Yapa: Después del elocuente texto de la ex presidenta, un texto perteneciente a mi libro La infAMIA referido a la visita que Ricardo Ragendorfer y yo le hicimos (a su pedido, pues quería conocernos) y el video de cuando Héctor fue premiado en una de las cenas de la Ohesterheld, ocasión en el que hablo, muy suelto y como se decía antaño “a calzón quitado”.
Si ven el video y leen el texto, les quedará muy claro por qué el odio sólido de los Estados Unidos y de los infames dirigentes de la DAIA y la AMIA, esos fabricantes en serie de judeofobia.
El Calafate, 30 de diciembre del peor año que se recuerde. Al bajar para desayunar miro mi teléfono: dos mensajes. En uno, Graciana Peñafort me avisa que en la madrugada falleció Héctor Timerman.
En el otro, Alicia Castro en un twitt, muy preciso, lo despide en la red: “Héctor Timerman será recordado como el canciller que defendió la soberanía y la unidad regional. Cuando la Argentina era un ejemplo de dignidad en el mundo.”
Tiene razón. Pero no es suficiente para dar cuenta de esta muerte que, seguramente, no pocos adjudicarán a los infortunios propios de la vida misma y sus enfermedades terribles.
Pero lo cierto es que no fue así. Pienso y siento la necesidad de decir hoy lo que siempre dije en privado a quien quisiera escucharme: Héctor se enfermó por el dolor y el sufrimiento que le provocó el irracional e injusto ataque que ambos sufrimos con motivo de la firma del memorando de entendimiento con Irán para lograr el esclarecimiento del atentado terrorista contra la mutual judía y poder destrabar así la causa judicial de la AMIA, que a casi 25 años del hecho continúa paralizada y sin ningún condenado.
Es que en esa gestión, a Héctor lo había guiado no sólo su responsabilidad como canciller. Creo que lo que más lo había movilizado era su condición de judío creyente y practicante. Es que Héctor era un judío hecho y derecho.
Lo recuerdo organizando mi primer viaje a Israel y Palestina en el año 2005. Era cónsul en New York cuando me dijo que la Universidad Hebrea de Jerusalén me iba a invitar a dar una conferencia y le gustaría acompañarme.
Me sugirió que debía también visitar Palestina para honrar la postura histórica de la Argentina y el peronismo del reconocimiento de los dos estados. Porque, claro, Héctor además de judío era por sobre toda las cosas argentino y peronista.
Nunca he visto sufrir tanto a nadie por los ataques, las calumnias y las injurias que le propinaban. Me acuerdo en muchísimas oportunidades cuando venía a verme a mi despacho, lo notaba que estaba muy mal por los ataques de las instituciones de la comunidad judía. Me contaba en detalle lo que cada uno de ellos había dicho sobre él y nuestro gobierno por la firma del acuerdo. No me lo contaba enojado o indignado.
Lo que Héctor transmitía, era una profunda angustia. Pude percibirlo desde el primer momento y me llevó en muchas oportunidades a decirle “Por favor Héctor no les des bolilla, te vas a enfermar, mirá cómo estás”. Es que a medida que me relataba las cosas que habían dicho o habían hecho se ponía muy tenso y nervioso.
Me viene hoy a la memoria esa escena tantas veces repetida. La persecución judicial posterior, dirigida por el actual gobierno y la insólita, aunque no inédita, calificación de traidores a la patria lo acabaron de demoler.
Pero hoy no sería justo, ni histórico, que esa fuera su última imagen. Lo recuerdo como el verdadero artífice, junto a Axel Kicillof, de la resolución de la ONU sobre la restructuración de deuda soberana, en el marco de nuestra defensa de los intereses nacionales contra la depredación de los fondos buitres. Héctor había asumido esa tarea con la pasión de siempre y una dedicación inclaudicable.
El 10 de septiembre del 2015 la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas votó por 136 a favor, seis en contra y 41 abstenciones la serie de principios básicos recomendados ante ese tipo de procesos. Héctor había logrado que el voto negativo de muchos países que estaban siendo presionados para votar negativamente se convirtieran en abstención y obtuvo una victoria inédita en la historia de la diplomacia argentina.
En épocas de endeudamientos seriales. En tiempos de la vuelta al FMI y de diplomáticos que “reconocen” a los ingleses como autoridades en Malvinas, la figura de Héctor Timerman, no tengo ninguna duda, será recordada y reconocida por la historia por su dignidad y su incansable lucha por la defensa de los intereses nacionales.
Querido Héctor: judío, peronista y por sobre toda las cosas argentino, gracias y hasta siempre.
Como la kriptonita
Sábado 10 de febrero de 2017. Por intermedio de Sergio Burnstein, Héctor Timerman convocó a su casa a un distinguido colega, Ricardo Ragendorfer –a quien conozco de naranjo– y a mi, pues quiere conocernos. Está convaleciente, postrado en un diván en una amplia sala con un ventanal que va de pared a pared y da a las copas de árboles de los bosques de Palermo.
Procura reponerse del cáncer que, ya diseminado, le ha afectado los pulmones, condición imprescindible para poder volar a los Estados Unidos y continuar su tratamiento.
El gobierno norteamericano le ha dado un permiso de ingreso que vence a los treinta días “como le da a los delincuentes”, dice el propio Timerman.
