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Cuba: Donde lo extraordinario es común.



¿Qué puede unir la vida de uno de los más célebres periodistas de todos los tiempos, a las víctimas del accidente nuclear más terrible que se haya conocido, con la trayectoria de una estrella del ballet internacional?


Veamos tres de las películas que han animado las pantallas durante el más reciente Festival de Cine de La Habana.

En un escenario bélico y en plena Guerra Fría un periodista se enfrenta a una pregunta desde su redacción. Duda porque siente que su respuesta puede decidir el curso de una guerra, que a la vez puede marcar el destino de un continente. 

Duda, y finalmente, sabiendo, responde que no sabe. Teniendo la primicia, renuncia a dar el “palo” periodístico para que ganen los suyos. Es el momento crítico de la película vasca Un día más con vida, que narra en un dibujo animado que mezcla imágenes de archivo con testimonios actuales de quienes protagonizaron el reportaje homónimo, las peripecias del reportero Ryszard Kapuściński en Angola durante los días en que las tropas sudafricanas respaldadas por Estados Unidos estuvieron a punto de frustrar la declaración de independencia de ese país africano en noviembre de 1975, de no ser por la llegada de los combatientes cubanos enviados por Fidel a más de 14 000 kilómetros de distancia y al margen de la URSS. 

La respuesta negada por Kapuściński suponía revelar la presencia de tropas cubanas allí para repeler la agresión del ejército del apartheid, pero el corresponsal que también cubrió la Revolución islámica en Irán, las guerras en Centroamérica, el derrocamiento del emperador Haile Selazie en Etiopía, fue fiel al cubano que le pidió “ya sabes, no estamos aquí” y no dio a Washington el pretexto para inmiscuirse aún más en un conflicto en el que el gran periodista no quiso ser neutral.

Un profesor de literatura rusa es designado para trabajar como traductor entre más de 10 000 niños que han sido trasladados a Cuba para recuperarse de las enfermedades producidas en ellos por el accidente nuclear de Chernobyl. El impacto y la transformación producida en el joven profesor al vivir el dolor de esos niños que han viajado miles de kilómetros para recibir, en un país carenciado, una atención médica que en su nación no pueden tener es el tema de la película cubano-canadiense “Un traductor”.

Y Yuli, la película española que cuenta la historia del bailarín Carlos Acosta, nacido en un humilde barrio de La Habana y formado en la Escuela Nacional de Ballet de Cuba, quien ha llegado a presentarse en los más importantes escenarios del mundo como parte del Ballet Nacional de Cuba, el Ballet de Houston, la Opera de París o el Royal Ballet de Londres, salido -en palabras del propio Acosta- de “un sistema que forma constantemente bailarines formidables, de clase mundial”.

¿Qué hace que la historia de Cinco agentes infiltrados en grupos terroristas de Miami y condenados sin doblegarse a largas penas de cárcel en Estados Unidos, sea tema de sendas películas el próximo año en Francia y Canadá? ¿Qué tienen todos estos relatos que le han parecido a productores cinematográficos de Canadá y Europa lo suficientemente extraordinarios para convertirse en películas, cuando para los cubanos son parte natural de su realidad?

Tienen a Cuba, ese lugar lo suficientemente demonizado por sus poderosos enemigos para sorprender positivamente a quienes se acercan a él desprejuicidamente, y donde -por encima de imperfecciones y rectificaciones necsarias- lo extraordinario se ha vuelto común.

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