Hernán Cortés y otros hechos desconocidos sobre el canal de Panamá

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Lenin: la Guerra y la Revolución


Conferencia pronunciada el 14 (27) de mayo de 1917
Lenin 

La cuestión de la guerra y la revolución se plantea con tanta frecuencia en los últimos tiempos en la prensa y en cada reunión popular que, probablemente, muchos de vosotros conoceréis bastante sus aspectos e incluso estaréis hartos de ellos. 

Hasta hoy no había tenido la posibilidad de hablar, ni de estar presente siquiera, en ninguna asamblea de partido ni en ninguna reunión popular de este distrito. Por ello, corro, posiblemente, el riesgo de incurrir en repeticiones o de no analizar con detalle suficiente aspectos de la cuestión que os interesen mucho. 

A mi juicio, hay algo principal que se olvida corrientemente al tratar de la guerra, algo que no es objeto de la atención debida, algo principal en torno a lo cual se sostienen tantas discusiones, que yo calificaría de fútiles, sin perspectivas, vanas.

 Me refiero al olvido de la cuestión fundamental: cuál es el carácter de clase de la guerra, por qué se ha desencadenado, qué clases la sostiene, qué condiciones históricas e histórico-económicas la han originado. 

En los mítines y en las asambleas del partido he observado cómo se plantea entre nosotros el problema de la guerra y he llegado a la conclusión de que gran número de las incomprensiones que surgen en torno a este problema se deben precisamente a que, al analizarlo, hablamos a cada paso en lenguajes completamente distintos. 

Desde el punto de vista del marxismo, es decir, del socialismo científico contemporáneo, la cuestión fundamental que deben tener presente los socialistas al discutir cómo debe juzgarse una guerra y la actitud a adoptar frente a ella es por qué se hace esa guerra, qué clases la han preparado y dirigido. Nosotros, los marxistas, no figuramos entre los enemigos incondicionales de toda guerra. Decimos: nuestro objetivo es el régimen socialista, el cual, al suprimir la división de la humanidad en clases, al suprimir toda explotación del hombre por el hombre y de una nación por otras naciones, suprimirá ineluctablemente toda posibilidad de guerra. 

Pero en la lucha por este régimen socialista encontraremos ineludiblemente condiciones en las que la lucha de clases en el seno de cada nación puede chocar con una guerra entre naciones distintas, engendrada por esta lucha de clases. Por eso no podemos negar la posibilidad de las guerras revolucionarias, es decir, de guerras derivadas de la lucha de clases, de guerras sostenidas por las clases revolucionarias y que tienen una significación revolucionaria directa e inmediata. No podemos negar esto, con mayor motivo, porque en la historia de las revoluciones europeas del último siglo, de los 125 ó 135 años últimos, además de una mayoría de guerras reaccionarias, ha habido también guerras revolucionarias, como, por ejemplo, la guerra de las masas revolucionarias del pueblo francés contra la Europa monárquica, atrasada, feudal y semifeudal coaligada. 

Y en la actualidad, el medio más extendido de engañar a las masas en Europa Occidental, y últimamente también en nuestro país, en Rusia, es invocar el ejemplo de las guerras revolucionarias. Hay guerras y guerras. Se debe comprender de qué condiciones históricas ha surgido una guerra concreta, qué clases la sostienen y con qué fines. Sin comprender esto, todas nuestras disquisiciones acerca de la guerra se verán condenadas a ser una vacuidad completa, a ser discusiones puramente verbales y estériles. Por eso me permito analizar con detalle este aspecto de la cuestión, por cuanto habéis señalado como tenia la correlación entre la guerra y la revolución. 

Es conocido el aforismo de uno de los más célebres escritores de filosofía e historia de las guerras, Clausewitz: “La guerra es la continuación de la política con otros medios”. Esta frase pertenece a un escritor que ha estudiado la historia de las guerras y sacado las enseñanzas filosóficas de esta historia inmediatamente después de la época de las guerras napoleónicas. 

