La llamada “Semana Trágica” de Buenos Aires fue, junto a los fusilamientos de los peones rurales de la Patagonia en los años siguientes, una de las dos mayores matanzas de la historia argentina, por encima de los degüellos de confederados por las tropas mitristas de Venancio Flores en Cañada de Gómez y del bombardeo a Plaza de Mayo el 16 de junio de1955.
Y ambas matanzas se produjeron, paradójicamente, durante el gobierno nacional y popular de Hipólito Yrigoyen.
¿Qué pasó? ¿Cómo fue? No conozco a nadie que lo explique mejor que Teodoro Boot. Completando esta entrega, dos excelentes notas de Rubén Furman y Juan Forn.
Semana trágica: cuarenta días negros
Un siglo después, el episodio que marcó a sangre y fuego al gobierno de Yrigoyen ofrece lecciones para el presente. “El desarrollo de los acontecimientos demuestra cuánto costó cada uno de los derechos laborales que en los tiempos que corren son considerados “privilegios”´, afirma el autor.
TEODORO BOOT / ZOOM
En el marco de un conflicto entre los Talleres Metalúrgicos Pedro Vasena e hijos y la Sociedad de Resistencia Metalúrgicos Unidos (SRMU), el martes 7 de enero de 1919 se desataba la ola de violencia, asesinatos y represión que será conocida como Semana Trágica. Junto a los “fusilamientos” de los obreros patagónicos del año siguiente y la salvaje represión a la huelga de los trabajadores de la Forestal, constituye una negra mancha en la historia del yrigoyenismo en la que algunos han querido ver una muestra de proverbial vacilación radical, y otros, la demostración de su verdadera naturaleza, el “desenmascaramiento” definitivo de uno de los grandes caudillos populares argentinos (y, en consecuencia y por extensión, de todos ellos).
Sin ser ni una cosa ni la otra, es útil observar que en los tres conflictos intervinieron los mismos actores: un poder económico (y mediático-judicial) empeñado en domesticar a Yrigoyen (o, en su defecto, desplazarlo del gobierno); un socialismo liberal enfermo de antiyrigoyenismo, obsesionado con destruir la anomalía de un presidente preocupado por la cuestión social; la incomprensión sectaria del anarcosindicalismo, cultor del todo o nada y convencido de la inminencia de la revolución social, y un gobierno de naturaleza e inspiración populares que, apremiado por la campaña de miedo y odio a la reciente revolución soviética, abandona su papel de árbitro y moderador de los conflictos sociales para inclinarse por el mantenimiento del orden y la salvaguarda a sangre y fuego de las instituciones de un Estado que no termina de serle propio.
Contexto
Hipólito Yrigoyen había llegado a la presidencia en octubre de 1916, hacía apenas dos años, luego de participar con reticencia en elecciones en las que no creía, presionado por sus propios partidarios, algunos de los cuales, desobedeciendo sus directivas, en 1914 habían intervenido exitosamente en las legislativas de Santa Fe y Capital Federal, las primeras realizadas según la Ley Sáenz Peña. Luego de veinte años de abstención revolucionaria, se abría ante los radicales la posibilidad de obtener diputaciones, concejalías y empleos. Un número significativo de dirigentes se negaba a desperdiciarla debido a la tozudez y los pruritos incomprensibles de su líder.
Es así que Yrigoyen acaba asumiendo el gobierno con un Senado controlado por la oligarquía, gobiernos provinciales adversos, electos según los tradicionales métodos fraudulentos, un poder judicial manejado por sus enemigos y una prensa casi unánimemente alineada en su contra, tributaria de los intereses oligárquicos y rectora de una porción significativa de la intelectualidad y las clases medias.
El caudillo radical no llegaba al frente de un partido apegado a programas y plataformas sino de una “unión cívica”, un muy amplio y heterogéneo movimiento de “reparación nacional”, de recuperación de la soberanía popular y de cumplimiento de la Constitución, indiferente al hecho de que ésta fuera el pliego de condiciones que los vencedores de la guerra civil impusieron a los vencidos. Su propósito era moralizar la vida pública a través del complimiento de las leyes y del normal funcionamiento de las instituciones.
“Con la autoridad que le confería el plebiscito reciente y el aura popular que lo envolvía –censurará Ernesto Palacio en la cómoda lucidez que brinda el paso de cuatro décadas– pudo Yrigoyen arrasar con las situaciones provinciales viciadas, cerrar el Congreso y convocar a nuevas elecciones (…) a fin de renovar todos los poderes (…) Con sorpresa y decepción de muchos, Yrigoyen eludió el golpe de estado salvador que habría sido la garantía de su éxito.
En lugar de proceder rápidamente contra los culpables (…) los indultó en masa (…) Ante esta imprevista legalización de sus situaciones espurias, los representantes del régimen derrotado (…) levantaron cabeza y se abroquelaron en sus posiciones para obstaculizar la obra gubernativa. Desde ese momento, el gobierno radical debería soportar la oposición más implacable de que haya memoria en los anales parlamentarios argentinos”.
Esa oposición implacable del Congreso y la prensa era además alentada por los representantes de los intereses británicos y norteamericanos que, luego de la incorporación de Estados Unidos a la guerra europea, comenzaron a exigir que también Argentina declarara la guerra al imperio alemán.
En septiembre de 1917 el Senado votará la ruptura de relaciones con Alemania por una abrumadora mayoría en la que revistarán varios radicales, entre ellos Leopoldo Melo, quien más adelante liderará la escisión antipersonalista, colaborará con el golpe de Uriburu y será el eje articulador de la Década Infame, y por entonces matizaba sus ocios legislativos y sus afanes belicistas con la defensoría legal de la Argentine Iron & Steel Manufactury formerly Pedro Vasena e hijos.
Poco después, la Cámara de diputados, donde el bloque radical era primera minoría, también se inclinará por la ruptura.
El presidente, sin embargo, se mantuvo inconmovible.
“Cuando Yrigoyen ratifica la neutralidad –escribe Jorge Abelardo Ramos– el país presencia una desaforada campaña que se prolonga a lo largo de toda la guerra contra el neutralismo oficial (…) En esa oposición torrencial nadie se excluye: desde la gran prensa mercantil hasta los prohombres de los partidos tradicionales y de izquierda, como el Partido Socialista, numerosos radicales, las ‘fuerzas vivas’ en pleno, la magistratura, y el profesorado universitario, los estudiantes y los intelectuales”.
Los soviets al poder
Para sorpresa general, el pueblo de Moscú y San Petersburgo se rebela y con el apoyo de soldados y marineros acaba con el imperio de los zares. Entre febrero y octubre de 1917 se plasma la revolución proletaria “que conmoverá al mundo” y que redefine las relaciones entre las viejas tendencias del movimiento obrero y alienta el surgimiento de otras. La utopía de una sociedad sin clases, sin explotadores ni explotados, parece estar al alcance de la mano. Ya no se trata sólo de la diputa entre los partidarios de la acción directa y los gradualistas, y precipita dentro del Partido Socialista la ruptura que con el tiempo dará origen al Partido Comunista.
Tanto respecto a la neutralidad como al gobierno de los soviets y el derecho de los pueblos latinoamericanos a la autodeterminación, Yrigoyen mantuvo tenazmente su línea de conducta. Y será contra la opinión y aun los actos de sus representantes (Honorio Pueyrredón y Marcelo de Alvear) que Argentina se retirará de la Liga de las Naciones. Para Yrigoyen, en la Liga (que insiste en llamar de Naciones) debían estar todas, tanto las vencedoras como las vencidas, las fuertes como las débiles, las capitalistas o la proletaria, en ese momento cercada por los poderosos ejércitos triunfantes en la guerra interimperialista.
