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No habrá Tercera Guerra Mundial


Según Hassan al-Banna, el mundo moderno y la decadencia occidental han venido corrompiendo el mundo musulmán desde la caída del califato otomano –en 1923. Para volver a la “Edad de Oro”, Hassan al-Banna creó una sociedad secreta: la Hermandad Musulmana, cuyo único objetivo es restaurar el califato mediante la yihad. 

En diciembre de 2010, con el apoyo de Qatar y de la CIA, la Hermandad Musulmana inicia la “primavera árabe” y trata de conquistar el poder en Túnez, Egipto y Siria.

 Después manipular las multitudes durante un año, la Hermandad Musulmana acaba siendo derrotada en todas partes. Algunos de sus representantes deciden entonces jugarse el todo por el todo y proclaman el califato en Siria e Irak.

Los halcones libérales y los neoconservadores no han logrado provocar el enfrentamiento con Rusia, conflicto para el cual se entrenaron en tiempos de la guerra fría. Prevaleció la voz de la razón. 

Mientras se negocia discretamente una salida para la crisis ucraniana, Rusia y China se disponen a convencer a Estados Unidos y sus aliados de que deben participar en una alianza global contra el terrorismo islámico. 

Después de 5 años de tensión, la «primavera árabe» –proyecto de conquista del poder por la Hermandad Musulmana y de proclamación de un califato– está fracasando. Se ha salvado la paz.

En sólo una semana todos los dirigentes occidentales han renunciado, uno tras otro, al objetivo que persiguieron colectivamente desde hace cerca de 5 años: el derrocamiento de la República Árabe Siria y de su presidente, Bachar al-Assad.

Hay que reconocer que si todo está cambiando desde la firma del acuerdo 5+1 con Irán, no es solamente por voluntad del Guía de la Revolución islámica iraní ni del presidente ruso Vladimir Putin. Es también porque las voluntades de estos últimos se están coordinando con la de la Casa Blanca.

Durante el primer semestre de 2012, Estados Unidos y Rusia pudieron comprobar el fracaso del proyecto de toma del poder por la Hermandad Musulmana –la «primavera árabe»– y concibieron una nueva distribución del «Medio Oriente ampliado», distribución que empezaron a concretar con la conferencia de Ginebra. Pero el presidente estadounidense Obama fue incapaz de concretar lo que había prometido. 

Una semana después de la conferencia de Ginebra, el presidente francés Francois Hollande llamaba a los «Amigos de Siria» a reiniciar la guerra. Posteriormente, Kofi Annan dimitía ruidosamente de sus funciones como mediador mientras que Francia, Qatar, Jordania e Israel desataban la operación «Volcán de Damasco» y asesinaban en un atentado a los jefes del Consejo Nacional de Seguridad sirio.

Pronto pudo verse claramente que la secretaria de Estado Hillary Clinton, el director de la CIA David Petraeus y el nuevo director de Asuntos Políticos de la ONU Jeffrey Feltman –todos estadounidenses– habían estado manejando los hilos desde el primer momento. 

Hubo que esperar hasta el fin de la campaña electoral estadounidense y la reelección de Barack Obama para que este último lograra detener –en el sentido policial de ese término– al general Petraeus y deshacerse de Hillary Clinton. 

Pero Feltman se mantenía en la sombra y seguía saboteando la política de la Casa Blanca, asegurando a todos –a través de sus subalternos, Lakhdar Brahimi y Staffan de Mistura– que la República Árabe Siria acabaría derrotada y que tarde o temprano se vería obligada a aceptar una rendición total e incondicional.

La política de Obama –consistente en evitar enfrentamientos con Rusia y en trasladar las tropas estadounidenses hacia el Extremo Oriente– se vio brutalmente reducida a polvo por la «revolución de color» orquestada en Ucrania, en noviembre de 2013. 

Esta operación, punto culminante del proceso de destrucción de Ucrania y de aislamiento de Rusia iniciado desde la disolución misma de la URSS, había sido iniciada a espaldas de la Casa Blanca. 

Normalmente, Estados Unidos prepara sus operaciones secretas durante años y las inicia sólo en el momento en que le parecen políticamente oportunas. Pero esta vez alguien dio la orden de inicio sin avisar al Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos. 

El resultado fue una crisis sin precedentes: la proclamación de independencia de Crimea –que se negaba a aceptar el golpe de Estado de Kiev–, la posterior reincorporación de Crimea a la Federación Rusa, la rebelión de Donbass y de Lugansk, las sanciones occidentales contra Moscú y las contrasanciones rusas en respuesta a los países occidentales. Todo lo anterior se tradujo en la interrupción de todas las relaciones entre el oeste y el este.

Extrañamente, el presidente Obama parecía estar aceptando que sus «halcones» le impusiesen una política que él no había escogido. 

Pero el presidente estadounidense proseguía en secreto las negociaciones que había iniciado con Irán, negociaciones que él mismo había iniciado al comenzar su segundo mandato. Finalmente, debido a los numerosos retrasos y dilaciones, hubo que esperar hasta julio de 2015 para lograr un acuerdo [1].

Desde aquel momento hemos sido testigos de un descongelamiento entre Washington y Moscú, de una solución de la crisis ucraniana –los acuerdos de Minsk II comienzan a aplicarse mientras que Rusia firma, el 26 de septiembre, un acuerdo de venta de gas a Ucrania– y de un brusco cambio político en el Medio Oriente. De hecho, volvemos a vernos así en la misma posición en la que nos encontrábamos el 30 de junio de 2012, en el momento del Comunicado de Ginebra.

El problema es que, durante los 3 últimos años, Siria ha sido víctima de una gran destrucción y ha perdido más de 200 000 vidas, la Hermandad Musulmana ha proclamado el califato por cuya instauración había emprendido la yihad y su ambición amenaza ahora toda la región.

En todo caso, la resistencia del pueblo sirio y de sus aliados –principalmente el Hezbollah–, así como la determinación de Irán y Rusia, han aportado al presidente Obama el tiempo que necesitaba para retomar el control de la situación en su propio país.

 El general John Allen, antiguo brazo derecho de David Petraeus, que había logrado escapar a la purga de noviembre de 2012, acaba de ser apartado del cargo que ocupaba como responsable de la coalición internacional contra el Emirato Islámico encabezada por Estados Unidos. 

Y los documentos de trabajo de Jeffrey Feltman están circulando entre los miembros del Consejo de Seguridad.

Hombres valientes y sabios han logrado evitar que este conflicto artificial, designado como «primavera árabe», llegara a convertirse en la Tercera Guerra Mundial.

Elementos fundamentales: 

La «primavera árabe» tenía como objetivo poner la Hermandad Musulmana en el poder en todo el mundo árabe. Como reacción ante el fracaso, miembros de esa cofradía proclaman el califato con el Emirato Islámico. 

Los halcones liberales y los neoconservadores quieren provocar la guerra contra Rusia. Para lograrlo favorecieron la «primavera árabe», se opusieron después a la paz en Siria y organizaron la revolución de color en Ucrania, antes de respaldar la ofensiva del Emirato Islámico en Irak y en Siria. 

El presidente Obama necesitó 3 años para llevar a cabo la limpieza necesaria en el seno de su administración… y todavía no ha terminado. 

Existe un acuerdo entre Barack Obama, Vladimir Putin y el ayatola Ali Khamenei para restablecer la paz en el Medio Oriente.



[1] En varios artículos anteriores, ya señalé que este acuerdo constituye –a largo plazo– una verdadera catástrofe para la resistencia antiimperialista. Pero… eso es otra historia. NdlR.

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