El siguiente documento ha sido extraído y traducido por “Cultura Proletaria” del libro “Soviet Communism: A new civilization?” (1936), de Beatrice Webb y Sidney Webb.
De un extremo a otro de la URSS, tenemos que imaginar a los Departamentos de Agricultura de las provincias y de los distritos, con los Soviets de pueblo y las estaciones de máquinas y tractores, supervisando y ayudando a las doscientas mil granjas colectivas y toda esa organización guiada y dirigida por las 3.000 Secciones de Ejecución de Normas inspiradas e impulsadas por la actividad incesante de Kaganóvich, al frente del Departamento de Agricultura del Comité Central del Partido Comunista.
¿Cuáles fueron los resultados de este intento de enfrentarse, por una parte, a las dificultades climáticas, y por el otro, a la inercia, la ignorancia y la desconfianza del campesinado de la inmensa extensión de tierras que había que trabajar?
¿Hubo o no hubo hambre en la URSS en los años 1931 y 1932?
Aquellos que creen que es fácil responder a esta pregunta ya tienen probablemente el espíritu preparado, de acuerdo a casi todas las declaraciones de las personas hostiles al comunismo soviético, a decir que efectivamente hubo hambre en la URSS y no dudan en decir el número de muertos causados por esta -ignorados por cualquier estadista-, que van de 3 millones a 6 millones y hasta 10 millones de víctimas (1).
Por otro lado, un alto funcionario ya retirado del Gobierno de la India que hablaba ruso y se identificaba con la Rusia zarista, y que además administraba personalmente las zonas dominadas por el hambre en India, visitó en 1932 algunos de los lugares de la URSS, cuyas condiciones eran las peores, tal como se sabe y consta. Informó a los autores de este libro, que en aquella ocasión no había visto prueba alguna de existir o haber existido nada parecido a lo que los funcionarios de la India habían descrito como hambre.
Sin esperar convencer a esos espíritus preconcebidos, presentamos la conclusión a la que ahora nos llevan nuestras visitas de 1932 y 1934 y el posterior examen de las pruebas disponibles. Que en cada uno de los años 1931 y 1932 hubo un fracaso parcial de las cosechas en distintas partes de la vasta extensión de la Unión Soviética, es algo que, sin duda, es cierto.
Como también es cierto que esto sucedió en la India inglesa y en los Estados Unidos. Ocurrió lo mismo en la URSS y en todos los países de un tamaño que merezcan una comparación con ella, en cada año sucesivo del presente siglo.
En países con un área tan grande, con todo tipo de climas, siempre hay un fracaso parcial de la cosechas en alguna parte.
Es imposible comprobar con seguridad la extensión y la gravedad del fracaso parcial de las cosechas en la URSS en 1931 y 1932. Por un lado, personas que raras veces tuvieron la oportunidad de visitar las zonas afectadas, afirmaron que, en toda la extensión de enormes provincias, había una completa carencia de alimentos, de manera que (como en 1891 y 1921) murieron de inanición varios millones de personas.
Por otro lado, los funcionarios locales de los Soviets, de distrito en distrito, informaron a los autores de este trabajo que, si bien ha habido escasez y hambre, nunca ha habido, en ningún momento, falta alguna de pan, aunque la calidad de este se viese afectada por el uso de otros ingredientes además de la harina de trigo, y que cualquier aumento de la tasa de mortalidad resultante de las enfermedades que acompañaban la nutrición deficiente, ocurrieron sólo en un número relativamente pequeño de aldeas. Lo que puede ser más valioso que un testimonio oficial son las declaraciones de varios periodistas ingleses y norteamericanos, residentes en el país, y que viajaron en 1933 y 1934, por los distritos en que se decía que había sido más intenso el sufrimiento.
Ellos declararon a los autores de este libro que no habían encontrado razones para suponer que la perturbación había sido más grave de lo que se informara oficialmente. Nuestra impresión personal, después de estudiar todas las pruebas disponibles, fue que el fracaso parcial de las cosechas se extendió, sin duda, sólo a una fracción de la URSS, posiblemente no superior a una décima parte del área geográfica. Creemos, de forma muy clara, que este fracaso parcial, por si solo, no fue lo suficientemente grave como para causar inanición, con la posible excepción de los distritos que más sufrieron, y que son relativamente pequeños. Nos parece increíblemente excesiva cualquier estimación del número total de muertes por encima de la media normal, basada en una población total de 60 millones (lo que significaría la mitad de la población rural entre el Báltico y el Pacífico), según temerariamente afirman algunos, no nos parece servir de base ni el 1/10 de tal población.
Por otro lado, parece probado que, tanto en la primavera de 1932 como en la de 1933, numerosas familias campesinas estaban desprovistas de suficiente suministro de cereales y sensiblemente necesitadas de grasa. A estos casos volveremos más adelante. Inmediatamente recordamos, sin embargo, que en países como la India, la URSS, China y hasta los EE.UU., (en los que no existe un sistema ubicuo de asistencia a la pobreza), mueren todos los años un determinado número de personas (llegando a miles en esas grandes poblaciones) de inanición o de enfermedades que, como consecuencia de esta, se vuelven endémicas; sin duda, el número crece considerablemente cada vez que hay un fracaso de las cosechas, incluso parcial. No se puede suponer, por lo tanto, que no haya sucedido en partes del sur de Ucrania, en el distrito de Kuban y Daghestan, en los inviernos de 1931 y 1932.
