Pensar en la barbarie nazi desatada y sin control, en el antisemitismo rabioso e irracional, en la intolerancia elevada a su máxima expresión, en la persecución y el exterminio de millones de seres humanos, inevitablemente (y por designios prefijados por la historia oficial, aunque no sin motivos) significa pensar en Adolf Hitler.
Desde su irrupción a principios de los años '20 Hitler fue sistemáticamente sindicado como el generador de las más radicales y extremas políticas que derivaron luego en el terror vomitado por el sanguinario Tercer Reich alemán.
No carecen de fundamentos, por supuesto, las acusaciones sobre Adolf Hitler, de hecho el Führer nazi ha sido el rostro visible del mal durante mucho tiempo, pero en realidad Hitler no había "inventado" nada. Absolutamente nada.
No estaba solo y, a nadie ha sorprendido.
El surgimiento de Hitler y su ascenso vertiginoso y letal hasta la cumbre del poder fue la triste y lamentable resultante de un pensamiento y un sentimiento (no sólo alemán) que llevaba en gestación mucho tiempo.
Muchos pensadores, filósofos e ideólogos habían venido sembrando el camino del antisemitismo y unas otras cuantas teorías de más que dudosa validez en Europa mucho antes de que Hitler hubiera nacido.
Las falsas ideas de una superioridad racial, de una humanidad "pura", de gente superior a otra y los postulados que sindicaban al pueblo judío como causante de todos los males de la humanidad estaban más que instauradas y bien aceptadas.
Hasta la "inesperada" irrupción de Hitler en las veladas de debates de una vieja cervecería de Munich con sus arengas violentas, nadie se había "animado" a llevar adelante aquellas ideas extremistas y, finalmente, ponerlas en práctica.
El "poder" real que siempre se oculta en las sombras necesitaba y venía buscando desde hacía tiempo a un enceguecido que se pueda hacer cargo de aquella inmunda tarea de lograr un mundo para pocos y que además, llegado el caso, quedara en la historia como el único responsable de las más grandes atrocidades. Había llegado Hitler, pero... había quienes lo habían fogoneado.
Símbolo inequívoco de la pujanza, la mentalidad y el poder (en muchos sentidos) de los Estados Unidos de América, Henry Ford supo estar desde la pimera hora entre aquellos que se encargaron, sistemáticamente, de esgrimir sus más que discutibles argumentos antisemitas a diestra y siniestra y, como si fuera poco, dejarlo todo escrito para la posteridad y la memoria siempre tan selectiva de los poderosos y los vencedores en las guerras.
La mentalidad sectaria de Henry Ford encontró inspiración en todos aquellos pensamientos discriminatorios y violentos que insistían en la superioridad de unos sobre otros, pero además supo ser además debida inspiración para otros que vienieron después.
Ford no sólo fue orgulloso portador de la "Gran Cruz del Águila Alemana" en su solapa desde el 30 de julio de 1938, no sólo supo hacer pingües negocios con la Alemania nazi a costa de la provechosa venta de vehículos que movilizaban a la Wermacht hitleriana durante la segunda guerra mundial, sino que desde mucho tiempo antes, fue un auténtico y más que válido inspirador (uno más entre tantos) de Adolf Hitler, ese mismo Hitler que enagenado como estaba, nada había inventado. Hitler era una "cartero".
Llevaba un mensaje que otros, ya mucho antes, se habían encargado de escribir...
Dice la leyenda que en uno de los despachos de Hitler había una fotografía del Führer nazi con, precisiamente, Henry Ford.
La admiración de Hitler por Ford tenía su explicación, y es que estando encarcelado el Führer nazi entre 1923 y 1925, y en momentos de escribir su panfletario "Mein Kampf" pudo volcar en sus páginas algunas ideas que ya previamente, en 1920, el mismísimo Ford había planteado en su ofensivo libro "El Judío internacional".
"Der Internationale Jude" escrito por Henry Ford.
En su libro profundamente sectario, discriminador y violento, Ford comenzaba su primera parte colocando la vara muy alta y haciendo suyo un texto de la Nueva Enciclpedia Intrernacional, Ford comenzaba su agresión diciendo lo siguiente:
"Entre las más destacadas características de la raza hebrea, es preciso citar: acentuada aversión por toda labor física que implique fatiga; muy pronunciado espíritu de familia; instinto religioso innato y concepto en extremo elevado de la hermandad de tribu; ánimo esforzado, propio de profetas y de mártires, más bien que de adalides cultuales y belicosos; extraordinaria aptitud para afrontar adversidades; excelente predisposición para el comercio; astucia y perspicacia para la especulación, particularmente en asuntos de dinero; una pasión de oriental por el lujo, el íntimo goce del poderío y de los placeres que ofrece una posición social elevada; bien equilibradas facultades intelectuales".
Y continuaba:
"Vivimos nuevamente en una época en que el judaísmo atrae la atención crítica del mundo entero.
Su ingreso durante la Gran Guerra en lo más escogido de las esferas financieras, políticas y sociales
fue tan general y evidente, que su posición, su poderío y sus fines fueron recibidos con acerba crítica, y en la mayoría de los casos causaron repulsión.
