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La deriva cubana hacia el socialismo capitalista. ¿Consenso sobre una asepsia republicana o sobre una base de principios vitales?.

Introductorio

Tras la Conferencia del PCC, la aprobación por los miembros del Partido del rumbo socio-liberal de lo que sigue llamándose oficialmente Revolución Cubana, y el VI Congreo del PCC, se cuece en el horno del pensamiento reformista el consenso político sobre la transición capitalista en Cuba. El PCC prepara en dicho horno los “lineamientos del socialismo” para asumirlos en el VII Congreso.

Para no llover sobre mojado retomo el análisis de plena actualidad publicado del 21 de julio del 2007(!) sobre las aristas de la transición capitalista cubana.

El escenario ha seguido variando pero el rumbo permanece. Llega a Cuba el Papa argentino Francisco, un revolucionario de la teología de la liberación que tanto combatiera con rancia fe católica el Papa polaco Juan Pablo II. A este montado en el avión con rumbo a la Habana se le ocurrió la majadería de que el marxismo ya había muerto, por lo tanto el socialismo no tiene razón de ser. Francisno viene de una gira histórica por América Latina, donde no dejó dudas sobre el hecho de que lo que está matando a los pueblos es el capitalismo. Su encíclica Laudato Si debe ser publicada masivamente en Cuba para su recibimiento.

Se mueve en Cuba un debate acerca de la conciliación entre cubanos de adentro y afuera, derechistas contrarrevolucionarios antisocialistas, revolucionarios de izquierda socialista y pro capitalistas de toda laya, de cara a una “república con todos y para el bien de todos”.

 Se apela al beneficio de la duda para los EEUU con su decisión de acercarse a la Isla, no importa que el vocero de la Casa Blanca, J. Kerry, haya dejado bien claro en la capital caribeña, que lo que ellos, los yanquis, ven claro, es que la fruta ha madurado.

Tras el llamado de Fidel Castro, en la Esclalinata de Universidad de la Habana en 2005, a construir el socialismo capitalista, ese que Marx identificó como socialismo vulgar en su definitiva crítica a la idea socialdemócrata de socialismo, las voces orgánicas al establishment del partido-estado celebran. Silvio Rodríguez, grita desde la Embajada de Cuba en Washington “Cuba sí, y Yanquis también”.

 Es el mismo Silvio que le quitara la “r” a revolución hace ya un tiempo, quien declara hoy para un diario español, que “la revolución deverá esperar mejor momento, hoy hay que evolucionar” ¿hacia dónde?, el poeta no tiene versos adecuados para aclararlo.

 El destacado escritor y ensayista Guillermo Rivera nos habla sobre la posibilidad de que surja una bien educada burguesía nacional en Cuba y tire p’alante el carro del progreso. El igualmente destacado economista cubano Omar Everleny, habla sobre la posibilidad de que Cuba se incorpore al FMI y al BM.

 El capital transnacional sin control democrático de los trabajadores y obreros, de la sociedad cubana, por cuanto así lo han definido los lineamientos del reformismo socioliberal del PCC, se alza en salvador del socialismo. La empresa capitalista estatal bajo el mando de la burocracia pequeño burguesa ya se encargará de ello. La democratización del capital a través de su socialización no cuenta.

Texto

Por controvertido que parezca, el consenso se pone en baño de maría alrededor de una curiosa propuesta del llamado en la Florida empresario “cubano”-americano Carlos Saladrigas.

El vehículo comunicacional no es directamente el Granma. La plataforma de debate es Espacio Laical. Un espacio político abierto que el PCC le ha conferido a la Iglesia Católica en Cuba.

 La tolerancia política del Partido-Estado se desplaza hacia un actor que siendo claramente opositor ideológico al orden socialista en Cuba, no incurre ahora en el error táctico de los años sesenta; el mismo error que deslegitimiza de manera evidente a la oposición interna que se auto asume mercenaria y trabaja en función de los intereses económicos y políticos especialmente de los EEUU y la UE contra Cuba y América Latina.

Pero lo que llama la atención y no puede pasar inadvertido, no es el evidente reposicionamiento de las fuerzas anti-socialistas alrededor de la Iglesia Católica, cuyas manifestaciones políticas en el debate que articula en Cuba – a través de Espacio Laical – han ido pasando de la academia analítica a la subjetivación política, sino la inclinación de voces referentes del socialismo marxiano a vindicar la corriente reformista que, desde ese espacio político, se construye como apoyo político-intelectual al reformismo economista impuesto por el PCC a la nación cubana, con los llamados “Lineamientos de Política Económica y Social”- LPES.

El problema de la reconciliación cubana deviene el leitmotiv del consenso político que se busca desde Espacio Laical. El tema es apropiado para una institución como la Iglesia Católica. La bondad cristiana se asume como el valor universal, a pesar de que conozcamos que el amor al prójimo constituye valor ético y no apropiación religioso-confesional.

