En el mundo moderno occidental, declararse feminista no es una opción, es una obligación.
Quien asome la cabeza a la cancha de la suspicacia corre el peligro de ser marcado con el calificativo de machista-misógino-falocéntrico.
Y sale barato. Lo cierto es que cada vez se hace más difícil sostener la idea de un feminismo revolucionario, entendido esto último como la capacidad de transgredir lo establecido.
Se va quitando el disfraz de anti-sistema que lo hacía seductor para cierto sector de la izquierda y se exhibe como lo que realmente es: un brazo más del capitalismo que lo encubre y sirve en sus intereses.
¿Qué otra cosa se puede deducir cuando grupos feministas tratan de desvincularse haciendo parecer que existen dos tipos de feminismos? El malo y el bueno. El que apoya a las élites financieras y el que aboga por los derechos de las clases oprimidas. Aunque ahora quieran desconocerlo, la partida de nacimiento es la misma.
Allá va otra sospecha ¿Cómo es que una ideología anti-patriarcado se gesta y difunde en el mundillo universitario, siendo este último protegido de los poderes de facto? Fue justamente en la década de los sesenta, durante la segunda oleada del feminismo que se crea los Women’s Studies (Estudios de la Mujer) en la universidad de San Diego (California) financiado por la Fundación Ford.
Es conocido que esa institución funcionó como fachada filantrópica de la CIA, un soldado más en la guerra de lo simbólico y cultural.
Así se desarrollan cientos de departamentos de Women’s Studies en los círculos universitarios de los Estados Unidos que servirían después para profundizar en la teorización del feminismo de género, último bastión de los sesudos estudios.
En la actualidad, la teoría de género es consustancial al discurso feminista moderno. En cualquiera de sus militantes se puede observar el enfrentamiento hacia el cuerpo biológico como dato natural de la especie, relegándolo a un segundo plano por debajo de lo ideológico.
El género sería entonces una construcción social y cultural sobre lo masculino y lo femenino, negociable según los deseos individuales. Una de sus precursoras, Margaret Sanger, activista estadounidense de la planificación familiar, vinculada al Ku Klux Klan y entusiasta de la eugenesia, creo el polémico Negro Project con el objetivo de restringir (eliminar) la población negra bajo la excusa de una mejor salud y planificación familiar. Se implementaron centros clínicos de esterilización y promoción del aborto no voluntario que se practicó a miles de mujeres negras.
Más adelante fundaría la Federación americana para la planificación familiar contribuyendo a la creación de la organización internacional Planned Parenthood, ONG que participó en la pasada marcha de mujeres (Women’s March) contra Trump y que es a su vez, financiada por el magnate empresarial George Soros.
Su actual directora ejecutiva y fan enamorada de Sanger, Gloria Steinem, trabajó con la CIA en los sesenta para frenar la influencia soviética en la juventud norteamericana.
Difícilmente estas y otras teóricas del genero habrían trascendido de la frivolidad de lo intelectual de no ser apoyadas y financiadas por la filantropía gringa.
Por otro lado, no habría viralizado el discurso al punto de realizar este 8 de marzo, un paro internacional de mujeres con la participación de más de 50 países si no estuviese la industria del ocio y el entretenimiento a voluntad de propaganda para suavizar los conceptos y hacerlos digeribles y aceptables para la opinión pública.
A quien no le convenza el ala más radical del feminismo, puede persuadirse con productos del feminismo pop hollywoodense: Beyoncé y Emma Watson como niveles principiantes del adoctrinamiento.
Los ricos disputan el poder en una gallera y nosotros somos los gallos.
Durante las elecciones presidenciales de los Estados Unidos, el discurso de las minorías impulsado por Hillary Clinton le sirvió de estrategia para encubrir la realidad sangrienta que implicaba votar por ella y las corporaciones que la respaldaban.
Ningún medio transnacional profundizó en las posibles políticas exteriores que implementaría al estar en el poder. La línea era la confrontación directa contra las potencias enemigas (China y Rusia) con el desenlace inminente de una guerra nuclear. No, para medios como CNN, era más alarmante las expresiones misóginas de su oponente Donald Trump. Y sin embargo, ganó.
De todas maneras, parte de la estrategia por parte de un sector de las corporaciones para debilitar la presidencia de Trump sigue siendo utilizar esos recursos gremialistas, como el paro de mujeres que ha unido fuerzas con el Women’s March y cientos de “activistas por los derechos humanos” para capitalizar el impulso en el movimiento. Recuerde antes de abrazar la causa del #yoparo, que servirá de escenario convincente para la narrativa que quieran imponer los dueños del movimiento.
Por más que se tongonee se le ve el bojote.
Ninguna mujer o grupo de mujeres ha construido un concepto de ella misma que la defina fuera de los límites de la cultura capitalista.
Es el feminismo otro gremio concebido por las entrañas de este sistema con el objetivo de controlar a las poblaciones, diluyendo a la mayoría social en un conflicto fabricado de “guerra de los sexos” y en la ilusión de un empoderamiento individual. Al final, quedamos sujetos solitarios y desarraigados que poca resistencia podemos ofrecer ante la tentativa de jartarnos de consumo.
Deseo no empreñan.
Por muy buenas las intenciones que puedan tener las mujeres y hombres que se vinculan a un movimiento para manifestar su indignación ante la violencia específica contra un sector de la humanidad, esto no cambia el carácter natural del cadáver que sostenemos.
El poder imperial se alimenta de la tragedia que produce la guerra, pedirle clemencia es atentar contra la dignidad colectiva.
Sólo el encuentro para la discusión y construcción de una cultura distinta puede transferirle a los pobres, el protagonismo del futuro.
http://misionverdad.com/COLUMNISTAS/sin-animos-de-agitar-otra-bandera-falsa
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