Anarquistas, socialistas y sindicalistas
El enclenque movimiento obrero (debido al poco desarrollo industrial, una ínfima minoría dentro de las masas populares del país) se encontraba dividido en tres grandes tendencias, agrupadas en dos centrales: la FORA V Congreso, exclusivamente anarquista y partidaria de la huelga insurreccional y la acción directa, y la FORA IX Congreso, donde había logrado imponerse la posición “sindicalista”, según la cual el movimiento obrero no debía dividirse por “temas filosóficos, científicos o políticos” y en la que los mayoritarios sindicalistas revolucionarios y los socialistas coincidían en la necesidad de luchar por mejoras sociales por medio de la acción gremial. Disentían en que mientras los socialistas apostaban a la vía parlamentaria, los sindicalistas revolucionarios confiaban únicamente en la acción sindical. A la vez, los sindicalistas revolucionarios del IX Congreso coincidían con los anarquistas del V en su desconfianza hacia el “Estado burgués” y su desestimación de las vías parlamentarias, pero disentían respecto a la acción directa y la vía insurreccional.
A inicios del gobierno de Yrigoyen, mientras los socialistas conseguían, gracias al apoyo de la bancada radical, la sanción de algunas leyes favorables a los trabajadores, lo que no les impedía sostener una feroz oposición, los sindicalistas revolucionarios se acercaron a Yrigoyen, a quien no obstante su “carácter burgués”, le reconocían la voluntad de mejorar las condiciones de vida del pueblo. De hecho, el Presidente había “mediado” en favor de los trabajadores en las huelgas de ferroviarios y marítimos.
“Esto se produce a tal punto –cuenta Norberto Galasso– que algunos gremialistas de esa tendencia, como el gallego García, dirigente sindical de los marítimos, acuerda con Yrigoyen, lo cual provoca la crítica de La Nación, que se escandaliza de que este obrero portuario entre y salga de la Casa Rosada como si fuera la suya propia”.
Consecuentemente con la estructura económica, las principales organizaciones obreras argentinas de la época eran los sindicatos ferroviarios y marítimos, afiliados a la FORA del IX Congreso. Estos sindicatos, si bien críticos del gobierno radical, tenían una postura favorable a la política yrigoyenista de mediación en los conflictos laborales, para que se resolvieran a través de la negociación colectiva.
La actitud del sindicalismo revolucionario refleja, “es un símbolo” precisa Norberto Galasso, de una política social. Según recordará Gabriel del Mazo, el desempleo se reduce del 19,40% en 1917 a 7,20% en 1920; el salario promedio (en tiempos en que la inflación era un fenómeno desconocido) asciende de $ 3,50 en 1916 a $ 7 en 1922, la jornada laboral se reduce de 9, 10 y hasta 11 horas (como era el caso en los Talleres Vasena) a 8 horas en 1920, y los cotizantes a las organizaciones gremiales se elevan de 40.000 en 1916 a los 700.000 de 1920.
El “caos social”
No es únicamente la oposición socialista y los medios conservadores las que, a raíz de su apego a la neutralidad, tildan a Yrigoyen de “enfermo delirante”, “loco”, “primitivo” o “arrogante”. Tal como ocurrirá con los partidarios de la represión a los reclamos obreros, los rupturistas están metidos dentro del aparato mismo del gobierno y del propio movimiento radical. El antiyrigoyenista Benjamín Villafañe (diputado nacional por la UCR y futuro gobernador de Jujuy) dirá: “Los que estudian la personalidad del señor Yrigoyen creen, unos, que se trata de un hombre orgánicamente perverso; otros lo consideran un caso patológico, digno de la atención del alienista (…) Debo decir que para mí, el señor Yrigoyen no es loco ni perverso, sino un ser primitivo, poco evolucionado”.
La postura internacional de Yrigoyen y su actitud “condescendiente” ante la ola de huelgas y reclamos reivindicatorios que alienta su llegada al gobierno, provocará la furia de la oligarquía. “La prensa de oposición, que es toda la prensa –puntualiza Ramos–, encuentra en la agitación obrera nuevos motivos para abrumar al gobierno con su odio: se pone de moda hablar del caos social”.
Las “estúpidas mayorías”
En sus dos primeros años de gobierno, Yrigoyen había promovido negociaciones entre los trabajadores y las patronales, favoreciendo la firma de convenios colectivos, lo que a su vez alentó el surgimiento de los grandes gremios por sector en desmedro de las débiles asociaciones por oficios. El 24 de agosto de 1917 el Review of the River Plate se lamenta: “Los huelguistas han triunfado. El capital extranjero ha sufrido una humillación. Ahora se aclama al gobierno como el protector de los humildes”. Y, en línea con el poder económico, la oposición oligárquica y las disconformidades internas del radicalismo, La Nación fustiga: “El gobierno es débil ante los reclamos obreros”.
Este es, muy sucintamente, el contexto dentro del cual se desarrollarán los hechos de la Semana Trágica. Se reprochará a Yrigoyen que, al igual que hará luego de los fusilamientos de la Patagonia y tal como había procedido con los personeros del Régimen, al concluir estas sangrientas jornadas se niegue a investigar y castigar a los responsables.
Con simétrica desaprensión y olvido de las circunstancias de que hace gala Ernesto Palacio, Rodolfo Puiggrós hará hincapié en una recriminación que se ha vuelto lugar común: “Yrigoyen ofreció a los oligarcas las flores marchitas de las libertades del liberalismo salvadas por él de ser tronchadas por la guadaña de la democracia proletaria. La luna de miel duró lo que el miedo. Pronto volvió el caudillo a encontrarse como intruso en el Estado liberal y a descubrir de nuevo que sin el contrapeso de las gentes humildes sería fácilmente derribado por una minoría rica experimentada y sin escrúpulos”.
Sin embargo, no es verdad que los negros sucesos de la Semana Trágica –durante la que, como se verá, los obreros de Vasena contaron con la simpatía y entusiasta apoyo de las barriadas plebeyas de San Cristóbal, Patricios y Pompeya– le hayan enajenado a Yrigoyen el apoyo de las gentes humildes. Tal como apunta Galasso, reducir la política social de Yrigoyen a la Semana Trágica y los fusilamientos de la Patagonia puede “generar el aplauso de la clase media pseudoprogresista”, pero el enfoque tiene un grave defecto: supone que las mayorías populares son ignorantes, estúpidas y fácilmente manipulable por la “demagogia”. Años después, esas mismas gentes humildes que se solidarizaron con los huelguistas y según algunos habrían abandonado al caudillo radical, plebiscitarán a Yrigoyen como a ningún otro gobernante, y a su muerte, las manifestaciones de dolor popular serán comparables únicamente con las que provocarán los fallecimientos de Eva y Juan Domingo Perón.
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Hipólito Yrigoyen
Una cronología
2 de diciembre de 1918
Los trabajadores de los Talleres Metalúrgicos Pedro Vasena e hijos (que en 1912 se había transformado en la sociedad anónima Argentine Iron & Steel Manufactury formerly Pedro Vasena e hijos) presidida por Alfredo Vasena pero con mayoritaria participación de capitales británicos y sede en Londres, se declararon en huelga. Su reclamo era modesto, y el desarrollo de los acontecimientos demuestra cuánto costó cada uno de los derechos laborales que en los tiempos que corren son considerados “privilegios” por numerosos periodistas y opinadores a sueldo y, lo que es más grave, no pocos trabajadores: reducción de la jornada laboral de 11 a 8 horas, aumento de jornales, vigencia del descanso dominical, gratificación por las horas extra y readmisión de huelguistas despedidos.
