La violencia que ha golpeado a Venezuela en los últimos 60 días se concentra en forma nítida en áreas urbanas diseñadas originalmente para el asentamiento de familias de las llamadas “capas medias”.
Estas comunidades incluyen urbanizaciones tradicionales y complejos de edificios de condominios que forman enclaves dentro de la grandes ciudades y áreas de expansión en los alrededores de las principales metrópolis que se han desarrollado como “ciudades-dormitorio”.
En términos empíricos son áreas que se caracterizan por dos elementos que las definen: uno, su producción, en lo urbano y arquitectónico, es industrial, y dos, están dirigidas a un “mercado” formado por sectores sociales en ascenso y que se identifican con el paradigma de la “clase media”. Estos dos aspectos definitorios pueden observarse claramente en los prospectos de venta y en general en las campañas de comercialización de dichos espacios.
Ofrecen “calidad de vida”, “exclusividad”, “tranquilidad”, “seguridad” y un “ambiente sano”, entre otros atributos que están definidos por una ruptura entre la ciudad tradicional y el nuevo modelo planteado específicamente entre fines de los años 50 y al menos hasta finales de los años 80.
Una enumeración no exhaustiva de estas comunidades debe incluir a sectores como las urbanizaciones más antiguas de los actuales municipios Chacao y Sucre, algunos enclaves en el suroeste de Caracas como El Paraíso, Montalbán y Vista Alegre y obviamente los urbanismos del sureste en los actuales municipios Baruta y El Hatillo, en lo que respecta al área metropolitana de Caracas.
Un poco más allá, pero aún en el perímetro de la capital los desarrollos de San Antonio de Los Altos y Carrizal y más recientemente los del municipio Zamora (Guatire), en la frontera oriental de la capital.
En otras metrópolis pueden identificarse estas áreas en los municipios periféricos de Valencia, como San Diego; de Barquisimeto, como Palavecino (Cabudare) o en urbanizaciones tradicionales como la Fundación Mendoza en Maracay y otras ciudades del país. Mercado para un producto Este modelo de urbanización sin duda responde, en primer lugar, a la necesidad de maximizar la renta del suelo para los propietarios de la tierra urbana y periurbana.
Es decir, no se trataba de un proceso tan romántico como para explicarlo sosteniendo que era parte de un plan del capital para desarrollar una “clase media” que le sirviera de base social.
Aunque finalmente terminara siendo así. Realmente se trataba de comenzar a ganar más por la construcción en terrenos urbanos de uso unifamiliar o en terrenos no urbanizados en la periferia inmediata de las ciudades.
Pero para eso era necesario, desde lo simbólico, incrementar el valor de cambio de esa tierra, aunque su valor de uso fuera incomparable con los terrenos en las áreas tradicionales de las ciudades. Para esto nada mejor que desarrollar un “mercado” que se adaptara a los costos y características de ese producto.
Es decir, una gente que se creyera que sacar agua de un pozo o un manantial era más ecológico que recibirlo de un gran acueducto, que los pozos sépticos y las pequeñas plantas de aguas servidas son más saludables que un sistema de cloacas y que vivir a decenas de kilómetros de la gran ciudad o tras una barrera o muro perimetral es mucho más seguro.
Por lo tanto, pudiera aventurarse que la idea de una “clase media” no es más que un artilugio ideológico de mercado para colocar un producto, en este caso la vivienda y el urbanismo, en un sector social que circunstancialmente tenía acceso a ingresos levemente superiores o más estables que los de otros grupos de asalariados.
Ingresos y clases Adicionalmente la adquisición de ese producto conlleva a una serie de cargos complementarios y un patrón de consumo con costos que pueden ser sustancialmente superiores a los de otros sectores socio-geográficos.
Por ejemplo, los gastos de abastecimiento de agua potable o disposición de las servidas son mayores, así como los de transporte o incluso los precios de alimentos porque generalmente hay menos establecimientos que los ofrezcan.
