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Los colectivos homosexuales se han convertido en una mercancía y viven de explotarla

En todo el mundo imperialista las empresas volcadas en la clientela homosexual forman un sector en expansión que mueve billones de dólares cada año.
Lo gay vende. Lo mismo que lo ecológico y lo limpio, es sinónimo de calidad, de modernidad y de progreso. 

Si una marca comercial quiere entrar en un mercado, tiene que ser (o presumir de ser) políticamente correcta, respetuosa con el ambiente y “gay friend”. 

Es algo que se paga: hay consumidores dispuestos a pagar un precio un poco más alevado por una mercancía así.

El trato público a los homosexuales es la prueba del algodón de la democracia y se entiende que dicho tratato debe ser el que impera en las potencias dominantes o, dicho con otras palabras, a través de la homosexualidad el imperialismo trata de imponer a todo el mundo cánones políticos, sociales y culturales.

Un mercado capitalista impone un prototipo que, en el caso del gay, es un adicto a la última moda y un consumidor compulsivo. En las grandes metrópolis capitalistas los comercios gays se han ido apoderando de ciertas partes de las ciudades que atraen un turismo de todo tipo pero, sobre todo, de la misma condición LGTB. Hay bares, tiendas de ropa, resorts, librerías, agencias de viaje, restaurantes, revistas, cines...

Se ha producido un salto de la invisibilidad a la omnipresencia en la calle. Si los trabajadores tienen el Primero de Mayo y las mujeres el 8 de Marzo, los homosexuales tienen el Día del Orgullo Gay, que empezó siendo una manifestación, porque había algo que reivindicar, para acabar siendo un carnaval, porque hay algo que festejar (en plena crisis capitalista).

Hay una franquicia, el Gay Club International, una agencia de servicios para el mundo homosexual, que pretende cubrir todas las necesidades de sus socios, desde un hotel discreto hasta un fontanero porque hay casos en los que la visibilidad no conviene, es decir, por lo mismo de toda la vida: hay que guardar las apariencias.

Es para quienes no quieren salir del armario. Vende invisibilidad, discreción. Organiza fiestas y proporciona contactos sin que nadie se entere y eso implica pagar un precio de entrada más una cuota mensual mínima que ningún trabajador podría pagar a lo largo de toda su vida (por más pluma que tuviera).

En este caso, el sexo no está por encima de las clases sociales. Negocios de este tipo ponen de manifiesto que en ellos la condición primordial no es la de gay sino la de burgués, lo que es una obviedad. No se organizan para los trabajadores gays sino para quien pueda pagarlos (como todos los demás).

También ponen de manifiesto que la homofobia se extiende mucho más allá de Chechenia. Incluso en nuestros países más cercanos la homosexualidad no está tan bien vista como nos quieren hacer creer.

Hay una Asociación para Negocios de Gays y Lesbianas (Asegal), que es como la CEOE gay. Pero el capital no entiende de sexo y los burgueses que las dirigen son tanto homosexuales como heterosexuales. La patronal gay recibe una subvención de 700.000 euros por parte del Ayuntamiento de Madrid, que se declara “de izquierdas”. Pero nadie ha protestado. Este tipo de subvenciones deben parecer normales.

Además de dinero, el Ayuntamiento cede a Asegal espacio público para organizar sus ferias comerciales, la más importante de las cuales es el inminente Día del Orgullo Gay, que ya no sólo utiliza el centro de la capital sino que ha acaparado Madrid Río para el World Pride Park, una especie de parque temático que va a mostrar al público la amplia diversidad (sexual) que existe en esta sociedad.

Pero, ¿por qué es posible que un Ayuntamiento “de izquierdas” subvencione a una organización capitalista? Porque la naturaleza LGTB del negocio lo justifica. En este caso, a la hora de la subvención, lo importante no es su naturaleza capitalista sino su naturaleza gay. En tales casos el sexo sí está por encima de las clases sociales.

Como en cualquier otra feria, la de ganado de Talavera, por ejemplo, el World Pride Park alquila un espacio que ha obtenido gratis a cambio de un dinero para que las empresas exhiban sus mercancías “gay friend”. Incluso cobrará dinero a las ONG para que ocupen otro espacio para denunciar las agresiones a los derechos humanos que padecen los homosexuales en países como Chechenia y la ímproba labor que realizan para impedirlo.

¿Cómo es eso posible? Porque todo es un negocio y nada más que un negocio, incluidas las ONG. Hace mucho tiempo que los colectivos homosexuales han perdido el orgullo, se han convertido en una mercancía y viven de explotarla.

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