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La historia de Roberto Suárez, padre de la "General Motors del narcotráfico"

Función privada. Es 1983 y el capo colombiano Pablo Escobar Gaviria mira la pantalla concentrado.
A su lado, Roberto Suárez Gómez, el Rey de la Cocaína, y su hijo Roby Suárez se ríen sin parar. 
Los tres disfrutan del video de la película Scarface algunos meses antes de su estreno en Sudamérica. 
De repente, Suárez Gómez interrumpe la película y dice: “Cómo les gusta tergiversar las cosas a estos gringos. ¿Quién les dijo que Montana era cubano y vivía en Miami?
 Si acá todos sabemos que mi Tony Montana es paisa y está sentado a mi lado”. 
Pablo Escobar explota en una carcajada, al igual que Suárez Gómez, quien rápidamente se da cuenta de que también aparecía retratado en la película: no cabía duda de que Alejandro Sosa, el empresario boliviano con contactos políticos y militares que proveía de cocaína al personaje interpretado por Al Pacino, estaba inspirado en él. 
Al final de la velada, el dúo de capos bromeó sobre la posibilidad de contactar a sus abogados en California para demandar a la Universal Pictures. Cuentan que hasta quisieron cobrar dividendos y regalías por los derechos intelectuales del film de Brian De Palma.

Durante aquellos años dulces de la cocaína, Roberto Suárez Gómez llegó a exportar casi dos toneladas de pasta base por día desde sus laboratorios en la Amazonia boliviana.
 Este monarca del hampa, heredero de una de las familias ganaderas más ricas del país andino, engordó una fortuna pantagruélica alimentada por el narcotráfico durante la década del ochenta. 
Socio del Cartel de Medellín en sus tiempos dorados, Robin Hood y filántropo del Oriente boliviano, cerebro de la sangrienta narcodictadura de García Meza, íntimo del nazi Klaus Barbie y del Banquero de Dios Roberto Calvi, protegido del panameño Noriega, financiador, junto a la CIA, de la Contra nicaragüense, y hasta sospechado de acordar tête à tête con Fidel Castro una ruta para llevar cocaína hasta las narices estadounidenses. 
A poco más de una década de su muerte, Ayda Levy, viuda del monarca, de quien se separó en los primeros años de la década del ‘80 al enterarse de que el acaudalado empresario estaba involucrado en negocios non sanctos, dedica El Rey de la Cocaína a desentrañar al hombre de carne y hueso que creó La Corporación, “la General Motors del narcotráfico”.

CASA REAL

La historia cuenta que Roberto Suárez Gómez era beniano, morocho y bastante corpulento. Típico ganadero de familia bien del Oriente boliviano. ¿Su árbol genealógico? Hijo de Nicomedes Suárez, patrón de Santa Ana, y Rey del Ganado; sobrino nieto de Pedro Suárez Callaú, el fundador de la Casa Suárez y Rey de la Quinina; y bisnieto de Nicolás Suárez Callaú, el Rey del Caucho. 
Nacido el 8 de enero de 1932, en la localidad de San Ana, el pequeño príncipe Roberto creció bajo el designio de ser el heredero de la familia que supo erigir un verdadero emporio exportando la savia del “árbol que llora” (caaochu en lengua del pueblo maina) y la carne de miles de cabezas de ganado que criaban en sus dominios. Levy, quien contrajo matrimonio con Suárez Gómez en la década del ‘50, explica que las construcciones en las estancias y colonias que la familia tenía en plena selva amazónica “eran señoriales, y sus salones fueron testigos privilegiados de fiestas y banquetes que ofrecían los Suárez en honor a la llegada de presidentes, embajadores extranjeros e ilustres personalidades”.
 Entre lujos asiáticos, glamour europeo y explotación sudamericana, Roberto supo seguir al pie de la letra los consejos de la casa real beniana y se convirtió en un poderoso empresario y terrateniente capaz de definir los destinos de Bolivia. Sin embargo, su verdadero reinado económico comenzó a finales de los años setenta, cuando la crisis que provocó la caída del precio del estaño en los mercados internacionales ahogó al país andino, y junto a otros empresarios del Oriente boliviano vio en la coca un recurso estratégico renovable para sacar a Bolivia del subdesarrollo y saciar el hambre del pueblo. Y, de paso, engordar su fortuna.

Suárez Gómez estaba completamente seguro de que con el floreciente negocio podrían pagar en 36 meses la deuda externa del país, que ascendía a 3000 millones de dólares. Levy cuenta que en aquellos años su marido le explicaba que algunos países tenían inmensas reservas petroleras y auríferas, y a los bolivianos les había tocado la coca en la repartición. 
Dicen que ante sus socios el futuro monarca se preguntaba: “¿Por qué debe parecernos raro que se niegue a priori la posibilidad de incursionar en el narcotráfico en aras de nobles ideales, con la motivación del amor a la patria y a la humanidad?”.

