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Genocidio armenio; ¿conmemoración o negación?


En el contexto internacional, solamente un par de decenas de países reconocen formal y legalmente el genocidio armenio. Significativamente, ni Estados Unidos ni Israel –de los cuales Turquía es aliado estratégico en Medio Oriente– tipifican las masacres contra los armenios como genocidio.

A finales de 1914 el Imperio Otomano entró en la Primera Guerra Mundial para acompañar en su aventura a Alemania y al Imperio Austro-Húngaro. 

Los turcos, en su avanzada contra la Rusia imperial, miraron con desconfianza a los armenios, pueblo que habitaba tanto el lado otomano como el ruso. 

Pronto, el recelo mutó en franca animadversión contra los propios armenios-otomanos por considerar que sus lealtades se dirigían más hacia Moscú que a Estambul.

 En abril de 1915 hubo una masacre de más de 60 mil soldados armenios en Van (actual Turquía), acusados de rebelarse contra el Imperio Otomano. Poco después, el 24 de abril de 1915, se iniciaron las persecuciones en gran número contra intelectuales armenios en Estambul. 

Así, este año se cumplieron 100 años de la persecución y asesinato en masa del pueblo armenio en las tierras de la península de Anatolia, su hogar por miles de años.

La cosmopolita Estambul, que tanto refugio dio a judíos y protestantes que escapaban de la discriminación en la Europa católica en siglos anteriores, se transformó en el origen del exterminio de los armenios y otras comunidades como la griega y la asiria. 

Desmembrado el Imperio Otomano y en la búsqueda de la construcción de un Estado-nacional moderno, se siguió el modelo europeo que rechazaba la pluralidad étnica y religiosa. 

Por tal motivo se llevó a cabo un programa de deportación dirigido contra el pueblo armenio que terminó en las conocidas caminatas de la muerte y masacres colectivas que cobraron en algunos meses la vida de millón y medio de armenios.

A pesar de la magnitud del genocidio armenio, el poco eco que tuvo en la comunidad internacional propició nuevas desgracias. Hitler declaró en los albores de la Segunda Guerra Mundial matar sin miramientos, ni lástima, a hombres, mujeres y niños de origen polaco. De esta manera, únicamente, podremos adueñarnos de los territorios tan vitales para nosotros. ¿Quién recuerda hoy la masacre de los armenios? Así, el régimen nazi que deportó y asesinó a millones de polacos y judíos se había inspirado en la impunidad y el olvido de la tragedia armenia para hacerlo.

Raphael Lemkin, abogado judío-polaco que acuñó el concepto de genocidio en su libro Axis Rule in Occupied Europe (1944), dejó en claro que su punto de referencia para dicha noción era la matanza de los armenios por el Imperio Otomano. Lemkin no pretendía simplemente nombrar un fenómeno (antiguo en su aparición misma), sino tipificarlo en el derecho internacional para que pudiera tener responsabilidades y castigos concretos. 

Aunque Turquía ha reconocido cierta responsabilidad en la masacre de armenios, pero no utiliza el término genocidio, debido al temor que, en caso de hacerlo, se les obligue a pagar indemnizaciones monetarias o hasta la restitución de territorios de Anatolia.

En Turquía, hablar de genocidio armenio significa la apertura de un proceso judicial bajo el cargo de denigrar la identidad turca (artículo 301 del código penal), como le ocurrió al premio Nobel de Literatura Orhan Pamuk o al periodista Hrant Dink, quien cumplió una sentencia en prisión sólo para ser asesinado en 2007 por un joven nacionalista turco. 

En el contexto internacional, solamente un par de decenas de países reconocen formal y legalmente el genocidio armenio. Significativamente, ni Estados Unidos ni Israel –de los cuales Turquía es aliado estratégico en Medio Oriente– tipifican las masacres contra los armenios como genocidio. 

El caso estadunidense es más atípico aún: aunque no se le reconoce en el Congreso federal, 42 de 50 estados de la nación americana reconocen en sus códigos locales los hechos de 1915 como genocidio.

Tal vez el término sea lo de menos. Algunas reparaciones, sobre todo territoriales, puedan no ser realistas. 

Lo que urge es que el gobierno y ciudadanos turcos reconozcan la magnitud de las matanzas y no las minimicen, como lo sugiere el hecho que sólo se reconozcan por el lado turco medio millón de muertos y en muchos casos se hablen sólo de decenas de miles.

 Por otra parte, los libros escolares turcos hablan de los armenios sólo para señalarlos como traidores y sin ninguna referencia a las masacres de 1915. 

Hay una discriminación, no oficial pero sí de facto, contra los no musulmanes en general y contra los armenios en particular que todavía viven en territorio turco, mientras al exterior Ankara suele jugar su carta de potencia regional para imponer sanciones económicas a la más débil Armenia.

El reconocimiento del asesinato de más de millón y medio de armenios puede ser una forma exigua de justicia, pero también significa el propósito y el compromiso de no tropezar con las mismas piedras. 

No se promueve una memoria del odio o la genealogía del resentimiento, pero debemos recordar siempre que hay cosas que no debemos permitir que pasen de nuevo. 

Mientras no haya un reconocimiento total de los hechos históricos de 1915, no podrá haber una reconciliación completa y la herida entre estos dos grandes pueblos hermanos seguirá abierta.

Javier Buenrostro, La Jornada

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