Este escritor, cuyos pensamientos fundamentales son en la actualidad patrimonio imprescindible de todo hombre que piense, luchaba, hace ya cerca de ochenta años, contra el prejuicio filisteo, hijo de la ignorancia, de que es posible separar la guerra de la política de los gobiernos correspondientes, de las clases correspondientes; de que la guerra puede ser considerada, a veces, como una simple agresión que altera la paz y que termina con el restablecimiento de esa paz violada. ¡Se han peleado y han hecho las paces! Este tosco e ignorante punto de vista fue refutado decenas de años atrás, y es refutado por todo análisis más o menos atento de cualquier época histórica de guerras.

La guerra es la continuación de la política con otros medios. Toda guerra está inseparablemente unida al régimen político del que surge. La misma política que ha seguido una determinada potencia, una determinada clase dentro de esa potencia durante un largo período antes de la guerra, es continuada por esa misma clase, de modo fatal e inevitable, durante la guerra, variando únicamente la forma de acción. 

La guerra es la continuación de la política con otros medios. Cuando los vecinos revolucionarios franceses de la ciudad y del campo de fines del siglo XVIII derribaron por vía revolucionaria la monarquía e instauraron la república democrática –ajustando las cuentas a su monarca y ajustándoselas también, de modo revolucionario, a sus terratenientes–, esta política de la clase revolucionaria no podía dejar de sacudir hasta los cimientos al resto de la Europa autocrática, zarista, realista y semifeudal. 

Y la continuación inevitable de esa política de la clase revolucionaria triunfante en Francia fueron las guerras sostenidas contra la Francia revolucionaria por todos los pueblos monárquicos de Europa, que, habiendo formado su famosa coalición, se lanzaron sobre ella con una guerra contrarrevolucionaria. De la misma manera que el pueblo revolucionario francés reveló entonces, por vez primera en el transcurso de siglos, una energía revolucionaria sin precedente en la lucha dentro del país, en la guerra de fines del siglo XVIII mostró igual genio revolucionario al reestructurar todo el sistema de la estrategia, rompiendo con todos los viejos cánones y usos bélicos y creando, en lugar del ejército antiguo, un ejército nuevo, revolucionario, popular y nuevos métodos de guerra. 

A mi juicio, este ejemplo merece una atención especial, porque nos muestra palmariamente lo que olvidan ahora a cada paso los publicistas de la prensa burguesa. Ellos especulan con los prejuicios y la ignorancia pequeñoburguesa de las masas populares completamente incultas, las cuales no comprenden el inseparable nexo económico e histórico de toda guerra con la precedente política de cada país, de cada clase, que dominaba antes de la guerra y aseguraba la consecución de sus objetivos por los llamados medios “pacíficos”. Decimos llamados, pues las represiones necesarias, por ejemplo, para la dominación “pacífica” en las colonias es dudoso que puedan calificarse de pacíficas.

En Europa reinaba la paz, pero ésta se mantenía debido a que el dominio de los pueblos europeos sobre los centenares de millones de habitantes de las colonias se efectuaba únicamente por medio de guerras incesantes, continuas, ininterrumpidas, que nosotros, los europeos, no consideramos guerras porque, con demasiada frecuencia, más que guerras parecían matanzas feroces y exterminadoras de pueblos inermes. Las cosas están planteadas precisamente de tal forma, que para comprender la guerra contemporánea necesitamos, ante todo, echar una ojeada general sobre la política de las potencias europeas en conjunto. 

Es necesario tomar no ejemplos aislados, casos aislados, que siempre es fácil desgajar de los fenómenos sociales, pero que carecen de todo valor, pues del mismo modo puede citarse un ejemplo opuesto. Es necesario considerar toda la política de todo el sistema de Estados europeos en sus mutuas relaciones económicas y políticas, para comprender cómo ha surgido de este sistema, fatal e ineludiblemente, esta guerra. 

Observamos constantemente que se hacen intentos, sobre todo por los periódicos capitalistas –lo mismo monárquicos que republicanos–, de dar a la guerra actual un contenido histórico que le es ajeno. Por ejemplo, en la República Francesa no hay procedimiento más corriente que los intentos de presentar esta guerra por parte de Francia como algo que sigue y se asemeja a las guerras de la Gran Revolución Francesa de 1792. No hay método más difundido para engañar a las masas populares francesas, a los obreros de Francia y de todos los países, que trasladar a nuestra época el “argot” de aquella época, algunas de sus consignas, e intentar presentar las cosas como si la Francia republicana defendiera también ahora su libertad contra la monarquía.