EL NARCOESTADO ALTIPLÁNICO

Para principios de 1980, Suárez Gómez acordó con el general Luis García Meza financiar el golpe de Estado que éste ejecutaría en julio, a cambio del monopolio de la coca en el territorio boliviano. El ganadero aportó cinco millones de dólares para la empresa militar, que también tuvo pleno apoyo de la dictadura argentina. El golpe se ejecutó el 17 de julio y derrocó al gobierno de la primera presidenta boliviana, Lydia Gueiler.

“En todas las negociaciones que hizo Roberto con García Meza y sus secuaces, fue vehemente en su oposición a la violencia. Exigió antes, durante y después del golpe que no se derramase sangre de ser humano alguno”, recuerda Levy sobre el rol “humanitario” de su marido.
La junta militar fue la más sanguinaria de la historia boliviana. Asesorada por el ex oficial de la SS y la Gestapo Klaus Barbie, el Carnicero de Lyon, que se encontraba prófugo de la Justicia francesa, y el terrorista neofascista italiano Stefano delle Chiae, la narcodictadura desató el terror. Ya en la toma de posesión, el ministro de gobierno Arce Gómez, primo del Rey de la Cocaína, advirtió que los opositores al gobierno y los comunistas debían “andar con el testamento bajo el brazo”.

Seis meses después del golpe, la muerte y desaparición de quinientos bolivianos (entre ellos el líder político y escritor Marcelo Quiroga Santa Cruz) y la tortura de miles de presos llevaron a Suárez a romper su alianza estratégica con los militares. “No pasó una semana cuando Klaus Altmann (nombre falso que usaba Barbie en aquellos años) apareció en mi casa sin previo aviso. 
El rostro desencajado y sudoroso del alemán me hizo presentir que era portador de malas noticias. ‘Señora, he venido a ponerlos sobre aviso para que tomen todas las precauciones necesarias, porque el omnipotente Departamento de Estado norteamericano está ejerciendo una presión tremenda para que Bolivia haga pública una lista elaborada por la DEA, en la cual Roberto aparece de número uno, seguido por su hijo Roby’.” 
Fue la gota que rebasó el vaso para Ayda Levy, quien por esos días decidió separarse de su marido, aunque nunca logró el divorcio definitivo.

Pero no hay mal que por bien no venga, y Suárez Gómez redobló la apuesta y decidió crear La Corporación, “la General Motors del narcotráfico”, un aparato paragubernamental que asociado al Cartel de Medellín y la DEA, desde entonces se encargaría de, supuestamente, repartir las jugosas ganancias de la cocaína entre los bolivianos. 
“El Robin Hood del Beni”, llegó a bautizarlo la revista Time por su fama filantrópica. Los presidentes, los ministros, los intendentes, los militares, los jueces, los funcionarios aduaneros y hasta las monjas de convento y los curas de pueblo esperaban los billetes que, sagradamente, les enviaba La Corporación.

En Bolivia no se movía un solo gramo de cocaína sin la autorización del Rey. Los Novios de la Muerte era el nombre con el que se hacían llamar los batallones privados de seguridad comandados por el nazi Barbie y otros mercenarios, que protegían a sol y sombra al empresario y a los millonarios cargamentos que salían en la flota de aviones Cessna 206 Stol y Douglas DC-3, desde sus laboratorios en la Amazonía boliviana hacia Colombia, y de allí a Europa y los Estados Unidos.
 Levy cuenta que “los empleados de La Corporación tenían que contar durante horas sumas astronómicas de hasta 60 millones de dólares en billetes de diferentes cortes que llegaban en bolsas de cotense. Era más fácil desaguar el río Mamoré a tutumazos (baldazos) que acabar con el dinero de Roberto.”

MI AMIGO PABLO

Suárez Gómez conoció a Pablo Escobar Gaviria a principios de los años ochenta. En esa época, el futuro líder del Cartel de Medellín viajaba a Bolivia acompañado por su compadre Gonzalo Rodríguez Gacha y compraba “a precio de gallina muerta” sulfato base de coca para procesarlo y exportarlo. 
Escobar necesitaba materia prima y Suárez monopolizaba el mercado del país andino. Cuentan que en aquel tiempo el boliviano aumentó el precio de la pasta base de 1800 a 9000 dólares el kilo y que Pablo pagó sin chistar.

El creciente mercado estadounidense costearía la diferencia. En poco tiempo se hicieron socios, y poco después grandes amigos.

