Por ejemplo, Israel, que ha asesinado en estos días a 16 palestinos y herido a más de mil con el silencio cómplice de las cancillerías occidentales.
No vamos a ver tertulias, columnas, noticias en los telediarios ni a los responsables de derechos humanos de Naciones Unidas decir nada. Qué pena que no fueran soldados venezolanos o bolivianos. Hay países y países.
Siempre hace falta alguien que mate a los que molestan.
El primer ministro israelí ha celebrado a los soldados que han disparado.
Y al regar con su sangre la tierra ardiente/ murmuró el legionario con voz doliente/ Soy un hombre a quien la suerte/ hirió con zarpa de fiera/ soy un novio de la muerte/que va a unirse en lazo fuerte/con tal leal compañera.
O los que miran para otro lado, secuestran barcos o impiden acciones humanitarias cuando se ahogan en el Estrecho inmigrantes. Las banderas ondean según sopla el viento
. El irracionalismo de un grupo que desprecia la vida faculta para misiones imposibles. Carne de cañón, malos tatuajes, amor de madre, gritos desesesperado ¡arriba con el paso que nos mira la Virgen! Y ese paso y esa cruz y esa España sin españoles.
Cuando más rudo era el fuego/y la pelea más fiera/ defendiendo su Bandera/ el legionario avanzó.
Algo evidente, porque dice el himno que cuando te apuntas a la legión, ya estás abrazando la muerte. Es como apuntarte al PP y abrazar los sobresueldo.
Y si tú no lo tienes claro, tranquilo, que el cuerpo sí lo sabe. Como sabe el mar a la gente que se traga.
Nadie en el Tercio sabía/ quién era aquel legionario/ tan audaz y temerario/ que en la Legión se alistó./Nadie sabía su historia,/mas la Legión suponía/que un gran dolor le mordía/como un lobo el corazón.
Vamos, como si ya de entrada estuvieras muerto y, como víctima de las malas mujeres, todo te estuviera permitido.
Los asesinatos machistas no se gastan. Puñaladas, atropelladas, golpeadas. Van muriendo en cada pequeño gesto que permite pensar que matar a las mujeres es una salida.
Cuando al fin le recogieron/ entre su pecho encontraron/ una carta y un retrato/ de una divina mujer./ Y aquella carta decía/ “…si algún día Dios te llama/ para mí un puesto reclama/ que a buscarte pronto iré”.
Porque todo el mundo sabe que el amor y la muerte tienen que ser lo mismo.
Cuatro ministros (Cospedal, Zoido, Catalá y Méndez de Vigo) dando voces con el himno legionario celebrando la muerte. La muerte de otros, claro.
Los que cantan a la muerte podrían ser una célula suicida que quedasen para quitarse la vida, pero no.
La legión extranjera fue un adelanto de los mercenarios que cobraban por matar haciendo pocas preguntas.
Estos rudos personajes, que como bien dicen los colegas de Mongolia parecen sacados de un videoclip de Village People, no agreden solamene con su estética kitsch, sino que son una invitación constante a regodearnos con el desprecio a la vida. ¡Viva la muerte! ¡Abajo la inteligencia!
Eso gritaba Millán Astray al Rector Miguel de Unamuno en Salamanca. Cifuentes, dicen en documentos no sellados, le gritó al Rector plagiario de la Universidad Rey Juan Carlos, Fernando Suárez: ¡Viva el notable por la cara!
¡Abajo la inteligencia! Y en el último beso que le enviaba/ su postrer despedida le consagraba:/Por ir a tu lado a verte/ mi más leal compañera/ me hice novio de la muerte/ la estreché con lazo fuerte/ y su amor fue mi Bandera.