 Olvidan una “pequeña” circunstancia: que entonces, en 1792, la guerra de Francia la hacía la clase revolucionaria, que había llevado a cabo una revolución sin precedente, que había destruido hasta los cimientos, con el heroísmo inaudito de las masas, la monarquía francesa y se había alzado contra la Europa monárquica coaligada, sin perseguir otra finalidad que la de continuar su lucha revolucionaria. 

La guerra en Francia fue la continuación de la política de la clase revolucionaria que hizo la revolución, conquistó la república, ajustó las cuentas a los capitalistas y terratenientes franceses con una energía jamás vista, y que en nombre de esa política, de su continuación, sostuvo la guerra revolucionaria contra la Europa monárquica coaligada.

Pero ahora nos encontramos, sobre todo, ante dos grupos de potencias capitalistas. Nos encontramos ante las más grandes potencias capitalistas del mundo –Inglaterra, Francia, Norteamérica y Alemania–,cuya política en el curso de una serie de decenios ha consistido en una rivalidad económica ininterrumpida por dominar en el mundo entero, estrangular a las naciones pequeñas, asegurar beneficios triplicados y decuplicados al capital bancario, que ha encadenado a todo el mundo con su influencia. En esto consiste la verdadera política de Inglaterra y Alemania. Lo subrayo. Jamás hay que cansarse de subrayarlo, porque si lo echamos en olvido, no podremos comprender nada de la guerra contemporánea y nos hallaremos indefensos, a merced de cualquier periodista burgués que nos quiera embaucar con frases embusteras.

La política auténtica de ambos grupos de los mayores gigantes capitalistas –Inglaterra y Alemania, que, con sus aliados, arremetieron la una contra la otra–, practicada durante una serie de décadas anteriores al conflicto, debe ser estudiada y comprendida en su conjunto. Si no lo hiciéramos así, olvidaríamos la exigencia principal del socialismo científico y de toda la ciencia social en general y, además, nos privaríamos de la posibilidad de comprender nada de la guerra actual. Caeríamos en poder de Miliukov, embaucador que atiza el chovinismo y el odio de un pueblo contra otro con métodos que se emplean en todas partes, sin excepción alguna, con métodos de los que escribía hace ya ochenta años Clausewitz, mencionado por mí al comienzo, el cual ridiculizaba ya entonces el punto de vista de los que piensan: ¡vivían los pueblos en paz y luego se han peleado! ¡Como si eso fuese verdad! ¿Es que se puede explicar la guerra sin relacionarla con la política precedente de este o aquel Estado, de este o aquel sistema de Estados, de estas o aquellas clases?

 Repito una vez más: ésta es la cuestión cardinal, que siempre se olvida, y cuya incomprensión hace que de diez discusiones sobre la guerra, nueve resulten una disputa vana y mera palabrería. Nosotros decimos: si no habéis estudiado la política practicada por ambos grupos de potencias beligerantes durante decenios –para evitar casualidades, para no escoger ejemplos aislados–, ¡si no habéis demostrado la ligazón de esta guerra con la política precedente, no habéis entendido nada de esta guerra!

Y esa política nos muestra a cada paso una sola cosa: la incesante rivalidad económica de los dos mayores gigantes del mundo, de dos economías capitalistas. De un lado, Inglaterra, Estado que es dueño de la mayor parte del globo, Estado que ocupa el primer lugar por sus riquezas, amasadas no tanto por el esfuerzo de sus obreros, como, principalmente, por la explotación de un infinito número de colonias, por la inmensa fuerza de los bancos ingleses. 

Estos bancos han formado, a la cabeza de todos los demás, un grupo de bancos-gigantes, insignificante por su número –tres, cuatro o cinco–, que manejan centenares de miles de millones de rublos de tal suerte, que puede decirse sin ninguna exageración: no hay un trozo de tierra en todo el globo en el que este capital no haya clavado su pesada garra, no hay un trozo de tierra que no esté envuelto por miles de hilos del capital inglés. Este capital alcanzó tales proporciones a finales del siglo XIX y principios del XX, que trasladó su actividad mucho más allá de los límites de cada país, formando un grupo de bancos gigantes con una riqueza inaudita. 