Antes, sin embargo, de describir como “hambre” esa escasez de alimentos en determinadas casas de ciertos distritos, tenemos que averiguar cómo llegó a suceder. Observamos entre las pruebas examinadas que la escasez fue “aleatoria”. En una misma localidad, bajo condiciones meteorológicas aparentemente similares, si no idénticas, hubo granjas colectivas que hicieron, en aquellos años, cosechas por encima de la media en cuanto a la excelencia, mientras que otras, a ellas adyacentes, al norte o al sur, experimentaron situaciones de miseria, llegando algunas al hambre real. Con esto, no pretendemos negar que hubo zonas enteras en las que la sequía o el frío redujeron seriamente la producción. Sin embargo, son evidentemente otros casos, cuyo número no pretendemos evaluar, en los que el fracaso de las cosechas no vino del cielo, sino de alguna cosa de dentro de la propia granja colectiva. Y después, nos encontramos en el camino hacia el descubrimiento. Como ya dijimos, nos encontramos con un personaje destacado en la dirección de la revuelta ucrainiana, proclamando que “la oposición de la población ucraniana motivó el fracaso del plan de almacenaje de cereales en 1931, y aún más el 1932“. Dicho personaje se jactaba del éxito de la “resistencia pasiva que se dirigia a una frustración sistemática de los planes bolcheviques para el sembrado y la cosecha“. Nos dice claramente que debido a sus esforzos y al de sus amigos, “zonas enteras quedaron sin sembrar” y “más aún, cuando la cosecha estaba siendo recogida, en el pasado año de 1932, sucedió, en muchos casos, especialmente en el sur, que se quedaron en los campos el 20, 40 e incluso el 50% sin ser recogida, o habiendo sido estropeada en la trilla“. (2)
En lo que refiere a Ucrania, por supuesto que no es al cielo al que se debe culpar principalmente por el fracaso de las cosechas, sino a los desencaminados miembros de muchas de las granjas colectivas (3). ¿Qué tipo de hambre es esa que no tuvo por motivo la sequía, las lluvias, el calor, el frío, el óxido (o corrosión), las moscas, las malas hierbas, ni las langostas, sino la negativa de los agricultores a sembrar ( “zonas enteras quedaron sin sembrar“) y a recoger el trigo segado (“hasta el 50% quedó en los campos“)?
Otro distrito en el que se dice, con más persistencia, que hubo hambre, es el Kuban y las zonas adyacentes, principalmente habitadas por los cosacos del Don. No hay que olvidar que estos fueron los primeros en tomar las armas contra el gobierno bolchevique en 1918, iniciando así la desastrosa guerra civil. Como hemos dicho, aquellos cosacos gozaban de privilegios especiales en la época de los zares, cuya extinción, bajo el nuevo régimen, aún hoy en día no ha sido perdonada. He aquí la prueba evidente de que grupos enteros de campesinos, bajo influencias hostiles, cayeron en tal estado de apatía y desesperación al ser obligados a un nuevo sistema de empresa cooperativa, el que cual podían entender y del cual escuchaban decir todo lo malo y ruin, que dejaron de preocuparse de si sus campos eran labrados o no, o de lo que les ocurrirían en invierno si no no producían cultivo alguno. Cualquiera que fuese la razón, parece que en el Kuban y en Ucrania hubo aldeas enteras que obstinadamente se abstuvieron de sembrar o recoger, excepto en una pequeña fracción de sus campos, de manera que, al terminar el año, estaban sin suministro de semillas y, en muchos casos, sin cereales para su alimentación. Hubo muchos otros casos en los que, trabajando aisladamente y por despecho, determinados campesinos, en secreto, “cortaban” el trigo que estaba madurando, es decir, arancaban las espigas y se las quedaban, cargando así con este desvergonzado robo de la propiedad colectiva (4).
