Según el Panorama Económico y Social de Cuba, publicación de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información, en el 2014 nacieron en nuestro país 122 643 niños.
Esa cifra, por sí sola, no dice la importancia que tiene en la sociedad cubana la vida de un infante.
Para muchos quizá la tasa de mortalidad infantil, que el pasado año fue de 4,2 por cada mil nacidos vivos, sea la apropiada para hablar de ello; sin embargo, la realidad es que ningún número puede encerrar el valor que tiene cada uno de los niños que habita el archipiélago.
La campaña de alfabetización, el esfuerzo por que la educación llegara a cada rincón de esta tierra, la instauración y progresivo perfeccionamiento de un sistema de salud que diera cobertura no solo universal y gratuita, sino que se extendiera igualmente por toda la geografía cubana; son también muestras de esa preocupación por asegurar un futuro para las nuevas generaciones.
En el curso 2014-2015 matricularon en las enseñanzas primaria y media un millón 567 630 alumnos; de tan comunes, estas cifras ya no resultan significativas para muchos.
Tras ellas hay, no obstante, un esfuerzo que trasciende las aulas y se inserta en hospitales, para garantizar el acceso al aprendizaje de aquellos pequeños que por sus padecimientos no pueden asistir a la escuela; o incluso viaja a los hogares con igual propósito.
La enseñanza especial es otra muestra de que cuando se piensa en la infancia no hay límites ni discriminaciones. Más de 38 000 alumnos con esas características asisten a las aulas en el presente curso, pues adquirir conocimientos es también una manera de prepararse para la vida. En Cuba esa es una posibilidad real respaldada por el presupuesto del Estado, que dedica el 53 % a la Salud y la Educación.
Tiene expresión también en el acceso a la enseñanza de las artes y el disfrute de estas en instituciones culturales, pero también en plazas, parques y montañas.
En la práctica del deporte, la preocupación permanente por los contenidos destinados a este público que se difunden en la radio, la televisión y todos los medios masivos; el trabajo de las organizaciones de masas en las comunidades, e incluso la existencia de espacios como los que propicia la Organización de Pioneros José Martí, que le permiten desde pequeños ejercer su derecho a opinar sobre los aspectos que afectan su vida y a ser escuchados por la más alta dirección del país.
Cuba es signataria de la Convención de los Derechos del Niño desde 1990, pero desde mucho antes la protección a la infancia quedó recogida en sus legislaciones principales como el Código de la Familia, que define las responsabilidades de esta con los menores (1975); la Constitución (1976), cuyo articulado protege notablemente a niños y niñas; y el Código de la Niñez y la Juventud, que amplió ese alcance y entró en vigor en 1978.
El empeño de nuestro país en proporcionarle bienestar y educación a los infantes está por encima de cualquier limitación económica. La perpetuidad de un ideal, de una nación, de una cultura depende de ese hombre que hoy es niño.
(Cubaminrex/ Granma)