Valiéndose de ese número insignificante de bancos, este capital envolvió al mundo entero con una red de centenares de miles de millones de rublos. He ahí lo fundamental en la política económica de Inglaterra y en la política económica de Francia, de la que los propios escritores franceses, colaboradores, por ejemplo, de L’Humanité183, periódico dirigido en la actualidad por ex socialistas (por ejemplo, Lysis, conocido publicista, especializado en asuntos financieros), escribían ya varios años antes de la guerra: “La República Francesa es una monarquía financiera... es una oligarquía financiera... es el usurero del universo”.

De otro lado, frente a este grupo, principalmente anglo-francés, se ha destacado otro grupo de capitalistas más rapaz aún, más bandidesco aún: un grupo que ha llegado a la mesa del festín capitalista cuando todos los sitios estaban ya ocupados, pero que ha introducido en la lucha nuevos métodos de desarrollo de la producción capitalista, una técnica mejor, una organización incomparable, que transforma al viejo capitalismo, al capitalismo de la época de la libre competencia, en capitalismo de los gigantescos trusts, consorcios y cárteles. Este grupo ha introducido el principio de la estatificación de la producción capitalista, de la fusión en un solo mecanismo de la fuerza gigantesca del capitalismo con la fuerza gigantesca del Estado, mecanismo que enrola a decenas de millones de personas en una sola organización del capitalismo de Estado. Esa es la historia económica, la historia diplomática de varias decenas de años, que nadie puede eludir.

 Es la única que os brinda el camino hacia la solución acertada del problema de la guerra y os lleva a la conclusión de que esta guerra es también producto de la política de las clases que se han enzarzado en ella, de los dos mayores gigantes, que mucho antes del conflicto habían envuelto a todo el mundo, a todos los países, con las redes de su explotación financiera y se habían repartido el mundo en el terreno económico. Tenían que chocar porque el nuevo reparto de ese dominio se había hecho inevitable desde el punto de vista del capitalismo. 

El antiguo reparto basábase en que Inglaterra, por espacio de varios siglos, llevó a la ruina a sus anteriores rivales. Su rival anterior fue Holanda, que extendía su dominio por todo el mundo; su anterior competidor fue Francia, que durante casi un siglo hizo guerras por ese dominio. Mediante guerras prolongadas, Inglaterra, basándose en su potencia económica, en la de su capital mercantil, afianzó su dominio indisputado del mundo. Pero surgió una nueva fiera: en 1871 se formó otra potencia capitalista, que se desarrolló muchísimo más rápidamente que Inglaterra. Este es un hecho fundamental. No encontraréis ningún libro de historia económica que no reconozca este hecho indiscutible: el desarrollo más acelerado de Alemania. 

El rápido desarrollo del capitalismo en Alemania fue el desarrollo de una fiera joven y fuerte, que apareció en el concierto de las potencias europeas y dijo: “Vosotros habéis arruinado a Holanda, habéis destrozado a Francia, os habéis apoderado de medio mundo; tomaos la molestia de entregarnos la parte correspondiente”. Pero ¿qué significa “la parte correspondiente”? ¿Cómo determinarla en el mundo capitalista, en el mundo de los bancos? Allí, en el mundo capitalista, la fuerza se determina por el número de bancos.

 Allí, la fuerza se determina, como lo ha definido cierto órgano de los multimillonarios norteamericanos con la franqueza y el cinismo genuinamente norteamericanos, del siguiente modo: “En Europa se hace la guerra por la hegemonía mundial. Para dominar el mundo se necesitan dos cosas: dólares y bancos. Dólares tenemos, los bancos los crearemos y seremos dueños del mundo”. Esta declaración pertenece al periódico portavoz de los multimillonarios norteamericanos.

 Debo manifestar que en esta cínica frase norteamericana del multimillonario engreído e insolente hay mil veces más verdad que en miles de artículos de los embusteros burgueses, los cuales presentan esta guerra como una guerra por ciertos intereses nacionales, por ciertos problemas nacionales y otras mentiras por el estilo, tan claras, que saltan a la vista, que echan por la borda toda la historia en su conjunto y toman un ejemplo aislado, como es el que la fiera germana se haya lanzado sobre Bélgica. Este caso es, indudablemente, verídico. En efecto, esa bandada de buitres cayó sobre Bélgica184 con una ferocidad inusitada, pero ha hecho lo mismo que hizo ayer el otro grupo, valiéndose de otros métodos, y que hace hoy con otros pueblos. 