La idea que normalmente se tiene es que estas áreas de las ciudades fueron desarrolladas para familias “con mayores ingresos” (como profesionales asalariados y trabajadores calificados no dependientes) y que esa brecha de ingresos se mantendría en el tiempo.
El problema es que los ingresos de los asalariados o de aquellos profesionales que dependen de su trabajo (y no de la explotación de otros asalariados) pueden caer en cualquier momento sin que el trabajador tenga mecanismos para compensar directamente esa reducción de la capacidad de compra.
Además no es inusual que los descendientes del grupo familiar no logren desarrollar destrezas o adquirir formación para ocupar puestos de trabajo que le permitan obtener ingresos equivalentes o superiores a los de sus padres.
Al no tener ingresos con tales características es inevitable que estos sectores se vean desplazados o excluidos de un entorno socio-demográfico cuyo patrón de consumo y de producción les exige mucho más de lo que podrán dar. A esa circunstancia concreta, la pérdida de posicionamiento socio-económico, hay que agregar que otros sectores de la población han comenzado a tener acceso a recursos, servicios y oportunidades que antes eran exclusivas de las “capas medias”.
Así ha ocurrido en áreas como la educación, en los que el incremento de la oferta universitaria ha democratizado el acceso y provocado un incremento de la disponibilidad de trabajadores con facultades para competir en el mercado laboral.
Un área emblemática, con respecto a este punto, es la de preparación de médicos, que hasta el año 2005 estaba limitada a las universidades tradicionales, que escasamente formaban unos 2.000 profesionales al año. Tras la implantación del Programa Nacional de Formación de Médicos Integrales Comunitarios han llegado a egresar hasta 8 mil profesionales en sólo un año, la mayoría proveniente de sectores populares que antes no tenían acceso a los centros de estudio.
Algo similar se puede decir de la Gran Misión Vivienda Venezuela que ha levantado viviendas junto a urbanizaciones y edificios de “clase media”. Esas políticas, que están orientadas a la inclusión y a la apertura de oportunidades, se han visto en algunos grupos de capas medias como un ataque a su propia existencia.
Y eso es comprensible en virtud de que su propia creación como “artilugio ideológico” se fundamenta en la diferenciación y en la exclusión del otro. Vale citar al intelectual venezolano Luis Britto García, quien explicó en el programa La Política en el Diván que para alcanzar sus fines el fascismo utiliza a la clase media, que tiene miedo a la proletarización y la miseria ocasionada por la crisis.
Al respecto, agregó que el fascismo manipula a este estrato social al decir que los culpables de su malestar son los izquierdistas a quienes hay que aniquilar.
“El fascismo siempre ilusiona a toda una cantidad de gente que está en una condición de clase media baja: primero, que puede con un paso muy sencillo colocarse en la élite y en segundo lugar, el terror a la proletarización, (el fascismo) maneja el miedo al desclasamiento”, añadió.
Resaltó que por lo general los gobiernos progresistas mejoran las condiciones sociales de las clases bajas pasándolas a la clase media y que algunas de estas personas al dejar ese estrato social bajo ya comienzan a pensar como clase media que aspira a convertirse en clase alta.
“Hay un aparato comunicacional que le alimenta esa ilusión, entre las cosas que los procesos progresistas deben tener en cuenta es eso, es un reto (preguntarse) cuáles son las nuevas metas de la gente que ha sido sacada de la marginalidad, sacada de los estratos más pobres”, destacó.
Mientras que esta semana el vicepresidente del PSUV, Diosdado Cabello, daba cuenta de la paradoja de que “el gobierno del presidente Nicolás Maduro es el que más ha protegido a los que más odian a la Revolución, la clase media”. “No somos nosotros los que hemos destruido negocios, panadería, comercios.
La derecha lo ha engañado, véngase para acá a construir Patria”, afirmó Cabello en un discurso dirigido a tales sectores.
Por eso la virulencia y el odio que marcan la actuación de una parte de los jóvenes de esos grupos sociales durante la convocatoria apocalíptica de los partidos de oposición.
Víctor Hugo Majano
Ciudad CCS
Víctor Hugo Majano
Ciudad CCS
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