Por desgracia, no fue sólo en las regiones notoriamente opuestas, tales como Ucrania y el Kuban, en las que ocurrieron estos peculiares “fracasos de las cosechas”. Por ejemplo, las Estaciones de Máquinas y Tractores enviadas al lejano Turquestán encontraron precisamente la misma reticencia por parte de los ignorantes y desconfiados campesinos, ya fuese por inscribirse solo nominalmente en las granjas colectivas, o por obstrucción persistente a su formación (5). Llegamos a saber esto por las cartas íntimas de los mártires miembros del Partido, a los que ya nos hemos referido (“Vide One of the 25.000: The Story of a Shock Worker“, de A. Isbacb, Moscú, 1931) Estos campesinos eran víctimas y títeres de las incesantes maquinaciones de los kulaks y de otros, cuyo dominio estaba en peligro de extinción. Podemos apreciar como Kaganovich consideró grave la situación por la oscura denuncia que de ella hizo en enero de 1923 (6). Declaró que: “Los elementos anti-soviéticos de los pueblos están llevando a cabo una encarnizada oposición a cualquier cultivo exitoso de modo general. Económicamente arruinados, pero sin haber perdido por completo la influencia, los kulaks, los antiguos oficiales “blancos”, ex-sacerdotes, ex-terratenientes gobernantes y dueños de fábricas de azúcar, ex-cosacos y otros elementos antisoviéticos de las élites burguesas-nacionalistas, socialrrevolucionarias y partidarias de Petlura, instaladas en los pueblos, están tratando por todos los medios de corromper las granjas colectivas, tratando de frustrar las providencias del Partido y del Gobierno en el sector de la agricultura, y, para tales fines, se aprovechan del atraso mental de parte de los miembros de las granjas colectivas contra los intereses de la agricultura socializada y de los campesinos de las granjas colectivas.
Penetrando en estas granjas como contadores, administradores, gerentes, etc., y, a menudo, como trabajadores destacados, los elementos anti-soviéticos se empeñan en organizar el sabotaje, dañar la maquinaria, sembrar sin las precauciones necesarias, robar documentación de las granjas, socavar la disciplina de trabajo, organizar el robo de los depósitos de semillas y de aquellos en los que en secreto se guardan los cereales, sabotear las cosechas ya recogidas, y algunas veces consiguen desorganizar los koljoses“.
Por más que reduzcamos las proporciones de esas denuncias, no podemos dejar de notar la exactitud con que coinciden las declaraciones en cuanto el sabotaje de la cosecha, hechas por el Gobierno Soviético, por un lado, y por los jefes nacionalistas de los recalcitrantes ucranianos, por el otro. Citamos nuevamente al jefe ucraniano: Fue “la oposición de la población ucraniana” la que “motivó el fracaso del plan de almacenamiento de cereales en 1931, y aún más en 1932“. Esto, que por un lado es motivo de gloria, es, por otro, la base para la acusación. Por nuestra parte, concluimos que, aunque ambas partes hayan probablemente exagerado, el sabotaje al que se refieren ocurrió realmente, en proporciones mayores o menores, en varias partes de la URSS en las que establecieron compulsivamente granjas colectivas. La deficiencia parcial motivada por condiciones climáticas, que se pueden esperar todo el año en uno u otro punto, fue de esta manera agravada en proporciones que no podemos evaluar, llegando a ser mucho más extensa no sólo por la por la trilla del trigo todavía en crecimiento y por el robo de la propiedad común, sino también por la deliberada falta de sembrado, limpia, trilla y almacenamiento de todo grano trillado (7).
Esto, sin embargo, no es lo que normalmente se denomina como “hambre”.
Lo que el Gobierno Soviético tuvo que enfrentar de 1929 en adelante no fue efectivamente un “hambre”, sino una huelga general del campesinado, de grandes proporciones, en resistencia a la política de colectivización, fomentada y alentada por los elementos desleales de la población, sin faltar la incitación de los exiliados en París y Praga.
Comenzando por la calamitosa masacre del ganado de muchas regiones, en 1929-30, los campesinos recalcitrantes desafiaron, en los años 1931 y 1932, todos los esfuerzos del Gobierno Soviético para que la tierra fuese adecuadamente cultivada. De este modo (8), mucho más que por el fracaso parcial de los cultivos por consecuencia de la sequía o del frío, se produjo, en una incontable cantidad de aldeas de muchas regiones de la URSS, un estado de tales cosas que en los inviernos 1931/32 y 1932/33 muchos campesinos se vieron sin provisiones suficientes para su alimentación.
Esto, sin embargo, no siempre motivó la inanición. Fueron innumerables los casos en los que, no habiendo escasez de rublos, especialmente en Ucrania, los hombres viajaban hasta el gran mercado más cercano y (como no había deficiencia alguna en el país, considerado en conjunto) volvían muchos días después, con la cantidad necesaria de sacos de harina. En otros casos, especialmente entre los campesinos independientes, la propia familia, privada de alimentos, se mudaba a las ciudades en busca de trabajo remunerado, dejando vacía y desolada su vivienda para ser citada por algún observador incauto como prueba de muerte por inanición. En otros casos, cuyo número es desconocido -pudiendo, al parecer, ser contados en cientos de miles- las familias fueron separadas a la fuerza de los sitios que habían dejado de cultivar, siendo llevadas a lugares distantes donde pudiesen ganar su subsistencia.
