a esto se suma la confiscación del oro venezolano depositado en el Banco de Inglaterra, que según los intervencionistas yanquis pasaría a disposición del gobierno títere de Juan Guaidó, a quien nadie eligió en Venezuela para ocupar ese cargo.
Por ahora, Washington ha formado un gobierno paralelo que, aunque cuenta con el apoyo de una parte de los venezolanos, aún no controla territorio alguno, y no cuenta, por el momento, con algo crucial: el apoyo del ejército venezolano.
Al no contar con el apoyo de los militares que sería fundamental para el cambio de régimen, al imperialismo solo le queda como último recurso, recurrir a la implementación de un escenario de violencia armada, es decir, el estallido de choques armados entre supuestos “combatientes por la libertad” y las fuerzas de seguridad que sería no solo el inicio de la guerra civil, sino la invitación o el pretexto para la intervención militar humanitaria liderada por Estados Unidos.
“Los estamos esperando, estamos esperando a los violentos, los mercenarios, y a quienes pretendan meterse en Venezuela”, ha expresado Vladimir Padrino López, ministro de Defensa.
“Esto es un asedio, un libreto, estuvimos viendo el formato que se aplicó en Libia y vemos los mismos actos progresivos que se han generado”, añadió.
Y a no ser que Washington dé marcha atrás, algo que parece improbable, o que Rusia y China y otros países amigos decidan poner todas sus fichas del lado de Venezuela, y que el pueblo venezolano manifieste su total rechazo a los planes imperialistas, la suerte de Venezuela parece echada, y el temido escenario vivido en Libia y en Siria, y que ahora se intenta poner en práctica en suelo venezolano, será una terrible realidad.
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