No constituyen las persecuciones una novedad para el judío.
En cambio, para su ética racial, es nueva esta exaltación. Cierto es que este pueblo sufre hace 2000 años los efectos de un instintivo antisemitismo de las demás razas, pero semejante aversión nunca llegó a ser consciente, ni pudo expresarse concreta ni claramente.
Hoy,por el contrario, digámoslo así, esta sometido al microscopio de la observación científica, que nos hace conocer y comprender los verdaderos orígenes de su poderío, de su aislamiento y hasta de sus amarguras.
En Rusia se le responsabiliza del bolcheviquismo, acusación que, según de donde provenga, podrá considerarse fundada o infundada. Los norteamericanos, que fuimos testigos de la fanática elocuencia de los jóvenes judíos, apóstoles de una revolución social y económica, estamos en excelente posición para poder formar un claro juicio de lo que existiera real y verdadero en tales acusaciones.
En Alemania se achaca al judío la derrota experimentada, y una amplísima literatura con innumerables pruebas detalladas impele, en verdad, a muy serias cavilaciones.
En Gran Bretaña, se dice que el judío es el amo verdadero del mundo, que la raza hebrea constituye una supranacionalidad que vive entre y sobre los pueblos, los domina por el poder del oro, y acicatea fríamente un pueblo contra otro, en tanto se oculta cautelosamente entre bastidores.
Por último, en Estados Unidos llama la atención la insistencia con que los judíos - los viejos por apego al dinero, por ambición los jóvenes - se infiltran en todas las organizaciones militares, y particularmente en los rubros dedicados a los negocios industriales y mercantiles derivados de la guerra, criticándose en especial el cinismo con que dichos judíos explotan en provecho propio los innúmeros
conocimientos que lograron en su calidad de funcionarios del Estado".
"La cuestión judaica, en una palabra, ha hecho su aparición en escena. Más, como ocurre en casos parecidos, en los que cuestiones de ventaja personal desempeñan cierto papel, aparecen también determinados esfuerzos para acallarla, insinuando la inconveniencia de exponerla en público.
En cambio, la infalible experiencia prueba que todo problema escamoteado así, tarde o temprano torna a abrirse paso, y entonces en formas inconvenientes y hasta muchas veces peligrosas.
El judío constituye un enigma mundial. No obstante ser su masa pobre en absoluto, domina, empero, el mercado económico y financiero del mundo entero.
Viviendo sin patria, ni gobierno, es decir, en la dispersión, demuestra, empero, una unidad nacional y una tenacidad no alcanzada por pueblo alguno.
En la mayoría de los países, salvo restricciones, supo convertirse en el soberano efectivo, al amparo a veces de los patronos.
Dicen antiguas profecías, que los judíos retornarán a su vieja patria, desde cuyo centro geográfico dominarán a la totalidad de los pueblos, no sin antes haber resistido el combinado al mundo de las naciones del mundo entero".
En su libro de más de 220 páginas plagadas de filosos puñales disfrazados de palabras, Henry Ford daba rienda suelta a su más agrio antisemitismo racial sin el más mínimo reparo y pudor.
Su escrito y sus pensamientos han sido,en parte, la lamentable inspiración que Hitler había encontrado para darle forma a su arenga en "Mi lucha".
Palabras como las que son expresadas a continuación no dejan dudas sobre la clase de persona y dirigente que era Ford. Decía el creador del genial Ford "T":
"La facilidad de los hebreos para negociar con los gobiernos halla también su explicación en las antiguas persecuciones, en cuyos dolorosos momentos el judío comprendió el inmenso poder del oro sobre los caracteres venales.
Allí donde se dirigía, le perseguía como una maldición la creciente antipatía popular.
Los judíos, como raza, no se hicieron jamás simpáticos, hecho que el más ferviente hebreo no negará, aunque se esfuerce por ofrecer una explicación satisfactoria.
Tal vez alguno que otro judío, como particular, goce de nuestra estima, y hasta es posible que determinados rasgos del carácter judío, detenidamente estudiados, nos resulten simpáticos.
Sin embargo, una de las cargas que soportan los judíos como raza, radica en la antipatía colectiva de los otros pueblos.
Existe esta antipatía en nuestra eran moderna, en países civilizados y en condiciones que, al parecer, tornan imposible toda persecución.
El judío, en cambio, parece preocuparse muy poco de la amistad o enemistad de los demás pueblos, acaso por los fracasos de épocas pretéritas, o también, y con mayor verosimilitud, por suponerse hijos de una raza superior a todas las otras.
Pero sea cual fuere el verdadero motivo, existe el hecho de que su tendencia principal se dirigió siempre a conquistar para sí reyes y nobleza.
¿Qué les importaba a los hebreos que los pueblos murmuraran contra ellos, en tanto los reyes y su corte fueran sus amigos?
Así vimos existir siempre, hasta en las épocas más duras para ellos, un "judío de corte", que mediante sus préstamos y los grillos de la deuda, pudo penetrar a cada instante en la antecámara real.