El Gobierno Soviético ha sido severamente criticado por estas deportaciones, que inevitablemente causaron grandes vicisitudes. La crítica irresponsable pierde, sin embargo, gran parte de su fuerza por la imprecisión con la que es relatado el caso. Por ejemplo, se ha concedido casi invariablemente como cierto que el Gobierno Soviético se negó desalmadamente a proporcionar cualquier tipo de asistencia a los distritos afectados por el hambre. Una investigación superficial demuestra que en repetidas ocasiones se proporcionó asistencia donde no había ninguna razón para suponer que la escasez no fuese motivada por sabotaje o por la falta deliberada de cosecha. Para comenzar, hubo amplias referencias en los pagos en efectivo al gobierno (9). Pero también hubo toda una serie de transferencias de cereales de los depósitos del gobierno a los pueblos necesitados, a veces para el consumo y otras para reponer el fondo de semillas, que había sido consumido para alimentación. (10)
En cuanto a los traslados forzosos, fueron de dos tipos. En 1929 y 1930 se tomaron medidas drásticas contra los elementos de los pueblos que estaban interfiriendo seriamente en la formación de koljoses, a menudo por la violencia y por los daños precisamente causados a edificios y cosechas. En muchos casos, estos perturbadores de la paz fueron sacados de sus casas a la fuerza. “Fuera de la Unión Soviética“, escribe una persona que fue testigo de los procesos de 1930, “la suposición habitual es que estas prohibiciones se produjeron por la actuación drástica de una GPU místicamente omnipotente. El verdadero proceso difería mucho; fue efectuado por comicios del pueblo, de campesinos pobres y trabajadores rurales que hacían listas de los kulaks que “impedían por la fuerza y por la violencia nuestra granja colectiva”, y pedían al Gobierno que los deportase. En los agitados días de 1930, comparecí en muchas de estas reuniones. Había discusiones duras, amargas, analizando una por una las “mejores familias”, que se habían apoderado de las mejores tierras, explotando el trabajo para hacerse poseedores de los instrumentos de producción, como normal e históricamente han hecho las “mejores familias”, y que estaban ahora luchando contra el advenimiento de las granjas colectivas a través del incendio, la matanza de ganado y el asesinato. Los comicios a los que asistí personalmente tenían un aspecto más judicial, eran más equilibrados, en sus discusiones, que cualquier juicio al que asistí en las Cortes de los Estados Unidos; los campesinos sabían que estaban lidiando con graves penas, y no las aplicaban a la ligera.
Los que piensan que la revolución, que terminó con la colectivización de las granjas, fue una “guerra entre Stalin y los campesinos”, muestran únicamente que no estaban presentes cuando se desencadenó la tormenta. Su característica principal era el desorden de una subversión fundamental; la tormenta fue señalada grandes grandes éxtasis y terrores; los jefes locales en los pueblos, en las pequeñas ciudades y en las provincias hacían lo que les parecía y defendían apasionadamente sus convicciones.
Moscú estudiaba los terremotos locales y tomaba parte en ellos, y, de lo que aprendió de la experiencia en masa, hizo, un poco tarde para salvar el ganado, leyes generales para dirigir el movimiento. El conflicto fue atroz, arduo y pronunciadamente sangriento. Los comités de las ciudades del interior y de las provincias derivaban y reducían las listas de kulaks a exiliar, para evitar excesos locales“. (11)
Más tarde, cuando el sabotaje tomó la forma de”huelga general”, ampliamente propagada, incluso contra el cultivo de las granjas colectivas, el Gobierno Soviético se encontró con la misma disyuntiva que había dejado perplejos a los administradores de la Ley de la Pobreza, en Inglaterra.
Promover la subsistencia de los hombres sanos, cuya negativa a trabajar había reducido la penuria, sería simplemente animarles a ellos, a sus familias y posiblemente a muchos otros a repetir la infracción.
Sin embargo, dejarlos morir de manera deliberada como alternativa era inaceptable. En Inglaterra, al comienzo del siglo XVIII, los curanderos de los nobles inventaron el sistema, repetido en 1834, de ayudar a los hombres válidos y a sus familias sólo bajo la condición de entrar en una casa de trabajo y allí realizar cualquier tarea que les fuesen ordenadas.
El Gobierno Soviético no tenía casas de trabajo disponibles, no tenía tiempo para construirlas.
Su decisión fue llevar a la fuerza a los campesinos que estaban sin alimentos a pueblos distantes donde pudiesen ser puestos a trabajar construyendo vías férreas, canales o carreteras, talando árboles o en sevicios de prospección o mineración; todas esto son tareas en las que se podía ganar la mayor parte del salario de subsistencia inherente al trabajo proporcionado como ayuda a los necesitados.
Fue un tosco y rápido recurso de “ayuda contra el hambre”, que sin duda, causó mucho sufrimiento a las inocentes víctimas. Los que estudiaron lealmente las circunstancias, sin embargo, puede que no lleguen, seguramente, a la conclusión de que, al surgir la crisis del hambre de un modo potencial, resultante, en su mayor parte, del sabotaje deliberado, difícilmente podría el Gobierno Soviético haber procedido de manera diferente de como actuó (12).
Con el característico hábito bolchevique de la “autocrítica”, el Gobierno Soviético censuró su propia organización por haber dejado que las cosas llegasen a tal punto. “Las organizaciones del Partido y de la Juventud del pueblo“, dijo Kaganovich en enero de 1933, “incluyendo los grupos de las granjas estatales y de las estaciones de máquinas y tractores, se resienten frecuentemente de la falta de espíritu y vigilancia revolucionarios.
