Cerrarles la boca. De eso se trata. Un golpe del verdugo, una descarga del pelotón de fusilamiento, y los secretos se van a la tumba. Saddam Hussein no tuvo oportunidad de contarnos sus acuerdos con las empresas estadunidenses y alemanas que proveyeron el gas que usó con los kurdos.
Y ahora el espía maestro de Kadafi, Abdalá Senussi, será fusilado en Libia antes que tenga oportunidad de relatar la íntima relación que tenía con nuestros servicios de seguridad occidentales cuando servía de enlace entre su jefe, la CIA y el MI6.
¿No es sorprendente, o sí, que pese a la indignación de Amnistía por la farsa de juicio y a la profunda consternación de la oficina de derechos humanos de la ONU por las sentencias, los británicos y estadunidenses no hayan movido una pestaña desde que Senussi, el hijo de Kadafi Saif y un montón de otros secuaces del régimen fueron sentenciados a muerte la semana pasada, sin contar con defensores, pruebas documentales ni testigos?
Todos esos acuerdos secretos entre los odiosos torturadores de Kadafi y nuestros servicios de inteligencia quedarán a salvo para siempre.
Así que todo resulta a pedir de boca. Gracias a Dios por la justicia libia.
Cierto, esos hombres eran una cáfila más que despreciable. Senussi es responsable de la masacre de más de mil presos políticos de Kadafi.
Pero él y su sucesor, Moussa Koussa –quien jura que nunca torturó a nadie, y a quien ahora se puede encontrar relajándose en su villa de Qatar porque los británicos y estadunidenses están agradecidos con él por haber señalado a los agentes de Al Qaeda en África–, estuvieron entre los más leales matones al servicio de Kadafi.
Pero se supone que la justicia estilo Nuremberg requiere la revelación total de los crímenes de los acusados.
El juicio de prueba fue el de Saddam.
El crimen más monstruoso del dictador iraquí fue la masacre con gas de los kurdos en Alabia en 1988, en la que murieron 5 mil hombres, mujeres y niños.
Sin embargo, el espectáculo de juicio que montaron los angloestadunidenses en 2005 se concentró en la ejecución de 140 hombres chiítas en la población de Dujail, en 1982.
Sí, sí, sé que eso fue atrocidad, pero Alabia fue un genocidio.
El enfoque permitió evitar cuidadosamente cualquier indagación judicial que tocara el asunto de cómo adquirió Saddam el gas para extinguir todas esas almas.
Una compañía de componentes de gas tenía su sede en Nueva Jersey.
Para cuando los verdugos de Saddam fueron interrogados acerca de Alabia, ya su jefe había sido ahorcado.
Los crímenes de lesa humanidad sin duda implican a Abdalá Senussi, entre ellos la tortura a exiliados libios después de su bárbara rendición con ayuda del MI6 y otras agencias occidentales.
Él aportó a los esbirros del comité de recepción en el lado de Trípoli, y después de la tortura leyó la información que proporcionaron los exiliados.
Los grupos de derechos humanos consideraban a Senussi la caja negra de los enlaces secretos que comenzaron después de que Tony Blair besó con tanta delicadeza al gran líder en persona.
Senussi sabía mucho más de nuestras agencias de espionaje y sus trucos sucios que Saif Kadafi –el hijo del difunto Muammar–, quien también ha sido convenientemente sentenciado a muerte.
Tal vez por eso Senussi huyó en un principio a Mauritania, que debió haberlo entregado a La Haya.
Pero luego de recibir un soborno de 200 millones de dólares, según parlamentarios libios, Mauritania lo devolvió a Trípoli.
Una vez allí, tal vez Senussi soltó la sopa acerca de nuestras sucias acciones.
Su hija, Anoud, me dijo que cuando vio a su padre en la prisión de Trípoli, mucho antes del juicio, él parecía haber sido golpeado en los ojos y la nariz y estaba muy débil, con menos de 35 kilos de peso.
Lo habían amenazado con lastimarlo si le contaba a alguien del trato que recibía.
¿Y entonces, qué lo habían obligado sus torturadores a revelar?
¿Y quién, puesto que sabemos que el MI6 y la CIA escriben la información que desean obtener de torturadores árabes, elaboró las preguntas? Hace casi dos años, Anoud me dijo que su padre no recibiría un juicio seguro.
Tenía razón.
El abogado internacional de Senussi, Ben Emmerson, supo que algo muy malo ocurría en el caso cuando la Corte Penal Internacional de La Haya aceptó que Senussi fuera enjuiciado por el tribunal acosado por las milicias en Trípoli.
Sin embargo, esos custodios de la ley pidieron que Said Kadafi fuese enviado a La Haya.
¿Sería porque sabía menos?
En cualquier caso, no lo enviaron allá. Fue sentenciado a muerte por el mismo tribunal que Sanussi, vía un enlace de video a la población controlada por la milicia donde ha estado preso desde su captura en 2011.
Emmerson me dijo en 2013 que cuando los abogados de Senussi quisieron saber si operativos del MI6 habían interrogado a su cliente cuando estuvo en Mauritania –antes de ser entregado ilegalmente a Libia–, William Hague, secretario británico del exterior, se negó a contestar.
El fin de semana, Emmerson deploró la sentencia de muerte porque Senussi no tuvo representación legal ni acceso a su familia, no pudo preparar su defensa ni tuvo ninguna oportunidad de cuestionar a la fiscalía.
El juicio se llevó a cabo en una atmósfera de miedo extremo, inseguridad e intimidación, señaló, en la que funcionarios judiciales y abogados de la defensa fueron amenazados y atacados físicamente.
"Como me dijo el fin de semana otro británico que durante mucho tiempo se empeñó en una larga lucha por defender a Senussi: Todos los que están en el secreto serán ejecutados.
No es que las víctimas de Kadafi recibieran mejor justicia, pero fue Tony Blair quien besó al malvado y David Cameron quien ayudó a destruirlo. Somos responsables por lo que ocurre en Libia hoy. Por tanto, somos responsables incluso por la sentencia de muerte contra Senussi.
Pero cuando los rifles vomiten sus balas al amanecer, dentro de dos meses, no pocos operativos británicos en ese extraño edificio a orillas del Támesis lanzarán un suspiro de alivio.
Robert Fisk
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya
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