Cuando discutimos sobre la cuestión de las anexiones –que forma parte de lo que he tratado de exponeros brevemente a título de historia de las relaciones económicas y diplomáticas que han originado la presente guerra–, nos olvidamos siempre de que ellas son corrientemente la causa de la guerra: el reparto de lo conquistado o, dicho en un lenguaje más popular, el reparto del botín robado por dos grupos de bandidos. Y cuando discutimos sobre las anexiones, nos encontramos siempre con métodos que desde el punto de vista científico no resisten ninguna crítica, y desde el social y periodístico no pueden ser calificados sino de burdo engaño. Preguntadle al chovinista o socialchovinista ruso, y él os explicará magníficamente lo que son las anexiones por parte de Alemania: esto lo comprende a la perfección. Pero jamás os dará respuesta si le pedís que dé una definición general de las anexiones aplicable tanto a Alemania como a Inglaterra y Rusia. ¡Jamás lo hará! El periódico Riech (para pasar de la teoría a la práctica), burlándose de nuestro periódico Pravda, dijo: “¡Estos pravdistas consideran lo de Curlandia como una anexión!

 ¿Qué discusión puede haber con esta gente?” Y cuando respondimos: “Tened la bondad de darnos una definición tal de las anexiones que pueda aplicarse a los alemanes, ingleses y rusos, y añadimos que o bien trataréis de eludirla, o bien os desenmascararemos inmediatamente”, Riech dio la callada por respuesta. Afirmamos que ningún periódico, ni de los chovinistas en general –quienes dicen simplemente que es necesario defender la patria–, ni de los socialchovinistas, ha dado jamás una definición de las anexiones que pueda aplicarse tanto a Alemania como a Rusia, que pueda aplicarse a cualquiera de los beligerantes. Y no puede darla, porque toda esta guerra es la continuación de la política de anexiones, es decir, de conquistas, de saqueo capitalista por las dos partes, por los dos grupos que hacen la guerra. Se comprende, por ello, que la cuestión de cuál de estos dos bandidos desenvainó primero el cuchillo no tiene para nosotros ninguna importancia. 

Tomemos la historia de los gastos navales y militares de ambos grupos durante varios decenios, o la historia de las pequeñas guerras que han sostenido con anterioridad a la grande. “Pequeñas” porque en ellas perecían pocos europeos; pero, en cambio, morían centenares de miles de los pueblos oprimidos, a los cuales ni siquiera consideran pueblos (asiáticos, africanos, ¿son, acaso, pueblos?). Contra esos pueblos se hacían guerras del siguiente tipo: estaban inermes y los barrían con fuego de ametralladoras. ¿Son guerras, acaso? Propiamente hablando, ni siquiera son guerras y se las puede olvidar. Así enfocan este engaño completo de las masas populares. 

La presente guerra es la continuación de la política de conquistas, de exterminio de naciones enteras, de inauditas atrocidades cometidas por alemanes e ingleses en África, por ingleses y rusos en Persia –no sé cuál de ellos más–, por lo que los capitalistas alemanes les consideraban como enemigos. ¡Ah! ¿Vosotros sois fuertes por ser ricos? Pero nosotros somos más fuertes que vosotros, y por eso tenemos el mismo derecho “sagrado” al saqueo. A esto se reduce la verdadera historia del capital financiero inglés y alemán durante los varios decenios que precedieron a la guerra. A esto se reduce la historia de las relaciones ruso-alemanas, ruso-inglesas y germano-inglesas.

 Ahí está la clave para comprender el motivo de la guerra. He ahí por qué no es más que charlatanería y engaño la leyenda corriente sobre la causa de esta guerra. Olvidando la historia del capital financiero, la historia de cómo se venía incubando esta guerra por un nuevo reparto del mundo, se presenta el asunto así: dos pueblos vivían en paz, y luego unos agredieron y otros se defendieron. Se olvida toda la ciencia, se olvidan los bancos; se invita a los pueblos a tomar las armas, se invita a tomar las armas al campesino, el cual ignora qué es la política. ¡Hay que defender y basta! De razonar así, sería lógico suspender todos los periódicos, quemar todos los libros y prohibir que se mencionen en la prensa las anexiones; por esa vía se puede llegar a la justificación de semejante punto de vista sobre las anexiones. Ellos no pueden decir la verdad sobre las anexiones, porque toda la historia de Rusia, de Inglaterra y de Alemania, es una guerra continua, cruenta y despiadada, por las anexiones. 