La empresa era la más importante metalúrgica del país, con dos establecimientos en Rosario y La Plata, y 2500 trabajadores (incluyendo un par de centenares de trabajadoras en un lavadero de lana). Caracterizada por tener malas condiciones de trabajo, ambientes con temperaturas excesivas y sin ventilación, salarios por debajo de los de empresas similares y jornadas más largas, tenía una postura cerradamente antisindical y contraria a la negociación colectiva que por entonces impulsaba el gobierno.
Los trabajadores de la empresa estaban mayoritariamente representados por uno de los dos sindicatos metalúrgicos: la Sociedad de Resistencia Metalúrgicos Unidos (SRMU), adherida a la FORA V Congreso, y eran liderados por el anarquista Juan Zapetini, secretario general del sindicato, y el italiano Mario Boratto, delegado general del personal, de creencia católica, que será autor del folleto de denuncia impreso en 1919, La huelga de los talleres Vasena.
La fábrica y la administración estaban ubicadas en el terreno que hoy ocupa la Plaza Martín Fierro, con entrada principal en Cochabamba 3075, entre las calles Rioja y Urquiza. A 25 cuadras de allí, en Pepirí y Santo Domingo, casi sobre el Riachuelo, se ubicaban los depósitos en los que se almacenaban las materias primas. Debido a ello, los materiales se trasportaban en forma constante, casi a diario, entre la fábrica y los galpones, a lo largo de las calles 24 de noviembre y Pepirí, por lo cual las chatas con materiales pasaban a pocos metros de la sede del SMRU, en Amancio Alcorta 3483, entre Pepirí y la actual Diógenes Taborda.
Esos serán los principales escenarios en los que tendrá lugar la tragedia, que se originará en la ciega oposición de la empresa a negociar con los huelguistas.
Los hermanos Vasena, decididos a quebrar la huelga, recurren a la “Asociación del Trabajo”, organización patronal proveedora de rompehuelgas armados, dirigida por un connotado trabajador: el presidente de la Sociedad Rural Joaquín de Anchorena.
La solidaridad de la barriada, incluidos los comerciantes, y muy especialmente la de los gremios de marítimos y portuarios (que declaran el boicot a Vasena), alienta a los trabajadores, que ubican piquetes a fin de impedir el transporte de materiales entre la fábrica y los depósitos de Nueva Pompeya.
13 de diciembre
Se produce el primer acto de violencia con uso de armas de fuego: al enfrentar a un piquete, dos policías que custodiaban a un automóvil de la empresa disparan contra una casa de familia ubicada sobre Amancio Alcorta, en las inmediaciones del sindicato.
14 de diciembre
El jefe de Policía José O. Casas se ofrece como mediador, lo que es rechazado por los trabajadores, que exigen tener tratativas directas con la empresa.
15 de diciembre
El rompehuelgas identificado como Pablo Pinciroli hace fuego contra uno de los huelguistas que intentaban impedir su ingreso a la fábrica, hiriéndolo en la espalda.
16 de diciembre
El trabajador Ramón Sibacini es herido a balazos por dos rompehuelgas.
18 de diciembre
Ramón Vasena, uno de los propietarios de la empresa, abre fuego contra uno de los piquetes hiriendo a un vecino que se encontraba en la puerta de su casa.
19 de diciembre
El je de Policía José Casas es desplazado debido a su postura favorable a reprimir a los trabajadores. Lo reemplaza Miguel Ángel Devoni.
23 de diciembre
Tiene lugar la primera muerte cuando en las inmediaciones de Puente Alsina el rompehuelgas Manuel Rodríguez se ahora en el Riachuelo, al que se había arrojado para huir de los huelguistas que lo perseguían.
26 de diciembre
En las inmediaciones de la fábrica, el valeroso rompehuelgas Pablo Pinciroli hiere a otro huelguista, curiosamente también en la espalda, así como a la niña Isabel Aguilar que caminaba por la vereda.
30 de diciembre
Sin mediar ningún tipo de incidente previo, el policía Oscar Ropts hace fuego contra el obrero pintor Domingo Castro cuando se dirigía hacia uno de los locales anarquistas.
31 de diciembre
Fallece Domingo Castro.
1 de enero
El huelguista Constantino Otero es herido de bala por otro de los pistoleros de la Asociación del Trabajo.
3 de enero
Sin explicaciones, las fuerzas policiales participan en forma activa en un desordenado tiroteo entre trabajadores y rompehuelgas frente al local sindical de Amancio Alcorta. Es herida de gravedad Flora Santos, vecina del lugar, así como Vicente Velatti y Juan Balestrassi, que se encontraban jugando a las bochas en una cancha de las inmediaciones.
Para Jorge Abelardo Ramos la “espontánea” participación policial y el creciente salvajismo con que en los días siguientes reprimirá a los huelguistas “debía desempeñar un papel objetivo de gran valor para las tentativas oligárquicas de derribar al Presidente Yrigoyen aprovechando el caos”.
Los policías estaban disgustados con Yrigoyen a raíz del severo castigo disciplinario que por orden del presidente se aplicara al oficial al mando de un escuadrón de la Guardia de Seguridad de Caballería, que había ordenado cargar contra una manifestación de obreros portuarios, hiriendo a algunos de ellos. Juan Ramón Romariz, por entonces titular de la comisaría de La Boca, recuerda en su libro La Semana Trágica: “Estas enérgicas medidas adoptadas por el presidente Yrigoyen en resguardo de los derechos obreros, por lo sorprendentes e inusitadas provocaron estupor y desconcierto en la institución, cuyos componentes, acostumbrados a los procedimientos expeditivos con los huelguistas, los comentaron con acritud y severidad”.
Más allá de la existencia de un plan oligárquico para derribar al presidente, esa “acritud y severidad” de los cuadros policiales explica gran parte de los acontecimientos posteriores.
4 de enero
La policía vuelve a cargar contra el local del sindicato, pero en esta oportunidad es rechazada por huelguistas y vecinos. Como resultado, cae herido de gravedad el cabo Vicente Chávez. “¡Meta bala a los cosacos!” saluda el órgano anarquista La Protesta.
5 de enero
Muere el cabo Chávez.
6 de enero
Mientras en los Talleres Vasena los capataces deciden plegarse a la huelga, en el sepelio del cabo Chávez y en presencia de los más altos mandos policiales, el teniente de la Guardia de Caballería Augusto Troncoso llama a “vengar” la muerte del camarada caído.
7 de enero
Comienza la masacre. En sintonía con la amenaza de Troncoso, mas de cien policías rodean el local sindical y apoyados por rompehuelgas y bomberos previamente apostados en la escuela La Banderita (emplazada exactamente en Pepirí y Amancio Alcorta), y en los techos de la fábrica textil Bozalla (frente al sindicato), hacen fuego con fusiles Máuser y carabinas Winchester. Durante dos horas disparan más de dos mil proyectiles.
A consecuencia del salvaje ataque cinco vecinos mueren en sus casas o comiendo en una fonda, excepto uno, el español Toribio Barrios, que cae en la calle, sableado por la Guardia de Caballería. Ninguno de ellos es huelguista o activista sindical. Los heridos de bala son más de treinta.
El parte policial es una admisión de abuso, arbitrariedad y salvajismo: no obstante los dos mil disparos, los policías heridos son cuatro; dos por golpes de puño, uno de un mordisco y el restante por una cuchillada.
