Las autoridades chinas se preparan para el retorno de algunos de sus ciudadanos que han luchado en las filas de Daesh. Según los datos de Damasco, al menos 5.000 uigures étnicos batallaron contra las tropas de Bashar Asad.
Al regresar a China, podrían llevar consigo las ideas del islamismo radical, que ya se propagaron por el área fronteriza entre el país y Asia Central, indica Serguéi Gashkov en un artículo para Sputnik.
El 'Gran Partido' te vigila
Ante la amenaza global —el regreso de los exyihadistas, considerados una amenaza en decenas de países del mundo—, Pekín elabora sus propios métodos para contrarrestar las posibles secuelas.
Uno de sus planes se centra en la vigilancia de todos los sospechosos de mantener vínculos con el islamismo radical.
Los programadores chinos han creado una aplicación para los 'smartphones' llamada Jiwang. Este 'software' permite analizar los celulares en busca de cualquier contenido islamista.
Las autoridades chinas hicieron obligatorio instalar esta aplicación en la región autónoma uigur de Sinkiang, donde permanece el mayor núcleo de población musulmana del país.
Quienes violen esta ley corren el riesgo de ser condenados a 10 días de cárcel.
Pekín está buscando a los extremistas involucrados en las actividades del Partido Islámico del Turkestán, considerado una sucursal de Al Qaeda —grupo terrorista proscrito en Rusia y otros países—. La formación política está prohibida en China.
Sin embargo, el conflicto armado en Siria demostró que los yihadistas que arribaron a Oriente Próximo cambian de organización con relativa facilidad.
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A principios de 2017, Al Qaeda dejó de ser el mayor enemigo de China en la región.
Su lugar lo ocupó Daesh —autodenominado Estado Islámico, prohibido en Rusia y otros países—.
El grupo terrorista anunció que espera que los uigures se sumen a la yihad y prometió "derramar ríos de sangre en China".
A medida que las posiciones de Daesh se debilitaban en Oriente Próximo, sus cabecillas han comenzado un llamamiento a los islamistas para trasladar la lucha armada a los territorios de sus países de origen.
El regreso de los radicales que ya cuentan con experiencia en combate preocupa sobremanera a China, que, de hecho, ha decidido actuar de manera preventiva.
En verano de 2017 se dio a conocer que China y Egipto acordaron la deportación de los uigures que estudiaban en las universidades musulmanas del país árabe.
Los expertos citados por Sputnik coinciden en su opinión de que Pekín trata de controlar el regreso de los islamistas desde Oriente Próximo mediante la asunción de duras medidas.
Los refugiados no son bienvenidos
Además, las autoridades limitan la salida de los creyentes en el islam. Según informó Le Monde, muchos uigures fueron obligados a entregar sus pasaportes a las autoridades chinas tras la presión administrativa.
Los movimientos migratorios de personas sobre las que pende la sospecha de extremismo están firmemente controlados por parte de las autoridades del Gobierno central.
Las organizaciones pro derechos humanos consideran que tal paso de China supone una violación de los derechos de sus ciudadanos.
La prohibición a la salida de musulmanes por parte de Pekín coincide con la falta de deseo de las autoridades de recibir a los refugiados en su territorio.
China, que está ubicada bastante lejos de Oriente Próximo, ha reiterado en numerosas ocasiones que no iba a dar refugio a los sirios desplazados por la guerra.
A pesar de que Pekín elude recibir refugiados en su territorio, el Gobierno del gigante asiático se muestra dispuesto a ayudarles económicamente.
China ya ha invertido unos 100 millones de dólares en el apoyo a los desplazados.
Además, prevé invertir 200 millones más a corto plazo.
La cuestión del petróleo uigur
Sin embargo, no solo la religión, sino también los negocios económicos hacen peligrosa la situación en Sinkiang.
Recientemente, han sido descubiertos yacimientos de crudo en esta región china.
Este hecho atrajo a los chinos étnicos a esta zona, que antes solía ser considerada pobre.
Hoy en día, la tasa de la etnia en la población de Sinkiang se cifra en un 40% o, lo que es lo mismo, casi ocho millones de personas de un número total de 18 millones de habitantes.
Si el porcentaje de chinos étnicos sigue aumentado, es poco probable que se salde sin víctimas, concluye el autor.
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