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Los mercenarios quieren privatizar la Guerra de Afganistán


Desde hace algunas semanas Erik Prince, el fundador de la empresa de mercenarios Blackwater, se pasea por los salones de Washington pregonando la privatización de la Guerra de Afghanistán, donde el Pentágono lleva presente 16 años y sigue retrocediendo frente a los talibanes.

Blackwater no sólo es mejor que el Pentágono: es más rentable. Es mejor porque puede ganar la guerra y es más rentable porque la factura sería de sólo 10.000 millones de dólares anuales, frente a los 45.000 millones que se gastarán este año.

Cuando Prince habla de “costes” y, por lo tanto, de beneficios, no se refiere -como es natural- a vidas humanas. Desde luego en ningún caso se refiere a las vidas de los afganos. Habrá que matar a quien sea, cuanto más mejor y cuanto más rápido, más eficiente. En el campo y en la montaña, armados y desarmados, niños y ancianos, del gobierno y de la oposición, pastunes y tayikos...

Es lo que Blackwater hizo en Irak: matar para aterrorizar. El negocio fue tan rentable que siete años después, Prince vendió la multinacional con todos sus pistoleros.

Prince es un antiguo oficial de los Seals, las fuerzas especiales de la Marina de Guerra, un tipo con el aspecto de superhéroe de Hollywood de esos que no necesitan a nadie para “hacer un mundo mejor” (para Estados Unidos, naturalmente). Su hermana es la ministra de Educación del gobierno de Trump.

En sus charlas, Prince presenta datos muy concretos de lo que hace falta en Afganistán que, al más puro estilo anglosajón, son puramente técnicos. En Afganistán lo que hace falta son 5.500 pistoleros para adiestrar al ejército gubernamental y combatir a su lado, más 90 aviones de apoyo aéreo. Después de la retirada de tropas ordenada por Obama, en Afganistán hay 8.400 soldados del Pentágono, más otros 4.000 que el general Mattis quiere enviar y otros 5.000 de la OTAN que ya están sobre el terreno (y pregúntense ahora qué hace la OTAN allá).

Steve Bannon, el jefe de estrategia de Trump, y algunos congresistas con partidarios del absurdo plan de Prince, por lo que es fácil comprender por qué Trump no tiene ninguna estrategia en ninguna parte del mundo pero, sobre todo en Afganistán, a pesar de que lleva tiempo preguntando al Pentágono qué hacen en aquel país asiático.

Le han prometido que la respuesta la tendrá el jueves encima de la mesa del despacho oval. Hasta ahora Trump se ha limitado a decir que ha heredado “un verdadero desmadre”.

Un antiguo subcontratista de mercenarios en África, Sean McFate, ha calificado de insensato el plan de Prince, entre otras cosas porque carece de control. Posiblemente se haya referido a la vieja quincalla de las comisiones parlamentarias de investigación, a los pleitos judiciales y demás.

Pero todo el mundo sabe que ese tipo de artilugios no sirven para nada y cuestan mucho dinero. No son rentables. El gran avance de los modernos Estados burgueses (fascistas) es la acción incontrolada.

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