A 159 años de la ejecución —el 1 de mayo de 1857— del filibusterismo esclavista, recordemos ese fenómeno del expansionismo estadounidense del siglo XIX.
En Nicaragua, que hacia 1821 no superaba los 120 mil habitantes —sin incluir la Costa Caribe— comenzó a engendrarse desde 1824 hasta 1854 una serie de guerras civiles con el fin de controlar el gobierno, y de crear un Estado.
Esta tarea, en medio del desbarajuste económico, se frustró. Durante el lapso referido se dieron 39 jefes de Estado entre titulares (o elegidos), accidentales e interinos.
Y la pugna de las ciudades-estado de León y Granada por imponer su dominio regional facilitó la intrusión del filibusterismo esclavista.
- William Walker. -
El bando leonés otorgó el 28 de diciembre de 1854 una concesión de colonización al norteamericano Byron Cole, que este traspasaría al sureño —nacido en Nashville, Tennessee— William Walker (1824-1860). De manera que el 12 de julio de 1856 —en un mismo día— hubo en Nicaragua cuatro “presidentes”, incluyendo al sureño William Walker, caso insólito en la historia latinoamericana.
Para esos años, la política exterior norteamericana era notoriamente expansiva. El argentino Domingo Faustino Sarmiento, en su libro Vida de Lincoln, la resumía: “La esclavitud buscó espacio para extenderse hacia el sur sobre Texas por la anexión; sobre México por la conquista y sobre Centroamérica por el filibusterismo”.
Mas no sólo la esclavitud constituía la cara dura de esa política. La otra se encontraba en el intercambio comercial —al lograrse acuerdos con todos los estados centroamericanos— y en la apertura interoceánica.
La fiebre del oro de California
Un suceso que conmocionaría a Estados Unidos, de norte a sur y de este a oeste se había producido en 1848: el descubrimiento fabuloso del oro en California. Se inició, en consecuencia, el peregrinaje de multitudes hacia ese territorio usurpado a México en 1846. A medida que volaba la noticia, crecía el interés por trasladarse a las zonas auríferas. De ahí que surgieran las tres rutas más rápidas y seguras: la de Tehuantepec en México, la del río San Juan en Nicaragua y la del istmo de Panamá.
La gran afluencia de viajeros a través de Nicaragua explica que el 27 de agosto de 1849 la Atlantic and Pacific Ship Canal Company —una compañía privada, cuyo mayor socio era Cornelius Vanderbilt— obtuviera del gobierno de Norberto Ramírez la concesión exclusiva de construir el canal y de explotar la ruta de pasajeros hacia California.
Vanderbilt, en su barco “Prometheus”, llegó a San Juan del Norte inaugurando la Accesory Transit Company, con un viaje que desde Nueva York concluyó en San Francisco, California, el 30 de agosto de 1851. En total, de 1851 a 1857, transitaron la ruta de Nicaragua del Atlántico al Pacífico, 56,812 pasajeros, y viceversa 50,802.
El esclavismo de los Estados del Sur
Por otro lado, una división cundía entre los Estados Unidos del Norte y los del Sur, favorecidos por la apertura de vastas extensiones de tierra en el sureste de Estados Unidos y la invención de nuevas técnicas en el cultivo y preparación del algodón. Para los primeros, anexar territorios era lo primordial; para los segundos, construir un imperio esclavista en el Caribe (que incluía la América Central). Imperio del Círculo Dorado —Golden Circle Empire— se le llamó.
Walker y su mentalidad
William Walker —establecido en California— fue uno de sus propugnadores. Las invasiones que dirigió a México y Nicaragua se inscribieron en ese proyecto. El 3 de noviembre de 1853 declaró “libre” el Estado de Baja de California.
Lo mismo hizo el 18 de enero de 1855 cuando se autoproclamó “Presidente de la República de Sonora”.
Entregándose en la frontera con México, Walker fue conminado a presentarse en San Francisco para responder al cargo de haber infringido la Ley de Neutralidad de su país. Enjuiciado cinco meses después, argumentó que él y sus hombres habían deseado “liberar de un gobierno corrompido al sufrido pueblo de Sonora y protegerlo contra las incursiones de los feroces apaches.
Al igual que los Padres Peregrinos —dijo—, habían llegado a una tierra de salvajes a rescatarla de ellos y a convertirla en un hogar de garantía y de paz para gente civilizada”.
Abanderado esclavista del Sur estadounidense, Walker era un filósofo del Destino Manifiesto: corriente mesiánica que planteaba la incapacidad de los países hispanoamericanos de gobernarse a sí mismos; un adalid de la expansión imperial, seguidor implacable de la teoría del conde de Gobineau sobre la supremacía de la raza blanca.
Su libro, The War in Nicaragua, es una maravilla exegética sobre la esclavitud: los blancos, dueños del mundo, porque han sido bendecidos por Dios con la inteligencia; los negros, sus esclavos, porque tienen fortaleza para trabajar: blancos y negros, inteligencia más músculo; los mestizos —haraganes inservibles— deberían ser exterminados.