Cuando P.Campos se refiere a la eticidad en F.Sautié, viendo en su fondo religioso un fundamento conciliatorio para la nación cubana, asume una interpretación idealista de las condiciones sobre la tolerancia y el consenso. Desde el imperativo kantiano sobre la ética de la moral ello ya no puede ponerse en duda.

Menos aún desde la ética marxiana, afincada tan saludablemente en la idea de igualdad socioeconómica como condición de libertad individual. El problema nunca ha sido – a la luz de la irrefutable teoría del materialismo histórico – la distribución misericordiosa delos panes y los peces, sino de las relaciones sociales de producción que inciden en que el modo de su multiplicación no deje – como nunca hasta nuestros días lo ha dejado la historia del capitalismo – el espacio necesario y suficiente para la caridad incondicional. Con claridad meridiana lo expone Marx en su crítica inapelable al programa del partido obrero alemán. ¿”Después que las cosas están dilucidadas, por qué – se pregunta –volver atrás”?

Pedro Campos en su artículo “Reconciliación, peligros y cambio de modelo”1 define lo que viene a ser una “repentina” bendición al posicionamiento reformista en Cuba, cuando categóricamente define que en el “diálogo por el consenso” la ruptura se da si nos referimos “a las diferencias que puedan existir con Saladrigas o con las otras propuestas”… “Si por ahí empezamos, – afirma – allí terminamos”. De ahí el que prefiera en un primer intento referirse “a las coincidencias, a los marcos generales y a futuras cotas eventualmente compartidas”.

Una vez que el PCC ha sabido, por las conveniencias de sus definiciones políticas, ignorar las corrientes de pensamiento socialista, a las mismas no le va quedando, al parecer, alternativa que sumarse al debate con la oposición ideológica que el Partido-Estado tolera. El posicionamiento sobre lo que se está intentando definir como “consenso de la nación cubana”, es endeble políticamente, por cuanto se asume: primero, que las propuestas de C.Saladrigas se desmarcan de la esencia ideológica del llamado Proyecto Varela, y segundo, porque se asume que los LPES del PCC se diferencian de las propuestas del empresario C.Saladrigas y del Proyecto Varela – en el sentido de doctrina sociopolítica y económica.

No hablamos, por supuesto, de diferencias cosméticas, sino de las diferencias de principios, esas que han de definir – al contrario de como parece reconsiderar P.Campos – las plataformas de consensos. Porque no se trata de cualesquieras consensos. No pueden existir “coincidencias, marcos generales ni futuras cotas eventualmente compartidas” (P.Campos) allí donde las diferencias de principios no son las que establecen las condiciones del consenso sobre el rumbo marxiano revolucionario de latransformación socialista sistémica cubana.

A menos que aceptemos sin el doble discurso de los consensos reformistas que, definitivamente, la transformación socialista en Cuba no puede dejar de pasar por el interregno capitalista. Con lo que también estaríamos asumiendo el cambio necesario desde la dialéctica marxiana. Pero ese debate es la harina del otro costal que no está decidido a enfrentar el PCC ni, por supuesto, los representantes del pensamiento reformista que animan el debate en Espacio Laical.

En tal sentido es importante pautar la diferencia que en el debate alrededor de las propuestas de C.Saladrigas en Espacio Laical, establece el pensamiento del Francotirador del Cauto, una voz aparentemente anónima porque en realidad puede llevar el apellido de muchos revolucionarios socialistas cubanos. En tal sentido sus dos artículos enfrentando las posiciones reformistas que dominan el debate de Espacio Laical pautan un parteaguas de principio tan inobjetable como militante2.

El hecho de que el Partido-Estado haya silenciado eficazmente desde el poder autoritario que detenta todo debate sobre el rumbo socialista del proceso de transformación socioeconómico y político cubano, incide en que tanto las Propuestas para el Socialismo Democrático y Participativo (PSDP) del Grupo “P.Campos y Cros”, así como una serie de ideas y proyecciones socialistas de grupos e individuos en Cuba, no hayan podido madurar sobre la base del análisis mancomunado crítico. La ausencia de consenso entre dichos grupos de pensamiento para articularse como sujeto político ha conducido al debilitamiento del “movimiento” por el socialismo en Cuba.

 La falta de creencia en la legitimidad de la independencia política de tal movimiento, como necesario contrapeso al poder autoritario del sistema Partido-Estado en la lucha por el rumbo socialista, somete a dichos actores al rol de auto-marginados políticos. En ese constante repliegue defensivo no es posible que el pensamiento crítico revolucionario cobre cuerpo colectivo.

De todo ello se deriva el creciente mar de ambigűedades conceptuales y contradicciones políticas que comienza a ahogar a dichas corrientes de pensamiento y compromiso revolucionario. Reflejo de lo cual pueden asumirse los textos que ahora presenta P.Campos.

Cuando se expresa que los cambios – reconcialiación y consenso mediante – no pueden llevar al estado prerevolucionario (anterior a 1959), lo que se está haciendo es establecer precisamente la diferencia de principio que determina el consenso.

El consenso no es sinónimo de consenso político entre todos acerca de alguna asepsia republicana – según la manipulada idea martiana de “con todos y para el bien de todos” -, sino del consenso entre aquellos cubanos que ven el socialismo revolucionario como el fundamento del porvenir cubano.

