Charles Bukowski
Del bajo mundo, de sus sórdidos bares y sus lúgubres burdeles, Charles Bukowski sustrajo la materia prima del realismo sucio que circula por su obra.
Los hombres y mujeres que deambulan por las calles de sus páginas viven las efímeras fiestas de una compañía cualquiera en medio de la soledad y el alcohol.
No por nada, sus libros, cuya atmósfera es Los Ángeles, tienen nombres que suenan a prostíbulo y vagabundería.
Música de cañerías; Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones; Escritos de un viejo indecente: tres títulos para imaginar sus contenidos.
La chica más guapa de la ciudad, uno de sus más célebres narraciones, resume plenamente al autor. Cass, la protagonista, considerada una máquina del sexo, siente repugnancia por los hombres guapos porque tiene la convicción de que son “todo fachada y nada adentro”.
En un bar conoce a un hombre feo que la invita a tomar una copa.
Ya con unos tragos encima, la besa y ella le pregunta si le parece bonita.
Él se lo confirma y Cass saca un alfiler de su bolso y se lo clava, de lado a lado, en la nariz.
El acompañante queda impresionado y el dueño del bar la amenaza con sacarla del lugar por loca. Salen los dos y se aman al amanecer.
“Besaba con abandono, pero sin prisa.
Dejé que mis manos recorriesen su cuerpo, acariciasen su pelo. La monté. Su carne era cálida y prieta.
Empecé a moverme despacio y queriendo que durara”.
Establecieron una relación en la que ella lo visitaba y él la sacaba de la cárcel a donde iba a parar por borracheras y peleas. Aseguraba que la habían invitado a beber y que solo por eso ya se creían con derecho a sobrepasarse.
El hombre dejó la ciudad seis meses y al regresar la buscó.
Cass vestía un traje de cuello alto y “debajo de cada ojo, clavado, llevaba un alfiler de cabeza de cristal”.
Le preguntó: “¿Por qué estropeas tu belleza?”.
Le respondió: “Porque la gente cree que es todo lo que tengo.
La belleza no permanece.
No sabes la suerte que tienes siendo feo, porque si le agradas a alguien sabes que es por otra cosa”.
Terminaron de nuevo en la casa y al verla desnuda vio una gran cicatriz en su cuello.
Ella le confesó que lo había intentado con una botella rota. La invitó a que vivieran juntos, pero ella no aceptó. Días después volvió al bar y supo que se había suicidado.
Así son las historias de Bukowski: relatos de seres degradados que se cruzan en el camino, se embriagan, tienen sexo y vuelven a empezar en otro cuerpo.
Su crudeza narrativa, comparable a la de Henry Miller, se parece a su vida. Bukowski es sexo y licor en exceso, como en un cuento que él protagoniza y en el que bebe cerveza a jarradas y amanece con una prostituta.
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