Five or none
Ninguna de las fuerzas políticas nicaragüenses conocía los antecedentes y la mentalidad de Walker. Pero muy pronto se enteraron de su propósito esencial: dominar Centroamérica e incorporarla a su causa esclavista. Así lo daba a entender el lema inscrito en la bandera del batallón que mandaba el coronel filibustero Edward J. Sanders: “Five or none”, es decir, las cinco repúblicas centroamericanas o ninguna.
El gobierno del presidente Patricio Rivas —que había denunciado a Walker— fue reconocido el 18 de junio de 1856 por Guatemala, El Salvador y Honduras, países que lo respaldaron enviando a León los ejércitos aliados de Centroamérica que, con el sostenido aporte de Costa Rica —apoyado por Vanderbilt—, expulsaron al invasor.
Como se sabe, el 14 de septiembre de 1856, la resistencia en el norte de Nicaragua —que disponía de fuerte base pecuaria— organizó el Ejército del Septentrión, llegando a derrotar en la batalla de San Jacinto a los filibusteros, donde la superioridad del número y de las armas fue desvirtuada por el ardor patriótico y la habilidad táctica de los nicaragüenses.
Un militar de origen mulato y arraigados principios morales, José Dolores Estrada (1792-1869), se adjudicó ese pequeño triunfo que sirvió para levantar la moral de los nicaragüenses.
En esa lucha, las canciones patrióticas, especialmente las de Juan Iribarren (1827-1864), no se hicieron esperar. Entonadas en el vivac, con música de La Marsellesa, una de ellas decía: ¡Guerra a muerte a esos viles ingratos! / ¡Guerra al yankee de robos sediento! / ¡Que reciba un severo escarmiento / Su perfidia, su horrible traición! (…)
Walker y su “presidencia” espuria
El filibustero se hizo “elegir” presidente el 12 de junio de 1856, a raíz de un remedo eleccionario controlado por sus hombres —casi todos extranjeros— y circunscrito a los departamentos de Granada y Rivas. Su administración espuria se manifestó en tres decretos: la publicación de las leyes en español e inglés, lo cual “tendía a hacer caer la propiedad de las tierras baldías nacionales en manos de los individuos de habla inglesa” —según sus propias palabras—; la confiscación de las propiedades de sus enemigos legitimistas (75 haciendas y 42 casas), destinadas a sus hombres, y el restablecimiento de la esclavitud —limitada a las etnias de origen africano—, ya abolida en 1824 por la Asamblea Constituyente de Centroamérica.
El 12 de septiembre de 1856 se unieron los partidos en pugna. El 14, el coronel José Dolores Estrada derrotó a la “Falange americana” en San Jacinto, hacienda recién confiscada a la familia Bolaños.
El 5 de marzo de 1857 el general Fernando Chamorro —al mando de “nicas y ticos”— venció al coronel filibustero Sanders, en El Jocote, sobre la ruta del Tránsito. Y, tras otros intensos combates, los aliados acorralaron en Rivas a Walker, quien partió de San Juan del Sur protegido por la bandera norteamericana en la corbeta Saint Mary, el 1 de mayo de 1857.
Dos predecesores
Entre otros, dos filibusteros precedieron a Walker: el conde Gastón Raousset-Boulbon (1817-1854) y Henry A. Crab (1823-1857), compañero de escuela en Nashville; los tres fracasaron en sus expediciones que pretendieron apoderarse del estado mexicano de Sonora y fueron fusilados.
Walker lo fue en Trujillo, Honduras, al intentar por tercera vez regresar a Centroamérica para “regenerarla”, concepto que implicaba la exterminación de los mestizos y la implantación de la esclavitud negra.
En fin, hay que reconocer las nada comunes facultades intelectuales de Walker, pero no es posible justificar sus “ideales”. Su obsesión era más de poder que de riqueza. Creía estar destinado a una misión que cumplir y que la realizaría con el poder, mejor dicho, imponiéndose como dictador de un imperio esclavista en la región.
Fue el último y el más tenaz de los filibusteros. De 1850 a 1856, ellos tuvieron que vérselas con los tribunales de los Estados Unidos, aun cuando el consenso general de la nación los veía con simpatía y algunos los consideraban héroes.
Alrededor de cinco mil “voluntarios” se enrolaron en el ejército de Walker entre 1855 y 1857. Por lo menos la mitad de ellos murió en combate o de enfermedades. Por su lado, las muertes de los soldados centroamericanos —calculadas por el general walkerista Henningsen— fueron 5,800.
Es posible que unos dos o tres mil más hubiesen fallecido a causa del cólera.
Los centroamericanos resistieron a Walker, quien de manera indirecta les hizo cierto bien, porque cuando se dieron cuenta del peligro que representaba el filibusterismo, las cinco repúblicas se unieron como nunca.
Y no lo han vuelto a estar desde entonces.
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