El gobierno decide intervenir directamente y el ministro Ramón Gómez encomienda al jefe de policía Miguel Devoli y al director del departamento de Trabajo Alejando Unsain entrevistar a Alfredo Vasena a fin de que se avenga a las exigencias de los trabajadores. Vasena acepta aumentar los salarios un 12%, reducir la jornada a 9 horas de lunes a sábado (54 horas semanales) y readmitir a todos los obreros en huelga. Esa misma noche Denovi y Unsain consiguen que Vasena y los dirigentes sindicales se reúnan en el Departamento de Policía. Las partes arriban a un vago principio de acuerdo, que debido a las altas horas, se formalizaría al día siguiente en la sede de la empresa.
8 de enero
Mientras los comercios de Nueva Pompeya cierran sus puertas en señal de duelo y la Federación Obrera Marítima (FOM) declara la huelga, una multitud de indignados vecinos se congrega en locales políticos y sindicales, especialmente en los dos en los que son velados los muertos: la sede de la SRMU y la socialista Casa del Pueblo de Loria 1341.
Las dos FORA repudian la matanza y numerosos sindicatos se declaran en paro a fin de acompañar el día siguiente los restos de los muertos. También la FOM convoca a sus afiliados a sumarse al cortejo fúnebre.
En medio de la generalización del conflicto, inopinadamente Alfredo Vasena se niega a recibir a los delegados obreros que se hacen presentes para negociar los términos del acuerdo esbozado la noche anterior. El sindicato pretende un aumento mayor al 12%, jornada de 8 horas, equiparación salarial entre secciones y géneros, no obligatoriedad de las horas extra y pago de un suplemento por ellas del 50% los días hábiles y de un 100% en caso de realizarse en días domingo.
La intransigencia de Vasena aumenta la indignación popular que, a esa altura, no es privativa de sindicalistas y partidos de izquierda sino también de las barriadas de la zona sur de la ciudad. La FORA IX Congreso se solidariza con los huelguistas, la bancada socialista de Diputados pide la interpelación del ministro de Interior y las dos centrales proclaman la huelga general.
9 de enero
La ciudad amanece paralizada. No hay subtes, tranvías, carros ni ningún tipo de vehículo; las barricadas cortan las calles y los piquetes obreros recorren los lugares de trabajo. La Protesta titula: “El crimen de las fuerzas policiales, embriagadas por el gobierno y Vasena, clama una explosión revolucionaria”.
En los talleres Vasena, 300 pistoleros de la Asociación Nacional del Trabajo custodian a los directivos de la empresa, entre los que hay varios ingleses. En razón de ello, el embajador británico se cree con derecho a intervenir y, acompañado de Joaquín de Anchorena, se hace presente en la Casa Rosada para exigir refuerzos policiales y medidas más enérgicas. El Presidente se niega a recibirlos y ordena expulsarlos del lugar.
El gabinete discute acerca de la posibilidad de decretar el estado de sitio pero Yrigoyen se rehúsa: todavía confía en una mediación exitosa. En consecuencia, reemplaza al jefe de Policía por un hombre de su máxima confianza: el ministro de Guerra Elpidio González, mucho más adecuado para presionar al irreductible Alfredo Vasena.
A las 2 de la tarde, desde el local de la SRMU parte un multitudinario cortejo encabezado por un centenar de militantes anarquistas armados, cantidad que irá aumentando a medida que sean asaltadas las armerías que encuentren a su paso. La columna, que marcha por la calle Rioja, al llegar a Cochabamba, frente a los talleres, se une al cortejo que acaba de llegar desde la Casa del Pueblo. Es entonces que tiene lugar un violento tiroteo con los rompehuelgas apostados en el interior. El enfrentamiento deja un número no precisado de muertos y heridos. Al menos al local socialista de circunscripción 8, llegan cinco cadáveres.
Enterado de la confrontación, Elpidio González, acompañado únicamente del comisario inspector Justino Toranzo, se dirige hacia el lugar. Su automóvil es detenido por los manifestantes, quienes, exasperados, los obligan a bajar de vehículo antes de prenderle fuego.
En tanto, precedido de banderas rojas y la vanguardia de protección, el grueso del cortejo renueva la marcha hacia el cementerio de Chacarita. Al llegar por Corrientes a la altura de Yatay, se produce otro violento tiroteo con los bomberos que custodian la iglesia Jesús Sacramentado.
El cortejo, más reducido, prosigue hasta el cementerio. Mientras se suceden los discursos, en momento en que habla el sindicalista revolucionario Luis Bernard, surgen detrás de los muros del cementerio miembros de la policía y del ejército dirigidos por el capitán Luis Cafferata, que comienzan a disparar sobre la multitud, entre la que no faltan mujeres y niños.
Como ha venido y seguirá ocurriendo a lo largo de estas jornadas, no se sabe con certeza cuál ha sido el salgo de la emboscada: La Prensa informa sobre 12 muertos; para el periódico socialista La Vanguardia las víctimas fatales son 50. En lo que hay acuerdo general es que no se registran víctimas entre las fuerzas que a esta altura de los acontecimientos son menos “del orden” que de cualquier otra cosa.
Yrigoyen designa gobernador militar de la ciudad al general Luis Dellepiane, quien ordena emplazar dos ametralladoras pesadas en la esquina de Rioja y Cochabamba. Las baterías abren fuego sobre los manifestantes que intentan incendiar la fábrica con botellas de nafta.
Para La Protesta, que al día siguiente tirará 15 mil ejemplares, “El pueblo está para la revolución. Lo ha demostrado ayer al hacer causa común con los huelguistas de los talleres Vasena (…) Entre los diversos incidentes desarrollados en la tarde de ayer, citamos los que siguen: El auto del jefe de Policía fue incendiado en San Juan y 24 de Noviembre. Los talleres Vasena fueron incendiados por la muchedumbre. En la manifestación de Chacarita fue desarmado un oficial de policía. En San Juan y Matheu fue asaltada y desvalijada una armería. En Perú y Cochabamba se levantó una barricada con tranvías y carros dados vuelta, ayudando a los obreros quince marinos. En Boedo y Carlos Calvo fue asaltada otra armería…” Y así sigue el órgano anarquista enumerando las exitosas acciones obreras que parecerían demostrar que, efectivamente, “El pueblo está para la revolución”.
También al día siguiente, el Buenos Aires Herald dirá que a lo largo de la jornada se produjeron 80 muertes, mientras que para La Época, afín al radicalismo, los muertos habrían sido 45 y los heridos 119.
10 de enero
Los diarios de la mañana aseguran que se está en presencia de un “complot bolchevique”. La ciudad sigue paralizada. Únicamente los vehículos que llevan la bandera roja pueden atravesar las barricadas. Dos mil marinos se suman a las fuerzas del Ejército.
Al tiempo que un grupo de huelguistas intenta una vez más tomar la fábrica Vasena, defendida por los pistoleros de Joaquín de Anchorena, un destacamento policial ataca el local de la SRMU. Luego de la muerte de uno de los gremialistas, el resto es detenido.
La Federación Obrera Ferroviaria se declara en huelga y exige la reincorporación de todos los trabajadores despedidos en las huelgas iniciadas el año anterior.
Se producen las primeras disidencias entre los gremialistas: mientras la FORA IX Congreso opta por concentrarse en la defensa de los metalúrgicos de los talleres Vasena, la FORA V Congreso declara la huelga general revolucionaria y aumenta sus exigencias, añadiéndole la inmediata libertad de todos los presos políticos y sociales, incluido Simón Radowitsky, matador del coronel Ramón Falcón. En sintonía con la supuesta inminencia revolucionaria, La Protesta deja de aparecer y los dirigentes anarquistas pasan a la clandestinidad.