En Persia, en África, han hecho guerras sin cuartel los liberales, los mismos que han apaleado a los delincuentes políticos en la India por atreverse a formular reivindicaciones semejantes a aquellas por las que se luchaba en Rusia. También las tropas coloniales francesas han oprimido a los pueblos. ¡Ahí tenéis la historia precedente, la verdadera historia del despojo inaudito! ¡Ahí tenéis la política de esas clases cuya continuación es la guerra actual! Ahí tenéis por qué, en la cuestión de las anexiones, no pueden dar la respuesta que damos nosotros cuando decimos: todo pueblo que está unido a otro no por voluntad expresa de la mayoría, sino por decreto del zar o del gobierno, es un pueblo anexado, un pueblo conquistado. Renunciar a las anexiones significa conceder a cada pueblo el derecho a formar un Estado aparte, o a vivir en unión con quienquiera. Semejante respuesta está completamente clara para todo obrero más o menos consciente.

En cualquiera de las decenas de resoluciones que se aprueban, y que se publican, aunque sea en el periódico Zemliá y Volia185, encontraréis una respuesta mal expresada: no queremos la guerra para dominar a otros pueblos, luchamos por nuestra libertad; así hablan todos los obreros y campesinos, expresando de esta forma la opinión del obrero, la opinión del trabajador acerca de cómo entienden ellos la guerra. Con esto quieren decir: si la guerra se hiciera en interés de los trabajadores contra los explotadores, estaríamos a favor de la guerra. También nosotros estaríamos entonces a favor de la guerra, y ni un solo partido revolucionario podría estar en contra de semejante guerra. Los autores de esas numerosas resoluciones no tienen razón, porque se imaginan las cosas como si fueran ellos los que hacen la guerra. Nosotros, los soldados; nosotros, los obreros; nosotros, los campesinos, luchamos por nuestra libertad. Jamás olvidaré la pregunta que me hizo uno de ellos después de un mitin: “¿Por qué está arremetiendo constantemente contra los capitalistas? ¿Es que yo soy capitalista? Nosotros somos obreros, defendemos nuestra libertad”. 

No es verdad, vosotros peleáis porque obedecéis a vuestro gobierno de capitalistas; la guerra no la hacen los pueblos, sino los gobiernos. No me sorprende que un obrero o un campesino que no ha aprendido política, que no ha tenido la suerte o la desgracia de estudiar los secretos de la diplomacia, el cuadro de este saqueo financiero (de esta opresión de Persia por Rusia y por Inglaterra, al menos), no me sorprende que olvide esta historia y pregunte ingenuamente: ¿qué me importan a mí los capitalistas si el que pelea soy yo? No comprende la ligazón de la guerra con el gobierno, no comprende que la guerra la hace el gobierno y que él es un instrumento manejado por el gobierno. Ese obrero o ese campesino puede llamarse a sí mismo pueblo revolucionario y escribir elocuentes resoluciones: esto significa ya mucho para los rusos, pues sólo hace poco ha empezado a practicarse. Recientemente se publicó una declaración “revolucionaria” del Gobierno Provisional. Las cosas no cambian por ello. 

También otros pueblos, con mayor experiencia que nosotros en el arte de los capitalistas de engañar a las masas escribiendo manifiestos “revolucionarios”, han batido hace ya mucho todos los récords del mundo en este terreno. Si tomamos la historia parlamentaria de la República Francesa desde que ésta es una república que apoya al zarismo, a lo largo de decenios de esa historia encontraremos decenas de ejemplos, en los que los manifiestos llenos de las frases más elocuentes encubrían la política del más abyecto saqueo colonial y financiero. Toda la historia de la Tercera República Francesa186es la historia de este saqueo. 