Le pregunto si no será una venganza por haber detenido y requisado en Ezeiza un avión de la US Air Force que pretendía ingresar al país armas sofisticadas, drogas y equipos de comunicación no declarados. Fue seis años atrás, en febrero de 2011, y el propio Timerman encabezó el procedimiento en el que hubo de removerse por la fuerza a un corpulento militar yanqui que se había sentado sobre una maleta metálica.
Al negarse el removido a proporcionar la clave para abrirla, el canciller ordenó abrirla con una cizalla (ver fotos). Todo en presencia de los fotógrafos lo que redundó en una inédita humillación de los militares estadounidenses, acostumbrados a hacer tabla rasa con las leyes de los países tercermundistas.
Timerman –que fue embajador en Washington durante 27 meses entre 2098 y 2010–admite que posiblemente algo de eso haya. Se muestra muy orgulloso de haber encabezado aquel procedimiento, y muy dolido de que los principales medios de prensa locales “tan cipayos ellos”, hayan querido ridiculizarlo como “el canciller del alicate”.
El “permiso que se le da a los delincuentes” extendido por los Estados Unidos vino luego de la negativa de extenderle la visa a causa de la prisión (aunque domiciliaria) preventiva dictada por el increíblemente todavía juez Claudio Bonadio en lo que constituía una virtual condena a muerte, y del clamor de protestas que esa negativa provocó.
Es curioso: Bonadio fue denunciado por Nisman en 2010. Lo acusó de complotar con Carlos Corach y el comisario Jorge “El Fino” Palacios para apartarlo de la UFI AMIA. E incluso de amenazarlo a él y a sus hijas.
La conversación con Timerman fue muy amena y merece ser reproducida en extenso, pero en lo que a nuestro tema se refiere, importa señalar ahora que Timerman elogió la decisión y valentía de la Presidenta, aunque admitió que ni él ni ella habían calculado correctamente la magnitud de la reacción que generaría el memorándum en Israel y en Washington, fogoneada por el AIPAC (The American Israel Public Affairs Commitee), el poderoso loby israelí.
Timmerman también se mostró emocionado, conmovido y feliz de que ante una presentación de su abogado, Alejandro Rúa, se hubiera caído la absurda acusación de “traición a la patria” que, explicó, le había dolido profundamente “como judío y patriota argentino que soy”.
No hizo falta que explicara más. El caso Dreyffus suele resucitar periódicamente como si nunca se hubiera demostrado la absoluta falsedad de las acusaciones entonces levantadas contra el militar francés y judío.
El ex canciller comentó que el trato con el canciller iraní Alí Akbar Salehi le resultó fácil porque Salehi había vivido en la Argentina y educado a sus hijos en un colegio católico de Buenos Aires, y que después de verlo “al día siguiente, en Estados Unidos, estuve en un desayuno con el canciller israelí, Avigdor Lieberman, a quien conozco desde hace años y con quien nos tuteamos.
“¿Para qué querés hacer un juicio si ya se sabe que Irán es el culpable”, me preguntó. Y yo le repregunté “¿Quién lo declaró culpable?”. Lieberman me dejó asombrado con su respuesta: “La opinión pública…”. Lo que pinta como la derecha internacional utilizó el caso. No les importa que haya un juicio ni que se sepa la verdad”.
Timerman tambien habló de la visita que le hicieron las autoridades de la DAIA en abril de 2014 para hablar del memorándum con Irán. Los visitantes fueron Julio Schlosser, Waldo Wolff y Jorge Knoblovits, presidente, vicepresidente y secretario general de la DAIA respectivamente.
Con Timerman se encontraba en su despacho del Ministerio de Relaciones Exteriores Guillermo Olivieri, secretario de Culto. Timerman se felicita de ello, porque, dice, Olivieri es testigo de la veracidad de la escena que iba a relatar.
Comentó que Wolff -al que tanto le gusta aparecer en los medios– no abrió la boca, como las otras varias veces que entró a su despacho, siempre de acompañante de otros, y que la voz cantante la llevó Knoblovits, un experimentado abogado que alguna vez trabajó para Alfredo Yabrán y fue denunciado por cohecho.
“En un momento Knoblovits me increpó: “¿Qué pasa si va Canicoba Corral a Irán y la prueba no alcanza?”, algo que, por cierto, ya había pasado cuando el ex embajador Soleimanpour fue detenido en Inglaterra. Le estaba contestando que estábamos en un estado de derecho y que no se puede condenar a nadie sin pruebas cuando Schlosser me interrumpió: “Ah, bueno, es que vos pensás en los muertos, y los muertos ya están muertos.
Hay que pensar en los vivos”. Me dejó estupefacto. Imaginate, justo en un país como el nuestro, marcado por los treinta mil desaparecidos, dónde Néstor y Cristina hicieron tanto para que todo el mundo tenga derecho a la presunción de la inocencia y a tener un juicio justo…”.
De repente, Timerman se calla y queda en silencio unos segundos mirando el techo. Por fin arranca: “Una vez estaba conversando con “El Chango” (Héctor) Icazuriaga (entonces secretario de Inteligencia) y cuando le hable de nuestra intención de llegar a un acuerdo con Irán que permitiera interrogar a los acusados, me dijo “No lo hagas, cuidate mucho.
La causa AMIA es como la kriptonita. El que la toca cae fulminado”.
Quedaron flotando preguntas como “Si no fue Irán… ¿Quién fue? Y “Si a Nisman lo mataron… ¿Quién lo mató?”.
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