En el Centro Naval se reúne la autodenominada Comisión pro defensores del orden, un grupo de jóvenes cajetillas nacido en la Confitería París. Los contraalmirantes Eduardo O`Connor y Manuel Domecq García, un delincuente económico de infausta memoria y largo prontuario, instan a los jóvenes defensores del orden a acabar con los “rusos” y “catalanes” y les entregan armas automáticas. Es el nacimiento de la Liga Patriótica Argentina que, días después, el 19 de enero, se constituirá formalmente bajo el lema “Patria y orden”.
Durante la noche del 10 y la madrugada del 11, el futuro “nacionalismo”, tan antiyrigoyenista entonces como antiperonista después, y se estrena llevando a cabo el primer pogrom de la historia latinoamericana. Grupos de “defensores del orden”, armados y apoyados por la guardia de seguridad de la infantería, se abocan a arrasar las viviendas del barrio de Once y Villa Crepo, así como los locales y las imprentas anarquistas y socialistas. Cientos de vecinos de religión judía, o con aspecto de profesarla, son golpeados, torturados, detenidos y llevados a las comisarías 7ª, 9ª y el Departamento de Policía.
11 de enero
La ciudad amanece desierta y desmovilizada. El gobierno, presionado por los conservadores y los grandes diarios, que reclaman el estado de sitio, intenta llegar a un acuerdo que permita dar salida al conflicto. Yrigoyen convoca a los dirigentes sindicales y a los directivos de talleres Vasena. Con la FORA V Congreso en la clandestinidad, concurre a la Casa de Gobierno una delegación de la FORA IX Congreso encabezada por su secretario general, el sindicalista revolucionario Sebastián Marotta. Alfredo Vasena, por su parte, lo hace acompañado del embajador del Reino Unido. El Presidente impone a los delegados sindicales el levantamiento de la huelga y al empresario la aceptación de las exigencias obreras. A la vez, el gobierno se compromete a la liberación de todos los detenidos, con excepción de aquellos condenados por delitos graves, como Simón Radowitsky. Marotta, Bernard y los demás dirigentes dan “por terminado el movimiento” y recomiendan a los huelguistas el inmediato retorno al trabajo.
Mientras los sindicalistas revolucionarios negocian, los anarquistas intentan el asalto a varias comisarías y sucursales de Correo.
12 de enero
No obstante el acuerdo y la recomendación sindical, la SRMU emite un comunicado declarando que no había formado parte de la negociación y que, no pudiendo ubicar al titular de la empresa, no levantaría el paro.
La policía y los niños bien prosiguen con los allanamientos y detenciones de dirigentes obreros y simples trabajadores. Entre los detenidos se encuentra el periodista Pinie Wald, quien a tono con el delirio antibolchevique es salvajemente torturado por ser el fantasmático “dictador maximalista” de la conjura bolchevique que habría estado detrás de los conflictos.
Al caer el día, la FORA V Congreso, aun en la clandestinidad, ratifica la continuidad de las medidas de fuerza hasta que fueran liberados “todos los detenidos por causas sociales”.
13 de enero
Las “fuerzas del orden” ocupan a tiros la sede de la Federación Obrera Ferroviaria, adherida a la FORA IX Congreso. Son heridos y detenidos 17 trabajadores y el local sindical es clausurado. El ejército se hace cargo de la regularización del servicio ferroviario.
No obstante la gradual normalización de algunas actividades, se producen varios actos de sabotaje y algunas localidades, como Avellaneda, continúan controladas por los piquetes obreros.
A pedido del gobierno, una delegación del sindicato metalúrgico, encabezada por Zapetini y Boratto, concurre a la Casa Rosada, donde se encuentran Alfredo y Emilio Vasena, acompañados por el senador y abogado de la empresa Leopoldo Melo. Con la mediación del ministro de Interior y el director del Departamento de Trabajo, la patronal acepta todas las exigencias de los trabajadores. En consecuencia, el sindicato decide levantar la huelga, debiendo retornar el trabajo recién el día 20, una vez que las instalaciones fueran reparadas, pero percibiendo sus jornales desde ese mismo día.
14 de enero
El general Dellepiane se reúne, por cuerda separada, con los dirigentes de las dos centrales obreras. Ambas levantan la huelga general luego de que el gobierno acepta liberar a todos los detenidos, respetar al derecho de reunión y cesar la “ostentación de fuerza por las autoridades”.
Sin embargo, las fuerzas de seguridad allanan La Protesta, destruyendo sus instalaciones y maquinarias, así como varios locales sindicales. Frente a la desobediencia de las fuerzas bajo su mando, el general Dellepiane presenta la renuncia, que es rechazada de plano por el Presidente.
Al anochecer, los grupos parapoliciales, apoyados por las fuerzas de seguridad, vuelven a arrasar con viviendas y negocios del barrio de Once. Voceros de la embajada de Estados Unidos declaran que en el Arsenal del Ejército Esteban de Luca yacen 179 cadáveres de “rusos judíos”.
15 de enero
Yrigoyen ordena poner en libertad a todos los detenidos, se retiran las tropas de la capital y se reabren los locales obreros. La huelga había triunfado, pero la Semana Trágica terminaría sólo en sentido figurado: en la calle Corrientes militantes anarquistas matan al subteniente Agustín Ronzoni, comandante de un pelotón de fusileros, y en la avenida Pueyrredón es muerto a tiros el sargento del ejército Ramón Díaz. Un pelotón militar cae en una emboscada y es repelido un grupo que intenta tomar por la fuerza el Regimiento de Infantería 7.
16 de enero
El general Dellepiane amenaza con “emplazar la artillería en la plaza del Congreso y atronar con los cañones toda la ciudad” si la violencia de ambos bandos no cesa.
Los activistas matan a los policías Teófilo Ramírez y Ángel Giusti. El destacamento militar ubicado frente a los Talleres Vasena abre fuego contra los trabajadores que intentan castigar a unos 400 carneros refugiados dentro de las instalaciones. El Regimiento de Infantería 3 interviene para liberarlos.
Al finalizar el conflicto, no hay acuerdo sobre la cantidad de víctimas. Para el socialista Jacinto Oddone los muertos habían sido 700, el anarquista Horacio Silva eleva la cifra a 800, La Nación habla de 100 muertos y 2000 heridos, mientras el historiador radical Félix Luna y el comisario Romariz coinciden en contar 70 víctimas fatales. La embajada de Francia, por su parte, informa que han muerto 800 personas y registra más de 4000 heridos. Con precisión envidiable, la embajada de Estados Unidos contabiliza 1356 muertos.
El general Dellepiane declarará posteriormente: “En esa oportunidad, enemigos del presidente Yrigoyen me pidieron que intentara su derrocamiento”.
“Un simple conflicto gremial –señala Jorge Abelardo Ramos– se transforma, por la provocación de Vasena que contrata crumiros armados, en una serie de incidentes sangrientos. La policía, educada en la escuela de Figueroa Alcorta y de los escuadrones cosacos, despechada por las sanciones disciplinarias (…) acentúa la represión. Los anarquistas, que dominan el movimiento obrero, toman la ocasión al vuelo y amplían la naturaleza del conflicto hasta convertirlo en episodios de guerra civil (…) Los agentes políticos de la oligarquía, a su vez, intervienen como una cuña venenosa en el movimiento, multiplicando el caos, realizando pogroms antijudíos, gangrenando así toda posibilidad de acuerdo con el gobierno. Yrigoyen, por su lado, intenta negociar con los huelguistas y con Vasena, mientras los tiroteos se propagan. La oligarquía rodea a Dellepiane y le señala el espectáculo de ‘disolución social’”.
En sintonía con el sonsonete de la disolución social, para el politólogo francés Alain Rouquié, si bien la patronal “había aceptado satisfacer las reivindicaciones de los huelguistas (…) los sediciosos, los ‘bolcheviques’, saquearon la ciudad, atacando bienes y personas. No sólo los cabecillas quedaron sin castigo, sino que el gobierno dio la razón a los obreros rebelados: los propietarios, que así juzgaban la situación, se encontraban aterrados y descontentos”.
