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Importación de guarimbas para destruir democracias


En Nicaragua los líderes de la soledad desde la extrema derecha no ocultan su fascinación por la ola de sangre y violencia en Venezuela durante el presente año, lamentando en voz alta y en letra de molde que al final, “(Nicolás) Maduro sigue como presidente, a pesar de su escasa popularidad”.

Las manifestaciones en sí no son malas, pero las que sufrió el país sudamericano no fueron simples reclamos “al aire libre”, sino una despiadada intentona para demoler el orden constitucional de la República Bolivariana.

Uso de mirillas telescópicas para el asesinato selectivo, quemas del transporte colectivo y centrales eléctricas y la destrucción de 15 universidades, entre otros atentados, es el resumen del escritor Luis Britto García. La guarimba, describió, “es un cosmético que utiliza la oposición para fingir que hay un movimiento popular”.

Ahora quieren “extraer lecciones” de ese infierno al que fue sometida Caracas y otros lugares, para importarlo a Nicaragua. “Lecciones” no de cómo se construye la democracia, sino de cómo destruirla. Así lo proclaman a los cuatro vientos, aunque luego digan con cinismo “no hay libertad de expresión”.

La derecha fundamentalista que aspira a contemplar su mejor ángulo en el espejo del ala radical opositora de Venezuela, se apropió de una definición que Anastasio Somoza hizo del FSLN para “denunciar” el “Sandino-comunismo”: “La vía electoral, por sí sola es una quimera ante bloques preñados de ideología totalitaria y cuantiosos intereses económicos”.

El argumento es falaz y surge de la romántica nostalgia del discurso del tirano de 1975 a 1979, tan monocorde como el de la derecha actual: “Nicaragua es víctima de terroristas financiados por el Comunismo Internacional, que quieren someter al pueblo con sus ideas exóticas, ajenas a nuestro mundo occidental y cristiano, y a nuestra idiosincrasia”.

Decíamos falaz porque al fin de cuentas, los derechistas reconocen que son minoría, pero aun así, acusan al tribunal electoral por su desventurada orfandad de “masas”, que así llaman a la ciudadanía. Esta, al no comprar su oferta electorera, de alguna forma, razonan, debe ser utilizada.

En sus reflexiones guarimberas, orientan que la minoría (reconociendo su borrosa ubicación en el mapa político de Nicaragua) “si no logran el apoyo, o al menos la neutralidad de las grandes masas”, se “esteriliza”. A confesión de parte…

La derecha sube al altar a los impulsores del Golpe de Estado de baja intensidad, Leopoldo López y María Corina Machado, como “santas palomas de la paz”, mientras el gobierno electo es el “malo” de la película; el Presidente votado por las mayorías, “impopular”; el pueblo, “turbas”; el Partido Socialista Unido, “autoritarios”.

El resto de epítetos echados a rodar para ser fotogénicos ante la maquinaria mediática, prepara a la opinión pública internacional para justificar el derrocamiento de las democracias inclusivas que tanto han costado edificarse en estas tierras de Dios.

Viejo guion siniestro

Edmundo Jarquín quiere pasar como un “demócrata”, pero alaba a su correligionario, quien ha urgido aprovechar cualquier situación para “madurar”, aunque sea con carburo, las “condiciones”.

“El diputado del MRS, Enrique Sáenz, publica un artículo haciendo un esfuerzo muy sistemático de extracción de lecciones de la experiencia venezolana del año que transcurre…”. ¿“Lecciones” de la barbarie ultraderechista para una Salida No Electoral?

El excandidato presidencial, forzando paralelismos, equivocado de lugar, tiempo e historia, incurre en una infame imputación al poner en el mismo banquillo de la extinta Alemania Oriental a Venezuela y Nicaragua.

Una década completa se mantuvo Jarquín como alto funcionario del Gobierno Sandinista de los años 80, tiempo suficiente para haber cuestionado a Erich Honecker. Si tan demócrata era desde entonces, ¿por qué no renunció al cargo para demostrar su rechazo a las relaciones entre Nicaragua y la RDA?

Su último escrito es al final, la amarga confesión de su nula popularidad, por eso, rechazado en las urnas, en las encuestas y por el sentido común de los amantes de la paz, sueña con botar al gobierno constitucional de Nicaragua:

“En la RDA los alemanes querían terminar con el régimen y, en determinadas condiciones, pudieron; en Venezuela la oposición a Maduro quiere, pero aún no se reúnen las condiciones, incluso las que dependen de la propia oposición como lo señala Sáenz. La lección para los nicaragüenses es que si algunos queremos, aunque ahora luzcamos pocos, ¡podremos!”.

Jarquín por fin admite que son pocos, pero “pocos” es una palabra del Castellano que no alcanza a definir con exactitud el vacío. El empresario César Zamora lo retrata bien: son “micro minoría”.

El político debería reconocer su fracaso como “líder” mínimo de la oposición, y no andar a estas alturas del campeonato recetando guarimbas en las que solo aportará su aversión al sandinismo, nada más.

Pero estas declaraciones públicas no quedan en el aire. Sáenz se cuida de ponerlo en boca de “analistas”, referido al fiasco de los extremistas en Venezuela: “Las condiciones para un levantamiento masivo no estaban ´maduras´”.

No se trata solo de aprender de los extremistas de la derecha venezolana, sino competir por óptimos resultados, de ahí que el Canal Interoceánico sea un objetivo.

En este juego del mal, el Cocibolca no es el Lago, sino el pretexto; las comunidades por donde pasará el Canal, no son tales, sino “La capacidad para desencadenar agitación y movilización política”. Ahí deben acelerar su plan, porque “Es el rol de las minorías”.

Da la “casualidad” que Octavio Ortega, identificado por “La Prensa” como “coordinador general de las protestas en contra del Canal”, reconoció al diario que pertenece al “Movimiento Renovador Sandinista con orgullo”, “pero niega su influencia en la decisión de las manifestaciones”. Va puej.

Jarquín, con su diputado, coincide en importar la guarimba de Venezuela, aunque ambos omiten el término para decir lo mismo y multiplicar los efectos de aquel detestable espejo: “presión popular intensa”, “experiencia venezolana”, “esfuerzo de la oposición”.

Y así como los militares de las potencias ya no hablan de muertos civiles sino de “daños colaterales”, las víctimas fatales de las guarimbas solo son “episodios acaecidos” y “lecciones útiles para afrontar nuestras propias realidades…”.

El deseo es ardiente: poner en escena toda la execrable antología del odio exhibida por la ultra derecha en la patria de Bolívar. Llegan incluso a invitar, por no decir, incitar: “¿Podemos aprender? Opino que sí…”.

Qué no darían por tener a William Howard Taft y Philander C. Knox de nuevo en Washington.

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