Los parajes más recónditos e inhóspitos, esos conocidos con razón como sitios donde el diablo dio las tres voces, han sido palmos de tierra donde los médicos cubanos han sembrado amor, calmado dolores e insuflado vida.
La respuesta cubana contra el ébola como parte de la estrategia internacional contra la epidemia en Äfrica ha llamado la atención y ha concitado la admiración de los organismos internacionales competentes como la ONU y la OMS, de gobiernos de países ricos y pobres y de medios noticiosos diversos, entre los que destacan The New York Times y la revista Time.
Tal parece que esta vez algunos en este mundo han despertado de una ancestral modorra o se han visto obligados a reconocer ahora algo que se había ocultado, se había soslayado o no se quiso ver ni decir durante más de cincuenta años.
Porque es manifiesto que lo que hoy Cuba hace con una naturalidad generosa es consecuente con lo que ha venido haciendo durante ese largo lapso. Se trata de una política trazada desde el triunfo de la revolución cubana y una siembra de los valores humanos inherentes para tan noble misión en todos los ciudadanos cubanos y, en especial, en el personal de la salud.
El hombre nuevo del siglo XXI que fuera anunciado por el Che Guevara como fruto del difícil proceso de construcción de una nueva sociedad socialista iniciada en los decenios finales del siglo XX, a pesar de todas las contradicciones y los escollos inimaginables, se ha convertido en realidad en una forma especial como nunca lo pensaron o imaginaron los descreídos y los desmoralizadores sietemesinos.
Los contingentes médicos que han nutrido las misiones de colaboración de salud de Cuba en otros países poseen un extraordinario expediente de vidas salvadas y situaciones de salud mejoradas que merece un reconocimiento mundial por su excepcionalidad.
El personal involucrado en acciones contra el ébola en Sierra Leona, Liberia y Guinea Conakri, unos 256 profesionales especializados, es apenas una pequeña parte de las 32 brigadas médicas en Äfrica, con 4 048 trabajadores, que son parte integrante de los 50 000 trabajadores que en la actualidad desempeñan acciones integrales de salud en 66 países.
Por otra parte, la disposición de más de quince mil voluntarios en las filas del personal de la salud cubano para cumplir misión contra el ébola es reflejo de la existencia de una conciencia solidaria internacionalista que no se conoce en otras partes. Así que se puede afirmar que los médicos cubanos han realizado una hazaña humanitaria en todos los confines y desde ese punto de vista hay motivo para el asombro.
Y como ha expresado un colaborador cubano en Liberia, las nuevas generaciones tienen un papel trascendente en este instante de la historia, pues “ahora llegó el momento de nuestra generación de ayudar al pueblo africano a combatir al ébola. Es nuestro Moncada, es nuestra Sierra Maestra…”
Donde quiera que el sufrimiento humano ha dejado escuchar su solicitud de socorro, allí han ido o están los colaboradores de la salud.
Los parajes más recónditos e inhóspitos, esos conocidos con razón como sitios donde el diablo dio las tres voces, han sido palmos de tierra donde los médicos cubanos han sembrado amor, calmado dolores e insuflado vida. Son esos lugares donde el diablo del colonialismo se cebó durante centurias y puso sus botas e impuso su voz para mejor esclavizar a los nativos de las tierras “descubiertas” y conquistadas a sangre y fuego.
Esos donde el diablo devenido en capitalismo e imperialismo se nutrió con la explotación de la fuerza de trabajo mediante el capital y alzó su voz trepidante de trompetas y medios tecnólogicos para hechizar y engañar en tiempos más modernos, aunque muchas veces –demasiadas– también puso sus botas sobre el escuálido esqueleto de los pueblos.
Esos sitios donde el diablo de la pobreza, la ignorancia, el hambre, la insalubridad, alza también la voz propia, esa tercera voz de los sufridos y desesperados del infierno, que emana como grito y reclamo de su condición de pueblo explotado, desvalido y subdesarrollado.
En estos tiempos en que imperan en muchos escenarios nacionales e internaciones un clima de guerra y terror, de estallidos y silencios que cobran vidas de culpables e inocentes, alienta y provoca fundada esperanza, ls solidaridad compartida, hombro a hombro, de hombres y mujeres abnegados de países de variados signos políticos e ideológicos, que en esta lucha contra el ébola están hermanados en acciones para derrotar a la epidemia en su lugar de origen.
Ojalá esta sea una experiencia singular para aprobar en el seno de las Naciones Unidas un proyecto encaminado a luchar contra la epidemia política del terror –venga de donde venga, incluso del quinto infierno– y lograr que su derrota instaure la soñada paz de la especie humana