Julio Godio centra su análisis en lo que considera errores de los anarquistas, a quienes ve como los grandes derrotados de la Semana Trágica: “Al tercer día de huelga los anarquistas quedaron solos. El centro de la persecución estatal y patronal fue dirigido contra ellos, pues tanto socialistas como sindicalistas los acusaron de servir conscientemente o inconscientemente a los fines de la reacción al impulsar una huelga revolucionaria que no tenía perspectivas de triunfo”.
En verdad, el “maximalismo” de la FORA V Congreso, su idea de encontrarse a las puertas de la revolución social, parece descabellada, no sólo vista desde el presente sino de acuerdo a los propios anarquistas de la época. De todos los sectores de la autodenominada izquierda eran los anarquistas quienes mejor caracterizaban la naturaleza, dificultades, alcances y límites del gobierno de Yrigoyen. Decía La Protesta, citada por Godio: “Los ingleses presionan sobre el gobierno argentino dada la posición neutralista que éste ha adoptado frente a la guerra mundial (…) Existe el marcado propósito, en los círculos financieros, de crear dificultades económicas a este país. En Londres está el único gobierno argentino y desde allí se imprime a la política criolla sus características esenciales. Esto se debe a que Argentina depende en absoluto de los capitalistas ingleses, que es una especie de colonia tributaria de la poderosa Albión”.
Cuesta entender, entonces, cómo los anarquistas persistieron en su difuso internacionalismo en lugar plantear en un mucho más real antiimperialismo.
Para Norberto Galasso, “estos hechos quedan como tremendo baldón en la historia del Partido Radical (…) que no fue suficientemente fuerte como para afrontar la presión conservadora nativa y la inglesa, así como para impedir la acción de los grupos de choque de la oligarquía. Aunque también debe reconocerse que había sido colocado en una posición muy difícil, entre la reacción y la ultraizquierda, y que, asimismo, los anarquistas debieron evaluar la correlación de fuerza y quién era el enemigo principal, no sólo en la teoría sino en la acción concreta”.
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A un siglo de la Semana Trágica
La sangre de las 8 horas de trabajo
Más de 1300 muertos según la embajada de los EEUU y por esos días 179 “rusos-judíos” asesinados en el único progrom latinoamericano. Más sangrienta aun que los bombardeos sobre Plaza de Mayo, ciertas memorias oficiales o inerciales se empeñan en seguir ocultando la historia de la Semana Trágica.
Ha pasado un siglo pero las cifras siguen siendo escalofriantes. Unos 700 muertos según las estimaciones moderadas y 1347, según un registro que llevó la U.S. Embasy. La mayoría enterrados en fosas comunes, para dificultar el conteo. A eso hay que sumarles entre 3 y 4 mil heridos y decenas de miles de detenidos cuando el estallido se propagó a todo el país. Además, un progrom -el único en América- contra la colectividad judía asentada en los barrios de Once y Villa Crespo, con 179 “rusos-judíos” muertos. Así fue la Semana Trágica, o Semana de Enero, una de las primeras masacres obreras del siglo XX argentino en respuesta a una gran lucha por las 8 horas de trabajo y a la pueblada que la acompañó. Nunca antes ni después corrió tanta sangre por las calles porteñas. Sin embargo, no existe hoy ninguna recordación especial de aquellos mártires, como si lo que hoy parece normal no hubiera tenido un alto costo.
Entrada de los Talleres Vasena.
La masacre se cometió entre el 7 y el 14 de enero de 1919, en el marco de una larga huelga de más de 2 mil trabajadores de la metalúrgica Vasena. Reclamaban lo que todos los trabajadores en esos días: reducción de la jornada laboral de 11 a 8 horas, doble descanso semanal y el pago de horas extras que devendría en mejoras salariales. Un pliego gremial que no tenía por qué escalar a un estallido social y una matanza de no ser por la terca negativa patronal a negociar las peticiones de los trabajadores, empezando por su propia representación. Alfredo Vasena, hijo del fundador, era una pilar de la Asociación Nacional del Trabajo fundada y presidida por el también titular de la Sociedad Rural Argentina, Joaquín de Anchorena. Cuando el gobierno lo citó el 8 de enero para llegar a un acuerdo que pusiera coto a un conflicto que ya estaba desmadrado, su intransigencia fue respaldada por el embajador inglés Reginald Tower, dada su sociedad con la británica Argentine Iron and Steel Manufactury, formely Pedro Vasena e hijos, y por el senador radical Leopoldo Melo, apoderado de la firma. Hoy lo llamaríamos “conflicto de intereses”.
Ya no quedan rastros de aquel gran establecimiento de tres plantas cuyas chimeneas daban su perfil al barrio porteño de San Cristóbal y que fue escenario central del conflicto. En esas calles empezaban las barriadas obreras del sur de la ciudad, las más próximas al Riachuelo y a la Quema. Ocupaba la manzana bordeada por las calles Rioja, Barcala (Cochabamba), Urquiza, Oruro y Constitución. Los talleres fueron cerrados en 1926 cuando Vasena se fusionó con Tamet, vendidos a la Municipalidad y demolidos. Como si se quisiera borrar todo recuerdo de aquella historia nefasta, el predio se convirtió en Plaza Martin Fierro en 1940, donde hoy se ven un patio de juegos infantiles y un club de bochas. Pero hace cien años, en una de las peores jornadas del conflicto, la del 10 de enero de 1919, el Buenos Aires Herald reportó que allí cayeron 80 obreros por el fuego graneado de dos ametralladoras pesadas montadas por el ejército en las esquinas para repelar un intento de toma de huelguistas radicalizados y resguardar a los directivos atrincherados.
Más vale una imagen
La Semana Trágica puede contarse a través de fotos del Archivo General de la Nación y en registros cinematográficos. En ellos se ven carros con suministros para los talleres volcados y quemados por los huelguistas en las calles Pepirí y 24 de Noviembre, en el trayecto que unía los depósitos en Nueva Pompeya con la planta. En otra posan de riguroso negro las viudas de las primeras víctimas de la matanza, el 7 de enero, cuando policías con Mauser y “krumiros” (rompehuelgas que actuaban como fuerza de choque) armados emboscaron a los huelguistas en la cuadra del Sindicato de Resistencia Metalúrgicos Unidos, en Amancio Alcorta al 3400, matando a 4 personas e hiriendo a otra 30, ninguno obrero de Vasena.
El cortejo desde Nueva Pompeya a Chacarita se hizo a pie el 9 de enero y decenas de miles de porteños acompañaron los féretros llevados a pulso en medio de una ciudad paralizada, sin tranvías ni subte y con los comercios con las persianas bajas desde el día anterior. Miles de trabajadores llegaron en los trenes desde zonas suburbanas para sumarse a la marcha antes de que los ferroviarios se plegaran a la huelga de marítimos, tranviarios y chauffeurs reclamando también por las 8 horas y contra la represión. En las imágenes se ven pequeñas multitudes en las esquinas y balcones de los barrios de Nueva Pompeya, Parque Patricios, Boedo, Almagro, Constitución y la Boca. Hay tranvías sacados de riel e incendiados, cables cortados y vías levantadas. Se ve a los cosacos cargar machete en mano. También humea volcado el auto del ministro de Guerra, Elpidio González, y el jefe de Policía, comisario Justino Toranzo, quienes debieron volver caminando al centro aunque sanos y a salvo.
Rubén Furman junto a una pared que se conserva de los demolidos Talleres Vasena, en lo que es hoy la plaza Primero de Mayo.
