¿A qué renunciaríamos y a cambio de qué?
¿Es desleal la publicidad sobre las relaciones amorosas?
En esta sociedad capitalista en la que nuestra existencia gira en torno a los mercados, esos lugares donde todo es susceptible de ser comprado y vendido por unas monedas, y que ocupan la posición central desde donde se organizan el resto de esferas de la vida, no es de extrañar que se nos venda un amor socialmente construido sobre la base de unos mitos heredados de un modelo nacido en el s. XVIII con el romanticismo.
La realidad muestra que lo único que provocan estos mitos cuyas cadenas aún arrastramos es frustración y desengaño, pues nada tienen que ver con nuestro día a día.
De ese modo se configura todo un sistema de control que no hace más que perpetuar el orden social establecido, y por tanto las relaciones de poder entre sexos a través de la reproducción de roles y estereotipos basados en unas creencias, que por mitificadas, son falsas.
Y es que, siguiendo los designios del capitalismo patriarcal y auspiciado por el romanticismo de película Disney, Cupido nos envía flechas de machismo encubiertas para que sigamos esperando a nuestra media naranja, esa persona que tenemos predestinada, que vendrá a completarnos y con la que “viviremos felices y comeremos perdices”, pues es la única posible.
Nos frustramos si esa persona no llega y nos comparamos angustiados con las naranjas que viven felices en su burbuja de amor, donde son “tal para cual, la pareja ideal”.
De esta manera, no relacionamos los celos con el control y la posesión, sino que creemos que son una muestra de amor que no identificamos con la dependencia emocional y la pertenencia.
Pero como “el amor es omnipotente y todo lo puede”, nos seguimos embarcando en relaciones tóxicas donde es aceptable excusar determinados comportamientos, aguantar y esperar a que el otro cambie, puesto que el ancla está enganchada en los pasionales meses del comienzo de la relación, y confiamos en que perdure y se convierta en amor eterno.
Y si surge alguna duda, la deriva nos lleva hasta el acantilado de una cultura y una sociedad que nos hacen creer que las emociones y sentimientos son irracionales e incontrolables, y nada podemos hacer para cambiarlos.
De esta manera, seguimos comprando y por tanto consumiendo, como parte de esas necesidades inventadas por los medios de comunicación de masas, un modelo de amor elevado a los altares en los cuentos de príncipes azules y princesas rosas, cuentos que luego continúan su recorrido en forma de historias a través del cine, de relatos mudos de papel y canciones a todo volumen.
Así lo hemos visto hace unos días con “La Suerte de Quererte”, un corto de El Corte Inglés que llamaba amor a las relaciones de pareja basadas en el control, la posesión y los celos, cuando en realidad era una demostración de violencia machista.
Nuestra identidad se configura en parte a través de la incorporación de estas creencias mitificadas en forma de mensajes amorosos, que pasan a formar parte del imaginario colectivo.
Son ideas que llegan hasta el inconsciente y quedan arraigadas e interiorizadas, y en consecuencia normalizadas.
Al percibirlas como “lo normal” las confundimos con “lo natural”, y de esta manera las aceptamos sin más, sin ni siquiera cuestionarlas.
De hacerlo generaría duda y por tanto crítica, lo cual llevaría a la toma de conciencia y posiblemente al camino hacia el cambio. Son demasiadas las trampas que se han colocado en el camino hacia el amor.
Por eso no es de extrañar que una de cada tres personas jóvenes (15-29 años), no identifique los comportamientos de control y sean más tolerantes que la población adulta con este tipo de conductas (Estudio Percepción y Violencia de Género en la Adolescencia y la Juventud, 2015).
Como dice Coral Herrera “este modelo de amor idealizado y cargado de estereotipos aprisionan a la gente en divisiones y clasificaciones perpetuando así el sistema jerárquico, desigual y basado en la dependencia de sus miembros”.
La peligrosa distancia entre la idealización del amor romántico y la realidad de nuestra cotidianeidad provoca conflictos de difícil solución, pues un amor así no es amor, es dependencia, es necesidad, es miedo a la soledad, es daño innecesario, es engaño, es una trampa.
Es todo eso, pero no es amor.
¿Y cuál es el precio de todo esto?
La respuesta es sencilla. Como consecuencia de este modelo de amor se construyen relaciones desiguales y asimétricas, que actúan como caldo de cultivo para que germinen las raíces de la violencia de género.
No por casualidad, según los datos de la OMS (2013), el 30% de las mujeres sufrirán violencia de género por parte de sus parejas en algún momento de su vida.
Y todo ello en nombre del amor.
Los 61 hombres que asesinaron el año pasado a sus parejas dijeron estar enamorados de ellas, muchos celebraron San Valentín a la luz de las velas, algunos hicieron promesas de amor eterno… pero todos terminaron quitándoles la vida.
Algo falla en este modelo de amor, ¿no crees?