Nuestro inolvidable Bolívar Echeverría escribió esto allá por 1984:“No sabemos bien lo que Rosa Luxemburg quería decir con ‘barbarie’ cuando, en el verdadero comienzo del siglo XX, en la Gran Guerra, reconocía para la marcha de la historia una encrucijada inevitable: o adopta el difícil camino del socialismo o se hunde en la barbarie…
Barbarie: una vida social cuyo trascurrir fuera el discurso de un idiota, lleno de ruido y de furor y carente de todo sentido. Ausencia de sentido, he ahí la clave de la barbarie”.
Los atentados terroristas en Bruselas con su espantosa secuela de muertos y heridos, así como los bombardeos indiscriminados sobre Siria, las oleadas de refugiados que juegan –y pierden– sus vidas en el Mediterráneo sin encontrar asilo en Europa; los ya incontables desaparecidos y asesinados en México y en Centroamérica y los feminicidios cotidianos nos dicen que la barbarie –esta barbarie contemporánea– está entre nosotros. Y cuando escribo “barbarie”, estoy midiendo mis palabras.
Donald Trump, el precandidato en ascenso que aparece irresistible, acaba de insistir (Reuters) en que “Estados Unidos debería usar la asfixia y otras técnicas duras de interrogación cuando se trate de sospechosos de terrorismo” (que por supuesto puede ser cualquiera en manos de la policía). “La asfixia por inmersión está bien”, declaró ayer.
“Si se pudiesen ampliar las leyes permitiría algo más que la asfixia por inmersión. Hay que sacarle información a esta gente”. Este individuo amenaza tomar el control de la mayor potencia tecnológica, militar y destructiva del planeta, aquí, nomás, tras frontera.
La barbarie: las dos Grandes Guerras mundiales del siglo XX, las guerras coloniales, los campos de concentración gemelos de Hitler y de Stalin, el Holocausto judío que algunos bárbaros plumíferos todavía hoy se atreven a negar o minimizar. Sí, esa barbarie fue creciendo sin cesar y desbordó sobre este siglo XXI y también sobre este nuestro México, hoy, con decenas y decenas de miles de desapariciones forzadas, presos torturados, inocentes encarcelados, feminicidios y violencia cotidiana, asesinatos impunes, fosas clandestinas por doquier y Ayotzinapa como herida abierta ( secuestro y asesinato de 43 estudiantes de la escuela Rural Normal el 26 de septiembre de 2014 en el Estado de Guerrero de Máxico; ndr) .
Desarmados, no tenemos otra respuesta inmediata a este desborde más que la razón, la honestidad humana elemental y la organización. En nombre de estas tres necesidades primordiales de este nuestro tiempo, quiero reproducir aquí la respuesta que una pequeña organización socialista de Bélgica, la Liga Comunista Revolucionaria (LCR), a la cual pertenecía Ernest Mandel, acaba de dar este mismo día 22 de marzo. Proviene de la Bruselas donde estalló esta barbarie:
“La LCR-SAP denuncia enérgicamente los cobardes atentados terroristas perpetrados este 22 de marzo en Bruselas. Ningún motivo político o religioso puede servir de pretexto para estos crímenes innobles. La LCR-SAP expresa su apoyo y sus sentimientos profundos de solidaridad con todas las víctimas inocentes de esta violencia ciega.
La LCR-SAP llama también a la más grande vigilancia democrática ante la nueva acometida de seguridad, bélica, racista e islamófoba que estos terribles eventos amenazan con suscitar en Bélgica y en otros países entre la clase política y los grandes medios de comunicación.
Han trascurrido apenas unos días desde el grito de victoria de las autoridades con motivo del arresto de Salah Abdeslam; el vergonzoso acuerdo europeo para reprimir a los refugiados; un nuevo atentado asesino en Estambul; y un bombardeo ruso sobre Raqqa, en Siria, que dejó decenas de muertos entre la población civil. Hoy volvemos a comprobar, una vez más, que no se combate el terror bombardeando al pueblo sirio; sosteniendo regímenes dictatoriales; sacando al ejército a las calles; estigmatizando a una comunidad en Europa con medidas racistas como la pérdida de la nacionalidad; lanzando a los refugiados al mar y limitando las libertades democráticas.
Por el contrario, estas políticas de terror no hacen más que dar alimento a las organizaciones terroristas y cumplir el objetivo de reforzar el odio sectario y asfixiar a la sociedad. Reiteramos nuestra convicción de que nada podrá protegernos mientras nuestra sociedad siga fundada sobre la injusticia, la violencia y la exclusión, tanto al interior como al exterior de nuestros países.
En estas horas trágicas, la LCR honra a las víctimas luchando por un cambio radical de rumbo: por una política social generosa, basada en la solidaridad, las libertades democráticas y la lucha contra las desigualdades en nuestro país y en el mundo.
Defendiendo la vida es como se combate una política de muerte.”
La pequeña voz de estos compañeros no está sola en Europa ni en el mundo. Hoy toda la izquierda y la democracia social europea está pronunciándose y uniendo y movilizando sus fuerzas contra este desborde aluvional de las barbaries. Sirvan estas líneas escritas con premura para traer algunas de aquellas voces entre nosotros.
Son las mismas voces que en estas tierras se alzan, se movilizan y se organizan por Nestora Salgado, por Miguel Mirelles, por Berta Cáceres asesinada en Honduras, por Gustavo Cáceres allá en peligro de muerte; y también por Abel Barrera y Vidulfo Rosales y los compañeros de Tlachinollan, que se juegan cada día la libertad y la vida en defensa de los padres y madres de Ayotzinapa y de las desaparecidas y desaparecidos de Guerrero, y todos los defensores de derechos humanos que se las juegan en México y Centroamérica.
Vuelvo a traer aquí la voz de Bolívar Echeverría en aquel escrito memorable:
“Sólo un hecho impide hablar del siglo XX como de una época de barbarie. No se trata de la existencia de un nexo que, al unir una barbaridad con otra, les otorgue un sentido trascendente. Se trata de la existencia de la Izquierda: una cierta comunidad de individuos, una cierta fraternidad, a veces compacta, a veces difusa, que ha vivido esta historia bárbara como la negación de otra historia deseada y posible a la que se debe tener acceso mediante la revolución.
En virtud de la existencia de la Izquierda, la miseria de la vida moderna, la destrucción de los seres humanos y de la naturaleza en la ciudades y en los campos de la época industrial deja de ser un absurdo y se vuelve un acontecimiento histórico dotado de un sentido –negativo– y por tanto explicable”.
Explicable, es decir, comprensible y accesible a la razón humana y, por lo tanto, al sentido y al sentir de los seres humanos, de nosotros en México y en el Norte y el Sur de este lado del mundo. Es cuanto nos dijo con otras palabras y por aquella misma época –1981– nuestro Luis Villoro en “El sentido de la historia”, breve ensayo deslumbrante incluido en el libro Carlos Pereyra (y otros), Historia, ¿para qué?, Siglo XXI, México.
Es bueno regresar a él en estos días de barbarie y sinsentido.
http://vientosur.info/spip.php?article11120