Los negocios iban sobre rieles (dicen que en 1983 Suárez Gómez obtuvo en el primer cuatrimestre una ganancia neta de cerca de 200 millones de dólares) y a partir de entonces, el Rey y el Pelícano (como apodó el boliviano a su socio) se codearon con lo más grande del hampa internacional. 
De día cerraban, brindando con champagne, negocios en la Toscana con Roberto Calvi, el llamado Banquero de Dios, que presidía el Banco Ambrosiano, y por la noche acordaban en el Caribe rutas liberadas con el dictador panameño Noriega y el primer ministro de Bahamas Lynden Pinddling. Incluso, Levy narra el supuesto encuentro que tuvieron los capos narcos con Fidel y Raúl Castro en enero de 1983, para acordar el uso del espacio aéreo y las aguas cubanas. 
Levy cuenta del marcado interés que tenía Fidel en usar al narcotráfico como un arma contra el imperialismo yanqui. Según el relato del propio Suárez a su esposa, en aquel encuentro Fidel les dijo: “Gracias por haber aceptado la invitación. Ustedes serán el misil con el que agujerearé el bloqueo y el injusto embargo que sufre mi país”. 
En paralelo, los narcos, que siempre jugaban a dos puntas, cerraban un acuerdo con la CIA, a través del teniente coronel Oliver North, por el cual entregaron quinientas toneladas de cocaína que la agencia comercializó en territorio estadounidense para financiar la Contra nicaragüense. 
Cuentan que durante el vuelo de regreso a Medellín, después de cerrar el trato con la CIA, Suárez le advirtió a su socio: “Pelícano, desde hoy estamos jugando en las ligas mayores, pero hay que andar con mucho cuidado. Estos gringos son más peligrosos que un mono con navaja”.

QUERIDO RONALD

Pero no todo fue color de rosa en la historia de Roberto Suárez Gómez. En 1982, la detención en Suiza y posterior extradición a Miami de Roby Suárez, su primogénito y heredero natural, pusieron en jaque su floreciente negocio. Desesperado, el Rey le escribió una carta al presidente estadounidense Ronald Reagan ofreciendo su entrega inmediata a cambio de la libertad de su hijo y la condonación de la deuda externa boliviana. 
En la misiva, Suárez aclara: “Estas son, señor Presidente, las dos condiciones a cambio de mi entrega voluntaria a las autoridades que usted indique. Ambas son lógicas y justas. La primera obedece a los sentimientos más profundos de un padre; la segunda se funda en que soy un boliviano que ama entrañablemente a su patria, se conduele con su crítica situación y, si mi libertad puede servir para ayudar a que mi pueblo salga de este estado, bienvenida la cárcel o la muerte”.

Finalmente, con la ayuda de un batallón de abogados, en 1983 Roby fue declarado inocente de los cargos de conspiración en el tráfico de cocaína. 
Fue un duro golpe para la DEA. El heredero fue recibido en Bolivia por todo el pueblo de Santa Ana. En la biografía, su madre recuerda que la multitud lo alzó en hombros cantando consignas en contra del imperialismo y la fiesta en los dominios del Rey duró varios días. 
Siete años después, la DEA se tomó revancha. Roby Suárez fue asesinado por la policía boliviana en Santa Cruz de la Sierra el 22 de marzo de 1990. Su padre, ya preso, no pudo ir al entierro.

EL REY HA MUERTO

A finales de los años ochenta llegó el declive. Tras romper relaciones con el Cartel de Medellín, la DEA y la CIA, Suárez Gómez se retiró del negocio del narcotráfico.

 Para 1988, su alta exposición y los secretos que conocía lo volvieron un problema y las autoridades políticas bolivianas le soltaron la mano. 
Levy recuerda que en esos días, el Rey reunió a sus hijos y les habló de una extraña visión que había tenido mientras rezaba en una de sus haciendas en la selva: “La luz de la luna reflejó en las gotas de la suave llovizna que caía antenoche el rostro de nuestro Señor. 
El me ha dado el mandato de entregarme”.

En su autobiografía inédita Tesis Coca-Cocaína, que escribió en aquellos años, el monarca boliviano advierte, en el prólogo recuperado ahora por su viuda: “Yo fui el Rey. Más, si se está en la cumbre, se está también al borde del precipicio. Cuando vuelvo mi pensamiento hacia atrás, no dejo de maravillarme por encontrarme todavía aquí, siempre remando contra la corriente, siempre adelante, a pesar de los escollos y los tumbos”.

Suárez Gómez fue condenado a quince años de prisión por tráfico de droga y estuvo en la cárcel hasta 1996, en una auténtica jaula de oro acondicionada a su gusto en la capital boliviana.

Pocos años después, un infarto lo atacó encerrado en su pieza, en una de sus mansiones. 
Cuentan que cuando los empleados y su médico echaron la puerta abajo para ayudarlo, lo encontraron tirado en la cama y, apuntándolos con una pistola calibre 45, el Rey les dijo:

 “Salgan inmediatamente de aquí.

Si dan un paso más les disparo”.

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