Ese consenso supone un «pacto sociopolítico» entre la mayoría democráticamente establecido. No existe aquí el precondicionamiento de conciliación entre los residentes y la emigración, porque lo que establece la base del consenso democráticamente asumido son principios políticos vitales.

De igual manera podría establecerse el consenso sobre el principio de una transformación capitalista neoliberal, socio-liberal o socialdemócrata. Si la mayoría de los cubanos decidiera democráticamente una andadura por algunos de esos trillados caminos significaría una opción legítima. Hablamos de los cubanos en el sentido democrático de asumirlo como el «único soberano».

 Por supuesto, y he aquí el detalle, bajo la condición sine qua non del debate abierto democrático en Cuba sobre tales derroteros. Justamente lo que no ha sucedido, es decir, lo que ha impedido el PCC. Todo consenso es espurio cuando no se conoce y no se debate sobre el objeto de interés. Por ello son espurios los LPES del PCC cubano.

 Por cuanto han impuesto a la nación cubana un programa de transformación reformista que no resulta de ese debate, que no resulta de ese nivel de cognocimiento. Popularmente, para entendernos sin medias tintas, se toman decisiones determinantes anti democráticas, bajo la impunidad que da la posibilidad de vender gato por liebre en un improcedente “corta y clava” político.

Y aquí no importa que las decisiones las tome la cúpula burocrática del PCC o las tomen mil miembros de ese Partido en uno de sus Congresos. De ahí que los LPES hayan dejado, como lo han hecho, el camino abierto hacia la transición capitalista en Cuba.

No es ahora menester repetir análisis fundamentales sobre el problema ya publicados. Pero sí marcar que esos análisis no han sido rebatidos en esencia ni por el oficialismo partidista ni por la intelectualidad política orgánica al mismo (sin hablar de los lebreles de la ignorancia beligerante que motu propio o designados han pretendido lidiar con el pensamiento crítico socialista y revolucionaio que hemos representado). Lo que ha venido sucediendo ha sido todo lo contrario.

El PCC, ante la evidencia de sus desviaciones ideológicas confesables e inconfesables, ha tenido que asumir, por conveniencia de intereses, muchos de los componentes de dicho pensamiento.

 Como el asumir una crítica tangencial al problema de la “gran burocracia”, de la cual se auto excluye y no se auto reconoce como fundador y amamantador; para de ahí derivar hacia el discurso coyunturalista de la “descentralización del estado”, deslegitimando de paso a tantos estado-centristas que han venido saliendo a la palestra para combatir a los “enemigos de la revolución” (a los “estadofóbicos” , según uno de lo voceros principales de dicha intelecto-cracia).

Ante tales circunstancias no es nada casual que Espacio Laical y los intelectuales cubanos que allí debaten sobre el futuro de Cuba – tanto los posicionados ideológicamente contra el socialismo, como los que se mueven en las aguas del reformismo político y económico liberal – a la luz de los ELPES de PCC, no consideren que tienen una tarea pendiente.

El debate con el pensamiento socialista revolucionario que, a contracorriente del oficialismo estado-partidista, ha venido exponiendo un pensamiento crítico propositivo sobre lo que considera el rumbo que define el porvenir del pueblo, su ser o no ser-social. 

Dicho lo anterior, lo que verdaderamente importa es el consenso sobre el socialismo en Cuba.

 Hay que ir más allá del referendum que años atrás definió un consenso al respecto, refrendado en la Constitución.

Porque ni teníamos socialismo, como no lo tenemos, ni teníamos conciencia crítica, como no se tiene, de qué horizontes socioeconómicos son los que están en juego hoy más que ayer. La Constitución de la República ha de ser modificada sobre la base de un consenso que redefina un pacto sociopolítico por el socialismo en Cuba.

La redefinición conceptual y estructural de esa idea ha de resultar del debate nacional acerca de los significados del socialismo como encarnación de democracia. No hay democracia suspendida en el vacío.

Por lo tanto, como la negación del sistema de relaciones sociales de producción e intercambio capitalistas, en tanto proceso de transformación y transición socialista.

En consecuencia, no puede existir consenso de índole estratégica sin someter anegación política dialéctica el actual sistema de “socialismo de estado”. De ello depende que el rumbo reformista anti socialista establecido por Raúl Castro pueda ser reconducido hacia un real empoderamiento del pueblo: empoderamiento popular económico y político. Esa democratización del poder está en la base de la sostenibilidad de la reproducción como sociedad y nación.

En la base, es también decir, de la soberanía del pueblo cubano. Sin esa democratización del poder – que por definición y por intención no pueden garantizar propuestas como las de C.Saladrigas ni la de los LPES del PCC, ni la simbiosis natural de ambas – no existirá consenso cubano capaz de proyectar a Cuba en todas las potencialidades de desarrollo económico, progreso social y humanismo cultural de la que puede ser capaz, y de la que necesita para ser la propia América Latina.

RCA



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