En muchos lugares, no sólo no se oponen a esta obra antisoviética de los elementos hostiles, por medio de la vigilancia de clase y una cotidiana campaña bolchevique para fortalecer la influencia soviética sobre las grandes masas sin partido, constituidas por miembros de las granjas colectivas y trabajadores de las granjas estatales, sino que ellos mismos también caen, a veces, bajo la influencia de estos elementos saboteadores.
Algunos miembros del Partido que ingresaron para sacar provecho de la carrera, se reunen con los enemigos de las granjas colectivas y estatales y del Gobierno Soviético, para organizar el robo de las semillas en la época de siembra del grano, en la época de la cosecha y de la trilla. Ocultar el grano en depósitos secretos, sabotear las compras estatales de trigo, y, en la realidad, arrastrar ciertas granjas colectivas, grupos de koljosianos (miembros de koljoses) y trabajadores retrógados de las granjas estatales a la lucha contra el poder soviético.
Esto es particularmente cierto en cuanto a las granjas estatales, donde, con frecuencia, los directores, influenciados por elementos anti-soviéticos pasan por una degeneración burguesa, saboteando las tareas determinadas por el Gobierno Soviético gobierno, traicionando conmpletamente al Partido y al Gobierno, y intentando disponer de los productos de las granjas estatales como si fuesen de su propiedad personal“.
Con persistencia no menos característicamente bolchevique, se aprovechó la ocasión para intensificar la campaña, intentando asegurar que los años 1933 y 1934 presentasen mejores resultados que los de 1931 y 1932.
Se reconoció y se confesó francamente que se había cometido un grave error, motivado con frecuencia por el ardor mal orientado de agentes locales, al lanzar impuestos sucesivos sobre los koljoses que tenían buenos resultados, cuando se comprobaba que estaban en posesión de cosechas inesperadamente grandes.
Muchos campesinos habían perdido la confianza en las medidas financieras del gobierno, recelando siempre de que los resultados de su trabajo les fuesen arrebatados. Por esto, se modificó todo el sistema.
El gobierno renunció a todo derecho de tomar productos a través de contrato o requisición. A partir de entonces, nada más se debía exigir de las granjas colectivas, a través de un impuesto agrícola (además del pago acordado por el uso de tractores) a no ser el tributo único en cereales, carne, leche y otros productos, claramente fijado con anticipación, en proporciones exactas, tanto en la producción de las tierras labradas, como sobre las cosechas normales del número de hectáreas que tuviesen que ser sembradas, limpiadas y cortadas.
Se pusieron en marcha tributos similares respecto a otros productos. Por mayor que fuese el ingreso, el gobierno no exigiría más que lo estipulado. Aunque fuese sembrada una zona más grande de lo que fuese necesario, el gobierno se comprometía a no aumentar sus exigencias ante los koljoses.
Después de que estuviese pagado, en todo el distrito, el impuesto definitivamente establecido, cada koljos podía vender el excedente a cualquier extraño, pudiendo incluso venderlo en el mercado libre al mejor postor (13). Al mismo tiempo, se reformó drásticamente toda la organización.
Durante 1932, se encontró que muchos funcionarios locales, en varios cientos, eran culpables de graves negligencias o de una absoluta dejadez en el uso de la maquinaria, de los equipos y de las cosechas. Fueron severamente castigados, y hubo numerosos casos de dimisión de los cargos.
Cientos de los que cometieron los delitos más graves fueron condenados a prisión, y al menos, unas pocas docenas, al fusilamiento. Con la misma fidelidad fueron tratados los propios miembros de los koljoses, incluso los gerentes y administradores. Lo más difícil de enfrentar fue la deplorable obstinación general con la que muchos campesinos (a veces la mayoría de ellos) habían dejado de cuidar de la cosecha.
En los lugares donde el arado se había realizado muy descuidadamente, o se dejó de hacer la limpia, o incluso se robaba durante la noche la baja producción de trigo, todos los koljoses fueron drásticamente sacudidos. Los saboteadores más culpados, que, a menudo eran ex-kulaks, fueron expulsados; los administradores negligentes y los gerentes falsos fueron despedidos de sus cargos; las granjas colectivas que voluntariamente retrasaban la cosecha o se negaban a ella, se les negó la asistencia cuando el hambre las atormentó, con el fin de no estimular nuevas excusas.
En algunos de los casos más graves, los habitantes de las aldeas fueron eliminados sumariamente de la tierra que dejaron de cultivar o cultivaban con desorden, siendo deportados a otros lugares, en busca de trabajo de cualquier tipo que les proporcionase una buena subsistencia y que al menos los salvase del hambre.
No se discute que, en estas expulsiones sumarias, como en las de los kulaks que se negaron a obedecer las resoluciones del Gobierno, se infligieron grandes vicisitudes a un gran número de mujeres y niños, además de a los hombres. Se afirma que sin tanto sufrimiento no se podría haber realizado la rápida reorganización de la agricultura campesina, que parecía ser la única manera viable de resolver el problema nacional de la alimentación.