“Clima revolucionario”
No hay registro gráfico pero algunas crónicas dijeron que al frente del multitudinario cortejo marcharon más de un centenar de anarquistas armados y que en el trayecto a Chacarita hubo saqueos en armerías. Pero no se denunciaron bajas entre las tropas de infantería, marinería, policías y bomberos salvo algunos acuchillados. En cambio, entre los obreros los muertos y heridos no pararon de aumentar. Puestas por el presidente Yrigoyen al mando del general Luis Dellepiane, con orden de recuperar el control perdido de la ciudad, al militar –un veterano de la revolución radical de 1905—se le adjudica haber dicho que el escarmiento se recordaría por cincuenta años. Las columnas fueron baleadas en Vasena; en la Iglesia de Jesús Sacramentado en Yatay y Corrientes y dentro del cementerio, donde tropas de infantería dispararon sobre los que lograron llegar. Los cuatro cadáveres del cortejo quedaron insepultos.
Luis Dellepiane
En su minucioso libro Días rojos, verano negro(2011), el periodista e historiador Horacio Silva cuenta las presiones oficiales para que Vasena aceptara un acuerdo y de su oferta de bajar la jornada laboral de 11 horas a 9 horas, pero de lunes a sábado (54 semanales). También alude al llamamiento a una “huelga general revolucionaria” por tiempo indeterminado de la central sindical Fora del V° Congreso, de tendencia anarquista revolucionaria, mientras que los socialistas de la Fora del IX° se plegaron al paro general pero buscando darle un cauce institucional en el Congreso, como la sanción de una ley sindical. De las coberturas sesgadas por parte de la prensa en esos momentos de furia espontánea y un tipo de agitación que recién pudo encontrarse luego en jornadas como las del Cordobazo. Mientras la prensa obrera priorizaba la masividad del respaldo a los huelguistas y la masacre, los medios pro-empresarios hablaron de una “minoría sediciosa” ajena a las “verdaderas organizaciones de los trabajadores”. En referencia al cortejo, el diario de habla inglesa aseveró: “Buenos Aires tuvo ayer su primera prueba de bolchevismo”.
Parapoliciales
No era sólo un titular. La Revolución de Octubre de 1917 en Rusia era un fantasma omnipresente y el fermento sobre el que las clases propietarias elaboraron la ideología de la “conspiración judeo-bolchevique”, que tuvo vida hasta la dictadura del ‘76. Identificaba a los inmigrantes de origen hebreo con los rusos y a estos con los maximalistas. Fue la ideología del primer grupo parapolicial del siglo, la Liga Patriótica Argentina, surgida con la pueblada de enero de 1919. Sembró el terror a partir del 11, justo cuando la prensa informaba de la orden militar de “contener toda manifestación o reagrupamiento, con excepción de los patrióticos”, y disparar contra los que fueran encontrados levantando vías o quemando vehículos. Se cumplió al pie de la letra; hubo “zonas liberadas” para asaltar sindicatos y bibliotecas obreras, allanar casas de sindicalistas, balear a mansalva y arrastrar por las barbas a viejos rusos judíos que apenas entendían el idioma.
En las fotos de archivo se los ve bien trajeados, con sus sombreros Panamá, en autos particulares y portando carabinas. Realizaban rondines, primero en el centro y la zona norte de la ciudad, “custodiando comisarías”. Se autoidentificaban como “patriotas” y defensores del orden frente al caos promovidos por los obreros, en su mayoría inmigrantes. Adiestrados militarmente en el Centro Naval, en sus filas se alistaron chicos bien convocados por el organizador Manuel Carlés y muchos de apellido patricio que se apegaron a la ideología nacionalista extrema, fascista, que comenzaba a desplegarse en Europa.
Dirigentes de la Liga Patriótica.
El primer gobierno “plebeyo” del país supo también de acción psicológica. Los diarios del 12 de enero publicaron la detención de Pinie Wald, de origen polaco y editor del periódico Avantgard, sindicado como “jefe del soviet” próximo a instalarse en la capital argentina. Junto a sus compañeros fue torturado casi hasta morir.
Como en todos los tiempos, hubo sindicalistas duros y negociadores. Luego de una aceptación parcial del pliego de reclamos por Vasena y de la cruda represión, la Fora socialista recomendó cesar la huelga. Fue un repliegue trabajoso porque los reclamos por las 8 horas y contra la represión se extendieron a los gremios con directivos de ese origen y a varias ciudades del país. La central anarco revolucionaria llamó a mantenerla pero el lunes 13 por la tarde la capital argentina tendía a normalizarse y se levantó el paro metalúrgico. La milicia blanca siguió sembrando terror durante días. Los delegados de Vasena fueron recibidos esa misma tarde en la Casa de Gobierno para firmar el acta que les reconoció las 8 horas de trabajo, el triunfo de los huelguistas. El 20 de enero la planta reanudó sus tareas. Pero ese derecho debió esperar hasta 1929 para ser reconocido legalmente, y los golpistas de 1930 lo agitaron como una concesión “a la vagancia”.
Lo que queda
A fines del siglo XX, el equipo de arqueología urbana porteño pudo desenterrar un resto de los muros originales de la metalúrgica, próximos a la calle Rioja y la Autopista 25 de Mayo. Ochenta años después de la tragedia la Legislatura porteña hizo colocar allí una placa con una inscripción aséptica: “Aquí se produjeron parte de los sucesos de la Semana Trágica (1919)”. Sin vínculos materiales con el pasado, la Plaza Martin Fierro devino en lo que los arqueólogos llaman “sitio de dolor y de olvido” en contraposición a los de “memoria”, donde se preservan escenarios como una lección.
Hubo entre 700 y 1.400 muertos, segúnlas fuentes.
Los parapoliciales de la Liga tuvieron larga descendencia y la masacre del ‘19 fue sólo un ejercicio para participar en los dos años siguientes en la masacre aun mayor de esquiladores y peones santacruceños, en huelga por las mismas reivindicaciones. Los mártires de la Patagonia Rebelde fueron rescatados por la colosal investigación de Osvaldo Bayer y tuvieron al menos su justo homenaje en una de las películas con mayor éxito de taquilla del cine nacional.
Pero la historia de la Semana Trágica de 1919 quedó invisible a la enorme mayoría de la población. La corriente sindical que la animó desapareció y la épica del 17 de Octubre desplazó del recuerdo popular –como si nada hubiera existido antes- a aquellas jornadas trágicas y heroicas por las 8 horas de trabajo y la dignidad.
El sábado12 de enero aquellos mártires serán honrados. Será con una marcha convocada por organizaciones barriales que desde hace una década cumplen el rito. Caminarán desde las 19 por la calle Rioja desde el Parque de los Patricios hasta la Plaza Martín Fierro. Para que, como canta León Gieco, todo quede guardado en la memoria.
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El pogrom como deporte de las clases pudientes
Miren esos cuatro ataúdes abandonados sin enterrar en las puertas del cementerio de la Chacarita. Miren los balazos que llueven desde lo alto de las paredes del cementerio y la desbandada de la multitud que venía marchando desde la Boca a enterrar a esos cuatro obreros muertos por la policía y los rompehuelgas dos días antes. Miren la iglesia quemada por algunos de los que huyen, miren a otros asaltar una armería para tener con qué defenderse en el accidentado retorno a sus casas, miren la orden que dan a los niños: “Rompan a pedradas todos los faroles de la calle, que van a venir por nosotros”. Enero de 1919 en Buenos Aires, acaba de empezar la Semana Trágica. Conserven en su memoria ese “van a venir por nosotros” y sigamos.