Fue siempre táctica judaica aquella del "camino recto al cuartel general". Jamás trato el judío de conciliarse con el pueblo ruso; buscó, en cambio, las simpatías de la corte imperial.
Tampoco quiso nunca envolver en sus redes al Zar y a su Gobierno.
En Inglaterra se reía el hebreo del pronunciado antisemitismo del pueblo inglés.
¿No tenía acaso, detrás suyo a toda la nobleza? ¿No apretaba en sus manos todos los hilos de la bolsa londinense?
Dicha táctica de ir "derecho al cuartel general" explica perfectamente la omnipotente influencia que tiene el judaísmo sobre tantos gobiernos y la política de los pueblos. Semejante táctica pudo desarrollarse con facilidad por la habilidad del judío de poder ofrecer en cualquier momento aquello que los Gobiernos precisaban. Cuando se trataba de un empréstito, intervenía al punto el judío de corte, facilitándolo con ayuda de hebreos de otras capitales o centros financieros.
Si un gobierno
quería saldar una deuda vencida, pero sin confiar el precioso metal a un convoy a través de terrenos peligrosos, también aparecía el judío, que se hacía cargo del asunto; extendía sencillamente un papel, y cualquier institución bancaria establecida en la otra capital pagaba el importe.
Cuando por primera vez se proveía un ejército con pertrechos modernos, igualmente se encargaba de ello un judío que poseía el dinero suficiente y disponía también del sistema adecuado.
Lograba, además, la satisfacción de convertirse en acreedor de toda una nación".
La admiración no iba en un solo sentido. Lo mismo que Hitler sentía por Ford, Ford lo sentía por Hitler.
Ese emblema de la industria norteamericana, ese estandarte de la concreción de las "oportunidades" en la tierra de la libertad y el respeto, se encargó también de ser uno de los más fieles y contínuos sostenedores económicos del Führer nazi.
Ford hizo todo lo posible para lograr que Adolf Hitler llegara al poder en Alemania y, de paso, intentara dominar al mundo. Y cuando Hitler estuvo en la cima, Ford se encargó de sostenerlo.
Después de todo ¿por qué no financiar a alguien que pensaba igual que él?
Los medios periodísticos y no pocos ciudadanos comunes (Sobre todo y fundamentalmente en los Estados Unidos) no permanecieron ajenos a todo eso.
Hubo manifestaciones en las calles, hubo multitudinarias protestas contra Ford, en quien la gente no sólo veía a un socio inpensado de su propio supuesto "enemigo", sino que por sobre todas las cosas, advertía a un intolerante autoritario que lejos estaba de traer bienestar a sus semejantes.
Los medios periodísticos, por su parte, también tenían lio suyo para decir.
El financiamiento de Hitler de parte de Ford en la prensa. 28 de diciembre de 1922 "Fort Wayne News Sentinel".
Para remate, a modo de "tiro de gracia", entre tantas cosas que decía Henry Ford en las páginas del ofensivo libro "El Judío internacional", se preguntaba ¿Cómo se defiende Alemania contra los hebreos?. Así lo respondía:
"El judío, en Alemania, es considerado solo como un huésped que, abusando de la tolerancia, pecó
con su inclinación hasta el dominio.
En efecto; no hay en el mundo mayor contraste que el existente entre la raza germana pura y la hebrea.
Por esta razón no existe, ni puede existir mancomunidad entre ambas.
El alemán no ve en el judío más que al huésped.
En cambio, el judío, indignado por que no se le conceden todas las prerrogativas del indígena, alimenta un odio injusto contra el pueblo que le aloja. En otros países logro el judío mezclarse mas fácilmente con el pueblo indígena y acrecentar su poderío con menos trabas, mas en Alemania no le fue posible.
El judío odia por esto al pueblo alemán y, precisamente, por esta misma razón, aquellos pueblos en que la influencia judía predominaba en mayor grado, demostraron durante la lamentable guerra mundial el más exacerbado odio contra Alemania.
Fueron judíos los que predominaron casi exclusivamente en el enorme engranaje informativo mundial, que fabricó la "opinión pública" con respecto a Alemania. Los únicos que resultaron beneficiados con la Gran Guerra fueron en realidad los judíos".
El libro fue publicado originalmente en 1920 bajo el título completo de "The international jew: the world's foremost problem" (El judío internacional: el primer problema del mundo), por The Dearborn Independent, un semanario antisemita de derecha dirigido por el secretario privado de Ford, Ernest G. Liebold.
El periódico había publicado también, y difundido ampliamente en los Estados Unidos, "Los protocolos de los sabios de Sion" una publicación marcadamente antisemita y decididamente mentirosa.
"El judío internacional" se ha publicado en cuatro volúmenes y se ha traducido a seis idiomas, entre ellos el alemán.
Conservado tristemente para la posteridad, este libro es la más clara y contundente prueba de que la barbarie, la intolerancia, la denigración y la violencia, también pueden camuflarse detrás de una nación supuestamente democrática, rectora de la conducta mundial.
Marcelo García
Historias Lado B