De esas fuentes ha brotado la guerra actual. No es resultado de la mala voluntad de los capitalistas, no es una política equivocada de los monarcas. Sería un error enfocar así las cosas. 

No, esta guerra ha sido originada de manera inevitable por ese desarrollo del capitalismo gigantesco, especialmente del bancario, desarrollo que condujo a que unos cuatro bancos de Berlín y cinco o seis de Londres dominaran sobre todo el mundo, se apoderasen de todos los recursos, refrendasen su política financiera con toda la fuerza armada y, por último, chocasen en una contienda de ferocidad inaudita debido a que no había ya a dónde ir libremente en plan de conquista. Uno u otro debe renunciar a la posesión de sus colonias. 

Y semejantes cuestiones no se resuelven voluntariamente en este mundo de los capitalistas. Esto sólo puede resolverse por medio de la guerra. De ahí que sea ridículo culpar a este o aquel bandido coronado. 

Esos bandidos coronados son todos iguales. De ahí también que sea absurdo acusar a los capitalistas de uno u otro país. Son culpables únicamente de haber establecido semejante sistema. Pero así se hace de acuerdo con todas las leyes, protegidas por todas las fuerzas del Estado civilizado. “Tengo pleno derecho a comprar acciones. Todos los tribunales, toda la policía, todo el ejército permanente y todas las flotas del mundo protegen este sacrosanto derecho mío a adquirir acciones”. Si se fundan bancos que manejan centenares de millones de rublos, si estos bancos han tendido las redes de la expoliación bancaria en el mundo entero y han chocado en una batalla a muerte, ¿quién es el culpable? ¡Vete a buscarle! El culpable es el desarrollo del capitalismo durante medio siglo, y no hay más salida que el derrocamiento de la dominación de los capitalistas y la revolución obrera. 

Esta es la respuesta a que ha llegado nuestro partido después de analizar la guerra, ésta es la razón de que digamos: la sencillísima cuestión de las anexiones está tan embrollada, los representantes de los partidos burgueses han mentido tanto que pueden presentar las cosas como si Curlandia no fuese una anexión de Rusia. Curlandia y Polonia fueron repartidas conjuntamente por esos tres bandidos coronados. Se las repartieron a lo largo de cien años, arrancaron pedazos de carne viva y el bandido ruso sacó mayor tajada porque entonces era más fuerte. Y cuando la joven fiera que participó entonces en el reparto se transforma en una potencia capitalista fuerte, en Alemania, dice: ¡Repartamos de nuevo!

 ¿Queréis conservar lo viejo? ¿Pensáis que sois más fuertes? ¡Midamos nuestras fuerzas! 

A eso se reduce esta guerra. Está claro que ese llamamiento –“¡midamos nuestras fuerzas!”– es únicamente la expresión de la decenal política de saqueo, de la política de los grandes bancos…

Publicado por vez primera el 23 de abril de 1929,
en el núm. 93 del periódico “Pravda”.

T. 32, págs. 77-102.


Notas 


183 “L’Humanité” (“La Humanidad”): diario fundado por J. Jaurès en 1904 como órgano del Partido Socialista Francés. Durante la primera guerra mundial de 1914-1918, el periódico estuvo en manos del ala ultraderechista del Partido Socialista Francés y mantuvo una posición socialchovinista. Desde diciembre de 1920, después de la escisión del Partido Socialista Francés y la formación del Partido Comunista de Francia, el periódico pasó a ser órgano central de este último. 


184 Al comienzo de la primera guerra mundial de 1914-1918, Alemania violó groseramente la neutralidad belga y ocupó Bélgica con el propósito de utilizar su territorio para asestar el golpe decisivo a Francia. La ocupación duró hasta el fin de la guerra causando grandes daños a la economía y arruinando la industria del país. Después de la derrota de Alemania en 1918, Bélgica fue liberada. 


185 “Zemliá y Volia” (“Tierra y Libertad”): diario que editó en Petrogrado el comité regional del partido eserista desde marzo hasta octubre de 1917. 


186 Tercera República Francesa: república burguesa instaurada en Francia a consecuencia de la revolución de septiembre de 1870. Existió hasta julio de 1940.


Obras Escogidas en 12 tomos
t. VI (1916-1917)
Editorial Progreso, Moscú, 1973

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Publicado por Odio de Clase

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