En cuanto a los resultados, nos parece que, durante 1933 y 1934, fue notablemente eficaz este refuerzo de la administración rural a través de un ejército elegido de miembros del Partido, especialmente instruidos, en comunicación directa con Kaganovich y el departamento especial de agricultura del Comité Central del Partido Comunista. Durante estos dos años, el proprio Kaganovich recorría constantemente el país, observando todo minuciosamente y dando órdenes que tenían que ser obedecidas (14).
Para felicidad del Gobierno Soviético, en un año crítico (el de 1933), la cosecha fue mucho mejor que la de años anteriores, aunque su abundancia haya sido exagerada. No tenía que haber habido, sin embargo, la similitud de tan gran producción si esta extraordinaria actividad administrativa no estuviese dispuesta, prácticamente en todas las 240.000 granjas, de modo que: la siembra fuese realmente iniciada y terminada en la propia temporada; en todas partes se hiciese la limpia mucho más sistemáticamente que en cualquier época anterior; casi todas las granjas colectivas fueron servidas por unos tractores y cosechadoras de una eficiencia impecable; la cosecha almacenada sin demora, y los cereales puestos a salvo de robos y almacenados de forma segura. Al año siguiente (1934), la cosecha no fue, de media, tan grande como la de 1933, pero se decía que el comportamiento de los campesinos había mejorado considerablemente. Algunos pueblos, que estaban entre los más recalcitrantes en el cultivo en 1932 y habían pasado más hambre en el invierno de 1932-33, aparecieron entre los más diligentes en 1934, y cogieron una abundante recompensa de su trabajo aumentado. Por consiguiente, se informó de que el gobierno había obtenido, en conjunto, casi la misma cantidad de cereales, en retribución de semillas y maquinaria, que su parte en la cosecha menos abundate de 1934, igual que había recibido de la extraordinadia cosecha de 1933. Y, ahora, que fueron expulsados drásticamente los peores miembros de las coletivas granjas, mientras a los otros se les mostraba con eficacia cómo deberían realizar su trabajo, haciéndoles comprender que, incluso después de pagar todo lo que el gobierno exige, tienen mucho más de lo que consiguieron obtener en cualquier otro momento de sus minúsculos sitios, se puede esperar que tal vez dispensen gran parte del estímulo por el cual Kaganovich y sus fieles ayudantes salvaron a la URSS de una peligrosa crisis en 1933 y 1934 (15).
Notas:
(1) De todas maneras se podría justificar el escepticismo en cuanto a las estadísticas del total de muertes por el hambre en un territorio que se extiende sobre una sexta parte de la superficie terrestre del mundo. Pero, en cuanto a la URSS, parece no haber límite para la exageración. Mencionamos, a continuación, el interesante caso relatado por el señor Sherwood Eddy, viajero norteamericano experimentado en Rusia: “Nuestra delegación, que constaba de unas 20 personas, al atravesar los pueblos, escuchó rumores sobre el pueblo de Gravilovka, donde todos los hombres, excepto uno, habían muerto de inanición. Nos fuimos inmediatamente para investigar y localizar el rumor. Nos dividimos en cuatro grupos, con cuatro intérpretes de nuestra propia elección, y visitamos simultáneamente la oficina de registro de nacimientos y muertes; al párroco de la aldea; el Soviet local; el juez: el maestro de la escuela y cada campesino aislado que encontramos. Nos encontramos con que, de 1.100 familias, tres individuos había muerto de tifus. Habían cerrado inmediatamente la escuela y la iglesia, vacunado a toda la población y dominado la epidemia sin que se desarrollase otro caso. No conseguimos encontrar una sola muerte causada por el hambre o por la inanición, aunque muchos han sufrido la amargura de la necesidad. Fue otro ejemplo de la facilidad con que se propagaban rumores disparatados en relación a la URSS“. (“Russia Today: What can we learn from it?“, de Sherwood Eddy, 1934 pag. XIV). Esta investigación nos fue minuciosamente descrita por uno de los intérpretes que tomaron parte en ella, y el cual tenía la tarea nada fácil de organizar el transporte para un viaje a 100 km de distancia de la vía férrea, por carreteras casi impracticables. El caso se hizo muy famoso entre los periodistas rusos de la época (véase, por ejemplo, “Reise durch hundert Kollectivwirtschaften“, de F. L. Boross, Moscú, 1934, p. 161-163), pero no parece haber sido mencionado por ningún periodista inglés o norteamericano.