La Semana Trágica fue una toma pacífica de los talleres Vasena que desembocó en cuatro muertos, una huelga general convocada para llorar a esos muertos, que al poder le pareció que era la mecha de la revolución social y actuó en consecuencia: a sangre y fuego. Aquello que supuestamente más temían de aquella supuesta revolución. ¿Quién pensaba que se venía la maroma? Procedamos por descarte. Es el día siguiente al que policía y rompehuelgas entraron a bala en los talleres Vasena: en el Congreso, hasta el diputado Pinedo reconoce que algo hay que ceder a los reclamos obreros (por supuesto, su argumento es: que algo cambie para que nada cambie). En Casa de Gobierno, Yrigoyen convoca a los dueños de los talleres tomados (los Vasena, que van acompañados del embajador inglés) y logra que acepten a regañadientes las “desmedidas” exigencias de sus empleados (reducción de la jornada laboral de once a ocho horas y un franco semanal). En las calles hay veinte mil efectivos del ejército, además de las fuerzas de policía y bomberos. Tantos soldaditos ha traído el gobierno a la ciudad, que los notables de vacaciones en sus mansiones de Mar del Plata se aterran cuando la guarnición naval del puerto es convocada a Buenos Aires: “¿Y a nosotros quién va a defendernos si la revolución llega hasta acá?”.
Pero es más importante lo que sucede a continuación, el rumor que corre como pólvora por los barrios residenciales de Buenos Aires: no se puede confiar en el ejército, no se puede confiar en la policía, sus efectivos pertenecen a la misma clase social que aquellos a quienes deben atacar.
Ups, dije atacar. Supuestamente había que defender nomás. Pero no se puede confiar la defensa en alguien que está más cerca del otro que de uno. A esta altura ya es 11 de enero, y el ministro del interior (comisario general, para la época) Luis Dellepiane, hombre de confianza de Yrigoyen, asegura que la ciudad está pacificada. El Congreso también, a su lábil manera. La Federación Obrera ha aceptado levantar la huelga. Pero en el Centro Naval, en una reunión convocada de urgencia, presidida por el contraalmirante Domecq García, a la que asisten representantes del obispado, del Jockey Club, del Círculo de Armas, el Club del Progreso, las Damas Patricias, el Yacht Club y el Círculo Militar, se decide conformar la autodenominada Guardia Cívica, que entrega armas a voluntarios “confiables”, señoritos bien que habrán de garantizar que los sectores acomodados de la ciudad estén defendidos día y noche de los vándalos. Repito: la ciudad estaba pacificada, pero en el Centro Naval daban armas a civiles para defender a los suyos. Uno de ellos grita: “¡Y si los agitadores no vienen por nosotros, vayamos por ellos!”. “¡Sí!”, contestan otros. Y lo que empezó como una supuesta defensa muta en ataque.
Bisabuelo Manuel Domecq García. Una pinturita.También la búsqueda de agitadores muta lombrosianamente en cuestión de minutos. Primero se trata de salir a buscar a cualquier inmigrante: catalán, italiano, eslavo, son todos bolcheviques. Pero enseguida se simplifica la cuestión: se sale a cazar judíos, lisa y llanamente. El pogrom como deporte de las clases pudientes. Coto de caza: de Once a Villa Crespo, zona liberada. En los cuatro días siguientes habrá más de setecientos muertos en las calles (algunos dicen mil trescientos). El nacionalista Juan Carulla, insospechable del menor filosemitismo, escribe en sus memorias: “Oí decir que los liguistas estaban incendiando el barrio judío y dirigí mis pasos hacia esas calles. Al llegar por Viamonte, vi en medio de la calle piras ardientes de libros y sillas y mesas. El ruido de muebles y cajones arrojados a la calle se mezclaba con los aullidos de viejos barbudos y mujeres desgreñadas, arrastrados de los pelos por mozalbetes”. El irrepetible Soiza Reilly, maestro de la crónica callejera, agrega: “Se los obligaba a golpes a cantar el Himno Nacional, y a quienes no lo sabían se les orinaba en la boca”. Poco después escribirá que nunca se practicaron tantos abortos en el Once y Villa Crespo como en los tres meses siguientes a la Semana Trágica, por las innumerables víctimas que hubo de violación. El embajador de Francia, en un despacho privado a su gobierno, comenta que un civil se ha ufanado delante de él de haber matado en un solo día cuarenta judíos. El embajador norteamericano contacta al comisario Romariz para chequear si es cierta la cifra de 1300 muertes; el comisario contesta que es una exageración pero que igual es imposible de precisar, porque los muertos eran incinerados a medida que llegaban a los lugares de concentración, sin controlar su número.
Nadie sabe hasta el día de hoy cuántas víctimas hubo realmente en la Semana Trágica. El 15 de enero el Poder Ejecutivo dio orden de empezar a liberar los innumerables detenidos que abarrotaban las comisarías: a más de la mitad se les aplicó la Ley de Residencia y fueron expulsados del país. Ese mismo día tienen lugar dos reuniones en Buenos Aires. En una de ellas, a instancias del Episcopado y bajo el lema “Por la paz social”, se convoca a una gran colecta nacional para “un plan de obras, ateneos, servicios sociales e institutos de enseñanza para la clase obrera” (léase para que la clase obrera aprenda a entender su lugar en la sociedad: por ejemplo, se crea la Casa de la Empleada, que proporcionará mucamas durante años a las clases altas).
La otra reunión es en el Centro Naval, con las mismas fuerzas vivas que se habían reunido cuatro días antes, quienes evalúan tan positivamente “el heroico comportamiento” de las guardias cívicas de Domecq García, que deciden constituir formalmente la Liga Patriótica como institución y le ofrecen la presidencia.
Domecq García declina el honor; él es marino. Será, en cambio, almirante, y después ministro de guerra de MT De Alvear, y después apoyará a Justo en el golpe que interrumpió la segunda presidencia de Yrigoyen, y cuando Uriburu triunfe en la interna de ese golpe y se quede con la presidencia de la Nación, el almirante se retirará de la vida pública, mascará bilis con Perón hasta quedar afásico y morirá en enero de 1951, sin tener “la satisfacción” de ver muerta a Evita.
El almirante Domecq García era mi bisabuelo. He contado la historia en mi libro María Domecq. En mi familia se recitan las proezas, los servicios a la Patria del almirante, sus novelescas aventuras (¡huérfano en la Guerra del Paraguay! ¡ahijado de Roca! ¡condecorado por el Emperador después de la Guerra Ruso-Japonesa! ¡a él le debe la Marina sus primeros submarinos! ¡dejó un hijo en Japón! ¡Puccini se basó en él para el Pinkerton de Madame Butterfly!), pero de la Semana Trágica no se habla. Yo me desayuné de la historia vergonzosamente tarde, cuando con treintilargos entré a trabajar en este diario donde Osvaldo Bayer, cada 7 de enero, escribía sobre la matanza.
Así supe cómo era recordado el almirante en la versión de la historia argentina a la que yo le creo más.
Sé que no soy el único argentino en ignorar esos pliegues de su historia familiar que pertenecen a la historia nacional. Quizás allí radique una de las taras de nuestro país: que escondamos las vergüenzas nacionales tal como se silencia una vergüenza familiar. Quizás en todos los países hacen lo mismo, y seguirá siendo así hasta que la hagiografía sea destronada del canon escolar y deje lugar a una historia veraz de las infamias nacionales. Sospecho que hay más chances de amar al propio país si nos enseñan desde chicos las vilezas a las que fue sometido. Se aprende de las desgracias, es casi la única manera de aprender, pero a cien años de la Semana Trágica no se sabe todavía cuántos murieron ni importa quién los mató.
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