(2) “Ukrainia under Bolshevist Rule“, de Isaac Mazeppa, en la “Slavonic Review” de enero de 1921. p. 342-43. Se informa que uno de los nacionalistas ucranianos llevados a juicio confesó haber recibido instrucciones exhaustivas de los líderes del movimiento en el extranjero, en el sentido de “ser esencial que, a pesar de la buena cosecha (1930), la situación del campesinado se vuelva peor. Para este fin, es necesario persuadir a los miembros de los koljoses a recoger el grano antes de que madure; promover agitaciones entre ellos, convenciéndolos de que, por más que trabajen, su trigo será tomado por el Estado, bajo un pretexto u otro; sabotear el cálculo de los días de trabajo dedicados a la cosecha por los miembros de los koljoses, de modo que estos reciban menos de lo que les toca por su trabajo”. (Discurso de M. Postyshear, Secretario del Partido Comunista de Ucrania, en el Pleno del Comité Central de 1933),
(3) Se puede decir definitivamente que la grave escasez de cereales cosechados en las regiones del sur de Ucrania fue motivada por las condiciones climáticas. “En numerosas regiones del sur, quedaban en los campos del 30 al 40% de los cultivos. Eso no fue consecuencia de la sequía, que, en algunas partes de Siberia, de los Urales y del bajo y medio Volga, fue tan estricta que redujo el 50% de las cosechas esperadas. Lo que sucedió en Ucrania no fue por la voluntad de Dios. Las dificultades experimentadas en la campaña de siembra, siega y cosecha de 1931 fueron creadas por la mano del hombre”. (“Collectivisation of Agriculture in the Soviet Union“, de W. Ladejinsky, “Political Science Quarterly” (Nueva York, junio de 1934, p. 222).
“Es evidente“, escribe otro jefe de los emigrados ucrainianos en Praga, el propio Ministro de Relaciones Exteriores de la efímera República Ucraniana de 1919, “que este hambre no fue el resultado de causas naturales… Los campesinos son absolutamente hostiles a un sistema que va en contra de todos sus hábitos de siglos pasados… El campesino ucraniano siempre fue individualista… y no veo por qué debe trabajar en beneficio de otro“. (“Ukraine and its Political Aspirations“, de Alexander Shulgin, en la “Slavonic Review” de enero de 1935).
Hoy, el propio Sr .Chamberlain atribuye al menos parte del relativo fracaso de las cosechas de 1931 y 1932, no a las condiciones climáticas, sino “principaImente al resultado de la apatía y del desánimo de los campesinos, que tuvieron un rendimiento mucho menor al que habián tenido en años normales“. (“Russian Through Coloured Glasses“, en la “Fortnightly Review” de octubre de 1934).
(4) Esta práctica condujo al empleo de niños (miembros de las organizaciones de “pioneros”) para proteger de los ladrones a las cosechas en desarrollo. En algunos lugares, se hizo necesario instalar torres de observación de madera, y poner centinelas de noche y de día, con el fin de evitar el saqueo de toda cosecha. (En China, es habitual que un miembro de cada familia vigile la tierra que le pertenece, tan pronto como las plantas emergen por encima del suelo, con el fin de evitar que sean robadas).
(5) Una renuncia muy similar a esta se manifestó en 1927-1928, cuando la gran apertura de la “tijera” hizo que los campesinos relativamente acomodados dejasen de enviar al mercado sus cereales. “Se llevó a cabo una verdadera y dura lucha de “tira y afloja” entre el Gobierno Soviético y los campesinos más prósperos, durante el invierno de 1927 y la primavera de 1928, buscando avanzar indefinidamente, tal vez de la manera más débil.
Luego, en el otoño de 1927, se hizo evidente que los campesinos estaban reteniendo los cereales hasta el punto de que, no sólo destruían cualquier posibilidad de exportarlos, sino que también llegaban a amenazar seriamente el suministro de pan a las ciudades. ¿Cómo se originó esta “huelga de trigo”? Es muy difícil responder a esta pregunta. Sin duda, no existe entre los campesinos organización secreta a gran escala que pudiese coordinar sus actividades o darles instrucciones para hacer todos lo mismo simultáneamente.
Y, sin embargo, a veces demostraron una misteriosa capacidad de acción espontánea e inconsciente, como cuando desertaron de toda la línea del frente, en 1917, dirigiéndose en masa a las propiedades de los grandes terratenientes. Parte de esa capacidad debe haber entrado en escena en el otoño de 1927, cuando apareció en Siberia, en Ucrania, en la Rusia Central y el norte del Cáucaso, el mismo fenómeno de la resistencia de los campesinos de la entrega de los cereales“. (“Soviet Russia“, de W.H. Chamberlin, 1930, p. 195)
(6) Informe de Kaganovich sobre la Decisión del Pleno Reunido del Comité Central y de la Comisión Central de Control del Partido Comunista, en el “Moscú Daily News” (edición semanal), del 20 de enero de 1933.
(7) “Los campesinos resistían a través de fraudes, exagerando sus necesidades de semillas y forraje y subestimando sus cosechas. Luchaban tenazmente contra las medidas obligatorias. Por otra parte, al ver que tenían que entregar la mayor parte de la producción, la disminuían, con el resultado de que hubo una inmensa masacre de ganado y una gravísima disminución de las cosechas. La felicidad del régimen fue la gran cosecha de 1933. Antes de ella hubo hambre en grandes partes del país“. (“An Economist’s Analysis of Soviet Russia“, de Arthur Feiler, en los “Annals of the American Academy of Political and Social Science“, julio de 1934, pp. 153-57).
(8) En general, los procesos de cosecha y trilla fueron efectuados por el campesinado colectivizado de Ucrania de manera tal, que quedaron abandonados en los campos de 34 a 36 millones de quintales de grano. “Esta cantidad, por sí sola, podría haber cubierto dos tercios de los cereales que Ucrania tenía que entregar al Estado”. (“Collectivisation of Agriculture“, de W, Ladejinsity, “Political Science Quaterly“, p 233.).
(9) “El decreto básico emitido el 6 de mayo de 1932, estipulaba que la recogida de cereales de las granjas colectivas e individuales deberían sufrir una reducción de 43,2 millones de quintales en comparación con el programa de 1931” (“Collectivisation of Agriculture in the Soviet Union“, de W. Ladejinsky, en “Political Science Quaterly“, Nueva York, junio de 1934, p 231)
(10) Así fue que “el 17 de febrero de 1932, casi seis meses antes de la nueva cosecha, el Consejo de Comisarios del Pueblo de la URSS y el Comité Central del Partido Comunista determinaron que las granjas colectivas de la parte oriental del país, que habían sufrido los efectos de la sequía, recibiesen un préstamo de más de 6.000.000. de quintales de cereales, para el establecimiento de fondos de semillas y de alimentación” (Idem, p.229).
Más adelante leemos: “Ciertas regiones, como Ucrania y el norte del Cáucaso, que… tuvieron que consumir todos los cereales disponibles, se quedaron con poca o ninguna para el fondo de semillas. En este caso, el Gobierno Soviético prestó a las granjas colectivas de Ucrania casi 3,1 millones de quintales de semillas, y más de 2 millones a las del norte del Cáucaso” (ibid, n. 243).
(11) “The Soviet Dictatorship“, de Anna Louise Strong, en el “American Mercury“, de octubre de 1934. En una narración simple hecha por una campesina y publicada por Eudoxia Puzukhina en el “Collective Farm Trud” (Moscú, 1932 p. 60-61) se describe la forma en que una aldea decidió, en 1930, suprimir a la pequeña minoría, que buscaba con insistencia arruinar el koljos local a través de actos criminales de todo tipo.
(12) A los ojos de los críticos extranjeros, la expropiación forzada de tales campesinos parece una extrema injusticia. Limitando su producción, ¿no estaban los campesinos haciendo sólo lo que les parecía bien, con aquello que poseían? De hecho, los campesinos de la URSS no son propietarios de la tierra que labran, son sólo los ocupantes de las tierras nacionalizadas, con el fin de cultivarlas. Pero, que estén en la misma situación que los campesinos propietarios de Francia o de Flandes, o no lo estén, no parece ser nada fuera de lo razonable o de la equidad, dado que, siempre que la comunidad confíe la tierra a una clase campesina, es bajo la condición primordial de que esta produzca tanto como le sea posible, los alimentos necesarios para la manutención de la comunidad. Toda negación organizada en cuanto al cultivo debe ser inevitablemente correspondida por la expropiación.
(13) Este impuesto único, como podemos llamarlo, fue sobre los cereales en tres proporciones: la tributación normal sobre los koljoses que utilizaban tractores del gobierno, por los cuales se debía pagar una tasa separada; un impuesto más elevado cuando no había tasa de tractores a pagar, por no haber sido estos solicitados o usados; un impuesto más elevado sobre el campesino individual o kulak, cuya existencia se deseaba desalentar.
(14) “El Congreso tuvo un momento de jovialidad cuando el discurso de Tobashev, de la provincia de Moscú, fue interrumpido por Kaganovich, Secretario del Comité de Moscú del Partido. Cuando Kaganovich estuvo en nuestra granja, dijo Tobashev, nuestro presidente le dijo: “Este es el camino a la oficina” Kaganovich respondió: “Mucho mejor sería ver los cobertizos para tener una idea de como están trabajando aquí”. Examinó todo y señaló deficiencias por todas partes: nuestros equipos, por ejemplo, estaban en un barracón, cuya puerta no cerraba bien”. “Me acuerdo de eso”, interrumpió Kaganovich, “y de que la nieve entraba por el tejado” (risas). “Precisamente”, respondió Tobashev, “pero ya lo hemos reparado”. “Muy bien”, replicó Kaganovich. “Volveré pronto para comprobarlo”. “Sabíamos perfectamente bien,” concluyó Tobashev, “que usted no se limitaría a creer en nuestra palabra. Estamos esperando su regreso“. (“Moscú Daily News“, 18/02/1933).
(15) Podemos citar el testimonio de un imparcial experto canadiense: “Debido al aumento de la zona de las unidades agrícolas y del mayor rendimiento de las granjas colectivas, proveniente del incremento del empleo de tractores y modernos métodos e instrumentos de producción, los ingresos por familia, en la media de las granjas colectivas, aumentaron un 150%, por lo menos, en escala nacional, y más de un 200%, en numerosas localidades“. (“Russia Market or Menace“, de Thomas D. Campbell, 1932, p. 65). Este autor, al que el Gobierno Soviético llamó dos veces, en dos años no consecutivos, para dar opiniones sobre la manera de enfrentarse a las dificultades de la agricultura, dirige con éxito una granja de trigo de 95.000 acres en Montana, EE.UU.